La saga del siglo XXI

Imagen: Elyeser Szturm
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por Luis Carlos de Freitas*

Tenemos que enfrentar el hecho del agotamiento del capitalismo, del actual modo de vida depredador, si queremos un orden social más democrático e igualitario

La saga de los siglos XIX y XX fue construir una serie de válvulas de seguridad que permitieran al capitalismo impulsar las contradicciones estructurales que -como ya han señalado varios autores (Immanuel Wallerstein, David Harvey, István Mészáros y otros)- forman parte de su formación Social.

A fines del siglo XX, estas válvulas ya eran incapaces de seguir manejando los efectos de estas contradicciones y lo fueron aún más bajo la hegemonía neoliberal. En 20 vivimos la gran crisis del siglo con el colapso de la economía virtual. En 2008 estamos experimentando el colapso de la economía real. Juntos muestran que sin el Estado, el propio capitalismo se tambalea, ya sea en términos de economía virtual o real.

Tampoco debemos esperar que, pasada la tormenta, los neoliberales y los “libertarios” revisen sus posiciones. Cuando pase lo peor, insistirán en que tal implicación estatal debe ser sólo temporal y abogarán por volver a las tesis de la austeridad y el Estado mínimo hasta el próximo estallido de la crisis latente, continuando la laboriosa tarea de hacer pagar a los trabajadores las crisis de una forma u otra.

El capitalismo lucha en un intento de encontrar una salida para sí mismo que no existe. El despliegue de este conjunto de contradicciones nos conducirá –con o sin “revolución social”– a otra forma de vida, que puede ser mejor o peor que la actual (Wallerstein). Estamos en peligro de que el sistema implosione bajo el peso de sus propias contradicciones, y no podemos darnos el lujo de esperar.

Mientras tanto, el radicalismo reaccionario tiende a tomar fuerza como una forma de encontrar una salida a base de arrojar al mar a los abandonados por el Estado, las víctimas del propio sistema. El mecanismo de justificación del proceso es, como ya se ha visto en varios países, la rendición de cuentas personal, que releva de responsabilidad al Estado y amortigua la vergüenza colectiva.

Uno de los conceptos erróneos del espectro de fuerzas de derecha es pensar que si se elimina a los “izquierdistas”, el futuro del capitalismo está asegurado. Los “izquierdistas” son solo un reflejo de las contradicciones. Otro error frecuente, esta vez en algunos grupos de izquierda, es pensar que el futuro está garantizado por el desarrollo de las fuerzas productivas que irán remplazando paulatinamente al modelo actual.

La crisis estructural avanza independientemente de lo que pensemos. Es importante prestar atención a esto porque aumenta nuestra responsabilidad sobre qué orden social debe surgir en el poscapitalismo. Abandonado al azar por las fuerzas de derecha, podría ser peor que el actual. La derecha está construyendo ahora las bases de su alternativa, bajo la batuta de las fuerzas liberales más radicales: el neoliberalismo y el libertarismo.

En otras palabras, el agotamiento y sustitución del capitalismo es un hecho que tendremos que afrontar si queremos un orden social más democrático e igualitario. Tenemos que garantizar su construcción a través de la organización de un gran movimiento social a escala mundial que luche por ella (Wallerstein). Tenemos que ser conscientes de que el sistema capitalista está experimentando sus límites operativos (Robert Kurz, François Chesnais, Immanuel Wallerstein). En muchos aspectos (especialmente en lo que respecta al medio ambiente) este límite ya se ha alcanzado. Y en el curso de este proceso, podemos caminar tanto hacia la barbarie como hacia una civilización de orden superior. Esta es la saga del siglo 21. Este es el mensaje básico del virus: la actual forma de vida depredadora está agotada.

Durante los últimos 40 años, el neoliberalismo y el libertarismo han pretendido destruir los espacios públicos que pudieran movilizarse a favor de la construcción de una nueva forma de vida y han profundizado las condiciones de vida de una cultura sociopolítica centrada en la meritocracia y la responsabilidad personal. Un sálvese quien pueda que hace que las élites se sientan cómodas para cuidar sus intereses en medio de las crisis. Nada nuevo, por tanto, en las actitudes del actual gobierno, que aboga por la continuidad de las actividades económicas en medio de una pandemia.

Este es otro ejemplo flagrante que debe servirnos para anticiparnos a nuestra movilización por una nueva forma de vida, en lugar de ser impulsados ​​por el dolor, ante el inexorable agotamiento de este sistema histórico. Lamentablemente, en este momento de pandemia, será por el dolor.

El virus que nos golpea no era impredecible. Se descuidó porque el modelo de explotación de la salud es mercantil y se basa en la venta de medicamentos y no en la prevención. En 2015, Bill Gates vaticinó la posibilidad de este virus a partir de una comparación con el virus del Ébola, que simplemente no llegó a toda la humanidad porque tenía características que dificultaban y retrasaban su velocidad de difusión, permitiendo que la ciencia actuara a tiempo. Como estamos viendo, si bien la ciencia puede venir en nuestra ayuda, la pregunta es: qué tan rápido y en cuánto tiempo puede superar el desequilibrio sistémico.

Hoy es un virus, mañana aparecerán otras caras del desequilibrio global. Monbiot explica en un artículo en The Guardian que, además de la pandemia de hoy, se están gestando otros desastres: los alimentos y los antibióticos, son un ejemplo. Él dice: “En su próximo libro, Nuestro aviso final, Mark Lynas explica lo que es probable que suceda con nuestro suministro de alimentos con cada grado adicional de calentamiento global. Él piensa que el peligro extremo se activa en algún lugar entre 3C y 4C por encima de los niveles preindustriales. En ese momento, una serie de impactos interrelacionados amenazan con enviar la producción de alimentos a una espiral mortal”.

Continúa: “En lugares donde se amontonan grandes cantidades de animales de granja, los antibióticos se usan de manera profiláctica para prevenir brotes de enfermedades inevitables. En algunas partes del mundo, se usan no solo para prevenir enfermedades, sino también para acelerar el crecimiento. Rutinariamente se agregan dosis bajas al alimento: una estrategia que difícilmente podría estar mejor diseñada para desarrollar resistencia bacteriana”.

Como dice el autor: “el dinero se ha vuelto más importante que la vida”.

A esta lista podemos agregar la liberación indiscriminada, por centenares, de plaguicidas que están contaminando la tierra y las personas, provocando enfermedades y la destrucción que promueven los procesos productivos asumidos por la agroindustria.

El MST, que tiene el pulso de lo que sucede en el campo, lo ha denunciado sistemáticamente y, más que eso, ha buscado construir concretamente un proceso sociopolítico alternativo de vida. No es necesario que inventemos utopías “comunitarias” para saber hacia dónde ir, basta mirar los movimientos sociales y sus prácticas colectivas y solidarias, donde se gesta otro patrón de humanidad. Lo que nos dice el mensaje del virus es que nuestra forma de vida está obsoleta. Persistir en ello solo traerá más dolor para la mayoría.

La gente de “negocios” sale a la calle en caravanas cómodas y seguras contra el aislamiento social en medio de la pandemia y el presidente camina por las calles de Brasilia amenazando con decretar la vuelta al trabajo. Personas que valoran la vida, defienden desde balcones y ventanas, como pueden, la solidaridad y el colectivo.

Esta pandemia es solo uno de los grandes eventos que los jóvenes presenciarán en este siglo en la larga trayectoria de superación del modo de vida capitalista –esto sucederá ya sea a través de la movilización proactiva, o en su omisión, a través del dolor- pero será inevitable . Y es saludable observar que en este momento la pandemia logra sacar a relucir a escala mundial un sentimiento de solidaridad y cuidado colectivo, un sentimiento gregario que va más allá de grupos individualistas y “empresarios”.

Esto demuestra que existe una base que se puede movilizar en la dirección de incidir en los largos y dramáticos procesos que nos pueden conducir, aún en este siglo, a un nuevo orden social más democrático e igualitario. Hay esperanza. Pero, ¿escucharemos el mensaje del virus?

* Luis Carlos de Freitas es profesor jubilado de la Facultad de Educación de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp).

Artículo publicado originalmente en tu blog.

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