Calidad como diferencia

Imagen: Steven Van Elk
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por FLÁVIO R. KOTHE*

La gran obra se construye desde horizontes más amplios que la dominación actual: permite al lector volar sobre abismos

Hay algo que distingue al arte, pero que escapa a la definición, aunque se nota cuando estás frente a un buen texto. La definición que Kant da de la belleza, “aquello que agrada sin concepto”, es una contradicción: el concepto es no tener concepto; la definición, al no tener definición. Queriendo ser analítico, Kant se volvió dialéctico. Fue más allá de sus suposiciones.

Tu preocupación por Crítica del juicio Fue mostrar que no todo se puede resolver mediante la razón conceptual: ésta pierde la razón al no ver sus limitaciones. Sin embargo, lo bello y lo sublime no sólo ocurren sin conceptualizaciones. También la imaginación, la pasión, lo divino, la afinidad selectiva, etc.

Los artistas trabajan con la entidad concreta que construyen, pero ésta es siempre más que una sola entidad: contiene diferentes significados que se combinan en una entidad singular, dándole unicidad. A partir de inquietudes que los atenazan, trabajan obsesivamente en la obra, pero no necesariamente termina siendo buen arte. La obra se hace en él, se hace en él, utilizándolo para que se haga a sí misma. El gran artista no hace malas obras, aunque deje algunas inacabadas u otras menores. Es un peligro para las obras, ya que se siente tentado a rehacerlas cuando regresa a ellas.

Hans-Georg Gadamer propuso el concepto de “horizonte de expectativa”, una variante de lo que hizo Aristóteles al sugerir que toda nueva comprensión se basa en lo ya comprendido. Si la comprensión de algo nuevo se basa en lo ya conocido, la tendencia es reducir lo nuevo a lo viejo, diluyéndolo y perdiendo así la noción de diferencia.

Si hay un horizonte de expectativa, puede significar que la obra se reduce a ese horizonte ya trazado o puede significar que se delimita un espacio que necesita ser superado por una obra que pretende ser nueva porque tiene algo diferente que ofrecer. decir. La gran obra se construye más allá del horizonte actual de una época y un entorno, pero logra decir algo a los horizontes de diferentes épocas.

El extraño misterio de los grandes textos que, lectura tras lectura, revelan nuevos niveles de significado como si cada página abriera nuevas páginas, no es ningún misterio para el lector común: ni siquiera lo nota, reduce lo complejo a lo simple, quiere un texto que presente claramente un significado simple y directo, como un artículo de periódico.

El lector medio de periódicos no suele darse cuenta de que lo que recibe está filtrado por la voluntad de los propietarios del periódico: o destacan determinadas noticias u ocultan otras. En lo resaltado hay un despliegue que sirve para ocultar más que para revelar.

Si no se captura el misterio del gran arte, no se captura la misión del periodismo. Tampoco se nota al leer los llamados textos sagrados, en los que le enseñaron a creer que todo sucedió según lo dicho. Esta tendencia se ha visto exacerbada en las pantallas de los teléfonos móviles. Su mejor modelo es Wikipedia: información breve y rápida, con el objetivo de resolver algo complejo de forma sencilla. Su modelo es el catecismo.

Un chiste funciona cuando, al final, frustra una expectativa y presenta una relación sorprendente entre diferentes vectores. El problema es que, cuando se vuelve a contar, la relación ya se conoce y ya no hay ninguna sorpresa. Ella pierde su gracia. Es como encender una cerilla ya encendida. En el gran texto, con cada relectura se presentan nuevas correlaciones, generando niveles de significado no captados antes.

Sigmund Freud leyó en el texto onírico el surgimiento de la contradicción entre el deseo de decir y la represión de lo que se quiere decir y lo que no se debe decir. Carl Jung vio en su sueño la reaparición de acontecimientos cotidianos olvidados, pero ya cargados de una carga simbólica que no había sido percibida. Este cargo es una conexión de un evento con otros, de una persona con otras.

El escritor reelabora los recuerdos, como si fuera un operador mimético. Si comienza como un trabajador que copia algo visto o imaginado, al darse cuenta de las necesidades específicas de su texto realiza operaciones que generan algo que se vuelve cada vez más extraño al punto de partida: la obra se crea en el autor. “Miente” para decir verdades que quizás no puedan decirse de otra manera.

Como lo que miente es la parte más oculta de la mente, ésta acaba siendo fiel a lo que parece traicionar. No se trata de ceñirse a las singularidades del autor, sino de captar “universalidades” que se cruzan con otros seres y acontecimientos. No son “universales” abstractos y vacíos, sino aspectos concretos de otras entidades que van más allá de ellos.

Es posible tanto una lectura refinada y compleja de un texto “simple” como una “lectura simplista” de un texto denso y significativo. A los adoctrinadores dogmáticos no les interesa la deconstrucción de los procedimientos textuales, la reevaluación de sus gestos semánticos, el desmantelamiento de mentiras consolidadas. La pregunta trasciende el texto, ya que quienes aprenden a descifrar textos también se inclinan a hacer una lectura politizada de los impasses históricos, de las propuestas en curso, de lo que es mejor para la oligarquía y de lo más importante para el bien común. La democracia no puede sostenerse si no cuenta con el apoyo de una población ilustrada.

Hay autores conformistas, que buscan reiterar y reproducir el perfil trazado por el canon nacional, incluso en variantes regionales, y también hay autores más rebeldes, que se lanzan a buscar lo que está fuera de su horizonte de expectativa. La actitud personal del autor no garantiza por sí sola la calidad del texto, así como sí lo son el género, la orientación sexual, la religión, el color de la piel. No basta que el autor quiera hacer algo bueno. Las buenas intenciones no dan como resultado buenos textos, del mismo modo que se pueden dar ejemplos de mal carácter en autores de obras brillantes. Estar loco no garantiza un trabajo de calidad.

Aunque se pueden esbozar dos horizontes diferentes: uno más conformista, de autoayuda, que no choca con la represión, pero que es aceptado por los grandes medios de comunicación; otro, marginal, marginado, que no acepta el mando de quienes siempre están en el poder -ninguno de ellos es garantía de calidad literaria-.

Hay obras de dominación que son consideradas elevadas por quienes aplauden los procesos de control y dominación. La gran obra se construye, sin embargo, desde horizontes más amplios que la dominación actual: permite al lector volar sobre abismos.

Una gran obra puede ser ignorada y perdida, del mismo modo que obras más pequeñas pueden ser premiadas y celebradas precisamente porque no soportan vuelos más altos. Es intrínsecamente uno con la búsqueda de la libertad. Nos dice, sin embargo, que nadie es dueño de la verdad: es una búsqueda sin dueño.

* Flavio R. Kothe es profesora titular jubilada de estética en la Universidad de Brasilia (UnB). Autor, entre otros libros, de Alegoría, aura y fetiche (Editorial Cajuína). Elhttps://amzn.to/4bw2sGc]


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