por WALNICE NOGUEIRA GALVÃO*
Y todo este tiempo la gente se preguntaba: “¿Y la Marsellesa? ¿Y la Marsellesa”? Como era de esperar, se tocó y cantó con entusiasmo en el atrio exterior de la iglesia, cerrando las festividades.
Nadie lo diría, pero allí Notre-Dame resucita como el ave fénix de sus propias cenizas. Nuevo reluciente, reluciente en todos sus colores restaurados, ahora en funcionamiento.
Para quienes lo recuerdan, fueron necesarios cinco años de arduo trabajo. Los recursos provinieron de donaciones de todo el mundo, de contribuciones oficiales y privadas. Los nombres de todos se recuerdan en un mural dentro del templo. En total, la obra costó cerca de mil millones de dólares. En la propia Francia se lanzó una campaña pidiendo a cada ciudadano que ofreciera 1 euro, por lo que recibían como garantía una moneda de 1 euro acuñada con la efigie de Notre-Dame (yo tengo una).
La reapertura consistió en ceremonias religiosas y seculares, que duraron dos días.
Mientras que el segundo día estuvo ocupado por dos misas solemnes de acción de gracias, el primer día se dedicó a alternar ceremonias mixtas religiosas y seculares. La combinación es el resultado de un acuerdo entre caballeros, según el cual el presidente, deseoso de pronunciar un discurso, intervino el primer día en el centro de una misa, forzándola a pasar como un simple "rito litúrgico". Pero al final todo salió bien.
El corazón del espectador ya se estaba hundiendo cuando el báculo del arzobispo de París golpeó tres veces la gigantesca puerta cerrada, exigiendo la entrada. Mientras tanto, el presidente, su esposa y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, esperaban afuera, haciendo fila bajo el intenso frío.
Una vez abierta la puerta, ingresaron las autoridades.
Pronto se vio a Donald Trump en el lugar de honor, en primera fila, a la derecha de Emmanuel Macron. Por supuesto, él es el que manda... Estuvieron presentes 40 jefes de Estado, incluidos ex presidentes franceses como Nicolas Sarkosy y François Hollande.
Entre aplausos ensordecedores desfilaron los bomberos del barrio, que pasaron las noches para evitar que el fuego se extendiera por la catedral, para salvar lo que aún estaba intacto. Mientras tanto, las vigas de madera del techo se incendiaron y colapsaron, mientras que el revestimiento de plomo se derritió y goteó formando charcos ardientes en el suelo. Era necesario ser ágil para no morir mientras brindaban asistencia. Con pasos marciales y uniformes rojos, de dos en dos, formaban un hermoso espectáculo en la iglesia.
Luego vino una gran delegación de restauradores. No todos, porque eran 2.000, pero sí un gran comité de mujeres y hombres, vestidos con sobriedad. Eran –y Emmanuel Macron leyó la lista de oficios– marmolistas, ebenistas, vidrieros, vidrieros, cerrajeros, profesiones incluso más comunes como diseñadores, pintores, escultores, albañiles, carpinteros y ebanistas.
Recibieron una tormenta de aplausos. Todos sus 2.000 nombres estaban inscritos en un pergamino colocado dentro de una caja de acero, que estaba colocada encima de la hermosa flecha gótica tallada, una flecha que se inclinó y cayó ante las lágrimas de los espectadores cuando el incendio ya estaba en marcha. Fue restaurado y ahí está de nuevo, un adorno en el cielo de París.
Había un número de canción con los hermanos Capuçon, ambos muy populares en Europa, uno al violonchelo y el otro al violín. Como era el primer número, el público dudó, sin saber si podían o no aplaudir en un espacio sagrado. Pero ese día pude... Llamaron al Pasacalle, por Händel.
El segundo día comenzó con dos misas solemnes con Te Deum, uno por la mañana y otro por la tarde, manteniéndose una serie de presentaciones en las siguientes horas. Fueron los primeros abiertos al público. Por la noche hubo un concierto, a cargo del venezolano Gustavo Dudamel. Entre muchos otros, el violonchelista Yo Yo Ma, el pianista Lang Lang y la soprano sudafricana Pretty Yende, que cantó Amazing Grace.
Y todo ello acompañado del órgano de cinco teclados y ocho mil tubos que afortunadamente sobrevivió ileso, tocado por uno de sus tres organistas oficiales. Pero tuvo que someterse a una limpieza interna de todas las tuberías, que quedaron contaminadas por el hollín del incendio.
Se leyó un mensaje del Papa Francisco, quien por enfermedad no pudo asistir.
Y todo este tiempo la gente se preguntaba: "¿Qué pasa con marschlesa? y el Marsellesa”? Como era de esperar, se tocó y cantó con entusiasmo en el atrio exterior de la iglesia, poniendo fin a las festividades.
*Walnice Nogueira Galvão Profesor Emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de Leer y releer (Sesc\Ouro sobre azul). Elhttps://amzn.to/3ZboOZj]
la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR