por LOUIS ALTHUSSER*
Extracto del libro recién editado "Escritos sobre historia (1963-1986)”.
Cuando uno lee a Marx, tiene una impresión muy extraña, comparable a la que experimenta cuando lee algunos autores raros, como Maquiavelo y Freud. Impresión de encontrarse ante textos (incluso teóricos y abstractos) cuyo estatuto no encaja en las categorías habituales: textos siempre al margen del lugar que ocupan, textos sin centro interior, textos rigurosos y sin embargo, como desmembrados, textos que designan otro espacio que el tuyo.
Así es La capital. Texto teórico, sistemático, pero inacabado, en todos los sentidos del término: no sólo porque los Libros II y III no son más que fragmentos de Marx agrupados por Engels y Kautsky (Libro IV), sino porque supone una terminación distinta a la teórica, un afuera donde la teoría sería "proseguida por otros medios".
Marx nos dio la razón de esta extrañeza en dos o tres textos claros, en los que expresamente da forma de tópico a su posición teórica. Por ejemplo, el Prefacio a Contribución (1859) expone la idea de que toda formación social está hecha de tal manera que incluye una infraestructura (Base ou estructura en alemán) una superestructura económica y política e ideológica (uberbau en alemán). El tema se presenta así bajo la metáfora de un edificio, donde los pisos de la superestructura descansan sobre una base económica.
Bueno, no conocemos muchas teorías que toman la forma de un tema, excepto Marx y Freud. ¿Qué significa esto en Marx? actual?
Designa, en toda “formación social” (sociedad), una distinción entre la base (económica) y la superestructura (política e ideológica). Muestra, por tanto, diferentes niveles de realidad y diferentes realidades: la económica, la jurídico-política y la ideológica.
Pero esta distinción es mucho más que una simple distinción de realidades: designa grados de eficacia dentro de una unidad. Indica la base como la “determinación última” de la formación social y, dentro de esta determinación global, indica la “determinación recíproca” de la superestructura sobre la base. Filosóficamente, la determinación última por la base, por la producción económica, atestigua la posición materialista de Marx. Pero esta determinación materialista no es mecanicista.
Pues la indicación de la “última instancia” presupone que hay otras instancias, que también pueden determinar en su orden, y que hay, por tanto, un juego de determinación y en determinación: este juego es la dialéctica. La determinación en última instancia no agota, por tanto, toda determinación; determina, por el contrario, el juego de otras determinaciones, impidiendo que se ejerzan en el vacío (la omnipotencia idealista de la política, de las ideas, etc.). Este punto es muy importante para comprender la posición dialéctica de Marx.
La dialéctica es el juego que abre la última instancia entre sí y las otras “instancias”, pero esta dialéctica es materialista: no juega en el aire, juega en el juego de la última instancia material. En el tópico, Marx inscribe así su posición materialista y dialéctica.
Pero eso no es todo. En su forma, el tópico es algo más que una descripción de realidades distintas, algo más que una prescripción de las formas de determinación: es también marco de inscripción y, por tanto, espejo de posición para quien lo enuncia y para el que lo ve.. Al presentar su teoría como un tema, diciendo que toda “sociedad” está hecha de modo que comprende una base y una superestructura jurídico-política e ideológica, y diciendo que la base es en última instancia determinante, Marx se inscribe a sí mismo (su teoría) en algún lugar del tema. y al mismo tiempo inscribir a cada lector que llega allí.
Ahí reside el último efecto del tópico marxista: en el juego o incluso en la contradicción entre la efectividad de tal nivel, por un lado, y la posición virtual de un interlocutor en el tópico, por el otro. Concretamente, esto significa: el juego del tópico se convierte, a partir del hecho de esta contradicción, en una interpelación, en una llamada a la práctica. El dispositivo interno de la teoría, en la medida en que está desequilibrado, induce una disposición a la práctica que continúa la teoría por otros medios. Es lo que da a la teoría marxista su extrañeza y la hace necesariamente inacabada (no como una ciencia ordinaria, que está inacabada sólo en su orden teórico, sino de otro modo). En otras palabras, la teoría marxista está obsesionada, en su propio dispositivo, por una cierta relación con la práctica, que es, a su vez, una práctica existente y una práctica por transformar: la política.
Parece que uno podría, aunque en términos diferentes, decir lo mismo sobre la teoría psicoanalítica. También estaría obsesionada en su teoría por una cierta relación con la práctica (la cura). La tarea de Freud de pensar su teoría en forma de tópico podría corresponder a esta oscura necesidad.
Dicho esto, intentemos ir un poco más allá. ¿Qué trae Marx, qué descubre? Él mismo dice, en su Prefacio a Capital, que se propone analizar (de nuevo un término que lo acerca a Freud: Marx se enorgullecía de haber introducido el “método analítico en la economía política”), al análisis del modo de producción capitalista. De hecho, toda su obra se centra en este objeto, al que es el primero en dar su nombre como modo de producción. Pero Marx también lo hace, en La capital, excursiones a los modos de producción precapitalistas, también habla (pero muy poco, no queriendo “recetar recetas para el menú de taberna del futuro”) del modo de producción comunista por venir.
En el Prefacio a Contribución, también esboza un tipo de periodización de la historia, en la que se suceden los modos de producción primitivo-comunista, esclavista, feudal, capitalista. Si Marx se queda, pues, estrictamente en el análisis del modo de producción capitalista, en este no deja de considerar la historia pasada y no duda en escribir sobre la historia que se está haciendo, la historia de Francia (El 18 de Brumario etc.), la historia de Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos, Indias, etc.
Marx, por lo tanto, tiene una cierta idea de la historia, y no solo una teoría del modo de producción capitalista. Ya había enunciado esta idea en la famosa frase de Cartel: toda la historia hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Bastaría acercar esta frase a la sucesión de modos de producción para darle cuerpo y sentido.
Sin embargo, las cosas no son tan simples. Esta aproximación puede dar lugar a diferentes interpretaciones. Se puede decir, por ejemplo: la lucha de clases es el motor de la historia, y gracias a la lucha de clases -esta negatividad- la historia avanza, de un modo de producción a otro, hasta su fin, la supresión de las clases y de la clase. lucha, cada modo de producción que contiene en si, virtualmente, el siguiente modo de producción. En este caso, se desarrolla una concepción hegeliana del desarrollo dialéctico, o una concepción evolucionista de las etapas necesarias, en suma, habrá una filosofía de la historia, en la que la historia es un ente, un Sujeto, dotado de un Fin, un Telos, que ha perseguido desde sus orígenes, a través de la explotación y la lucha de clases.
En tal concepción, la historia siempre tiene un sentido (en los dos sentidos de la palabra: un fin, un sentido). Esta concepción no es la de Marx. Si hay astucia na historia (astucia y escarnio), no hay astucia da historia; si hay sentido na historia, sin sentido da historia. Esta distinción entre el em y el de a veces es muy difícil de mantener, a veces es muy difícil evitar confundir una tendencia actual dominante en la historia con el significado de la historia, pero la integridad del materialismo de Marx está condicionada a esta distinción.
Marx, en efecto, no pudo escribir La capital si no a condición de romper con toda filosofía de la historia, como con toda teoría (filosófica) que pretendiera dar cuenta exhaustivamente de la totalidad de los fenómenos observables en la historia humana. Para comprender esto, uno debe representarse cuál es su posición y cómo la ve.
Necesitamos imaginarnos como un Marx oculto, diría mocozeado (ese “viejito”, que es su debilidad) a mediados del siglo XIX, y conociéndolo y habiendo logrado entender lo que significa el capitalismo. Ahora bien, ese Marx de allí, confinado al horizonte de lo que puede saber (y nada más), escribe sin rodeos: “lo que se llama desarrollo histórico descansa, teniendo todo en cuenta, en el hecho de que la última forma considera las formas pasadas como etapas conducentes”. a su propio grado de desarrollo. La representación de la historia es, pues, “espontáneamente” acechada por una ilusión prodigiosa: que las formas pasadas están destinadas a producir el presente.
Como el presente es el resultado de un pasado, ¡el presente se imagina como el final del pasado! Y añade Marx: "[y como] esta última forma rara vez pudo, y eso sólo en condiciones muy determinadas, llevar a cabo su propia crítica... concibe las formas pasadas en un aspecto unilateral". Para poder escapar a la ilusión teleológica y sus efectos, la “forma última” debe estar en estado de hacer su “autocrítica”, es decir, de ver claramente en sí misma. “La autocrítica de la sociedad burguesa”, como dice Marx, puede entonces permitirnos comprender “las sociedades feudales, antiguas, orientales”. Esta “autocrítica de la sociedad burguesa” es La capital, redactado en gran parte en 1857-1859. Armado con este conocimiento, Marx podría salir de su agujero y abordar esta extraña cosa llamada historia.
La crítica a la ilusión teleológica lleva a Marx a negarse a proyectar las categorías que explican la sociedad actual sobre las sociedades que existieron en el pasado como tales. Según los casos, ciertas categorías presentes están parcial o totalmente ausentes en tal formación pasada, y cuando están presentes, muy a menudo se desplazan, juegan un papel diferente, y aunque sea similar, es grano de sal.
Pero esta historia presupone la existencia de un cierto pasado, que puede, a su vez, ser considerado como el final de su propia prehistoria. Es necesario empujar la ilusión teleológica de la historia hasta el final de sus últimas defensas. Conocemos la frasecita de Marx: "la anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono". Quiere decir: suponiendo que la línea mono-hombre se establezca de hecho, que el hombre sea el resultado del mono, no es (contrariamente a todos los evolucionistas) la anatomía del mono la que nos dará la anatomía del hombre, sino la anatomía del hombre, que nos dará “una clave”, y sólo una clave, de la anatomía del mono.
Retomando una famosa fórmula de Hegel, que exigía que nunca se presentara “el resultado en su devenir”, pero que consideraba que el devenir del resultado ya contenía el resultado en sí mismo, Marx diría: todo resultado es en efecto el resultado de un devenir. , pero el devenir no contiene en si tu resultado. En otras palabras, si el buen resultado es el resultado necesario de un devenir, el devenir que produjo este resultado no tiene forma de devenir. telos. Es por eso que "la última forma" no puede considerar "formas pasadas como conducentes a su grado de desarrollo".
Esta última idea nos introduce en lo que yo llamaría una “contrahistoria”, una historia negativa, como trasfondo e imprevistos de la historia “positiva”. La historia, tal como se la concibe comúnmente, es la historia de los resultados como etapas del devenir de la forma presente, es la historia de los resultados retenidos por la historia: no es la historia de los no-resultados, de los devenires sin resultados y de resultados sin devenir, formas abortadas, formas reprimidas, formas muertas, en fin, fallas, no las fallas que retiene la historia, sino fallas que no retiene.
La historia oficial, escrita en nuestra tradición occidental por y para la clase dominante, es la historia de la dominación, que aplasta a la otra historia, la de las sombras y los muertos. Sin embargo, escribió Marx, en miseria de la filosofia, siempre es por el lado malo que la historia avanza. Fue allí donde Marx dio vida a toda una historia reprimida, descubrió un futuro sin resultado, el de las masas explotadas, oprimidas, explotables y empleables sin escrúpulos para todos los trabajos y todas las masacres: el lado malo.
Pero ahí Marx abrió el inmenso campo de la no-historia en todas sus formas, la de las sociedades que desaparecieron para siempre (resultados sin devenir), la de los nacimientos perdidos (el capitalismo en las ciudades del norte de Italia en el siglo XIV en el valle del Po) , la de la existencia “antediluviana”, la de las “supervivencias”, la de las revoluciones prematuras y tantas otras historias en las que la represión, la represión y el olvido compiten por el fracaso.
Es combinando la historia de los resultados y la contrahistoria reprimida que Marx logra pensar la historia de una manera diferente que bajo las categorías de teleología y contingencia.
Intentaré, a modo de sesgo, responder a la pregunta: ¿en qué condiciones existe la historia humana, o incluso, cómo se arraiga la historia en un grupo humano, en una formación social?
Para Marx, que no se cuestiona sobre la antropología prehistórica, el hombre es un animal social que tiene esta particularidad de producir sus condiciones materiales de existencia. Ahora bien, Kant ya decía que el hombre es un animal que trabaja, y Franklin antes que él: el hombre es un animal que fabrica herramientas. Marx cita a Franklin en La capital: el hombre fabrica herramientas para producir sus medios de subsistencia, para extraerlos de la naturaleza con su trabajo. Pero no trabaja en soledad. Incluso en los grupos más primitivos existe una división del trabajo, por lo tanto formas de cooperación y organización del trabajo. Un grupo humano o una formación social produce pues su subsistencia.
Ahora bien, si tal grupo existe es porque ha logrado reproducirse hasta ahora. Aquí está el punto donde todo se desarrolla. Pues este grupo se reproducía a sí mismo no sólo biológicamente, sino socialmente: reproduciendo las condiciones de producción de sus medios de subsistencia. En otras palabras, detrás de la producción visible que hace decir a Franklin que el hombre es un animal que fabrica herramientas, detrás de la dialéctica del trabajo exaltada por Hegel, Marx designa (después de los fisiócratas) un proceso silencioso que manda sobre el primero y que no ve: la reproducción de las condiciones de producción.
En la práctica, esto significa, en primer lugar, que la producción debe incluir un excedente material, un plusproducto, y no importa cuál sea, sino un plusproducto definido, que permita reproducir, después de cada uno de sus ciclos, los elementos del proceso de producción: excedentes de herramientas para reemplazar herramientas usadas, exceso de trigo para semilla, etc. En suma, un exceso que es una reserva determinada para asegurar la reproducción de las condiciones materiales de producción (y sabemos que, durante siglos, la guerra fue uno de los medios para asegurar esta reproducción: por la tierra, por los esclavos, etc.). Si estas condiciones no están aseguradas por la reproducción, la formación social perece y muere. Donde no hay continuidad en la existencia, no hay historia. Si en biología existir es, para una especie, reproducirse, en historia existir es reproducir las condiciones materiales y sociales de producción.
Porque también es necesario que se reproduzcan las condiciones sociales, y no sólo las condiciones materiales (herramientas, semillas, mano de obra). Es necesario que se reproduzcan la división social y las formas de cooperación, lo que presupone toda una superestructura política e ideológica, capaz de asegurar la reproducción de las funciones y su coordinación en la producción. Se los puede ver en las sociedades primitivas, en las que los mitos y sus sacerdotes cumplen el papel de regular las condiciones sociales de reproducción, sancionando la división del trabajo, las relaciones de parentesco, los ritmos, por tanto, la organización del trabajo, etc.
Todo esto, que se nos ha hecho familiar, Marx lo descifró en su análisis del modo de producción capitalista y no puede, por supuesto, aplicarse a las formaciones precapitalistas a menos que grano de sal. Pero esta unidad de producción y reproducción y el efecto de la superestructura como condición de la reproducción social son esenciales para la idea de historia de Marx, así como la distinción que hace, al comienzo [de la segunda sección del Volumen I] de O Capital, entre reproducción simple (sobre la misma base) y reproducción ampliada (sobre una base mayor).
El modo de producción capitalista no conoce la reproducción simple, pero revela su posibilidad. Y no es casualidad que Marx insista en la existencia histórica de sociedades estancadas, que aseguran su reproducción dentro de los estrechos límites de su producción anterior, en el “techo” histórico alcanzado por las sociedades precapitalistas. A diferencia de ellos, el capitalismo está ineludiblemente sujeto a la reproducción ampliada, a la expansión mundial.
De esta visión de la historia se pueden sacar varias conclusiones:
Se comprende el hecho, ya señalado, de que las “sociedades” desaparezcan por completo: cuando por una u otra causa faltan ciertas condiciones de su reproducción. También se puede entender que ciertas formaciones sociales hayan abortado, como las primeras formas de capitalismo en el norte de Italia (ausencia de unidad nacional = ausencia de un mercado suficientemente grande).
Puede entenderse que en las “sociedades” que existieron, la historia no tuvo la misma velocidad, el mismo ritmo, el mismo “tiempo”, que tuvieron las sociedades estancadas, algunas inmovilizadas tras una progresión, otras condenadas a un desarrollo vertiginoso.
Finalmente, es posible comprender el papel de la superestructura señalado en el tópico marxista. La función de la superestructura, el Estado y el derecho, la política, la ideología y todas las obras que viven de la ideología es contribuir a la reproducción de las formas de producción, y en las sociedades de clases, a la reproducción de las formas sociales e ideológicas de división en clases. . Pero al mismo tiempo, se puede entender que la superestructura no asume y no cubre la violencia de clase sin sancionarla sobre la base de la ideología, la autoridad de Dios, el interés general, la Razón o la Verdad.
La reproducción material y social toma la forma de la “eternidad” de los valores ideológicos de los que los políticos son sólo los representantes. Por eso, hasta Marx, la historia se reduce y se reduce a la superestructura, por eso no hay historia oficial sino de la superestructura, de los grandes políticos, científicos, filósofos, artistas y escritores, en fin, una historia” unilateral” como dice Marx: una historia que no penetra en lo más profundo de las condiciones materiales y sociales de producción y reproducción, una historia que no llega a determinarse “en última instancia”.
Pero de esta visión puede extraerse otra conclusión, que concierne al modo de producción capitalista.
Que la historia, para Marx, no es homogénea, ya lo percibimos por su observación según la cual no es cualquier forma social la que está en condiciones de realizar su propia “autocrítica” y por su preocupación por evitar la ilusión teleológica de historia espontánea. Sólo las sociedades donde reina el modo de producción capitalista son capaces de ello. Es que el modo de producción capitalista no es como los demás, sino único en su orden. Presenta esta particularidad orgánica, inscrita en su estructura (valoración del valor, producción de plusvalía) de reproducirse sobre una base en expansión ininterrumpida, correspondiente a su tendencia a crecer, profundizar y expandirse sin detener la explotación de la fuerza de trabajo asalariada.
No puedo entrar en detalles aquí, pero las cosas se pueden representar esquemáticamente así. En cierto sentido, todos los modos de producción precapitalistas tienen una estructura “abierta” o de “brechas”, mientras que el modo de producción capitalista está marcado por su estructura cerrada. Lo que asegura la clausura del modo de producción capitalista es lo que Marx suele llamar la generalización de las relaciones mercantiles, que no sólo convierte a todos los productos en productos como mercancías, sino que convierte a la propia fuerza de trabajo en una mercancía.
En los modos de producción precapitalistas, efectivamente había mercancías, productos vendidos como mercancías pero no producidos como mercancías, y la fuerza de trabajo no era una mercancía: quedaba una “apertura”, todo un juego en el que el amo explotaba para disfrutar y no acumular capital, en el cual el siervo podría, dentro de cierto límite, y bajo ciertas servidumbres, llevar su propia vida. Con el modo de producción capitalista, la fuerza de trabajo se convierte en mercancía; el amo, un capitalista que explota la fuerza de trabajo para acumular capital. No hay salida posible de la furiosa ley de explotación, que está en la base de la lucha de clases capitalista, la expansión de la explotación y la dominación mundial.
El modo de producción capitalista está condenado a una gigantesca huida hacia adelante, sumido en crisis que son como soluciones a espaldas de los explotados y sometido a una ley de tendencia antagónica: aumentar cada vez más la concentración y la acumulación, pero al mismo tiempo a la al mismo tiempo, educando y obligando cada vez más a las masas explotadas a la lucha de clases, provocando a las zonas colonizadas a su liberación, viviendo en esta contradicción mortal hasta la muerte.
Para Marx, esta tendencia es irresistible: el imperialismo es la última forma que toma esta tendencia, la unión del capital industrial y bancario en el capital financiero, la dominación del mercado de capitales sobre el mercado de mercancías a escala mundial, la lucha por compartir el mundo entre los monopolios que llevan a la guerra imperialista, etc. Pero esta tendencia irresistible no es una fatalidad, que contiene de antemano su solución sin alternativa.
Conocemos la frase de Engels: "socialismo o barbarie". La historia que vivimos da pleno sentido a esta doble salida. Podemos experimentar la tendencia irresistible del imperialismo en las formas de “podredumbre” (Lenin) y “barbarie” (Engels), de las que el fascismo nos da una primera idea. Y esto podría durar mucho tiempo, porque lo que caracterizó al capitalismo antes fue, y lo que caracteriza al imperialismo siempre es, una extraordinaria capacidad de transformar sus crisis en curas históricas, ya sea instalándose en ellas, como en el fascismo u otros. formas latentes, o por salir de ellas, como en 1929, pero por la guerra mundial. Queda que con cada guerra mundial, 1914-1918, 1939-1945, el mundo imperialista sólo pudo salir de su crisis pagando el precio cada vez de una o varias revoluciones socialistas. La alternativa a la barbarie puede ser el socialismo. Porque lo que está inscrito en la tendencia irresistible del imperialismo es, indisolublemente, al mismo tiempo, el crecimiento de la explotación y su extensión a escala mundial, la exasperación de la lucha de clases.
Sobre esta base es posible la organización de la lucha de la clase obrera por la toma del poder y por el socialismo. Ciertamente, es necesario que existan organizaciones de lucha de la clase obrera, y que sepan insertarse en las contradicciones del imperialismo en el punto de Arquímedes: el que permite, no sublevar al mundo, sino transformarlo.
* Luis Althusser (1918-1980), filósofo marxista, fue profesor en la École Normale Supérieure (París). Autor, entre otros libros, de por marx (Unicamp).
referencia
Luis Althusser. escritos sobre historia (1963-1986). Texto establecido por GM Goshgarian. Traducción: Diego Lanciote. São Paulo, Contracorriente, 2022, 252 páginas.