por IURY TAVARES*
El vacío bolsonarista está a la vista. Sus incongruencias con el mínimo civilizatorio deben ser cada vez más expuestas, pues nunca fueron compatibles con la democracia
Los caminos de la democracia representativa han tomado caminos tortuosos en los últimos años. Del entendimiento de que habría un predominio de la democracia liberal[i], solo sería cuestión de tiempo que la modelo conquistara los cuatro rincones del mundo. De hecho, ha crecido el número de países que hicieron esta transición, pero, en todo caso, el mundo atraviesa una recesión democrática.
Además de la falta de mejora o incluso la erosión de los niveles globales de democracia y libertad, el politólogo Larry Diamond[ii] identificó cuatro debilidades en curso: 1) un colapso significativo y acelerado de la democracia; 2) el declive en la calidad o estabilidad de la democracia en muchos países emergentes; 3) la profundización del autoritarismo en países estratégicamente importantes; 4) la falta de voluntad o confianza en las sociedades establecidas para promover la democracia. La caída del apoyo al modelo democrático viene acompañada también de una fuerte crítica a la representación política[iii], del creciente abstencionismo electoral, de la impugnación del saber y, en consecuencia, de la intensificación de las pruebas a las que se somete la democracia.
En un escenario de incertidumbre y desigualdad, los votantes descontentos encuentran en los candidatos extremistas una posible salida, pero tal vez hayan caído en una trampa, pues “(…) hay otra forma de arruinar una democracia. Es menos dramático, pero igual de destructivo. Las democracias pueden morir no a manos de los generales, sino de los líderes electos: presidentes o primeros ministros que subvierten el mismo proceso que los llevó al poder”.[iv].
El caso brasileño
Bolsonaro construyó su plataforma política a partir de un discurso antisistema, políticamente implosivo, opuesto a las reglas institucionales. Si las angustias y decepciones se concentraban en la “vieja política”, la candidatura del excapitán como forastero por un partido minoritario ganó fuerza entre los grupos sociales afectados por los escándalos de corrupción, en la expectativa de que las heridas del desempleo y la violencia pudieran ser resueltas. Él y su grupo nunca han dejado de invertir en este vector cuando: posan como un león atacado por hienas (STF, prensa, oposición); desacredita el sistema electoral sin aportar pruebas; su ministro envía un "¡Vete a la mierda!" a las negociaciones políticas; y otro produce la perla simbólica “sabemos que somos diferentes”[V].
Recientemente, el poder de fuego se ha vuelto contra el Poder Judicial, pues es allí donde avanzan investigaciones que pueden exponer más ilegalidades de la agrupación política. Así, ya sea por la sentencia de cancelación de la terna en el TSE o por la prueba recabada en la indagatoria del noticias falsas en el STF, el núcleo bolsonarista refuerza el choque institucional para relativizar el peso de las decisiones judiciales, ya que no habría por qué respetarlas cuando son absurdas. La nota presidencial está en la línea de lo que defendió Bolsonaro en el espectáculo de terror ministerial del 22 de abril cuando defendió armar a la población para luchar contra el distanciamiento social. Eso sí, convenientemente, la resistencia sólo sería válida contra alcaldes y gobernadores y no contra el gobierno federal.
En línea con otras democracias occidentales, se confirmó la tendencia creciente de abstención en las elecciones brasileñas. En 2018 fue el 21% o cerca de 31 millones de votantes, considerando el 7% de votos nulos y más del 2% de votos en blanco[VI]. Por tanto, un tercio del electorado no apoyó ninguna de las dos propuestas presentadas. Un estudio francés mostró que la abstención electoral se convirtió en la regla entre las clases populares y entre los jóvenes, que perdieron toda fe en el fenómeno electoral o incluso en el sistema político. El aumento de la abstención, que no necesariamente es sinónimo de aumento de la indiferencia política, debe estar relacionado con el debilitamiento general de las estructuras de representación y socialización de las categorías populares[Vii].
La impugnación del saber es flagrante. Así fue cuando el INPE fue atacado por denunciar la deforestación de la Selva Amazónica, el IBGE por señalar el aumento del desempleo y el hambre y la Fiocruz por concluir que no hay epidemia de consumo de drogas en Brasil. En medio de una pandemia, el Presidente recurre a la retórica intrascendente de rebajar las pautas médico-sanitarias a favor de las conjeturas del gabinete de las redes sociales. De hecho, las sociedades modernas están marcadas por la división de la legitimidad de dos tipos de discurso: los científicos se han convertido gradualmente en los únicos portavoces autorizados de la naturaleza, al igual que los políticos de la sociedad.[Viii]. En el campo político, este movimiento provocó una reacción social frente a un proceso de representación que no se traducía en calidad de vida. Sin embargo, deslegitimar el discurso científico es arriesgado y puede ser fatal. El movimiento antivacunas es prueba de ello y la conducta criminal del Presidente está a costa de la vida de miles de personas.
El conflicto como rasgo característico del bolsonarismo tiene como una de sus consecuencias la intensificación de las pruebas de la democracia brasileña. Declaraciones polémicas y ofensas, acusaciones infundadas, medidas dictadas y luego retiradas, ponen a prueba los límites de la convivencia armónica entre poderes y amplían los límites de lo aceptable. El continuo intento de deshilachar la interpretación del artículo 142, que trata del papel de las Fuerzas Armadas en el Estado Democrático de Derecho, por ejemplo, pone en aprietos a los militares en servicio activo en la trama gubernamental y busca coaccionar a las demás Potencias. Si hace unas semanas se hablaba de juicio político, hoy lo que emerge con protagonismo es la especulación de un golpe de Estado, constriñendo paulatinamente a las Fuerzas Armadas hacia la política, terreno del que deben tomar distancia.
Si la crisis intensifica internamente las pruebas de la democracia, Brasil también está sujeto a estrés a nivel internacional, ya que hay desafíos que solo pueden ser respondidos a escala global. La propagación de Covid-19 supera las capacidades de un solo estado. En lugar de participar en la colaboración, el país está dando la espalda a los consorcios mundiales de salud y podría estar al final de la cola si se desarrolla un tratamiento. Aunque haya separación entre estado y gobierno, se requiere la credibilidad de años. Como dijo Rubens Ricupero, exembajador en Washington y exministro de Medio Ambiente y Finanzas: “Brasil se ve cada vez más arruinado en todos los sectores”[Ex].
lagunas de resistencia
Si hay fuertes críticas a la representación, son precisamente los gobernadores y alcaldes, los primeros en la primera línea en la lucha contra la pandemia, en adoptar las medidas más responsables. Senadores, diputados y concejales también ejercen presión, pues son cuestionados directamente por sus electores, quienes ven cada vez más cerca los reportes de muertes por Covid-19. Es en este momento de crisis que se puede revalorizar la función del representante en la sociedad, principalmente en la resistencia al oscurantismo. La contestación colectiva al intento del gobierno de reprimir y distorsionar el balance diario de víctimas de la pandemia muestra que hay una energía de resistencia política que puede tomar forma, si se organiza. Otros movimientos a favor de la democracia han trabajado para vincular el descontento popular y dirigirlo hacia una agenda antigubernamental.
Si entendemos la abstención electoral como un signo de falta de vitalidad para la vida política, en cambio, seguimos ollas diarias, proyecciones provocativas en las fachadas de los edificios, manifestaciones de contestación a las caravanas bolsonaristas. El confinamiento está generando una nueva vitalidad en el compromiso popular, en la conciencia social, en el aprecio del colectivo, que ha aceptado exponerse al peligro de la contaminación para protestar porque ya no se puede tragar tanta cloroquina caducada.
Asimismo, al final de la crisis, lo que primará es el conocimiento, en su acercamiento más cercano a las personas, sin tecnocracias. Es el acercamiento del conocimiento científico a la sociedad, de forma pedagógica y accesible. Segregar apedeuts es tan erróneo como creer que la Tierra es plana. Los ciudadanos deben poder ser informados contradictoriamente sobre los riesgos y producir un juicio colectivo que los tomadores de decisiones deberán considerar al momento de implementar políticas públicas[X].
Si los gobiernos se enfrentan a una crisis de legitimidad y eficacia, en el sentido de erosión de su capacidad de acción, de intervención en el ámbito social, lo mismo ocurre con su capacidad de resolver un gran número de problemas. En este punto, es difícil ver el horizonte a través de lentes tan optimistas. No hay perspectiva de que los desafíos disminuyan o los problemas latentes se resuelvan, al contrario. A raíz de la recesión económica, el desempleo, la violencia y la miseria van en aumento. El descontento es una ventana de oportunidad para la contestación o incluso la insurrección contra el sistema democrático, impulsada por herramientas digitales que fortalecen las capacidades de movilización y cuestionan las estructuras de autoridad. Lo que caracteriza a las movilizaciones contemporáneas es la imprevisibilidad, con formas débiles de estructuración y múltiples participantes.[Xi], pero redoblar y suscitar reacciones casi siempre tiene un alto precio, cuyo principal riesgo es el oportuno recurso a la violencia estatal como herramienta de represión.
Hay un axioma que dice que no hay vacío en el poder, es decir, cuando no existe un modelo de mando, los actores se mueven rápidamente y comienza a tomar forma un nuevo formato. Bolsonaro está cada vez más aislado. Es criticado por quienes le ofrecieron apoyo y, pronto, puede ser rehén del fisiologismo que recibió de ministerios abiertos. Sus actitudes inoportunas e innobles trajeron de vuelta el lenguaje de las manifestaciones e instigaron a pensar sobre posibles formas de resistencia y apertura al retorno de la vida.
El vacío bolsonarista está a la vista. Sus inconsistencias con el mínimo civilizatorio deben ser cada vez más expuestas, ya que nunca fueron compatibles con la democracia. El que se hizo valer al grito de “¡Ganó Johnny Bravo, carajo!”, “¡Yo soy el presidente!” y “¡Yo soy la Constitución!” hacen sus demostraciones de fuerza popular. Con un comportamiento típico de miliciano, Bolsonaro quiere hacer desaparecer a quienes lo critican, en la creencia de que su autoridad previene lo inevitable, como un guerrero arrogante que no admite la derrota mientras es tragado por la última sombra que ve.
*Iury Tavares Máster en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidade Nova de Lisboa
Notas
[i] Fukuyama, F. (1989). ¿El fin de la historia?. el interés nacional, (16), 3–18.
[ii] Diamante, L. (2015). Enfrentando la recesión democrática. Diario de la Democracia, 141-155.
[iii] Se impusieron nuevos desafíos sobre cómo representar a la sociedad, especialmente a los grupos marginados que aún se disputan espacios con actores globales, organismos transnacionales y otros grupos específicos. Castiglione, D. y Warren, M. (18 y 19 de mayo de 2006). Ocho Cuestiones Teóricas. Repensar la representación democrática. Columbia: Universidad de Columbia Británica.
[iv] Levitsky, S. y Ziblatt, D. (2018). Cómo mueren las democracias. Río de Janeiro: Zahar.
[V] Frase pronunciada por Paulo Guedes, en la reunión ministerial del 22/04/2020.
[VI] Datos de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
[Vii] Braconnier, C. y Dormagen, JY (2007). La democracia de la abstención. París: Gallimard.
[Viii] Latour, B. (2005). Nous n'avons Nunca été modernes. París: El descubrimiento.
[Ex] Rubens Ricupero y la imagen de Brasil en el exterior. Entrevistadores: Magê Flores y Rodrigo Vizeu. Entrevistado: Rubens Ricupero. São Paulo: Folha de São Paulo, 10 de junio. 2020. Podcast. Disponible en: https://open.spotify.com/episode/2wjvjwja7U8wGRbHUZT6cV. Consultado el: 10 jun. 2020.
[X] Algunos autores defienden el establecimiento de sistemas de experiencia reuniones plurianuales y/o democracia científico-técnica que debe posibilitar la resolución de controversias: los diferentes puntos de vista se expresan por igual y los ciudadanos participan en la producción de la decisión, produciendo un juicio. (Callon, M., Lascoumes, P. y Barthe, Y. (1991). Agir dans un monde incierto. Técnica Essai sur la démocratie. París: Seuil.)
[Xi] La socióloga Ángela Alonso (USP) recuerda que, en 2013, diferentes segmentos compartían un punto negativo común: las críticas al gobierno de Dilma Rousseff y al PT. Fue posible encontrar en las actuales protestas contra la corrupción, liberales descontentos con el tamaño del Estado, conservadores intervencionistas, además de oposición de izquierda. En las manifestaciones de 2020, para ella, será difícil unificar a los diferentes grupos, porque incluso quienes se suman a la protesta lo hacen de acuerdo a sus motivos de rebeldía. ¿Tendrán algo en común junio de 2013 y junio de 2020? Entrevistadores: Magê Flores y Rodrigo Vizeu. Entrevistado: Ángela Alonso. São Paulo: Folha de São Paulo, 09 de junio. 2020. Podcast. Disponible en: https://open.spotify.com/episode/7IT419rIOZpZokJVJ5i3sB. Consultado el: 09 jun. 2020