por JOÃO SETTE WHITAKER FERREIRA & ANDRÉ KWAK*
No hay nada, en el escenario urbano brasileño, que permita la esperanza, excepto para aquellos que tienen el privilegio de vivir en los ricos territorios de las ciudades
Nos dirigimos hacia la barbarie. Hay retrocesos en todos los campos: el paro, la desesperanza, el regreso de la pobreza, todo ello profundizado por una pandemia que, como era de esperar, afecta drásticamente a los más pobres. Y este escenario se materializa en las ciudades, escenario de nuestra tragedia social: personas sin hogar expuestas a la muerte por el frío, personas con techos precarios expuestas a la imposibilidad del aislamiento, personas con trabajos precarios u obligados a trabajar expuestos a la transmisión del Covid, víctimas de prejuicios de color y de género, expuestos a la violencia cotidiana, a balas perdidas que en realidad tienen un destino determinado: los más pobres, los negros, que viven en el ambiente indigno de las favelas, resultado de siglos de urbanización cuya característica funcional es la segregación. No hay nada, en el escenario urbano brasileño, que permita la esperanza, excepto, evidentemente, para quienes tienen el privilegio de vivir en los ricos territorios de nuestras ciudades.
Esta lógica urbana no permitirá que la cuerda de las tensiones sociales se estire dentro de los límites de lo soportable. Por cierto, lleva tiempo roto, pero las capas superiores tardan en verse afectadas. En muchas de nuestras metrópolis ya hemos sido testigos de la implosión de la barbarie: extensos territorios controlados por la delincuencia, bastiones de riqueza que parecen fortalezas militarizadas, transporte colapsado, miseria a plena luz del día, sin contar que en un país que se jacta de estar entre las economías más grandes del mundo, todavía tenemos un nivel de provisión de servicios básicos -especialmente saneamiento- digno de los países más atrasados del mundo.
Mucha gente cree que sólo el crecimiento económico es capaz de alterar este perverso patrón estructural urbano. No es. Por el contrario, nuestro dinamismo económico se traslada a la zona urbana en forma de soluciones individuales de confort y calidad de vida, nunca colectivas, y el dinamismo del consumo, por el contrario, agudiza los problemas: más coches, más contaminación y la enfermedades vinculadas a ella, más condominios cerrados que renuncian a la calle y al espacio público, más cercas, más plusvalía inmobiliaria descontrolada y, en consecuencia, aumento de la expulsión de los más pobres hacia las periferias.
La ciudad de São Paulo pasó por un intento de reorganización hacia una mayor democracia social y espacial. En 2014 se aprobó un Plan Director, que posteriormente fue adjudicado por la ONU, demostrando sus cualidades y su alineamiento con lo propuesto internacionalmente para combatir la desigualdad urbana. Sin embargo, en Brasil estamos lejos de tener un Estado con capacidad normativa que nos permita esperar mucho de los planes e instrumentos de planificación. El Plan Maestro de 2002, por ejemplo, aprobado durante el gobierno de Marta Suplicy, estuvo archivado durante ocho años durante el gobierno de Kassab, sin que pasara nada.
El nuevo plan 2014, aun así, mostró un avance considerable, al lograr un pacto de mínimos para comenzar a reducir la lógica desigual y segregadora, y generar una regulación mínima del mercado inmobiliario, que ve a la ciudad solo como un escenario de negocios. Sin embargo, como el patrón en Brasil es de urbanización de privilegios, en el que sólo algunas secciones “nobles” del territorio son objeto de reiteradas y exclusivas inversiones públicas urbanas, cualquier intento de organizar más democráticamente las ciudades significa confrontar estos privilegios. El problema es que son precisamente los privilegiados quienes alimentan, consumiendo productos cada vez más sofisticados y exclusivos, la máquina de hacer dinero del mercado inmobiliario. Por ello, casi siempre los planes y otras intervenciones públicas encaminadas a reducir la desigualdad y frenar los privilegios son inmediatamente cuestionados por el sector privado, cuando no archivados por las administraciones que lo representan, como sucedió con el plan de 2002.
En el caso del nuevo plan de 2014, sin siquiera haber sido implementado en sus aspectos más estructurales (como la construcción masiva de carriles bus estructurales, a lo largo de los cuales se permitiría una densidad constructiva y de población vinculada al transporte público), aumenta la presión del mercado por que sea “revisada”, y el Ayuntamiento, una vez más, se alinea con este sector que tan generosamente financió su campaña. En medio de la pandemia, sin ninguna posibilidad de participación social real (no estamos hablando de simulacros de participación), que exige la ley, y cuando los objetivos obviamente deberían ser otros, encaminados a frenar los terribles impactos de la pandemia o Al menos, tratando de iniciar la implementación efectiva de muchos aspectos que aún no han sido tocados por el plan, el Ayuntamiento se mueve con fuerza para imponer tal “revisión”. Pero lo que ves es una acción coordinada que esconde un intento de hacer cambios que no tienen nada que ver con la “revisión”, sino que promueven cambios en los obstáculos que impiden que el mercado haga lo que ve como el único objetivo de la ciudad: la ganancia. La pregunta es: ¿a qué grupos sociales y económicos les interesa la revisión en plena pandemia, con baja participación popular? ¿Y cuáles son los posibles cambios en la ley que afectarían la vida de las personas, especialmente de las familias más pobres?
Simplemente siga los objetivos de la “revisión” deseada en los medios y aparecerán las respuestas. En general, se agudiza la presión para poder construir más, siempre más, verticalizando el núcleo de los barrios (proceso que controlaba el plan), recorriendo regiones ya consolidadas, con casas tradicionales. El mercado justifica este movimiento diciendo que democratiza la ciudad, ya que ofrece más áreas residenciales en regiones con infraestructura, evitando así la expansión hacia la periferia. Esta es una manipulación ideológica de un discurso pseudodemocrático. Densificar la ciudad en el centro ampliado, con más y más edificios, solo traería una democratización real si estos edificios fueran destinados a la población de bajos recursos, segregada y excluida, que vive en el exilio en las afueras de la ciudad. Pero no se trata de eso. El mercado quiere construir y expandirse con proyectos de altos ingresos, que sean rentables. Son edificios con enormes departamentos y poca gente viviendo en ellos, generando poca densidad habitacional y, en la práctica, acaban destruyendo tradicionales townhouses de clase media para reemplazarlos por lujosos condominios amurallados.
El mercado quiere bajar el Bono Oneroso, un impuesto que debe pagar toda edificación que se construya en la ciudad, y cuyos recursos se reinvierten en la construcción de vivienda asequible, infraestructura urbana y movilidad urbana. Ahora bien, el Plan Director estipulaba un reajuste anual, pero los montos pagados por los desarrolladores están considerablemente desfasados, y hasta el día de hoy, desde que se puso en marcha el plan, en 2014, solo se ha realizado una actualización, en 2019, que incrementó la valores en un 2%, cuando la variación del IPCA entre diciembre de 2014 y diciembre de 2020 fue de 36,97%. Si es para “revisar”, debe reajustarse, no reducirse.
Otras razones para la deseada “revisión” se relacionan con obstáculos como las limitaciones en la altura de los edificios en el corazón de los barrios, el tamaño de los departamentos y el número de estacionamientos en los edificios a lo largo de los corredores de autobuses (una iniciativa del plan para incentivar la densificación cercana al transporte público, reducción de la dependencia del automóvil), control de la ocupación de Zonas de Especial Interés Social, destinadas a vivienda social pero objeto de deseo para la construcción de desarrollos de alto ingreso, fiscalización de inmuebles en desuso en la región centro, con fines especulativos (y cuya notificación prácticamente ha cesado desde 2017), etc.
Las acciones para reducir los recursos pagados al Ayuntamiento y para acceder a terrenos públicos bien ubicados (como el terreno donde se encuentra el DETRAN-SP, entre otros) también corren fuera del plan en el ámbito de los PIU - Intervención Urbana Proyectos, que modifican las leyes y parámetros en amplias zonas de la ciudad. Hay más de cuarenta proyectos de ley en la Cámara relacionados con las UIP. Uno de ellos, el PL nº 712/2020, establece nuevos valores para el denominado factor de planificación, utilizado para calcular el importe a pagar, proponiendo una reducción que en algunas manzanas de la zona centro llega hasta el 90%. En la misma lógica, a principios de junio, el Ayuntamiento redujo en un 35% los montos de CEPACS a pagar en la Operación Urbana Água Branca, sin presentar los cálculos necesarios para evidenciar la reducción de montos que se mantuvieron sin cambios desde 2013, y que deberían haber tenido , por el contrario, un reajuste de más del 52%.
Todo ello se da en un escenario en el que el Ayuntamiento intenta visiblemente reducir la participación popular en los procesos de toma de decisiones sobre la urbanización de la ciudad, garantizado en el CF de 1988, en el Estatuto de la Ciudad de 2001 y en el propio Plan Director, que podía hacer frente a tantos privilegios. Los Consejos Participativos fueron vaciados, al mismo tiempo que los grupos económicos que fueron los principales valedores de la campaña electoral de Bruno Covas en 2019 aumentaron visiblemente su influencia directa en la alcaldía. Así, vemos una posición privilegiada de los representantes del capital inmobiliario en la Secretaría de Licencias Municipales, que recientemente nombró, en marzo, únicamente a representantes del capital inmobiliario como integrantes de su Comité Directivo.
Como se puede apreciar, hay mucho más que una simple “revisión” en los movimientos que hemos visto en torno al Plan Director. Y lo que está claro es que no les interesa en absoluto la dramática condición de nuestra ciudad, y mucho menos el necesario y radical cambio en la lógica de nuestra urbanización que, hoy, segrega y mata a una parte considerable de nuestra población. La barbarie no es una preocupación. Lo que importa es la búsqueda de ganancias.
*João Sette Whitaker Ferreira es profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la USP (FAU-USP).
*André Kwak es estudiante de doctorado en Planificación Urbana y Regional de la FAU-USP.