por GUILHERME RODRIGUES*
Consideraciones sobre la poesía de Carlos Drummond de Andrade
“Cada uno de nosotros tiene su propio pedazo de pico Cauê”.[i]
1.
Esta es la primera estrofa del poema “Itabira”, parte de “Magic Lantern”, un conjunto de poemas del primer libro de Drummond, un poco de poesía, publicado hace casi cien años. Este libro, como sabemos, se convertiría en un clásico, y sin duda una de las obras más destacadas en lengua portuguesa, recordada por poemas como “No hay medio camino”, “Poema de siete caras” y “Poema de purificación”. Pero no podemos olvidar el resto, los poemas que presentan, por ejemplo, “algún pueblecito” de donde partió el poeta.
La vida en el interior de Minas Gerais y el paisaje del pequeño pueblo es algo que impregna la poesía de Carlos Drummond de Andrade, un poco de poesía a boitempo, y moldeó una cierta visión de este escritor, que, en verdad, vivió gran parte de su vida en capitales: Belo Horizonte y Río de Janeiro. En cualquier caso, su poesía entrelaza datos biográficos y sociológicos que provienen de la vida en la pequeña ciudad con la creación poética que tanto se interesa, en el fondo, por la historia de Brasil. Esta línea de “Magic Lantern” ahora parece fantasmal en este sentido.
Porque si algún interesado quiere visitar el pequeño pueblo cercano a Belo Horizonte para saber, al fin y al cabo, qué parte es el pico Cauê, se sorprenderá de que el pico ya no existe: hoy es un agujero en la tierra. minado por completo. Para empezar, sería bueno que cualquiera interesado recordara el resto del poema:
“En la ciudad todo hecho de hierro
las herraduras suenan como campanas.
Los chicos van a la escuela.
Los hombres miran al suelo.
Los ingleses compran la mina.
Sólo que, a las puertas de la venta, Tutu Caramujo se detiene en una derrota incomparable”.[ii]
Itabira es una ciudad enteramente hecha de hierro, o mejor dicho, como reformula el propio Carlos Drummond de Andrade unos diez años después en el sentimiento del mundo, “noventa por ciento de hierro en las aceras. / Ochenta por ciento de hierro en las almas.”[iii] La pequeña ciudad, como repetirá repetidamente, tuvo una doble historia (que, al final, es la del propio poeta): una vez, fue un lugar de grandes granjas y cultivos, luego, vendida a los ingleses para extraer hierro. desde el corazón del suelo.
Es Carlos Drummond de Andrade quien escribirá que “tenía oro, tenía ganado, tenía fincas. / Hoy soy servidor público”.[iv]; Su infancia transcurrió en la finca, donde su padre montaba a caballo y su madre se quedaba en casa cosiendo.[V]; una familia compuesta por
“Tres niños y dos niñas
uno de los cuales todavía está en su regazo.
La cocinera negra, la fregona mulata,
el loro, el gato, el perro,
las gallinas gordas en el jardín
y la mujer que se encarga de todo”.[VI]
Es decir, una familia con una estructura patriarcal que proviene de un sistema esclavista. Esto se debe a que el poeta siempre está atravesado por ese pasado que no permite idilios rurales ni narrativas bucólicas, frente a la materialidad de la explotación y el horror de la esclavitud –la memoria que tan bien aparece en “Canto Negro” de claro acertijo.[Vii] El hombre del campo es, al fin y al cabo, de la tradición esclavista, algo que no ha dejado de decir la poesía de este escritor, con notable poeticidad en “Los bienes y la sangre”, también de claro acertijo, publicado después de la Segunda Guerra Mundial, más de veinte años después del primer libro del poeta: “y el niño crecerá lúgubre, y los antepasados en el cementerio / reirán porque los muertos no lloran”.[Viii] Esta pequeña ciudad al azar, por lo tanto, tiene su historia de “motores para secar arena hasta convertirla en oro más fino”.[Ex]; sin embargo, todo fue vendido a los ingleses, quienes excavaron la ciudad hasta sus raíces de hierro. La derrota de Tutu Caramujo es completa ahí en claro acertijo, cuando la poesía utiliza la imagen de los cerros de hierro seco que cubren el valle siniestro en la procesión de los últimos esclavos.
Podríamos entonces recordar, de la mano de Aílton Krenak, que esta es una etapa más de la explotación de la tierra y de la destrucción que lleva a cabo lo que se llama “agro”, porque “todo se ha vuelto agro. El mineral es agricultura, el robo es agricultura, el robo del planeta es agricultura y todo es pop. Esta calamidad que hoy vivimos en el planeta puede presentar sus consecuencias para la agricultura”.[X]
Lo que parece efectivo en la poesía de Carlos Drummond de Andrade es cómo estas marcas de la destrucción moderna de la civilización afectan no sólo el suelo, los árboles y las condiciones inmediatas de la vida humana; pero tiene un imperativo que debe trabajar al precio de su continuidad: la formación de una manera de entender el mundo que debe alejar de su horizonte cualquier posibilidad de empatía o de convivencia con el mismo mundo; en el que la sensibilidad se insensibiliza hacia un hiperindividualismo estrecho de miras y miope.
En la acera pública presentada en su “Nota Social”, en un poco de poesía, el árbol ya aparece sólo como una “mejora”, pero sólo está “prisionero/ de anuncios coloridos”[Xi], y la cigarra que canta allí un himno que nadie escucha recuerda la misma condición del poeta que camina furioso entre la multitud en la modernidad. Es el mismo dilema que persiste en claro acertijo, en el que se vuelve a afirmar que Orfeo está perdido en el mundo moderno –poesía, que antes tenía ese poder de encantamiento del que tanto habla Octavio Paz[Xii] perdió su capacidad inmanente de ser revolucionario y de cambiar mundos; y para Carlos Drummond de Andrade es una quimera que tanto malestar le causa, como tan acertadamente señaló Antonio Candido en un ensayo sobre el autor.[Xiii]
Este mundo acabado es el mismo en el que el yo lírico se encuentra con la grandeza mística de la Máquina del Mundo, como un Dante caminando por el infierno, cerca de tener la revelación poética de Octavio Paz, pero simplemente baja la mirada, “sin curiosidad, lazo/ desdeñando tomar el regalo / que se abrió libremente a mi ingenio”.[Xiv] El mundo, a los ojos del poeta, ha pasado por este proceso de desensibilización: ante los niveles más indescriptibles de violencia, explotación y destrucción, sólo una pedagogía de la indiferencia absoluta puede sostenerlo, porque “si los ojos volvieran a aprender a llorar sería una segunda inundación”.[Xv]
Es en este sentido que la poesía de Carlos Drummond de Andrade nos recuerda que sólo un sujeto es incapaz, al escuchar el sonido de un piano, de distinguir lo que se está tocando –el “me dijeron que era Chopin”–, y, es más, si te emocionas, puedes vivir pasando por el mundo, escuchando el piano y sólo recordando deprimentemente las “cuentas que había que pagar”[Xvi].
La siniestra similitud nos llega cuando estamos insensibilizados incluso frente a esta poesía que, instrumentalizada, se acerca a los jóvenes sólo como una forma de pasar por la autoridad de la escuela; y los ancianos, se olvidan de la palabra poética, que cada día deben levantarse para trabajar y consumir los más bajos productos de la industria cultural mientras el cielo arde, el aire es irrespirable, el agua no se puede beber, la lluvia nos quema la piel y el espectáculo de la guerra mata a niños en la Franja de Gaza. En la nueva “Canción Órfica” de granjero aéreo, los ojos, finalmente, “desaprenden a ver”.[Xvii]
2.
Aún así, hay algo que nos recuerda la poesía de Carlos Drummond de Andrade: que todavía existe, irónicamente, en un mundo que intenta abolirla con todas sus fuerzas. Éste parece ser el pedido que el yo lírico hace en la tarde de mayo, en claro acertijo: como quienes cargan las fauces de los muertos, el poeta carga la tarde de mayo, momento en que otra llama aparece ante la tierra devastada por el fuego. En la tarde de mayo pide que la poesía continúe, consumiéndose “hasta convertirse en un signo de belleza en el rostro de alguien / que, precisamente, vuelve la cara, y pasa…”[Xviii].
Este es el momento, escribe el poeta, de la muerte; pero también es cuando se puede renacer en una primavera ficticia, creada por la propia poesía, en un lugar donde el propio amor se ha olvidado de sí mismo y “se esconde, como animales perseguidos”, de modo que lo único que queda es –una manera de preservar mejor– “una tristeza particular, que estampa su sello en las nubes”.
* Guilherme Rodrigues Doctor en Teoría de la Literatura por la IEL de la Unicamp.
Notas
[i] Andrade, Carlos Drummond de. Poesia completa y prosa. 3ª edición. Río de Janeiro: Companhia José Aguilar Editora, 1973, p. 58.
[ii] identificación. loc. cit.
[iii] identificación. ibídem. PAG. 101.
[iv] id, ibídem. pag. 103.
[V] identificación. ibídem. páginas. 53-4.
[VI] identificación. ibídem. PAG. 69.
[Vii] identificación. ibídem. PAG. 258.
[Viii] identificación. ibídem. PAG. 262.
[Ex] identificación. ibídem. PAG. 259.
[X] Aílton Krenak. "No se come dinero". en: la vida no sirve. 1ª edición. São Paulo: Companhia das Letras, 2020, pág. 23.
[Xi] Andrade, ibídem. pag. 64.
[Xii] Paz, Octavio. El arco y la lira. 3ª ed.. México: Fondo de Cultura Económica, 1973, págs. 117-81.
[Xiii] Cándido, Antonio. “Ansiedades en la poesía de Drummond”. en: Varios escritos. 5ª edición. Río de Janeiro: oro sobre azul, 2011, págs. 69-99.
[Xiv] Andrade, ibídem. pag. 273.
[Xv] identificación. ibídem. PAG. 70.
[Xvi] identificación. ibídem. PAG. 71.
[Xvii] identificación. ibídem. PAG. 288.
[Xviii] identificación. ibídem. PAG. 248.
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