por LUIZ COSTA LIMA*
Memorias y consideraciones sobre el educador y filósofo brasileño
Siempre que pienso en Paulo, recuerdo los años en que éramos vecinos en la Rua D. Rita de Souza, en el Bairro Alto, después de la plaza y la iglesia de Casa Forte. Esto sucedió entre 1953 y 1954, cuando tendría entre 16 y 17 años. Nuestro encuentro se debió a la iniciativa de mi madre, Elza Lisboa de Moraes Rego Costa Lima. Me dijo que, al regresar de la misa dominical, católicos practicantes que eran, le había pedido que me guiara en mi adolescencia, porque no se sentía capaz de hacerlo.
Por su iniciativa, comencé a frecuentar la oficina de Paulo. Fue de su biblioteca que leí a destacados autores de la poesía brasileña moderna, así como a intérpretes sociales del país. Es decir, en él encontré los fundamentos que serían básicos para mí.
Mi recuerdo, no haciendo ejercicio a menudo en el período, es bastante vago. Recuerdo que la mansión de mis padres -hoy destruida por un edificio indistinto- tenía enormes ventanales que daban a la calle sin asfaltar. Muchas veces, por la noche, saltaba a través de uno de ellos y, aún en pijama, corría a la oficina de Paulo, donde hablábamos durante horas y/o le mostraba mis primeros ensayos. Paulo, que había sido profesor de portugués, tuvo que corregir mis errores de principiante. El otro recuerdo es de unos años después. Como estaba haciendo mi servicio militar, cursando el año de CPOR en un cuartel cercano a donde vivíamos, cuando terminaba de trabajar, pasaba frente a su casa y, aún con el uniforme, si estaba en su oficina, pasaba horas en una conversación interminable.
Recall ahora salta hacia adelante por años. A fines de 1961, habiendo terminado mi carrera en la Facultad de Derecho, recibí una beca del Instituto de Cultura Hispánica. Esta no fue mi elección, pero este no es el lugar para explicar por qué acabé en Madrid. El curso no me entusiasmó y, al contrario de lo que se ofreció, no acepté hacer mi posdoctorado allí. No discuto lo que gané aprendiendo una lengua, conociendo, por influencia de João Cabral –quien fue mi verdadero maestro–, la poesía castellana, y teniendo contactos que mi reclusión en Recife no me permitió. Quizás la mayor ventaja fue que me obligó a descubrir mi camino por mi cuenta. Tampoco es apropiado aquí extenderse sobre el propósito, solo observo que este “por su cuenta” no debe omitir lo que debo a la influencia mucho más tardía de la Escuela de Konstanz, en Alemania.
Al regresar al país, a fines de 1962, encontré en Recife una de las ciudades donde se sintió más intensamente el espíritu de cambio social que sacudió al gobierno de João Goulart, gracias a la profunda influencia de Darci Ribeiro. El rector de la Universidad Federal (entonces llamada) de Recife, decidido a romper la lentitud de la institución, impulsó la constitución de la Servicio de Extensión Cultural (SEC), dirigida por Paulo Freire, a la que se suma una radio universitaria, dirigida por José Laurênio de Melo, quien trabajó durante años en la BBC de Londres, y la revista Estudios universitarios, de la que fui secretario. Como yo era al mismo tiempo ayudante del profesor Evaldo Coutinho, todo mi tiempo lo ocupaba la universidad. La SEC era la sede donde se preparaban los instructores que aplicarían el sistema de alfabetización ideado por Paulo. Dado que se acostumbra suponer que el sistema de Pablo implicaba el uso de un folleto, vale la pena recordar que nada sería más antagónico. En su lugar, se proyectaban una o más palabras en una pizarra y, después de enseñarle la identificación de las letras, se pedía al alfabetizador que formulara otras palabras a partir de ellas, cambiando las letras o las sílabas. Es decir, se fomenta la capacidad de combinación del aprendiz, su imaginación ideacional y no simplemente su memorización visual. Como desarrollaré más adelante, este principio básico me lleva a pensar que el método de Paulo fue más allá de un proceso de alfabetización. La proyección se hizo de una manera muy cruda al principio, que no recuerdo bien; pero pronto tuvo un dispositivo sencillo, diseñado por Francisco Brennand. Paralelamente a mi trabajo en la revista, participé en clases de cultura brasileña y formé instructores. Así se constituyó la primera experiencia, realizada en Angicos, Rio Grande do Norte.
Por injerencia, creo, de Darci Ribeiro, el proyecto de Paulo Freire se volvió nacional. Su éxito y extensión aumentaron sensiblemente la ira de los sectores reaccionarios de la ciudad. Paulo y su equipo fueron acusados de, bajo el pretexto de alfabetizar a la población marginada, pretender formar una masa de votantes para candidatos comunistas. Pocas ignominias podrían ser más absurdas. No sólo Paulo Freire era católico practicante, sino que el propio Partido Comunista no aprobaba el clima de agitación instalado en el país, y en consecuencia mucho menos el proyecto de Paulo, bajo el alegato, que pronto resultaría justo, de que el país no estaba preparado para cambios de cierta profundidad. El golpe militar de abril de 1964 demostraría que la fuerza optó por mantener la estructura de desigualdad que ha caracterizado al país durante siglos. Contra el poder de las armas, ¿quién puede la ilusión de los sueños? La SEC se disuelve, sus miembros son destituidos, muchos son arrestados o, meses después, incluidos en AI/1. El golpe enfatizó que la supervivencia de cada uno de los afectados les obligaba a buscar otros aires.
No debo terminar esta pequeña retrospectiva sin llamar la atención sobre el proyecto de Paulo. Me parece ingenuo que se limite a ser un método, aunque diversificado, de alfabetización. No tengo ninguna duda de que así le pareció a su creador ya quienes intentaron implantarlo. Pero también creo que sus adversarios más astutos intuían que estaban siendo atacados en un frente más profundo. Esto no solo no se ha notado, sino que pertenece a un área de estudio que aún es casi inexistente. No me corresponde aquí hacer más que señalar su posibilidad. Es decir, delinearlo más o menos.
Tomo como ejemplo el más reciente número de la revista universitaria norteamericana indagación crítica (verano 2021). En él, hay un artículo firmado por Anna Schatman, bajo el título de “Dominio de las metáforas mediáticas”. El ensayo no destaca por su calidad; bastante débil, limitándose a una amplia revisión que, a partir del “Seminario Tamiment”, realizado en 1959, yendo y viniendo, se restringe a señalar el papel de la metáfora como sobredeterminación (“sobredeterminación”) del texto mediático: “Lo que finalmente revelan las conversaciones de Tamiment es que cuando los medios entraron en el lenguaje cotidiano, ya estaban asociados a muchas definiciones”. El detalle del argumento del autor tendría poco más valor que el pasaje anterior. Si bien su desarrollo no abandona la mediocridad, el ensayo advierte la necesidad de penetrar en lo que llamaríamos composición textual. Es decir, por la necesidad de verificar que el uso del lenguaje sufre cambios significativos según la forma en que se hace. El uso del portugués para explicar una cuestión de ciencia exacta (sería mejor decir “duro”, dura), en un los más vendidos, en un texto sociológico o en un poema sufre cambios que son independientes del propósito o intención de su autor. Es decir, cada uno de ellos constituye un bloque discursivo, cuyas propiedades es necesario caracterizar. Esto no quiere decir que cada bloque contenga límites rígidos. Todo lo contrario. Desde un texto mediático banal hasta un poema refinado, las diferencias se refieren a grados de complejidad creciente, resultantes de diferencias en marcos (fotogramas) que particularizan cada discurso.
De ahí la intuición que provoca este desarrollo. Creo que la ira que provocó el método de Paulo Freire provino del hecho de que él, incluso sin el propósito consciente de su promotor, atacó la constitución nacionalmente establecida del discurso sociológico, formulado de tal manera que lo acerque a la marco antes cercano a los medios, es decir, a la formulación cotidiana. La reducción lograda en las formas discursivas sería encomiable si no fuera en detrimento del intercambio entre conceptos y la plurivocidad metafórica, sin la cual los discursos, salvo la formulación rigurosamente matemática, pueden ser interesantes sin llegar a ser efectivamente nuevos. Como dijo Freud, la investigación y la reflexión posteriores arrojarán ciertamente una luz decisiva.
Si no soy yo quien extrapola indebidamente, las conversaciones sostenidas en la Rua Rita de Sousa continúan resonando en mi mente. Sin ser responsable de lo que generan, le debo a Paulo su larga fermentación.
* Luis Costa Lima Profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC/RJ) y crítico literario. Autor, entre otros libros, de El terreno de la mente: la pregunta por la ficción (Unesp).