por CUENTOS AB'SÁBER*
El escritor intelectual es, en realidad, un inventor, como demuestra la obra de Pedro Nava
El psicoanálisis formulado por un escritor es siempre más abierto y curioso que el enunciado por un psicoanalista. De alguna manera, el escritor contribuye al psicoanálisis al insistir en su polo sensible, del asombro o del absurdo, primer momento de libertad -si se lleva al estatuto del pensamiento y la discusión- frente a lo difícil de la experiencia humana. Si el psicoanalista tiene siempre presente la historia de la disciplina, su teoría de origen muy moderna y centroeuropea, o la lingüística estructural de los años 1950, igualmente europea, y por eso imagina tenerlo todo sobre el inconsciente, el escritor, con sus significativas prerrogativas de creación, tiene como horizonte la vida de la cultura, la duda misma sobre la vida más amplia, mayor o menor, de donde recibe sus influjos y hacia la cual se dirige su texto. Así que da todo lo que tiene. Todo invento necesita construir y reconstruir lo que importa. Así, mientras uno es compromiso teórico, el otro es procesamiento vital.
El psicoanalista es, entonces, quizás un tipo de científico, o intelectual, desde una perspectiva técnica, poseedor de un fuerte conocimiento humano, pero también algo mezquino. Por eso, de vez en cuando, hay una crisis entre sus teorías y el progreso del mundo. Mientras que el escritor, intelectual, es, de hecho, un inventor: un pensador por principio sin mapa a priori, más cercano a la clave fundamental para la producción de todo psicoanálisis real, por así decirlo, la asociación libre. Un especulador, como decía ser el propio Freud, en todas sus letras, frente a su idea de la pulsión de muerte –idea tan rica en su construcción mediada en el texto freudiano como arriesgada y peligrosa por su potencial carga de inmediación.
Si el psicoanalista representa la reflexión bien determinada en el ámbito interno de la disciplina, siempre marcado por sus formaciones epistemológicas y su historia teórica, el escritor representa la libertad mediada, que antecede a todo en la historia del psicoanálisis. Su amor espontáneo por la vida humana y el conocimiento directo de la cosa, que a veces gira en torno a la idea del inconsciente freudiano, es lo que le hace vislumbrar algo que corresponde al psicoanálisis. Circundando el inconsciente de una manera nueva, atravesándolo, tocándolo y eludiéndolo, a la manera de los psicoanalistas, el escritor está dentro y fuera de él, escribe para él y, de muchas maneras, lo inventa de nuevo, más allá de él.
No creo que sea de poca importancia para el psicoanálisis que Borges, por ejemplo, practicando ese arte, percibiera la forma freudiana de entender el sueño como relativamente pobre y constreñida. Ese hombre dedicado a las visiones de la biblioteca universal, el espejo, el laberinto, la trama de la memoria y las formas concretas del absoluto y otros mundos existentes, como cosa mental y literaria, que en una noche de nuestra vida nos recordó el tiempo de los dioses budistas, el calpas, de los cuales un solo día, que supera nuestra imaginación, es igual al tiempo que tarda en desaparecer un muro continuo de hierro de dieciséis millas de altura, al ser tocado por un ángel con una fina seda de Benarés, una vez cada seiscientos años. …[i] – que un hombre constituía en estas esferas del tejido del lenguaje y la imaginación como precisión, memoria – “esta especie de cuarta dimensión” según él – repertorio literario y asombro, y que se dedicaría también, con su biblioteca encarnada, a la sensación de pesadilla, nos indica la reducción significativa de lo que pensamos sobre nuestros propios objetos, es de hecho una gran riqueza, que debe despertarnos.
Al fin y al cabo, David Kopenawa, en otra dirección, pero en la misma, y en otro mundo radicalmente diferente al nuestro y al de Borges, también le da la razón, cuando observa la pobreza estructural de nuestro ensueño cultural: “ustedes, que sólo sueñan con ustedes mismos”. …”. Tampoco es irrelevante que Thomas Mann, proveniente del mundo exigente sobre todos los aspectos de Lessing, Novalis, Schlegel, Schiller, Goethe e incluso Brecht y Adorno, viera a Freud como el último romántico, sin que él lo fuera. O que incluso, cien años antes de que Freud pensara nada, el sobrino de Rameau, y Denis Diderot, quien lo registró en un diálogo inaugural del espíritu de la razón cínica en la vida del capitalismo avanzado, describió con mucha precisión un síntoma neurótico obsesivo como un problema en la vida sexual de un falso mojigato parisino... y que, exactamente en el mismo pasaje, decía que el niño, dejado libre a sus propios deseos, acabaría matando a su padre y llevándose sexualmente a su madre...
Además, visiones de la infancia al límite del recuerdo, inscritas en una realidad social, antropológica e histórica muy precisa, cuidadosamente evocadas en obras de arte literario, como las de Graciliano Ramos, Proust o Maksim Górki, e incluso Agostinho de Hipona, son tan determinantes para comprender la vida afectiva de un niño que pocas veces podemos alcanzar el nivel de integridad entre la vida infantil con los adultos y la cultura, correspondencia entre pensamiento y afecto, en los relatos más difíciles, generalmente bloqueados, de los psicoanalistas sobre los niños que Preocuparse por.
No hay duda de que los conocimientos psicoanalíticos complejos siempre han circulado libremente por el universo de los escritores, y Freud quedó muy asombrado con este proceso, en el que descubrió en otra clave, científica, por así decirlo, lo que los poetas ya demostraban saber en sus escritos. Obras de otra clínica. Incluso llegó a decir un día que el poeta épico fue el primer héroe, precisamente porque fue el primero, a sus ojos, en transformar las estructuras psíquicas inconscientes en obras de arte que hablaran de ellas.
Por todo ello, en su obra dedicada al estado de la clínica, Crítica y clínica, Deleuze derivará muchas formaciones de éticas subjetivas, sintomáticas, proyectos de existencia y fantasías de yo, inconscientemente o no, directamente de la literatura moderna. La clínica y la crítica, en ese libro imaginario de los devenires, son también claramente un problema de cultura y literatura: “Es un gran momento cuando Ahab [Moby Dick, de Melville], invocando los fuegos de San Telmo, descubre que el padre mismo es un hijo perdido, un huérfano, mientras que el hijo es hijo de nada, o de todos, un hermano. Como dirá Joyce, la paternidad no existe, es un vacío, una nada, o más bien una zona de incertidumbre ocupada por los hermanos, el hermano y la hermana. La máscara del padre caritativo debe caer para que la primera naturaleza se pacifice y se reconozca a Ahab y Bartebly, Claggart y Billy Budd, liberando en la violencia de unos y el estupor de otros el fruto del que estaban preñados, la pura y pura relación fraterna. .simple Melville siempre desarrollará la oposición radical de la fraternidad a la 'caridad' cristiana oa la 'filantropía' paterna. Liberando al hombre del papel de padre, dando a luz al hombre nuevo o al hombre sin particularidades, reuniendo el original y la humanidad, constituyendo una sociedad de hermanos como una nueva universalidad”.[ii] Finalmente, ¿un acto de crítica, de clínica o de revolución?
Todas estas opiniones libres del psicoanálisis, que son verdaderas, recuerdan a los analistas que sus saberes pertenecen en realidad a humanos en estado de angustia, que no son ellos, que pertenecen a la inteligencia y al buen lenguaje, a la literatura y a la vida ordinaria, fuera de lo común. Experiencia y cine. Que su conocimiento, aunque adquiera un objeto exotérico en los confines de la teoría, proviene del mundo. El chiste es a la vez una solución estética, un acto de pensamiento, un destello de goce concreto, una posición política y una formación freudiana del inconsciente, lo más alejado de sus significados. Las visiones libres del “inconsciente” de los escritores nos recuerdan que éste no es en modo alguno una propiedad del territorio metapsicológico de la teoría de los psicoanalistas, su tesoro.
Incluso cuando su tesoro es de hecho una ventana a sus sueños, esta narración y poesía, el cine y la vida son primordiales. Por eso Freud se reencontraba constantemente en los escritores occidentales, desde Sófocles hasta Goethe, desde Schiller hasta Schnitzler, pasando por Shakespeare, Dostoievski y Zola. Ni hablar cuando los escritores piensan en otros y verdaderos sistemas de subjetivación, impensables hasta entonces para el psicoanálisis, como vio Deleuze en Melville, por ejemplo. O, en nuestro caso histórico particular, el verdadero descubrimiento e invención a través de la escritura de la volubilidad del liberal esclavista brasileño, no solo en el siglo XIX, sino también el comerciante financiero de hoy, cosmopolita y miliciano bolsonarista, por ejemplo. Formación subjetiva, esa volubilidad de las múltiples reglas del juego operadas con impunidad, fuera de la idea de la ley como sujeto, y por tanto más allá del inconsciente freudiano reprimido, que toma cuerpo en la novela hipermoderna, fuera de lugar en lugar, de Machado de Assis, Las memorias póstumas de Bras Cubas. y conciencia de crítico y clínico, como la de Deleuze, en Roberto Schwarz.
Así, los escritores anticipan por decenas de años problemas que los psicoanalistas, tan dedicados en su vida a comprender los términos de Freud y Lacan, sólo tendrán en cuenta algo más tarde, como el resentimiento expresado por Dostoievski cuando Freud dio sus primeros pasos teóricos, o la normopatía, de Bartebly, de Melville, o la normopata brasilera, de Amanuensis Belmiro, melancólica pero resignada, de Ciro dos Anjos; o la volubilidad, sádica, ilustrada, política, de un esclavista brasileño, del siglo XNUMX o XNUMX. Andrade, Clarice Lispector, Pedro Nava y Raduan Nassar tienen mucho que decir al psicoanálisis. Quizás incluso más de lo que cierto psicoanálisis, con su territorio tan estructurado de sus propias ilusiones, ajeno al movimiento del tiempo y de la historia, tiene que decir sobre ellos.
pedro nava
Pedro Nava es uno de los más grandes escritores brasileños del siglo XX. No hay duda de ello. Sus memorias, que emergen en un momento en que la gran literatura brasileña moderna está desapareciendo, la mantienen suspendida en un tiempo vivo para ser redescubierta permanentemente, están impulsadas por una cierta función poética, desde la inteligencia de la construcción casi arquitectónica de períodos que, sin embargo, , fluir siendo ejemplar concreto. Pensamiento y acontecimiento, lenguaje e historia, equilibrados a la manera propia de la inteligencia moderna, encuentran en Pedro Nava un acentuado equilibrio.
A diferencia de Proust, su proceso de recolección no es fugaz ni estetizante. Sus recuerdos no se desbordan, no ahondan interminablemente en los detalles, ni se mezclan con la música o el sueño. Él no tiene un gran bella Epoca Burguesa parisina, elegante y ostentosa, rica y socialmente envenenada, en vísperas del fin del mundo de la guerra mundial de 1914, como medida para la reactivación del tiempo personal y el final de un gran ciclo histórico en el que vivía. Contrariamente al modelo claramente reconocido, el autor de memorias moderno del siglo XX de Minas Gerais es siempre claro y su reflexividad materialista, desencantada o inteligente, se confunde con la memoria misma. Su gracia viene de las cosas mismas, se podría decir. Recuerda la riqueza narrativa de una larga vida, a menudo con la brillantez precisa del amor del historiador por el documento.
Como cuando reconstruye las posibilidades de vida del tatarabuelo italiano radicado en Maranhão, Francisco Nava, de quien para los contemporáneos sólo queda el apodo, pero “el nombre, por ser, existe; siervo del Señor, se pida por él en la misa de los muertos",[iii] y, así, evocando la institución genealógica que visitó en Roma en 1955, llega a concebir a un tal Giuseppe, lo más alejado del origen del oscuro antepasado, Figlio de Mattiolo, En cual Quattrocento habría jurado al duque de Milán, Giovanni Maria Visconti... Acostumbrado a lo sucedido y a la huella de verdad de un personaje o de una situación, sus recuerdos se dibujan como una pluma y tinta claras sobre el papel, sin impresiones, a diferencia de la acuarela medio alejada de las infinitas multiplicidades sensoriales del chic mundo literario proustiano. Pedro Nava siempre escribió sobre lo que fue, con un claro acento en el referente de la historia, el objeto, el mundo y las personas respetadas porque sucedieron.
Por eso habló de su forma de recordar, en una de las tantas veces que comenta el sentido de la acción de la memoria en la vida y cultura de quienes recuerdan, de hecho la primera vez que recurre a su propia práctica. y ética: “Solo el viejo sabe de ese vecino de su abuela, hay mucha materia mineral de los cementerios, sin memoria en los demás y sin rastro en la tierra – pero que él puede despertar de golpe (como el mago que abre la caja de los misterios) en el color de los bigotes, en el corte de la chaqueta, en la llovizna de humo, en el chirrido de las botas elásticas, en el andar, en el carraspear, en su manera -para el muchacho que escucha , y que va a prolongar por otros cincuenta, otros setenta años el recuerdo que le viene, no como cosa muerta, sino viva como una flor toda perfumada y colorida, límpida y clara y flagrante como un hecho del presente. Y con lo evocado viene el misterio de las asociaciones, trayendo la calle, las casas viejas, otros jardines, otros hombres, hechos pasados, toda la capa de vida de la que el prójimo era parte inseparable y que renace también cuando revive – porque la una y la otra son condiciones recíprocas.”
Así, en la construcción del lenguaje, para Nava la memoria era una transmisión viva del pasado al presente, una “flor clara, nítida y flagrante”, que vuelve con pocos restos, plasmada en la propia narración. En un vínculo entre vivos y generaciones, vivos y muertos persiguen el reconocimiento mutuo en un deseo de lenguaje claro en estos términos, de experiencia de vida, del otro y de uno mismo, y del mundo que renace con él. Son las “condiciones recíprocas de existencia”, en la dimensión de la memoria, y su evidente ética mágica para el presente, la cuarta dimensión de Borges. Algo claro, pero sorprendente como el objeto sacado de la caja del mago, que conecta las vidas de distintas generaciones en un hilo continuo permanente, a través del narrador, que, viviendo ahora, vive en el pasado. Y el “niño que escucha, que prolongará otros cincuenta o setenta años la memoria que le llega”, materia humana vivida, que sobrevive al tiempo como las obras de la civilización, somos nosotros, el lector.
Además, a diferencia del francés, el trasfondo presupuestado de su posición como narrador de sí mismo era un verdadero país en construcción. De ahí la generosa oferta de la memoria como cosa del presente, material para hacer también el presente. Su gran continente histórico fue el Brasil en desarrollo, en el que la apuesta por la inteligencia y la nueva libertad personal, laica, moderna y científica, fue el punto de fuga de todo. Más aún, en contacto con la inquietud modernista de Belo Horizonte en la década de 1920, sin rastro del positivismo reaccionario que había sacudido hasta entonces la modernidad nacional. Un Brasil realizado en la realización misma del hombre moderno en el desarrollo social, de un mundo más amplio, que se tejió en cada acto y en cada decisión de cada personaje productor de memorias, ciudadano del sueño de ese mundo, en construcción. Ya moderno, el Brasil de Pedro Nava fue un gran proceso de presentación de todas sus posibilidades, que resumiría en su amor y su particular lucha por la nueva medicina que aquí se practicaba.
el intelectual
Médico culto, historiador de la medicina en la época de su primera modernidad entre nosotros, en obras que envió a la universidad en la década de 1940 y en las páginas de su propia vida claramente recordadas en las memorias, formado en una exigente tradición intelectual del lenguaje, quizás hoy extinto, sus caminos existenciales por las ciudades donde vivió desde niño, Río de Janeiro, Juiz de Fora, Belo Horizonte, familia, amigos, maestros, el encuentro con los intelectuales modernistas, la aguda mundanalidad, la política, la ciencia y la profesión. experiencias, en la cultura y en los sectores de los hospitales, cobran en él un brillo tan claro y constante, como concibió la rememoración, de una literatura de una vida en construcción crítica, que, de hecho, se confunde con el espíritu de lo histórico trasfondo del país en la estructuración, por mucho que sea Usted puede imaginar la relevancia de un viaje modernista y moderno, de la vida prototípica de un minero que va de la década de 1910 a la de 1950 en Brasil, en contacto autónomo con los verdaderos creadores de el país que estaban allí.
En 1972, Cofre de huesos comenzó a mostrar la historia del siglo brasileño en el cuerpo y la vida de un hombre de clase media urbana, solo un hombre moderno y culto, rico en narrativas concretas de la vida en modernización, a partir de la estructura “social mítica” de Juiz de Fora de infancia; de los territorios revolucionarios y reaccionarios de la ciudad y sus habitantes trazados por la historia; desde los seriales sangrientos y su política, contados como cuentos por cualquier miembro de la familia, en la sala de la casa pequeño burguesa, hasta los retratos vivientes, de pocas líneas, de amigos, y de muchas capas de parientes, tales como la inolvidable abuela de carácter fuerte, todavía esclavista, Inhá Luiza – “con un genio detestable… madre admirable, suegra execrable, ama odiosa de esclavos y descendencia, amiga perfecta de pocos, enemiga no menos perfecta de muchos y valiente como un hombre” – o la exclusiva tía Marout, que vino a recogerlo un día en un sueño para un encuentro íntimo en la muerte; y hasta el retrato de calles y bares, reflexiones paralelas a Proust sobre los modos de ser de su memoria, y tantas otras cosas por el estilo. El escritor supo mirarlos a todos simultáneamente desde dentro de lo vivido y también claramente a través del pensamiento, fuera de lo acontecido, pensado en el sorprendente lenguaje estructurado en las elegantes curvas de las frases, siempre relativas a las cosas, con pocos excesos y un mucha variación, haciendo que lo antiguo tome una nueva forma en la forma moderna de la década de 1970.
Era su “habilidad mitad demoníaca, mitad angelical para transformar el mundo hecho de eventos en palabras”, según Drummond. O, se podría decir, la manera del historiador y del médico, escritor, de transformar en palabras el mundo de su acontecimiento. Comenzaba un monumental trabajo de experiencia, que aún no tenemos, si no me equivoco, una crítica capaz de abarcarlo en su totalidad. Incluso su doble imaginativo, la serie un poco menos grandiosa, también en busca del tiempo perdido, también concreta y con pensamiento dialéctico, epigramático y episódico, de memorias poéticas. boitempo de su gran amigo Carlos Drummond de Andrade – descrito en Costero de joven en la noche anárquica y bohemia de Belo Horizonte en la década de 1920- tuvo que esperar otro día para que José Miguel Wisnik comenzara a darnos un mapa crítico más certero de su universo infantil, político y dialéctico, en Mecanizando el Mundo: Drummond y la Minería.
Es posible decir, con categorías de pensamiento muy actuales, que esta obra monumental de una vida común, de un médico brasileño inteligente y bien formado, que transcurre en el tiempo real del surgimiento contemporáneo de un país, nos provoca con la fuerza del acto mismo, de su existencia, en la forma en que se expresa un yo moderno, con la historia, cuando permanentemente nos hace medir algo de la pobreza de nuestras vidas en el tiempo cada vez más escaso de la experiencia empaquetada en el mercado.
Doble encarnado y consciente de la historia del siglo XX brasileño impreso como el tiempo en las retinas sin cansancio – “su memoria implacable (su futuro martirio) los fragmentos de un presente que nunca fue agarrable, pero que sedimentó y punzó al caer muerto y boca abajo en el pasado de cada instante; fantasmas que crío como propios y dóciles, en el momento que quiero”[iv] – de un hombre moderno, a la vez común y ejemplar, frente a su riqueza de cien mil y un días y noches vividos… podemos intuir que no tenemos nada parecido que ofrecer. Nada que ofrecer a la historia y a la vida misma y, quizás por esa medida concreta, de una obra que hace visible la vida, pero no la fantasía, por ese verdadero reloj de arena del fin del mundo de nuestra experiencia, y de nuestros anhelos, de la historia de la conexión de nuestro ser en el mundo, dejemos, inconscientes de la pérdida, tal monumento al tiempo ya la vida, durmiendo, algo olvidado, en los estantes.
Los niños hace tiempo que perdieron todo contacto con sus abuelos.
el medico filosofo
Pedro Nava -cuyo padre, que murió cuando él era un niño, era farmacéutico y médico- amaba la medicina. La amaba y la veía prácticamente, y filosóficamente, también sin ilusiones. Cuando se le preguntó, a los 17 años en el Colégio Pedro II de Río de Janeiro, qué pensaba de la vida, escribió: “la vida es como un anfiteatro anatómico: allí estudiamos las heridas que siempre están abiertas, vemos la podredumbre, la la maldad, el horror, el cáncer y lo peor de todo la 'hipocresía del optimismo', todo en un montón de lodo – la sociedad”… Entonces, no dudó y, al responder lo que quería hacer como carrera en esa sociedad de barro, se presentó: “Medicina”. Después de todo, “es el que más encanto me ofrece, porque a través de él estudiaré esta maraña de vasos, esta unión de músculos, esta red de nervios, que forman este montón de elementos podridos”.
Aparte de la nota decadente y cómica destacada en las respuestas, a la manera de Augusto dos Anjos buscando un lugar real en su propia vida, que conoce bien el final, de un adolescente tendiente a la disolución bohemia de unos años después y de la muchacho que ya había leído todo lo que caía en sus manos, incluidos Arthur de Azevedo, Machado de Assis y Lima Barreto..., observamos en las respuestas la fuerza indicada de un sujeto, el rigor positivo de una visión generalmente negativa de las cosas. La medicina resolvió así, con su inmensa complejidad -que él multiplicaría en un sentido de la filosofía de la historia médica aún más amplio que el que aprendió como clínica-, la firmeza del juicio sin apelación del joven estudiante.
Antes de llegar, tardíamente, o en el momento oportuno de la vida, a la literatura de la memoria, a los 69 años, Nava era en realidad un médico muy concienzudo, dedicado a la construcción del servicio público, historiador y cronista plural del pensamiento y la medicina. sucedió en Brasil, desde los orígenes coloniales hasta su propio tiempo moderno de entrenamiento y práctica, antes de la penicilina. Interesado en todo lo relacionado con la medicina, desde su historia clásica y primeras imágenes civilizatorias hasta el encuentro de saberes médicos y civilizaciones extrañas entre sí en el Brasil colonial, en nuestro mundo en desarrollo, estableció su propio plan de nacimiento de la clinicaecléctica y abierta, guiada por la nueva antropología de la vida en Brasil, incluso antes del advenimiento del cientificismo anatomopatológico. Así, creó un territorio personal de un filósofo e historiador. Un proyecto de historia y convivencia de varias epistemes, desde el origen de las imágenes clásicas occidentales, griegas, árabes, de la cosa, hasta el encuentro de diferentes mundos de magia y ciencia en Brasil, desde el origen y en el futuro, un sistema de lecturas de la ciencia que sin duda interesarían al epistemólogo Foucault, también de medicina, que escribía en París al mismo tiempo que Nava escribía sus memorias en Río.
veinticinco años antes Cofre de huesos, Pedro Nava publicado por C. Mendes Jr. su primer libro, el conjunto de estudios históricos, epistemológicos y antropológicos médicos en portugués, brasileño y… francés, Territorio de Epidauro. Poco tiempo después, el Capítulos de la historia de la medicina en Brasil, publicado en reimpresiones en la “Revista Brasil Médico Quirúrgico” en 1948 y 1949, y, en 1961, su conferencia, entre la crítica y la historia médica, Camões y medicina, también fue publicado. Todo ante la experiencia más amplia de los recuerdos. En estos escritos de gran erudición y enfoque antropológico, un doble de la historia médica en Brasil desde Gran casa y cuartos de esclavos e Raíces de Brasil, se puede observar ese interés cultural y filosófico, filológico, lo más amplio posible para la comprensión del territorio conceptual de la medicina desde el advenimiento de la vida colonial en Brasil.
La cosa fue muy lejos, y el documento histórico, literario o científico se situó en la imaginación teórica ilimitada del investigador: “Si la cronología médica requiere, historiológicamente, conocimientos de filología, lingüística, historia general, etnografía, antropología y literatura –la historia filosófica de el arte requiere todo esto y más los indispensables conocimientos de anatomía, fisiología, patología general y medicina práctica. Sin este conocimiento (no de detalle especializado, sino comprensivo y doctrinario) es imposible el estudio interpretativo de las ideas médicas porque, antes de explicarlas, es necesario haberlas penetrado, es decir, para aprender a estudiar la Historia de la Medicina, primero es necesario saber un poco de Medicina, lo cual sólo se logra 'viendo, tratando, combatiendo'”. […] “La historia de la Medicina debe ser vista primero como la historia de la Patología General, como la historia de las ideas médicas y como la historia del pensamiento de los médicos. La cronología que viene después, no como base y sistema, sino como proceso auxiliar como referente.” […] “Puesto en el plano filosófico o cronológico, la Historia de la Medicina hay que buscarla en las fuentes que ya hemos mencionado y que preguntan por lo que va en su búsqueda, además del conocimiento de la medicina de su época. , los de la medicina clásica; conocimientos de lingüística, etnografía, historia general, literatura, filosofía y artes plásticas, cuya utilidad vamos a destacar”.[V]
Así, a partir de un saber específico constituido en contacto con el cuerpo, en las formas médicas del presente, se proyectó la comprensión de la historia de la medicina en todo tipo de formas y formación de la idea de medicina entre los hombres, en el pasado. . Las múltiples visiones, guardando el misterio de sus distintos fundamentos, conviven y circulan a través del tiempo, transformando al médico de hoy en un médico filósofo, como lo fueron los de origen: “Las grandes ideas médicas no son de tal o cual siglo, son no son sucesivas sino coexistentes. Hay tanto un naturismo hipocrático como un naturismo galénico; un naturismo arabista, así como un naturismo contemporáneo. A su lado hubo y habrá siempre un dogmatismo o un empirismo; un humorismo o un solidismo, un metodismo o un eclecticismo.”[VI]
Una medicina del tacto y la sensibilidad.
Ya la medicina del doctor Nava en su propia vida, descrita en sus bases corpóreas y encarnada en la experiencia en la facultad y en la enfermería en el cuarto tomo de las memorias, Costero, era sobre todo una medicina del tacto y de la sensibilidad, una práctica de atención y recepción, de una productiva contemplación del médico, a la que no le faltaba una perspectiva de verdadera y casi poética dimensión estética, de la vida y de la muerte. “Mi medicina es siempre figurativa, nunca abstracta. Observo, no experimento”, diría sobre su postura y filosofía de abordaje de la enfermedad y del paciente.
De hecho, todo indica que fue apreciado por los grandes clínicos por la riqueza de los signos, por la asombrosa plasticidad de la expresión del cuerpo, entre la salud y las patologías de todo tipo, con sus formas y efectos sobre la sensibilidad, la imaginación y la inteligencia de aquellos. quienes los reciben. En constante búsqueda de su orientación en la naturaleza donde “nada es simple”, se especializó en el reumatismo paralizante y humillante, fue un médico importante en su tiempo, cuya formación se esforzó por aprender los vínculos de colores, brillos, texturas, tensiones, formas. , olores , lugar del dolor, cuerpos integrantes en su producción, de vida, enfermedad o muerte. Finalmente, lo que se le dio al médico para saber con la mediación de su propio cuerpo.
Entre o contato e a razão, o espanto e a ordenação classificatória de um corpo permanentemente descoberto, singular na experiência de uma estrutura mais geral da vida que já se sabia expressar nela, se desdobrava também a curiosidade do inventor de história e de cultura da medicina en Brasil; surgiendo, como hemos visto, de todas las fuentes y formaciones clásicas, pero también populares, de la idea de medicina que uno pueda imaginar. Al contrario de lo que sucede hoy, instrumentos, planchas y termómetros, medicinas, venenos y entradas quirúrgicas parecieron infinitamente menos importantes en la formación de Nava que la exuberante riqueza del cuerpo humano, y su sujeto, el verdadero productor de mil formas entre la vida. y la muerte, formas ligadas a la vida, dinámica permanente entre el vivir y el morir: “Viejas musarañas que la caquexia había terminado de esculpir en formas de esqueletos revestidos de piel, cuerpos monstruosamente alterados por la infección, por la marea creciente de edemas y golpes cavitados o devorados en vida hasta la última miga por obra fabulosa de los cánceres. Caras azules admirables de asfixia, emplastos de anemias, rubin, flavinic y verdinic de ictericia, granate de hipertensión, hinchazón de hydrops anarsacs; ojos inciertos de los urémicos, esclerótica de porcelana de los verminóticos, pupilas incandescentes de los februcitantes, entrecerrar los ojos de la meningitis, comisuras sardónicas de la boca del tétanos; pieles áridas por el ascenso de las fiebres, mojadas por las crisis de la deferencia... como te conocí y como me asombró la extrema complejidad de tu fabricación. Cequíl ya de beau dans La nature, c´est qu´il n´ya rien de simple – dijo mi maestro Layani. Aquí y allá, un remanente de belleza como la huella del paso de un Dios, sugiriendo que allí no sólo había pacientes, sino también mujeres”.[Vii]
Me parece evidente que la forma y el estilo de Nava de considerar los cuerpos enfermos, la historia de la medicina y practicar su clínica, tiene cierta correspondencia con su propio modo, enciclopédico, fascinante y casi objetivo a la vez, del autor de memorias que trata los innumerables acontecimientos. y personajes de toda una vida, siempre atentos a la huella concreta de la memoria. Así: “Pero fantástico en la vida del futuro médico es lo que saca de la experiencia adquirida día a día en la exploración de esta cosa prodigiosa que es el cuerpo humano. Siempre es admirable. Admirable en el crecimiento, en el milagro de la adolescencia, en la salud plena y en la euritmia de la edad madura, de la vida en su fuerza, su desbordamiento en la reproducción. Igualmente admirable en la impotencia, en los desequilibrios de la vejez, en la senescencia, en la cacoquemia, en la enfermedad, en la desintegración y en la muerte. Todo esto tiene armonías correlacionadas y depende de un trabajo tan complejo para crear, como para destruir, para hacer vida y fabricar la muerte. Tenemos que reconocer estas fuerzas de la naturaleza y extraer de ellas nuestra filosofía médica y nuestra lección de modestia. Pronto comprendí que los médicos podemos, a lo sumo, alterar y modificar la vida mediante el hierro quirúrgico y el veneno medicinal, tratando de que la alteración introducida se interponga en el camino de vix medica trix naturae.
En ese sentido ayudamos y solo ayudamos cuando remamos con la marea. Jepanse, Dieuxguerit – dijo humildemente Ambroise Paré – el Padre de la Cirugía. El gran error de todos, tanto de los pacientes como de los médicos, es creer que al prolongar la vida cambiando las condiciones estamos combatiendo a la Muerte. Nunca. Por mucho que imbatible es imbatible. Prueba: sólo agrandamos la vida que existe. En su lugar no tenemos poder para poner nada más porque a medida que se retrae, se encoge y retrocede, cada milímetro es conquistado implacablemente por Death Triumphant. Es inútil pensar lo contrario. Lo que tenemos que hacer es convencernos de que el hombre, de tanto vivir, y el enfermo, de tanto sufrir, adquiere el derecho a la muerte, tan respetable como el derecho a la vida por parte de los que han nacido. Por mi parte, penetré estas verdades al ver el terrible patio de milagros de nuestra enfermería”.[Viii]
Pedro Nava entendió que la medicina está ligada a la vida y es encuadre, aproximación y respeto a la muerte. Línea media, decodificación de señales, sensible al espectáculo, entre la amplia dinámica del cuerpo vivo y su muerte, que revela también la naturaleza de lo vivo. Exactamente como decía al mismo tiempo Winnicott, gran médico y psicoanalista inglés, rigurosamente contemporáneo de Nava, era el cuerpo vivo, la inscripción de las potencias de la vida, lo que de hecho curaba. Cualquier otra técnica aplicada sólo sería valiosa si estuviera apoyada en la propia dimensión viva del cuerpo, y los remedios sólo estuvieran articulados a la vía médica natural. Es la vida la que vive, las medicinas la acompañan y la revelan. Fue la percepción naturalista de los médicos modernos que se formaron antes de la revolución farmacológica y bioquímica de la segunda mitad del siglo XX para llevar toda la experiencia social de la medicina en otra dirección. Y la muerte... era la realidad última que exigía respeto secular, misterio y derechos humanos.
El artista
No me detendré demasiado en la forma artística de Nava de entender la medicina. Por momentos, su inteligencia ensayística sobre la enfermedad y el enfermo parecía estar más cerca de un Artaud, de un Mário de Andrade, o de un Lévi-Strauss y hasta de un Bataille, que de cualquier médico que hayamos conocido. Historiador y modernista, constructivo y antipositivista, Nava es un ejemplo de hombre de modernidad avanzada, de los tiempos modernos en Brasil, que rápidamente olvidamos.
Solo lamento el destino de un país que, desde la década de 1920 hasta la de 1960, contó con hombres como Nava para construir activamente su inteligencia médica y su sistema de salud público y eficaz. Y que hoy, un siglo después de que el joven modernista ingresara a la universidad, hay un médico bolsonarista, criminal y anticientífico, sin rastro de lo que es la historia o la cultura, incapaz de usar el lenguaje para otra cosa que la propaganda del líder cacique. que responde al deseo, contra toda vida del país, de la dura y clara verdad de nuestro destino histórico. ¿Qué pasó con Brasil, el de Pedro Nava y el nuestro?
Brasil se convirtió en nuestro específico “montón de lodo, la sociedad”, que siempre había sido, y que ya conocía el joven estudiante de medicina de 1921, y el escritor del siglo XX, con cuidado, inteligencia y compromiso con la vida de todos y todas. el futuro de una sociedad imposible, combatido, en la multiplicación misma del lenguaje que operaba con la vida misma.
Tampoco voy a comentar el psicoanálisis de Pedro Nava en el capítulo de Territorio que vuelve aquí. Es evidente y, como dije antes, interesante en sus propios términos creativos, sus propias formas abiertas de conocimiento. Sólo señalaré aquí, para el lector interesado, el siguiente problema de la epistemología freudiana con producción libre sobre el inconsciente del escritor, originada en lo concreto a partir de la experiencia propia de la vida propia, como todo psicoanálisis, de Pedro Nava: si se sintiera obligado a preguntar por los orígenes, materialistas y corpóreos, de las larguísimas fantasías de rechazar la introducción de inyecciones y vacunas que investiga, fantasías corpóreas y mágicas, como pensaba, si se preguntaba: ¿cómo es que un psiquismo funciona y produce esta especie de fuerza poética de sinrazón mínima, pero fuerte; si desplazó la idea de pensamiento mágico a la idea de formación del deseo y se preguntó por el posible cuerpo, sujeto y psiquismo, desde la infancia, que realiza esta forma de deseo, que aparece en la vida como magia y personalidad fórmula, entonces, según todos los indicios, estaría en los cimientos para priori de la metapsicología freudiana, su propia metafísica. El psicoanálisis de Freud describe el acontecimiento poético desde la fuerza de la irracionalidad, como el escritor, y también se pregunta qué sistema de razones últimas puede sustentarlo.
Es muy característico de los escritores informados y modernos el libre uso de la esfera imaginaria de percepción de las imágenes del pensamiento y su fuerza mágica, irracional, que tiene la lógica freudiana, sin llegar al trasfondo materialista del problema freudiano final, inicial, la de tratar de explicar cómo y por qué se dan estas imágenes mágicas del pensamiento, cuál es su naturaleza corporal y cuál es su función en nuestra humanidad común. Allí termina la intuición poética y creadora del escritor, y comienza el psicoanálisis como saber en estructuración.
Como dije, los psicoanalistas pierden así algo de la movilidad de la rica vida de la cultura, mientras que los escritores, que usan el psicoanálisis en la esfera imaginaria de sus sueños, juegan con él, saben y no saben algo de su ciencia.
*Cuentos Ab´Sáber es psicoanalista, miembro del Departamento de Psicoanálisis del Instituto Sedes Sapientiae y profesor de Filosofía en la Unifesp. Autor, entre otros libros de Soñar restaurado, formas de soñar en Bion, Winnicott y Freud (Editorial 34).
Notas
[i] Jorge Luis Borges siete noches, São Paulo: Max Limonad, 1983, p.105.
[ii] Gilles Deleuze, Crítica y clínica, São Paulo: Editora 34, pág. 97.
[iii] pecho de hueso, Río de Janeiro: Sabiá, 1972, p.17.
[iv] globo cautivo, Río de Janeiro: José Olympio, 1973, p. 217.
[V] “Introducción al Estudio de la Historia de la Medicina en Brasil”, en Capítulos de la historia de la medicina en Brasil, Cotia: Editorial Ateliê, 2003.
[VI] Ditto.
[Vii] Costero, Río de Janeiro: José Olympio, 1978, p. 333.
[Viii] Ídem, p.332.