por JUAREZ GUIMARIES*
Comentario al libro de Álvaro García Linera
Desde Tocqueville, la filosofía política liberal viene afirmando el carácter mutuamente excluyente entre la dinámica de la democracia y la revolución. La rutinización de carácter distintivo de la democracia, como ocurrió en los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XIX, consagraría el fin del trauma de la revolución y, a su vez, la revolución, con sus rupturas y concentración de poder, conduciría inevitablemente a un proceso autocrático. callejón sin salida, como se había demostrado en la revolución francesa. La Revolución Rusa y otras revoluciones igualitarias del siglo XX confirmarían la hipótesis de Tocqueville: jacobinos y bolcheviques serían, finalmente, personajes engullidos por el enigma no resuelto de la relación entre revolución y democracia.
Como si quisiera desafiar este enigma, el libro de Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia en el primer mandato de Evo Morales, La potencia plebeya: acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia lleva como epígrafe Robespierre: “El objetivo del gobierno constitucional es preservar la República; la del gobierno revolucionario es fundarlo. La revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos; la Constitución es el régimen de la libertad victoriosa y serena”. Lo que se lee en esta colección, a la vez equilibrada y vertiginosa, de ensayos escritos entre 1999 y 2005 es mucho más que una crónica de la revolución en curso. Lo que aquí se inscribe es, sin duda, una renovación permanente de la propia teoría marxista de la revolución.
Ciertamente hay una clara sensación de distanciamiento entre los centros de inteligencia brasileños y los recientes procesos históricos de ruptura y transformación en América Latina. Los liberales brasileños pronto intentaron rehabilitar la maltrecha y plástica noción de “populismo” para designar los procesos que desestabilizaron estructuras partidarias e institucionales decadentes, poniendo en movimiento a grandes porciones de los empobrecidos bajo nuevos liderazgos políticos en ascenso. En la izquierda, durante un tiempo, se hizo común el énfasis instrumental en la distinción entre la radicalidad de los procesos en curso en Venezuela, Bolivia, Ecuador, frente al rumbo notablemente más institucionalizado de la izquierda brasileña, como si se tratara de Es posible comparar la misma escalada de crisis de las estructuras estatales con la novedad histórica de un gobierno de izquierda todavía inserto en una institucionalidad estatal liberal democrática relativamente legitimada.
Como viene insistiendo el sociólogo Emir Sader, falta un paradigma teórico para que la izquierda brasileña se posicione críticamente en relación con el curso mismo de los acontecimientos históricos recientes. En su ausencia, el enigma de Tocqueville rige los juicios: o se adhiere a la idea contundente de democracia o de revolución. Así, para muchos, los gobiernos de Lula y su base partidaria de izquierda se habrían adherido a la democracia liberal y desertado definitivamente del programa revolucionario.
De ahí la decisiva importancia del diálogo con la teoría elaborada en este instigador y sofisticado libro de Linera: allí, en medio de este “desajuste catastrófico entre civilizaciones” que formó la Bolivia contemporánea, se teje una teoría de la emancipación que busca aunar revolución y democracia, republicanismo y socialismo, “pedagogías para la democratización de la vida pública” y “economías de igualdad de derechos ciudadanos”, “descolonización y anticapitalismo” en la construcción de un nuevo Estado multinacional y multicivilizado.
¿De qué manera este “marxista crítico”, como se autodenomina Linera, construye una noción unitaria de sentido histórico y un campo teórico no ecléctico para un movimiento político cuya expresión institucional es la alianza de “ponche y corbata”, líder indígena y ¿Un revolucionario marxista?
El marxismo de Linera siguió, en un principio, la búsqueda de comprender la supervivencia de las comunidades en las formaciones del capitalismo tardío y sus potencialidades emancipatorias inscritas en la obra de Marx. Obtuvo su propia identidad al sumergirse en un movimiento guerrillero de base indígena, inspirado en una rebelión histórica de los indios aymará en el siglo XVII, cuyo programa era la autodeterminación de las naciones quechua y aymara. Este marxismo etnográfico, capaz de mapear las redes de dominación que atraviesan la racialización y la estratificación social, formas de subsunción directa e indirecta, elaboró la conciencia de los límites históricos de la COB, el gran sindicato unitario de los mineros bolivianos, de tipo clasista y corporativo. , “radicales en la forma de la pretensión, pero no en lo reivindicado”.
La gran fuerza de este pensamiento, sin embargo, proviene del marxismo historicista y atento a las dimensiones culturales de la civilización de Mariátegui y, principalmente, de Gramsci. Se encuentra en su capacidad para elaborar una narrativa de largo plazo del proceso de emancipación del pueblo boliviano que se inicia con el proceso de colonización española y se abre al futuro en la reivindicación radical de la soberanía popular, plebeya, para quienes siempre han sido los gran otro del frágil e inestable Estado boliviano, en sus diversas etapas de constitución.
Linera trabaja así con el concepto de Gramsci del “Estado Integral”, que valora centralmente los fundamentos de legitimidad del Estado, los principios de civilización sobre los que fundamenta los derechos y deberes del ciudadano y la propia inclusión o exclusión de la ciudadanía. Son estos principios de civilización los que organizan las instituciones políticas y la vida económica y social. Es por ello que reivindicar la soberanía popular en Bolivia, la democratización de la ciudadanía es, en palabras de Linera, instalar en la cultura política una "guerra entre civilizaciones", que repercute en las gramáticas del ejercicio del poder, organización de la geografía del poder, en la formas de producción Social.
Linera identifica cuatro regímenes civilizatorios coexistentes en Bolivia: uno mercantil-industrial moderno, uno comercial simple de tipo doméstico, una civilización comunal y una civilización amazónica. Dos tercios del pueblo boliviano viviría bajo los últimos tres regímenes de civilización.
A lo largo de la historia de Bolivia, luego de la independencia, habrían existido tres períodos de construcción de ciudadanía. La ciudadanía de casta, que va desde la Constitución de 1826 a 1952, es antiindígena: “propiedad privada contra propiedad común, cultura letrada contra cultura oral, soberanía individual contra servidumbre colectiva”. Hasta 1952 votaba sólo el 3% de los bolivianos. La revolución de 1952 habría demostrado que las masas excluidas, la plebe urbana y los indígenas, habrían realizado literalmente la “invención social del espacio público”, pero aún bajo la forma de unión corporativa en un Estado monocultural, es decir, cerrado. a las tradiciones indígenas originales. La dinámica neoliberal iniciada en 1986 habría instaurado un Estado de “ciudadanía irresponsable”, erosionando los frágiles cimientos institucionales y creando el escenario reciente para el estallido de la “forma multitud” en forma de levantamiento comunitario.
Por primera vez en la historia, dice Linera, “hubo un auténtico renacer discursivo del indio”. Pero, ¿cómo evitar que, una vez establecido un “principio de incertidumbre estratégica de la legitimidad estatal”, se produzca un enfrentamiento abierto de civilizaciones que conduciría casi con seguridad a un “punto muerto catastrófico”, es decir, a la destrucción mutua? La respuesta estaría en el camino, de extrema complejidad, de la construcción convenida, democrática y ciudadana de un Estado multinacional y multicivilizador.
Multicivilizatorio porque su Constitución reconoce también las tradiciones indígenas, lenguas, costumbres, tradiciones, religiones, formas comunales de organización de la economía y del poder. Multinacional porque distribuye la soberanía estatal en diversas estructuras federativas y consociativas, conjugando los niveles local, regional y nacional, en diversas formas de democracia participativa, más allá de la electoral.
Finalmente, se habría instaurado un tiempo revolucionario de transición, que proyecta las próximas décadas a partir del inmenso trabajo de republicanización y, a través de niveles cada vez más altos de autodeterminación, apuntaría a la superación misma de las formas mercantiles capitalistas de estructurar la vida social.
*Juárez Guimaraes es profesor de ciencia política en la UFMG. Autor, entre otros libros, de Democracia y marxismo: crítica a la razón liberal (Chamán).
referencia
Álvaro García Linera. La potencia plebeya: acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Traducción: Mouzar Benedito e Igor Ojeda. São Paulo, Boitempo, 2010, 350 páginas.