la sociabilidad caníbal

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por ELEUTÉRIO FS PRADO*

Reflexiones sobre el nuevo libro de Nancy Fraser

No estamos hablando de sociedades que se suelen llamar primitivas. No, en absoluto. Estás hablando del capitalismo. “El capitalismo ha vuelto” – dice el autor que acuñó el término “capitalismo caníbal”, teniendo como referencia a los Estados Unidos de América del Norte.

Karl Marx, como es bien sabido, utilizó la metáfora del “vampiro” para caracterizar la relación de capital, es decir, el capital, porque chupa la plusvalía de los trabajadores, afirmando, además, que se convierte en sujeto insaciable. Anselm Jappe denotó al capitalismo como una sociedad autofágica para enfatizar que, si parece racional y así lo aprehenden los economistas apologéticos, en realidad tiende al exceso ya la autodestrucción. Nancy Fraser, en un libro recientemente publicado, dice que el capitalismo es caníbal porque él, que ahora está en su ocaso, está devorando la democracia, los cuidados reproductivos, así como a las personas y al propio planeta.

Em capitalismo caníbal (Verso, 2022), Nancy Fraser quiere descubrir las fuentes sociales de este destino nefasto y aparentemente inesperado. Se busca, por tanto, encontrar una mejor caracterización del capitalismo contemporáneo que emerge como generador de inseguridad y desesperanza, pues mantiene y agrava un conjunto de impasses humanitarios: deudas impagables, trabajos extenuantes, trabajo precario, violencia racial y de género, pandemias asesinas. , climas extremos, etc., negando en la práctica lo que se había prometido hace al menos dos siglos y medio a través del progreso y la ilustración. Capitalismo caníbal – dice profesor y filósofo en Nueva escuela de investigación social de Nueva York – “es mi término para un sistema social que nos ha traído hasta este punto”.

Si este término fue utilizado por el colonialismo depredador occidental para designar a los africanos negros y, por lo tanto, menospreciar sus sociedades y culturas, ahora parece irónicamente apropiado para referirse a la sociabilidad específicamente capitalista que ha prosperado tan extraordinariamente en Occidente mismo. Sí, esto es una burla. La carne humana no se consume allí, sino solo en un sentido literal. He aquí, va quedando claro incluso para los positivistas –e incluso (implícitamente) para los negacionistas– que este sistema social, para seguir subsistiendo, canibaliza y tiene que canibalizar (en el sentido de depredar) cada vez más familias, comunidades, ecosistemas, bienes públicos, etc

En particular, sin ninguna novedad histórica, la salvaje evolución del sistema del capital corrompe -ahora, de manera decisiva- los bienes comunes más importantes que permiten la existencia de la humanidad. Para captar esta dimensión, Fraser también emplea la metáfora del euroboros, la serpiente que se muerde la cola. Según ella, es una “imagen adecuada, pues resulta ser un sistema que está programado para devorar las bases naturales, sociales y políticas de su propia existencia” –y, por ende, de la existencia humana.

Para Nancy Fraser –y esta es su aportación original– es necesario abandonar radicalmente el economicismo. He aquí, para ella no basta afirmar que la estructura económica sólo determina en último término la superestructura; no basta decir que esta estructura sólo condiciona el modo de ser de las formas institucionales, sociales y culturales que constituyen la sociedad y que estas formas se dan a través de muchos grados de libertad. De otro modo, considera necesario reformular el concepto mismo de capitalismo.

En vez de tomarlo como referido sólo al sistema económico, se debe considerar que aprehende el sistema social de una manera muy integral: “en este libro” –dice– “el capitalismo no se refiere a un tipo de economía, sino a un tipo de sociedad” en la que no sólo se explota a los trabajadores, sino también en la que se apropian los recursos en general, ya sean de la naturaleza o de personas ajenas a la producción y circulación mercantil.

El capitalismo, sí, se basa en la propiedad privada de los medios de producción y en las transacciones a través de los mercados y, por lo tanto, en el trabajo asalariado y la generación continua de más y más plusvalía. He aquí, el circuito D-D-D, que forma la apariencia del modo de producción, es sólo una condición subordinada del circuito D-D-D', que constituye su esencia.

Pero este llamado momento económico no podría existir sin el apoyo de ciertos momentos no económicos, como la expropiación de las fuerzas y materiales de la naturaleza. Pero el capital no solo aprovecha los dones del planeta Tierra; también se vale del cuidado, especialmente de la mujer con los hijos, la casa y los ancianos, bienes públicos siempre proporcionados por el Estado y sus usuarios, la energía, la amistad, el amor y la creatividad social en general. Todo esto es gratis para él, incluso si el costo para otros es inmenso.

Carlos Marx, en manifiesto Comunista, vio el capitalismo como una fuente de progreso disruptivo ante el cual incluso lo sólido se desvanecería en el aire. Pero esta era una perspectiva que sólo pudo sostenerse a mediados del siglo XIX, frente a las extraordinarias transformaciones de la primera revolución industrial, iniciada en la segunda mitad del siglo XVIII. Y esa promesa fue pagada de alguna manera.

En el siglo XXI, sin embargo, el propio progreso de las fuerzas productivas ya se ha revertido en una constante amenaza de retroceso y destrucción, en el que las crisis ya no aparecen como episodios autosuperables de la propia acumulación de capital, de crecimiento económico que se dirige hacia el cielo. como ven los economistas de sistemas. Bueno, lo que tenemos ahora es una crisis orgánica del capitalismo que se manifiesta de múltiples formas, dando lugar a megaamenazas.

“A lo que nos enfrentamos” –dice Nancy Fraser al respecto– “debido a las décadas de financiarización, no es 'solo' un brote de enorme desigualdad, bajos salarios, junto con trabajo precario; no se tiene 'simplemente' una falla en el cuidado y, por lo tanto, en la reproducción social; no se está 'simplemente' en presencia de una crisis de inmigración y una exasperación de la violencia racial; no se trata 'solo' de una crisis ecológica en la que el calentamiento global produce nuevas plagas letales; no se está ante 'sólo' una crisis política asociada al militarismo, al gobierno de hombres fuertes ya las ideologías de extrema derecha; no, tienes algo peor: una crisis general del orden social en su conjunto en la que confluyen todas estas calamidades, agudizándose unas a otras, en fin, amenazando con engullirlo todo”.

El resumen que presenta este último párrafo me parece sumamente relevante porque capta con buena precisión la situación histórica del siglo XXI: debe verse, de paso, que una crisis múltiple como allí se enuncia es mucho más que una crisis repentina. alteración en un curso de evolución que puede ser peor o incluso mejor. Es una imagen que apunta a un eventual fracaso de la civilización humana en algún momento de este siglo decisivo. Sin embargo –hay que recalcar– todo esto no se dio “por las décadas de financiarización”.

Aquí, para empezar, es que la financiarización es un término que parece señalar una anomalía que ha ocurrido en un sistema económico que de otro modo se mantendría saludable. De hecho, como se ha señalado en otros textos, el dominio financiero observado, que se ha prolongado durante cinco décadas en el proceso de globalización -ahora en un movimiento de retracción-, indica que lo que Marx predijo en el Libro III de La capital como tendencia, es decir, la difusión de la socialización del capital, es decir, de la forma colectiva de propiedad del capital.

Así es como – decía en su obra cumbre – “se produce la supresión del capital como propiedad privada dentro de los límites del propio modo de producción capitalista”. Si la propiedad privada de los medios de producción sigue predominando entre las pequeñas y medianas empresas, la propiedad corporativa es totalmente dominante entre las grandes empresas monopolistas, que concentran la mayor parte del capital invertido en la producción y el comercio de bienes (bienes o servicios destinados a mercados). Esto significa que estas empresas, aunque comandadas por líderes industriales y comerciales, de hecho están subordinadas al capital financiero que ahora existe, principalmente en forma de fondos de inversión cerrados y abiertos.

Cabe señalar que no se trata sólo de supervisar el capital industrial por parte del capital bancario y financiero, de examinar la rentabilidad de las empresas industriales que necesitan financiamiento, algo que viene de muy atrás en la historia del capitalismo. No, es mucho más que eso. Actualmente, el segundo interviene en el primero para obligarlo a hacer un esfuerzo cada vez mayor por elevar la tasa de ganancia, algo que se ha denominado “la gestión desde el punto de vista del accionista”. Y esto ocurre porque el capital industrial ya ha perdido gran parte del dinamismo que tenía para aumentar la plusvalía relativa. Es bajo esta presión que las empresas industriales promovieron y siguen promoviendo la tercerización, la precariedad de la mano de obra, la descalificación de productos bajo apariencias y empaques llamativos, etc.

En el primer capítulo, Nancy Fraser busca actualizar su crítica al capitalismo que, según ella, se encuentra en recesión desde el fin de la Unión Soviética. Retoma su concepto de Marx para redefinirlo como tal: he aquí que esta “totalidad en proceso” ya no es progresista y se ha vuelto regresiva; ahora destruye sistemáticamente sus propias condiciones de supervivencia. Por lo tanto, ya no puede pensarse solo como un sistema económico, sino que debe entenderse como un sistema social total; por lo tanto, ya no puede verse como una fuente ambigua de civilización y barbarie, sino única y exclusivamente como un monstruo caníbal.

Se La capital es una obra inconclusa –Marx, por ejemplo, no logró desarrollar el concepto de Estado–, para ella, desconoció las condiciones socioambientales que sustentan el propio sistema económico. De ahí que no aborde temas de género, raza, ecología, poder político como “ejes que estructuran la desigualdad en las sociedades capitalistas”. El segundo capítulo del libro está dedicado íntegramente a mostrar “por qué el capitalismo es estructuralmente racista”. Su argumento es que no solo se basa en la explotación de los trabajadores, sino que también necesita expropiar a las poblaciones no blancas en general, ya sea en el propio centro o en la periferia.

En el tercer capítulo, Nancy Fraser se dedica a explicar por qué las crisis no ocurren solo en el ámbito económico, extendiéndose desde allí al resto de la sociedad solo a través de efectos monetarios. He aquí, la esfera misma de la reproducción social es también un lugar donde ocurren crisis específicas, que también deberían llamarse capitalistas. “El sistema social”, según ella, “está socavando las energías necesarias para mantener a las familias, abastecer el hogar, apoyar a las comunidades, fomentar las amistades, construir redes políticas y forjar la solidaridad”. Cuidar de los demás, argumenta, son actividades esenciales para el mantenimiento de la sociedad, pero están siendo sistemáticamente canibalizadas por un capitalismo que solo se mueve por el lucro.

La ecopolítica y su urgencia son repensadas en el cuarto capítulo. Admitiendo que el tema climático está ahora en la agenda de muchos actores políticos de izquierda, centro e incluso de derecha, asumiendo que el negacionismo está en regresión, aunque lentamente, el autor reseñado aquí argumenta a favor de una perspectiva ecopolítica que es “transambiental”. .” y anticapitalista. La ilusión, mantenida por el movimiento ambientalista, de que es posible superar la crisis ecológica, manteniendo aún el capitalismo, necesita ser desfigurada. Además, este movimiento -según ella- necesita abandonar su unilateralismo e insertarse en el bloque contrahegemónico que lucha por la superación del capitalismo. Bueno, solo salvando a la humanidad se salvará el planeta.

La conciencia de que actualmente nos enfrentamos a una grave crisis de la democracia, o mejor dicho, de la promesa democrática, constituye el tema del capítulo cinco. La idea de que sólo es necesario reformar las instituciones políticas para apoyar mejor al “gobierno del pueblo”, “está atrapada –según ella– en un error que puede llamarse politicismo, en analogía con lo que se llama economicismo”. Ya no es posible profundizar la democracia bajo el capitalismo; la democracia liberal está en continua recesión. El título dado al capítulo aclara su intención de socavar la creencia en la forma de gobierno realmente existente; Fraser se sirve de una exageración retórica para construirla: “Rompiendo la democracia: porque la crisis política es la carne roja del capital”.

Finalmente, en el capítulo seis, esta autora proporciona lo que ella considera “alimento [saludable] para el pensamiento”. Aquí, ella está comprometida en la lucha de Elsa por salvar al sujeto supuesto del sujeto automático históricamente postulado, es decir, por salvar al ser humano del ser devorador que forma un sistema y está centrado en la relación capital. Por ello, discute, entonces, el sentido que debe darse al socialismo en el siglo XXI. “El socialismo también ha vuelto” - ella dice; “Pero, ¿qué entendemos exactamente por socialismo?” Así como ya propuso en su introducción una ampliación del concepto de capitalismo, también propondrá en este último tema de su libro una ampliación del concepto de socialismo.

El socialismo, según ella, no puede ser visto solo como un sistema económico alternativo. En particular, no puede verse ni como una nueva versión del socialismo que realmente no existía en la antigua Unión Soviética ni en la China actual, ni como una versión optimizada de la socialdemocracia. Todo esto debe ser superado. Con este objetivo, así como Fraser amplió el concepto de capitalismo para incluir la reproducción social, Fraser hace lo mismo con el concepto de poscapitalismo. “El socialismo de los nuevos tiempos” –explica– “debe superar no sólo la explotación del trabajo asalariado, sino también la expropiación que sufre el trabajo no remunerado en las actividades de cuidado, bienes públicos, individuos considerados de raza inferior y de la misma naturaleza”.

La crítica a los pseudosocialismos ya se ha hecho y se sigue haciendo. El arrepentimiento del proyecto socialista, además de las fallas que ahora se pueden señalar en los proyectos heredados, sigue siendo deudor principalmente de las generaciones futuras. Y ello –señala Nancy Fraser– no puede continuar en la condición de ser sólo un sueño utópico. No, debe ser muy realista. Debe, además, “encapsular posibilidades reales históricamente emergentes” que coexisten en el modo mismo de sociedad que existe hoy: he aquí, según ella, hay “potenciales para la libertad humana, el bienestar y la felicidad, que fueron colocados por capitalismo anterior al hombre actual, pero que él mismo es incapaz de realizar”.

En este punto es necesario ver que la competencia de capitales por los mercados conforma un sistema de coordinación que, para bien o para mal, funciona globalmente. Si otro modo de producción va a reemplazar al capitalismo, y este cambio es realmente necesario, es necesario establecer otro sistema económico complejo. Y ya no puede depender del dinero, que rerum nervioso de la complejidad capitalista. Sin embargo, necesita resolver el problema de la producción descentralizada de millones de valores de uso diferentes y la distribución del producto social generado a miles de millones de familias de manera eficiente y eficaz. Actualmente existen importantes aportes teóricos en esta dirección, pero no son mencionados por Nancy Fraser.

De todos modos, arriesgando aquí una síntesis final, se dirá que el socialismo del siglo XXI no debe pensarse sólo como formado por “trabajadores libremente asociados” según la fórmula de Marx en el primer capítulo de La capital, sino como una sociedad constituida por “ciudadanos libremente asociados” en una democracia sustantiva, sin discriminación alguna por tipo de actividad, género, color, religión y herencia cultural.

* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de De la lógica de la crítica de la economía política (ed. luchas contra el capital).

 

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