La aventura brasileña de Robinson Crusoe

Cornelius Norbertus Gijsbrechts, Trompe l'oeil. Pared de letras con forro de peine y cuadernillo de partituras, 1968
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por HOMERO VIZEU ARAÚJO*

El héroe burgués y esclavista en el origen del auge del romance

La saga del aventurero inglés que pasa veintiocho años aislado en una isla deshabitada pasó de ser el argumento de una novela del siglo XVIII a convertirse en una especie de mito de la cultura occidental, en opinión de Ian Watt. Vale recordar que entre los personajes analizados en el libro Mitos del individualismo moderno: Fausto, Don Quijote, Don Juan, Robinson Crusoe, de Ian Watt, el único mito que surge del siglo XVIII es el de Robinson Crusoe, los demás proceden de los siglos XVI y XVII, lo que sigue siendo una señal de la fuerza del atractivo del personaje de Daniel Defoe.

Mi interés aquí es menos discutir, en la novela Robinson Crusoé, caracterización de personajes, flujo de prosa, etc., y más para evaluar episodios que eran de poco interés para la mayoría de los comentaristas, incluido quizás el más famoso entre ellos, Jean Jacques Rousseau. Mi foco está en los momentos antes y después de las aventuras y desventuras en la isla desierta, es decir, la propuesta aquí es evaluar hacia dónde parte Robinson para su malogrado viaje y qué le sucede luego de ser rescatado.

Una perspectiva marginal, o más bien periférica, para abordar el clásico tantas veces mencionado, que nos permite reclamar aquí una ligera supremacía, al fin y al cabo, se trata del debut de Brasil entre los clásicos de la novela romántica occidental. ¿O tendremos una novela anterior a 1719 en la que Bahía de Todos os Santos aparece como un centro azucarero esclavista?

Por cierto, no se pretende mayor originalidad aquí al registrar un temprano triunfo de la novela realista europea, que en sus entonces primeros esfuerzos por trazar los caminos de la burguesía ya describe una lejana y próspera colonia portuguesa tropical. En este sentido, el objetivo aquí es contribuir a una historia del romance en el Nuevo Mundo, que podría incluir –pero ¿sería eso realmente una sorpresa? – la prestigiosa novela cuyo héroe se convirtió en un mito, cuando la experiencia colonial quedó capturada prematuramente en la tradición literaria occidental. En la periferia de la trama de Daniel Defoe, se insertó la experiencia brasileña, o, mejor, según el argumento marxista, se reveló entonces la acumulación primitiva y su violencia, en un registro que encuadra y relativiza el núcleo más digerible de la fábula de hombre hecho a sí mismo, que se hizo tan famoso.

También vale la pena recordar que el libro de Daniel Defoe está literalmente en el comienzo del surgimiento de la novela, según Ian Watt, en otro texto famoso, El auge del romanticismo, cuyo tercer capítulo, y el primero dedicado a una novela concreta, es “Robinson Crusoe, individualismo y romance”. Para Ian Watt, en Robinson Crusoe El cambio que se produjo en relación con la regla y la convención clásicas ya se manifiesta con gran agudeza: “En las esferas literaria, filosófica y social, el enfoque clásico en lo ideal, lo universal y lo colectivo ha desplazado por completo y ocupa el campo moderno de la visión principalmente el particular aislado, el significado directamente aprendido y el individuo autónomo” (WATT, 1990, p. 57). Por tanto, el realismo avanzó con fuerza hacia una desconvencionalización que se intensificaría hasta establecer nuevas reglas en la ficción occidental.

Según Ian Watt, Daniel Defoe establece un nuevo nivel de expresión: “Daniel Defoe, cuya posición filosófica tiene mucho en común con la de los empiristas ingleses del siglo XVII, expresó los diversos elementos del individualismo de manera más completa que cualquier otro escritor anterior a él. y su obra presenta una demostración única de la relación entre el individualismo en sus múltiples formas y el surgimiento de la novela. Esta relación es evidente con especial claridad en su primera novela, Robinson Crusoe.” (WATT, 1990, pág. 57).

La interpretación de Ian Watt en el libro en cuestión se reelabora en el libro elocuente y estimulante de Franco Moretti, El burgués: entre la historia y la literatura, cuyo segundo capítulo analiza e interpreta a Robinson Crusoe como una síntesis de los atributos burgueses. Una parte del capítulo será revisada en las próximas páginas y quedará claro cuánto le debo por escribir este ensayo, aunque para caracterizar su burgués Crusoe Moretti considera relativamente poco la narración en su conjunto y los episodios anteriores y posteriores a la isla. Pero es Franco Moretti quien pone el énfasis correcto en las circunstancias relevantes en las que Robinson Crusoe finalmente accede al estatus de hombre de medios, algo relativamente ignorado por los estudios sobre la obra.

Rousseau recomienda ignorar las “aventuras” de Robinson en Émile, de 1762, por lo que extractos de Robinson Crusoe que se refieren a episodios externos a la Isla de la Desesperación y ajenos a la autoconstrucción de Robinson, o mejor dicho, externos a la disciplina e inteligencia que daría la médula del individuo aislado pero eficiente. Aquí seguimos la línea opuesta a esta prestigiosa orientación, que nos lleva a evaluar la presencia de la esclavitud en el libro.

Y en cuanto a la relación de Robinson con la esclavitud, cabe señalar que el personaje está lejos de ignorar los procedimientos y la violencia de la actividad, sobre todo porque él mismo fue esclavizado en la costa atlántica africana, antes de desembarcar en Bahía. Allí tuvo que escapar, con la ayuda de un niño llamado Xuri, de un feroz dueño de esclavos, lo que no impide que Robinson venda a Xuri, cuando se presenta la oportunidad. La venta viene con una cláusula atenuante que satisface los dudosos sentimientos de Robinson.

Ian Watt comenta: “Consideremos, por ejemplo, el trato que Crusoe da a Xuri, el niño moro con el que escapa de Sale. Crusoe le promete a Xuri, “si confías en mí te haré un gran hombre” (p.45), posteriormente el gran cariño y admirables servicios de Xuri llevan a Crusoe a decir que lo amará “por siempre”. Pero cuando ambos son salvados por el capitán de un barco portugués, y Crusoe intenta hacer negocios con él, recibe de su salvador una oferta de 60 reales de ocho (una antigua moneda ibérica) –el doble del precio pagado a Judas– por el posesión de Xuri. Por unos momentos Crusoe se mostró “reacio a vender la libertad del pobre muchacho, que tan fielmente me había ayudado a recuperar la mía” (…); pero acaba no pudiendo resistirse al dinero y, para salvar las apariencias, estipula que el niño “sea liberado dentro de diez años, siempre que se convierta en cristiano”. Crusoe tendrá la oportunidad de arrepentirse de la venta, pero esto sólo sucederá cuando se dé cuenta de que Xuri podría ser de gran utilidad en la isla”. (WATT, 1997, pág. 173)

El pragmatismo esclavista de Robinson ya estaba definido, por tanto, antes de llegar a tierras brasileñas, donde, según el relato en primera persona del libro, no hay mención de esclavos y azotes para narrar la evolución patrimonial de Robinson. La no tan ingenua fábula de hombre hecho a sí mismo y el perfil del sujeto burgués comprometido y disciplinado adquiere literalmente contornos siniestros y mercantiles, una vez expuestos los motivos que llevaron a Robinson a embarcarse nuevamente para cruzar el Atlántico hacia las costas de Guinea.

Deja Salvador para obtener esclavos en África y regresar a Brasil donde entregaría el pedido a sus amigos y asociados en Bahía; Es decir, se trata de un barco de esclavos en el que Robinson naufraga y cuyos restos aliviarán sus veintiocho años de aislamiento. Se trata hasta aquí de condiciones fortuitas y menos relevantes (¿según quién?) para la trama, aunque lejos de ser anodinas. Pero cuando se acerca el final de la novela, Brasil vuelve a ocupar un lugar destacado. Los veintiocho años de perseverancia, trabajo y disciplina en la isla no le dieron a Robinson ni una sola guinea: fueron los ingresos de los esclavos de las tierras brasileñas los que garantizaron el regreso pacífico y próspero de Robinson (¡mediante letras de cambio!) a Inglaterra.

Para que Robinson Crusoe disfrutara de un estatus adecuado en su tierra natal, tenían que entrar en juego los ingresos del circuito de comercio de esclavos del Atlántico Sur, lo que empuja al centro meritocrático de la novela a la categoría de digresión ideológica para encubrir la brutalidad de la extracción del esclavo. labor, convenientemente distante y abstracta. Al fin y al cabo, a la hora de cerrar las cuentas, todo el esfuerzo y la disciplina de los buenos burgueses se vuelven vanos, y lo que realmente cuenta es la inversión en la zona mercantil y esclavista, es decir, los ingresos obtenidos del esfuerzo de los africanos esclavizados en América portuguesa.

Ingresos a los que Robinson accede gracias a un golpe de suerte que le devuelve a Lisboa y a un comerciante honesto y amable que estaba dispuesto a pagar lo que le debía. Es decir, una vez más, estamos en el plano de los procedimientos arbitrarios y aventureros, con golpes de suerte decisivos frente al cálculo, la disciplina y la proyección racional que garantizan la supervivencia en la isla y la fama del libro. Un burgués en busca de lecciones de prosperidad tendría que desobedecer a Rousseau y leer los movimientos secundarios de Defoe para lograr el beneficio necesario, en una ironía que resulta en consecuencias formales que afectan el progreso de la prosa, el énfasis del narrador, etc.

El peregrino reacio en el trópico de esclavos

"Oh, Señor, ¿no me comprarás un Mercedes Benz?(Janis Joplin).

Al ser rescatado con Xuri en la costa noroeste de África, donde estaba huyendo después de ser reducido a la esclavitud, Robinson es recibido amablemente por el capitán del barco, quien también intenta comprar posteriormente a Xuri. Los dos caballeros se exceden en su mutua cortesía e intentan negociar con el joven musulmán, con una cláusula que satisface a Robinson: “Sin embargo, cuando transmití mis razones al Capitán, él admitió que eran justas y me ofreció un compromiso: que asumiría ante el niño la obligación de concederle la manumisión dentro de diez años, si se hacía cristiano. Por eso, como Xuri accedió a ir con él, permití que se convirtiera en Capitán” (DEFOE, 2011, p. 83).

Después de la cordial negociación esclavista, el barco atraca en Brasil, o Brasil, como deliciosamente se refiere Defoe y sostiene la excelente traducción de Sergio Flaksman. O mejor aún, llegamos a Bahía, más específicamente, a Salvador a mediados del siglo XVII, donde el aventurero inglés pudo cruzarse con Gregório de Matos Guerra y escuchar sobre un ilustre sacerdote Vieira. El párrafo es breve y enfático: “Hicimos una gran travesía hasta Brasil, y llegamos a la Bahía de Todos os Santos, en el puerto de São Salvador, en unos veintidós días. Ahora me había salvado de nuevo de la más miserable de todas las condiciones. Y necesitaba considerar qué haría a continuación con mi vida”. (DEFOE, 2011, pág. 83)

Pero, bien tratado por el capitán del barco, Robinson no tiene nada de qué quejarse, ya que todo lo que llevaba en su pequeño barco cuando lo rescataron podría convertirse en mercancía: piel de leopardo, piel de león, caja de botellas, dos armas, etc. “En una palabra, acumulé con mi carga como doscientas ochenta pesadas pesas de plata; y con esta herencia aterricé en Brasil” (DEFOE, 2011, p. 83).

Armado con algo de riqueza y no poca suerte, Robinson intenta ir a un molino (“es decir, una plantación de caña de azúcar y una refinería de azúcar”) donde se familiariza con las técnicas de producción y comprende cómo vivía y se enriquecía la gente. propietarios coloniales. Inmediatamente, intenta comprar la mayor cantidad de tierra que puede y comienza a plantar alimentos y pronto algo de tabaco, además de mantener contacto con un terrateniente vecino que es hijo de padres ingleses, pero nació en Lisboa. Robinson, un burgués bien calculado, lamenta la ausencia de su joven esclavo: “Pero ambos necesitábamos manos; y ahora me di cuenta, más que antes, de que me había equivocado al deshacerme de mi chico Xuri”. (DEFOE, 2011, p. 84).

Esta percepción desencadena la intervención del narrador, refiriéndose a las primeras páginas de la novela, cuando optó por una vida de aventuras en detrimento de los consejos paternos. La intervención consta de un párrafo razonablemente largo que transcribimos a continuación. El tono patético de la reflexión contrasta con la breve y calculadora frase ya citada, lamentando a los esclavos por la locura de haber cedido Xuri al Capitán portugués.

“Desafortunadamente, sin embargo, que siempre tomara decisiones equivocadas no era nada nuevo. Y ahora no había más remedio que seguir adelante. Había iniciado un negocio muy alejado de mi temperamento, y directamente contrario a la vida que me daba placer, por lo que abandoné la casa de mi padre e ignoré todos sus buenos consejos; no, estaba entrando en una situación intermedia, o en el estrato más alto de los puestos inferiores, como me aconsejó antes mi padre, y que, si hubiera decidido seguir, hubiera sido lo mismo que haberme quedado en casa, sin dar nunca en todas esas fatigas mundanas. Y siempre solía decirme a mí mismo que podría haber ganado tanto en Inglaterra, entre mis amigos, como podría haber hecho a cinco mil millas de distancia, rodeado de extraños y salvajes en tierras desconocidas, y a una distancia tal que nunca podría haberlo hecho. Tengo alguna noticia de la parte del mundo donde tenían algún conocimiento de mi existencia. (DEFOE, 2011, págs. 84-85)

Los lectores algo familiarizados con la retórica complaciente y patética del narrador Crusoe recordarán varios pasajes posteriores a éste en los que lamenta la falta de discernimiento y sabiduría, que lleva al héroe a sumergirse en episodios desafortunados en los que también se menciona la divina providencia como irremediable y misterioso.

La posteridad entenderá a Robinson como un individuo talentoso en medio de las adversidades del mundo en proceso de mercantilización, mientras que el propio Robinson se percibe, en general, como un protestante, un creyente sometido a la voluntad divina o, incluso, un “peregrino reacio”. , en la fórmula del crítico J. Paul Hunter, citada en la introducción de John Richetti: “Se animó a los puritanos y otros protestantes devotos del siglo XVII y principios del XVIII a llevar diarios religiosos y escribir autobiografías espirituales, relatos de cómo había un sentimiento de haber sido salvados, registros de los sentimientos más profundos que debían asegurarles que eran el objetivo de la gracia divina, animándolos a tener siempre presente su más alto destino espiritual. La novela de Defoe, escrita durante este período, se ajusta al modelo, y se puede decir que este enfoque fue sancionado por el propio Defoe, cuando publicó, en 1720, Serias reflexiones sobre la vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe (Serias reflexiones durante la vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe), colección de ensayos y meditaciones religiosas presentadas como reflexiones religiosas de Crusoe sobre el significado de su historia. Despierta de la indiferencia religiosa y espiritual ante la idea de la intervención providencial de Dios en su vida. Por complejos y particulares que sean los acontecimientos de su vida, terminan tomando en su mente la forma de la narrativa central de la salvación cristiana”. (RICHETTI, 2011, págs. 25-6)

Para nuestros propósitos en este ensayo, un peregrino reacio asediado por llamamientos de esclavos (el pronto adiós a su Xuri, etc.) que lo incitan a reflexionar sobre los consejos paternos, sobre su voluntad un tanto rebelde y la paradoja de cumplir sus deseos paternos hasta cinco a miles de kilómetros de Inglaterra entre súbditos católicos en un trópico exportador. Una paradoja que sólo puede hacerse evidente a través de una razón capaz de discernir intereses y posiciones de clase (“capa superior de posiciones inferiores”), en un ejercicio de sociología rudimentaria que da un toque moderno al remordimiento del hijo pródigo de extracción bíblica.

Es decir, nos encontramos ante una prosa compleja y vivaz en la que los motivos religiosos adoptados por Robinson se contraponen al impulso emprendedor y aventurero del personaje que puede oscilar entre la contrición cristiana y la codicia individualista en el vértigo de un párrafo a otro, que relativiza y determina mejor el puritanismo de Crusoe: “Agresivo y enérgico, independiente y productivo, Robinson también se definió, con el tiempo, por su paciente sumisión a la voluntad de Dios, por su devota aceptación de un destino misterioso. que no se puede cambiar” (RICHETTI, 2011, p. 21).

Volviendo a la narración en el momento en que la dejamos, es decir, con Robinson lamentándose de no contar con los buenos servicios del esclavizado Xuri, comienza una serie de exitosas maniobras del personaje para recuperar riquezas, incluida la que se encontraba en la lejana Inglaterra.

El resultado es que el inglés previsor y organizado logra una fuerte prosperidad, en parte como resultado de la reventa de productos manufacturados muy demandados en la Bahía colonial: “Y eso no fue todo. Como todos mis bienes eran de fabricación inglesa, como telas, correo, bayeta y otros artículos especialmente valiosos y deseados en la tierra, encontré la manera de venderlos todos con gran ganancia; de modo que puedo decir que obtuve más de cuatro veces el valor de mi cargo inicial, y fui infinitamente mejor que mi vecino pobre, digo, en el progreso de mi propiedad, porque lo primero que hice fue comprar un esclavo negro. , además de un criado europeo, sin contar el que me trajo el Capitán desde Lisboa”. (DEFOE, 2011, pág. 87)

Y aquí se registra el movimiento que lleva de la importación de manufacturas inglesas a la adquisición de sirvientes y un esclavo negro para producir mejor bienes exportables, así el progreso técnico británico intensifica la producción esclava en una granja de tamaño mediano que promete estabilidad y ganancias. pero que no satisface al pecador inquieto en cuestión: “Si hubiera persistido en la posición en la que ahora me encuentro, habría cabido para todas las cosas felices encaminadas a aquellas que mi padre me recomendó con tanto empeño, una pacífico y abstinencia, y de la cual me dijo, con tanta sensatez, que la vida en una condición intermedia sería plena. (…) Todos estos errores fueron causados ​​por mi obstinada adhesión a mi necia inclinación a viajar al extranjero, y por haber cedido a esta inclinación, contradiciendo las visiones más claras de mi propio bien, persiguiendo de manera justa y limpia los proyectos y recursos que La Naturaleza y la Providencia coincidieron en concederme y señalarme como mi deber”. (DEFOE, 2011, pág. 88)

De hecho, Robinson se dejó llevar por su afición a viajar y estaba dispuesto a abandonar su situación próspera y segura para dedicarse a un negocio que tal vez fuera más peligroso pero sin duda muy rentable, si el capitalismo mercantil no hubiera avanzado en su impulso hasta el punto de punto de transformar a los hombres en mercancías. Un Dios tan abrumador como el de los templos protestantes y católicos se manifestó entonces en las rutas atlánticas para unir América y África: Robinson demuestra aquí una peculiar devoción por esta fuerza abstracta pero con fines no tan inescrutables.

Los terratenientes vecinos de Bahía mantuvieron una conversación muy interesante con Robinson, quien habla con fluidez el idioma local y les informa de sus viajes a Guinea y se refiere a “la forma en que comerciaban allí con los negros, y lo fácil que era comerciar en esa costa”. , intercambiando bagatelas como cuentas, juguetes, cuchillos, tijeras, hachas, trozos de vidrio y cosas similares no sólo por polvo de oro, ají, colmillos de elefante, etc., sino también por negros en gran número para el servidumbre en Brasil” (DEFOE, 2011, p. 89).

Ante un interlocutor tan bien informado, los colonos bahianos llegaron a la conclusión de que era apropiado proceder con una expedición de esclavos para su propio abastecimiento, ya que no tenían concesión real para vender esclavos en Brasil: “(…) como era un tráfico que no se podía practicar, pues no se podía vender públicamente a los negros que venían, querían hacer un solo viaje, trayendo a los negros a sus tierras privadas, dividiendo el total entre sus propiedades; En definitiva, la cuestión era si aceptaría embarcar en el barco como mayordomo de ese cargamento, encargado de las negociaciones en la costa de Guinea. Y me propusieron que yo tendría una parte igual de Negros, sin tener que aportar dinero a la empresa”. (DEFOE, 2011, pág. 90)

Robinson en el párrafo siguiente lamenta su imprevisión que lo llevó a embarcarse como comisario de esclavos, ya que progresaba rápidamente y pronto habría alcanzado, explotando su propiedad, “una fortuna de tres o cuatro mil libras esterlinas, por lo menos” (DEFOE , 2011, pág. Y tras la valoración relativamente negativa, el narrador-personaje vuelve a lamentarse de su talante aventurero que le lleva a no rechazar la propuesta, que reconoce buena y provechosa, “de la misma manera que no pude contener mi primer error intenciones cuando no las tenía escuchaba los buenos consejos de mi padre” (DEFOE, 90, p. 2011).

Cabe señalar que el motivo de la imprevisión lleva nuevamente a la denuncia de su incapacidad para aceptar los consejos paternos, llevando al circuito patriarcal y familiar la evaluación de los procedimientos comerciales, ahora dentro de las rutas de la trata de esclavos. Pero tras invocar la lejana autoridad paterna, Robinson, consciente de los riesgos del viaje, intenta firmar documentos y preparar acuerdos para que su propiedad siga siendo próspera en Brasil, llegando incluso a redactar un testamento. El escenario es el de un capitalista aventurero. ma no troppo, dispuesto a establecer garantías y preparar documentos que protejan sus derechos de propiedad.

La evidencia de que literalmente se tomó un riesgo calculado es variada y casi excesiva, aunque el énfasis retórico retrospectivo es condenatorio y algo supersticioso: “Pero seguí adelante, obedeciendo ciegamente los dictados de mis caprichos en lugar de escuchar razones. Y así, equipado el barco y terminada la carga, todo según mi acuerdo con los compañeros de viaje, subí a bordo en mal momento, el 1 de septiembre de 1659, el mismo día y mes en que, ocho años antes, Había dejado a mi padre y a mi madre en Hull, rebelándome contra su autoridad y dejándome estúpidamente dejarme llevar por mis propios intereses”. (DEFOE, 2011, pág. 91)

Una vez más parece que se trata de organización, disciplina y razón instrumental que mide, calcula y evalúa, en contraposición al juicio moral que niega la racionalidad misma del procedimiento, con el peregrino reacio que se embarca en su expedición esclavista que, de hecho, lo llevarán a un naufragio en el Caribe, frente a la Isla de la Desesperación, donde pasará una larga temporada. Al reconocer el énfasis y la magnitud del comentario-lamento, con el narrador interrumpiendo el relato de los preparativos del viaje en nombre de la reflexión y la moralidad, el lector ligeramente inconsciente puede relativizar el pragmatismo y el interés comercial en juego, para identificarse con el narrador. y estar de acuerdo con él.

Es discutible que efectivamente se trate del pacto de adhesión buscado por Daniel Defoe, lo que no impide al autor explicar detalladamente los preparativos que preceden al viaje y las medidas y actividades correspondientes, exposición decisiva para establecer una prosa realista, en el sentido de Formulación de Franco Moretti: “Y la misma lógica se aplica a los detalles de la prosa de comprensión literal: su significado reside menos en su contenido específico que en la precisión sin precedentes que introducen en el mundo. La descripción detallada ya no está reservada a objetos excepcionales, como en la larga tradición de la écfrasis: se convierte en la forma normal de observar las “cosas” de este mundo. Normal y valioso en sí mismo. De hecho, no importa si Robinson tiene una jarra o una vasija de barro: lo importante es la formación de una mentalidad que dé importancia a los detalles incluso cuando no importan inmediatamente. Precisión por la precisión”. (MORETTI, 2014, p. 69)

El relato detallado de la expedición, entre otros episodios, anticipa de hecho los procedimientos narrativos que inmortalizarán a Robinson como un burgués trabajador en condiciones adversas, aunque el negocio en curso es mucho menos aceptable como operación burguesa y civilizada. Uno se pregunta acerca de otra expedición de esclavos con tal impacto en la literatura occidental.

Lisboa revisitada o “¡Me arreglé!” por Robinson Crusoe

“… si no se vende, / por alborque / pasará de nuestras manos, y cambiaremos haciendas por bosques, / haciendas por títulos, haciendas por mulas, haciendas por mulatas y arriatas, / que intercambiar es nuestra debilidad y lucramiento es nuestra fuerza”.
(Carlos Drummond de Andrade, Bienes y sangre).

El viaje desde Bahía hacia África desemboca en el famoso naufragio “cerca de la desembocadura del gran río Orinoco”, en el que mueren todos los ocupantes del barco excepto el narrador Robinson. En La Isla de la Desesperación, según el bautismo de Robinson, se define el carácter racional y organizado de Robinson Crusoe, cuya prosa detallada enfatiza la disciplina y la laboriosidad, como es de esperar. “Precisión por la precisión”, en términos de Moretti. Durante su larga estancia de veintiocho años, Robinson tiene la oportunidad de demostrar diversas habilidades y recrear parte de la naturaleza de la isla para sus propósitos. De ahí que Jean Jacques Rousseau considere que los episodios que interesan a una buena educación son sólo los que tienen lugar en la isla desierta, como señaló Ian Watt en Mitos del individualismo moderno.

“Cuarto punto a considerar: dado que sólo la parte de la novela ambientada en la isla desierta trata del individuo aislado, Rousseau quiere que el libro – como escribe en un tono insolente – esté “despojado de todos sus adornos”; quiere que el libro comience con el naufragio y termine con el rescate de Crusoe. Está claro que este cambio privaría a la historia de Daniel Defoe, en gran medida, de sus aspectos religiosos y punitivos; Como verdadero precursor de los románticos, Rousseau no aceptó la idea de que la obediencia al padre y a Dios fuera meritoria. Para Rousseau, habría que poner énfasis en la autenticidad del individuo en relación con sus propios sentimientos, mientras que la idea de un deber supremo debería verse como un subjetivismo antinómico”. (WATT, 1997, pág. 180)

Como sostenemos aquí, una amputación rosseauiana tan radical no sólo privaría a la historia de sus aspectos religiosos y punitivos, sino también de su carácter brasileño, es decir, de una aventura de presa al borde del capitalismo, o incluso de una trayectoria lapidaria en el ámbito de la acumulación primitiva de capital. Como argumentará más tarde Ian Watt, Rousseau ayuda a establecer un patrón en el que Robinson Crusoe se convierte en una síntesis de la “filosofía básica del individualismo” (WATT, 1997, p. 182), lo que configura un paso crucial hacia el establecimiento de Robinson como un mito. del individualismo moderno. Robinson Crusoe se convierte en “la epopeya de quienes no se desaniman”, del único hombre cuya actuación le permite superar las mayores dificultades, tal vez incluso “una obra mayoritariamente dedicada al egocentrismo inmune a la crítica” (WATT, 1997, p. 176 ).

Tendríamos allí a un hombre común y corriente que, visto solo, se revela capaz de someter la naturaleza a sus objetivos y triunfar en la adversidad. La fábula meritocrática en la que el trabajo duro, la disciplina, la racionalidad y la dedicación garantizan la supervivencia, la victoria moral y la simpatía de los lectores. Pero no garantiza la prosperidad. Cuando es rescatado es tan pobre como se puede esperar de un náufrago, sus esfuerzos de tanto mérito fueron para asegurar su supervivencia. Después de haber ido a Londres y de haber seguido hasta Lisboa para comprobar lo que quedaba de su negocio, Robinson se descubrió rico, como señala Franco Moretti, que intenta registrar una cierta paradoja en la que la riqueza no procedía de la empresa de Robinson. trabajar.

Trabajar para uno mismo como si fuera otra persona: así es exactamente como trabaja Robinson. Una parte de él se convierte en carpintero, alfarero o panadero y pasa semanas y semanas intentando ejecutar algo: entonces aparece Crusoe, el jefe, y señala la insuficiencia de los resultados. Y luego todo el ciclo se repite varias veces. Y se repite porque el trabajo se ha convertido en el nuevo principio de legitimación del poder social. Cuando, al final de la novela, Robinson se encuentra “dueño (…) de más de 5 mil libras esterlinas” y todo lo demás, sus 28 años de trabajo ininterrumpido están ahí para justificar su fortuna. Siendo realistas, no existe ninguna relación entre ambos: él es rico gracias a la explotación de esclavos anónimos en su plantación en Brasil, mientras que su trabajo solitario no le ha reportado ni una sola libra. Pero le hemos visto trabajar como ningún otro personaje: ¿cómo es posible que no merezca lo que tiene? (MORETTI, 2014, págs. 39-40)

El trabajo y el esfuerzo en la isla, que ocupan casi todo el libro, son un principio de legitimación social, pero no se puede acusar a Defoe de ocultar el origen de la repentina riqueza de Crusoe: fue la esclavización en Brasil lo que le trajo prosperidad. La noticia es tal que hay un cierto lirismo en la enumeración de trámites (contratos, recaudación de impuestos, actas, etc.) que literalmente casi mata de felicidad: “Ahora puedo decir, sin lugar a dudas, que la parte final del libro de Job Es mucho mejor que su comienzo. Sería imposible describir aquí las palpitaciones de mi corazón cuando leí estas cartas, y especialmente cuando me encontré cubierto de todas mis riquezas, porque, como los barcos del Brasil siempre venían en convoyes, los mismos barcos que traían mis cartas también Llevaba mis mercancías, y las mercancías ya estaban a salvo en el río cuando las cartas llegaron a mis manos. En una palabra, palidecí y me sentí mal; y si el viejo no me hubiera traído un cordial, creo que aquella sorpresa inesperada habría vencido a la Naturaleza y yo habría muerto allí mismo”. (DEFOE, 2011, pág. 375)

Y Robinson continúa explicando cómo un médico, al enterarse del impacto de la riqueza en su paciente, intenta sangrarle y “(…) si ese mal no hubiera sido aliviado por esa salida creada para los espíritus, habría muerto” (DEFOE, 2011, p. 376). No sorprende que Robinson se encuentre “dueño de más de cinco mil libras esterlinas en efectivo y de vastos dominios, como bien podrían llamarse, en Brasil, que producían más de mil libras al año, con la misma seguridad que una propiedad señorial. en Inglaterra” (DEFOE, 2011, p. 376).

El desenlace de aquella siempre lamentada desobediencia a su padre no podría ser mejor, aunque hay mucha fantasía en la caracterización de la honestidad, lealtad y entrega de los socios comerciales y patrimoniales del circuito lisboeta y bahiano de Crusoé. No es fácil creer que en el fin esclavista y aventurero del capitalismo los socios garantizarían activos e ingresos de un comisionado de esclavos inglés después de aproximadamente 30 años.

Aquí la fe británica de Daniel Defoe en el respeto a los contratos parece mezclarse con la fantasía aventurera de la tradición, según Moretti: “En cuanto al éxito financiero de Robinson, su modernidad es al menos cuestionable: aunque la novela no trae la parafernalia mágica de la historia de Fortunatus , que había sido el principal predecesor de Robinson en el panteón de hombres hechos a sí mismos modernos, la forma en que su riqueza se acumula en su ausencia y luego les es devuelta (“160 muelas de Portugal en oro”, “siete hermosas pieles de leopardo”, “cinco cajas de excelentes chocolates y cien piezas de oro sin acuñar”, “mil doscientas cajas de azúcar, ochocientas fajas de tabaco y el resto del billete todo en oro” ) todavía quedan muchas cosas de los cuentos de hadas”. (MORETTI, 2014, págs. 37-8)

Lo que también se destaca por el avance de la narrativa al final de la historia, según Moretti: “Del aventurero capitalista al caballero que trabaja. Sin embargo, a medida que la novela llega a su fin, hay un segundo giro: caníbales, conflictos armados, amotinados, lobos, osos, fortuna de cuento de hadas… ¿Por qué? Si la poética de la aventura estaba “moderada” por su opuesto racional, ¿por qué prometer contar “algunos episodios muy sorprendentes de otras aventuras mías” en la última frase de la novela? (MORETTI, 2014, p. 42).

Volviendo al preciso registro de Franco Moretti anterior, no es ninguna fantasía establecer que la riqueza de Robinson proviene de la “explotación de esclavos anónimos en su plantación en Brasil”. Aquí Daniel Defoe tenía un sentido común apacible y amoral, que no apuesta ni media guinea por la versión meritocrática del trabajo recompensado sino que intenta resaltar cómo el trabajo extenuante de los esclavos genera riqueza ajena. El realismo se combina con lo fantástico en la medida en que los responsables del buen funcionamiento de plantación Los brasileños vienen a cumplir los términos de un contrato firmado, digamos, por brasileños de la generación anterior, treinta años antes. Si no es verdad, son buenas noticias., diría un compatriota de Franco Moretti. Por otro lado, hay alguna evidencia que corrobora, al menos a nivel ficticio, el progreso fantasioso en la adquisición de riqueza a través del saqueo de los africanos esclavizados.

En la literatura brasileña, en uno de los raros momentos en que se registra una expedición de esclavos, el desenlace es también un golpe de suerte. Me refiero al capítulo nueve “¡Oh – lo logré! – del Compadre”, en Memorias de un sargento milicias, la ya clásica novela de Manuel Antônio de Almeida. Se trata de un capítulo al inicio de la novela, que narra, en retrospectiva, el método mediante el cual el Compadre, que crió y sostuvo materialmente a Leonardo desde los siete años hasta su juventud, adquirió el patrimonio que le permite vivir con relativa comodidad. .

“Cuando era pobre, Compadre era barbero y sangrador que recorría las calles de Río de Janeiro armado con una palangana, navajas y lancetas. Al prestar servicio, en la calle, a un marinero, se le invita a abordar un barco que “viajaba a la Costa y se dedicaba al tráfico negro; era uno de los trenes que llevaba suministros a Valongo, y estaba listo para partir” (ALMEIDA, 2000, p. 115).

Es decir, se trata de un barco que se dirige a África en busca de esclavos. Luego de lograr salvar marineros y cargamento humano, Compadre desangra, en el viaje de regreso a Río de Janeiro, al capitán del barco, que había caído enfermo. Pero el capitán muere y lo deja a cargo de entregar una buena cantidad de dinero a su hija, quien nunca recibe el dinero. La traición de la voluntad del moribundo produce la estabilidad del compadre, que a su vez garantiza la buena vida de la infancia y juventud de Leonardo, “nuestro memorando”, para usar los términos de Manuel Antônio de Almeida.

Así, al tratarse de una herencia derivada de la trata de esclavos, permite un cierto alivio a los hombres libres, que pueden sostener sin mucho esfuerzo, pero siempre rapando a sus clientes, al personaje que se convertirá en sargento de milicia. No hay aquí ningún signo de condena moral, la empresa esclavista está completamente naturalizada; Por tanto, el toque transgresor del “me arreglé” sería un incumplimiento de los deseos del fallecido capitán.

Así, hay un encuentro pintoresco, y un tanto siniestro, entre la estabilidad del héroe pícaro de Almeida y la prosperidad del héroe burgués de Defoe, ambos lidiando con la suerte que les proporciona los activos que surgen del negocio de esclavos. Con un giro sobre lo maravilloso (“fortuna de cuento”), los episodios también abordan el primitivo procedimiento médico de la época, con el Compadre como sangrador y Robinson Crusoe siendo desangrado, lo que crea un extraño ambiente familiar.

No se trata de forzar una alineación entre las dos novelas que sería arbitraria, sino más bien de señalar que la aproximación se produce, creo, enfatizando el lado aventurero de los dos personajes y iluminando similitudes en el uso de temas y formas inducidas por experiencia en la periferia del capitalismo, que parece marcar incluso a un ilustre representante del individualismo burgués en sus inicios cuando se aventuró por las orillas y por las aguas del Atlántico Sur.

*Homero Vizeu Araújo Es profesor del Instituto de Letras de la UFRGS.

Referencias


ALMEIDA, Manuel Antonio de. Memorias de un sargento de milícias. Presentación y notas Mamede Mustafa Jarouche. Cotia: Ateliê, 2000. Col. Clásicos Ateliê.

CÁNDIDO, Antonio. “Dialéctica del engaño”. En El discurso y la ciudad. São Paulo: Dos Ciudades, 1993.

DEFOE, Daniel. Robinson Crusoe. Trans. Sergio Flaksman. São Paulo: Penguin Classics Companhia das Letras, 2011.

MORETTI, Franco. El burgués: entre la historia y la literatura. Trans. Alejandro Morales. 1.ed. São Paulo: Três Estrelas, 2014.

RICHETTI, Juan. "Introducción". En DEFOE, Daniel. Robinson Crusoe. Trans. Sergio Flaksman. São Paulo: Companhia das Letras, 2011.

Watt, Ian. El auge de la novela: estudios sobre Defoe, Richardson y Fielding. Trans. Hildegarda Feist. São Paulo: Companhia das Letras, 1990. WATT, Ian. Mitos del individualismo moderno: Fausto, Don Quijote, Don Juan, Robinson Crusoe. Trans. Mario Pontes. Río de Janeiro: Jorge Zahar Editor, 19


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