La revolución anticolonial en México

Imagen: Ricardo Esquivel
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por RONALD LEÓN NÚÑEZ*

La experiencia mexicana es una de las pocas en que la lucha anticolonial tomó los contornos de una lucha entre clases y no entre sectores de las clases acaudaladas.

El Virreinato de Nueva España fue la posesión colonial más valiosa de Madrid. En el siglo XVIII, la producción de plata saltó de 5 millones de pesos en 1702 a un máximo de 27 millones en 1804. Las minas mexicanas produjeron el 67% de toda la plata de América. Guanajuato fue el principal productor mundial, aportando un total anual equivalente al 17% de los metales preciosos del continente. La ruta comercial Manila-Acapulco-Manila unía el mundo hispano con Oriente. No es exagerado argumentar que España tenía más que perder en México que en cualquier otro lugar de las Américas. Este hecho, sumado a las características de la insurrección separatista mexicana, explica la determinación -y la crueldad- con que operó la represión monárquica.

La minería y la obscena desigualdad en la propiedad de la tierra llevaron a la concentración de la riqueza privada en manos de las oligarquías peninsulares y locales. La Iglesia Católica era un poderoso terrateniente, prestamista y recaudador de impuestos. La mayoría de la población, sin tierra y desempleada, sobrevivió en la miseria. Entre 1720 y 1810, México sufrió diez crisis agrarias donde la escasez de maíz y la especulación de precios llevaron a una hambruna atroz. Si, en 1790, un faneg de maíz[i] costaba entre 16 y 21 reales, el precio de la misma medida en 1811 subió a 36 reales. Las masas indígenas y mestizas, que correspondían al 82% de la población, fueron encarceladas en una situación de barbarie. El hambre, la humillación y la desesperación provocaron su entrada en la escena política. El dominio colonial fue alimentado por esta desigualdad social. Según el historiador hispano británico John Lynch: “México era una colonia pura. Los españoles dominaron a los criollos[ii], estos dominaron a los naturales, y la metrópolis explotó a los tres…”[iii].

Como en el resto del continente, el derrumbe de la monarquía hispánica en 1808 exacerbó los intereses autonomistas de sectores locales de la burguesía y la pequeña burguesía, incluidos miembros del bajo clero y cuadros medios de la milicia. Si bien formaban parte de la institucionalidad colonial, estos sectores estaban ansiosos de ascender socialmente y tenían un contacto más cercano con las dificultades del pueblo. No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran las primeras conspiraciones contra la metrópoli.

El 16 de septiembre de 1810, en el pueblo de Dolores, el padre Miguel Hidalgo y Costilla hizo un llamado a los indígenas y mestizos a levantarse contra el “mal gobierno” de las autoridades virreinales. La Conspiración de Querétaro -en la que participó junto a los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama- había sido descubierta. Sus miembros tuvieron que actuar rápidamente. En medio de la confusión, el párroco de Dolores no dudó en acudir a las misas. Convocó a sus fieles y, según la tradición, exclamó: “Viva América, viva Fernando VII, viva la religión y que la gachupines[iv] ¡morir!". Todavía se debate si habló de independencia, pero el significado de su llamado a la rebelión chocó frontalmente con el poder colonial y sus asociados. criollos. Un contingente de descontentos inició una marcha armada hacia la capital. El propio Hidalgo no podía imaginar la dinámica que asumirían las fuerzas sociales que acababa de convocar.

En los primeros días de la rebelión tomaron San Miguel el Grande y Celaya. El 23 de septiembre llegaron a Guanajuato más de 23 rebeldes. Cinco días después, las tropas reales y las familias de los nobles españoles fueron alojadas en un almacén de trigo conocido como el Alhóndiga de Granaditas. La turba ocupó el lugar y mató a cientos de españoles. Guanajuato fue saqueado. El 17 de octubre los insurgentes entran en Valladolid. A finales de ese mes, cuando aparecieron en las inmediaciones de la Ciudad de México, las fuerzas rebeldes sumaban alrededor de 80 combatientes. Se estima que el 60% de los insurgentes eran campesinos pobres y un semiproletariado agrícola eminentemente indígena. No tenían entrenamiento militar y pocos tenían más que arcos y flechas, lanzas, machetes y piedras.[V].

En la batalla del Monte de las Cruces, el ejército insurgente derrotó a las tropas enviadas por el virrey Francisco Xavier Venegas. La capital, casi desprotegida, estaba ante los ojos de los rebeldes. El capitán Allende insistió en avanzar. Pero el padre Hidalgo tomó una decisión que los historiadores aún debaten. Ordenó retirarse al Bajío, la región que había dejado en septiembre. Un error histórico. Una vacilación fatal no sólo para la fase más avanzada de la revolución, sino para él mismo. La insurgencia nunca más retomaría la ofensiva.

Los realistas persiguieron a una facción rebelde confundida y en retirada, que fue alcanzada el 7 de noviembre y derrotada en la Batalla de Aculco. El 17 de enero de 1811, un ejército de más de 100 milicianos -el mayor contingente militar reunido en suelo mexicano desde la conquista europea- fue destruido en la Batalla de Puente Calderón. Ante el desastre, Allende destituyó a Hidalgo del mando militar.

El 21 de marzo de 1811, en plena retirada, Hidalgo y todo el ejército insurgente cayeron en una trampa y fueron capturados. El cura de Dolores fue sometido a un doble juicio, eclesiástico y militar. El Tribunal de la Santa Inquisición lo acusó de herejía, apostasía y sedición. El juicio militar lo condenó a muerte por alta traición. En la madrugada del 30 de junio fue ejecutado. Los realistas asomaron la cabeza, junto con las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, en la esquina de Alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron durante diez años.

Un breve análisis del programa y la dinámica de clases permite comprender mejor el auge y la caída de esta primera campaña de la guerra anticolonial en la Nueva España.

Hidalgo parecía ser consciente de que el movimiento no tenía otra base social que la que pudieran aportar las masas campesinas e indígenas. En este sentido, el cura de Dolores dictó una serie de medidas que, si bien carecía de las condiciones para llevarlas a cabo, pretendían deslindar el carácter de clase de la revuelta armada y, de esta forma, unir sus tropas y reclutar más adeptos entre los pueblo llano: abolió el tributo que pesaba sobre los naturales; abolió la obligatoriedad del papel sellado; eliminó las restricciones a la producción de pólvora; en cuanto al problema agrario, ordenó la devolución de tierras pertenecientes a comunidades indígenas para ser utilizadas para el cultivo; además, ordenó a los jueces cobrar de inmediato el monto adeudado por los arrendamientos de dichas tierras y determinó que ningún indígena podría ser obligado a arrendar sus parcelas[VI]; finalmente, abolió la esclavitud, bajo pena de muerte: “… todo dueño de esclavos deberá darles la libertad dentro de diez días, bajo pena de muerte, que se aplicará por la transgresión de este artículo”[Vii].

En Aguacatillo, el padre José María Morelos y Pavón, comisionado por Hidalgo para encabezar la rebelión en el sur, eliminó castas: “con excepción de los europeos, todos los demás habitantes no serán identificados como indígenas, mulatos u otras castas, sino todos como los estadounidenses en general”; eliminó los tributos: “nadie pagará tributo, ni habrá esclavos de ahora en adelante, y todos los que los tuvieren serán castigados”; perdonó las deudas de cualquier nativo: “todo americano que deba cualquier cantidad a los europeos no está obligado a pagarla; y si sucede lo contrario, el europeo estará condenado a pagar con el mayor rigor”; y dictó que los puestos públicos fueran ocupados únicamente por estadounidenses[Viii].

Tales medidas han hecho que incluso el criollos con fuertes tendencias autonomistas se opuso a la revolución y se puso abiertamente del lado del gobierno colonial. El avance de las “hordas de indígenas” -considerados como vagabundos y borrachos por los blancos-, que en cada ciudad dejaron huella de matar peninsulares, confiscar propiedades, saquear, introducir la ejecución sumaria de enemigos de la revolución, etc., causó (con razón) un pavor completo entre la mayoría criollos.

En efecto, el ejército de Félix María Calleja, el brigadier español que derrotaría a Hidalgo y luego sería nombrado virrey, no solo fue financiado en gran parte por dueños de minas en San Luis Potosí y Zacatecas, sino que también contó con una gran cantidad de oficiales criollos.

Esta dinámica de clase llevó la revolución a un extremo más allá de las intenciones de Hidalgo, por no hablar del moderado Allende, que provenía de una rica familia de comerciantes.

Seis de los nueve hombres que encabezaron el tribunal que condujo a Hidalgo a la horca fueron criollos. Esta es una lección histórica importante, que dice mucho sobre la composición de las burguesías nacionales de hoy. Los realistas nunca hubieran podido derrotar este capítulo de la revolución -y mantener a México como colonia por una década más- sin el apoyo de un fuerte sector de criollos propietarios, aterrorizados por la insurrección de "gente sin razón". En otras palabras, muchos estadounidenses ricos temían la anarquía de la "chusma" más que sus colonos europeos. Entre “la nación” y sus propiedades, eligieron lo segundo.

La ejecución de Hidalgo debe servir de lección para que el pueblo no olvide su lugar. Los realistas pensaron que este castigo ejemplar sería el fin de tanta insolencia. En realidad, fue el principio de su fin. La revolución no había sido derrotada. El legado de Dolores – A pesar de los graves errores militares de Hidalgo y su arrepentimiento cristiano antes de ir al muro[Ex] – permaneció vivo en miles de campesinos, trabajadores rurales y mineros de indígenas y otras castas. Una red de grupos guerrilleros, bajo el mando de caudillos militares, continuaría hostigando al poder colonial: Ignacio Rayón; Manuel Félix Fernández; Vicente Guerrero; los Matamoros; la familia Bravos. Además, había un nuevo líder dispuesto a continuar la lucha sobre nuevas bases: el padre José María Morelos.

Este reorganizó un ejército menos numeroso, pero mejor preparado. Entre 1812 y 1813 logró dominar ciudades como Oaxaca, Cuautla y Acapulco. Morelos elaboró ​​un programa político que preveía la independencia -prescindiendo de la mención de Fernando VII y negando la autoridad de las Cortes de Cádiz-, la abolición de las distinciones de casta y la división de las grandes propiedades, especialmente las pertenecientes a la Iglesia.

El famoso documento titulado Sentimientos de la Nación, presentado en el Congreso de la Anáhuac, responde a dos problemas fundamentales: “que América sea libre, independiente de España y de cualquier otra Nación, Gobierno o Monarquía”[X]; y “que sea prohibida para siempre la esclavitud, y asimismo la distinción de castas, permaneciendo todas iguales”[Xi].

Un documento atribuido a Morelos establece medidas que expresan el choque de clases durante la revolución: “Deben considerar como enemigos de la patria y vinculados al partido de la tiranía a todos los ricos, nobles y empleados de primer orden, criollos y gachupines, porque todos tienen sus vicios y pasiones autorizados por el sistema y la legislación europea [...] la primera diligencia es descubrir los ricos, nobles y funcionarios que hay, para despojarlos de una vez de todo el dinero y bienes que poseen, distribuyendo la mitad de su producto entre los vecinos pobres de la misma población, a fin de captar la voluntad del mayor número, reservando la otra mitad para el fondo militar”[Xii].

Sin embargo, los sectores criollos Los más poderosos no querían la independencia en estos términos. Aislado, Morelos fue capturado, condenado a muerte y fusilado en diciembre de 1815. La insurgencia permaneció activa, aunque dispersa y muy debilitada, limitada a tácticas guerrilleras. La independencia se lograría en 1821 a través del Plan Iguala, apoyado por el llamado Ejército de las Tres Garantías: la religión católica, la independencia y la unidad entre los bandos beligerantes. La separación de la metrópoli se logró sobre la base de la derrota de la insurrección popular, y este hecho imprimió su impronta conservadora. Iturbide, un ex oficial de Calleja, estableció un gobierno monárquico, protector de la propiedad oligárquica y los privilegios de los militares y eclesiásticos. Incluso llegó a invitar al rey Fernando VII oa algún otro príncipe europeo a ocupar el trono.

El caso de México es particularmente significativo para la conocida discusión sobre el grado de participación popular en la independencia. El pueblo llano abrazó la causa de la independencia no en el sentido que le dio la literatura patriótica posterior, sino cuando identificó esta tarea con su redención social, es decir, con la posibilidad concreta de mejorar sus condiciones de existencia. Además de la independencia, luchó por la tierra, por el pan, por el fin de las relaciones serviles y esclavistas, a pesar de las innumerables vacilaciones y traiciones de sus líderes burgueses o pequeñoburgueses.

La experiencia mexicana, al menos en sus inicios, es una de las pocas en las que la lucha anticolonial tomó los contornos de una lucha de clases y no entre sectores de las clases acaudaladas. Indígenas, negros esclavizados, peones y otros sectores dominados de la sociedad colonial dirigieron sus acciones -y su furia- contra todos sus explotadores, sin distinción entre peninsulares y nacidos en América. Los ecos de esta empresa liberadora resonarían un siglo después, en el estallido de una nueva revolución.

*Ronald León Núñez es doctor en historia económica por la USP. Autor, entre otros libros, de La guerra contra el Paraguay a debate (sunderman).

Traducción: marcos margarido.

Publicado originalmente en el diario Color ABC.

Notas


[i] Una faneg de maíz pesa aproximadamente 65 kilos.

[ii] Criollo es el nombre general dado a los descendientes de españoles nacidos en América durante la colonización española.

[iii] John Lynch: Las Revoluciones Hispanoamericanas [1808-1826], Barcelona, ​​Ariel, 1976, p. 330.

[iv] Término despectivo para el nombre de los españoles en México.

[V] Gisela von Wobeser. Los Pueblos Indígenas y el Movimiento de Independencia. Estudiar Culto. Náhuatl, México, v. 42, págs. 299-312, agosto de 2011.

[VI] René Cárdenas (1810-1821). Documentos Básicos de la Independencia, México. Comisión Federal de Electricidad, 1979, pág. 210.

[Vii] Disponible: https://es.wikisource.org/wiki/Decreto_contra_la_esclavitud,_las_gabelas_y_el_papel_sellado_(Miguel_Hidalgo)

[Viii] Miguel Hidalgo: Decreto contra la esclavitud, los frontones y el papel sellado, 6/12/1810. Disponible en: José María Morelos: Bando de supresión de las castas y la esclavitud. Disponible: https://constitucion1917.gob.mx/work/models/Constitucion1917/Resource/263/1/images/Independencia02.pdf

[Ex] El 18 de mayo de 1811 escribió: “…La noche de tinieblas que me cegaba se ha convertido en día claro, y en medio de mis justos encarcelamientos se me presenta como Antíoco, tan perfectamente como los males que he hecho a América […] Veo la destrucción de este suelo que he labrado, la ruina de las riquezas que se han perdido, la multitud de viudas y huérfanos que he dejado, la sangre tan profusa y temerariamente derramada: Y lo que no puedo decir, sin desmayar, la multitud de las almas que, siguiéndome, estarán en el abismo".

[X] El 6 de diciembre de 1813 se firmó el Acta Solemne de la Declaración de Independencia de América del Norte.

[Xi] José Morelos: Sentimientos de la Nación, 14/09/1813. Disponible: http://bicentenarios.es/doc/8130914.htm

[Xii] Ernesto Lemoine: Documentos del Congreso de Chilpancingo, enumera entre los papeles del caudillo José María Morelos, sorprendido por los realistas en la acción de Tlacotepec el 24 de febrero de 1814. México DF, Talleresográficas de México, 2013, pp. 204-205.

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