la paz promiscua

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Por ALEXANDRE DE FREITAS BARBOSA*

Las clases medias no se comportan al unísono, ya que se dividen entre la clase media del mercado y la clase media que defiende la ciudadanía.

En diciembre de 1984, Celso Furtado escribió una lúcida entrada en sus diarios. Tras destacar el papel histórico que jugaría la Asamblea Constituyente, asevera que “además, tendremos un tiempo de acomodo, de ilusionismo, de avances y retrocesos”. Su desenvolvimiento depende del surgimiento de una nueva generación y de cómo se enfrentará a la “impostura del autoritarismo introyectado, aunque sea inconscientemente, por gran parte de la clase media”[i].

Esta afirmación nos permite analizar con distancia histórica la Nueva República que terminó en 2016 y el caos que siguió. Furtado pone el dedo sobre la herida que siempre estuvo abierta durante este período, acumulando pus y resentimiento, a la espera de la inminente necrosis. Pero no lo vimos o no quisimos verlo.

Florestan Fernandes, a su vez, se refiere a las clases medias, en plural, como “los puritanos del capitalismo dependiente”. Tienen un “destino social contradictorio”: defienden “en teoría” la modernización en todas las esferas de la vida colectiva, pero se ven favorecidos al acaparar las posibilidades de “autovalorización en el mercado” [ii]. Renuncian fácilmente a una agenda de transformación social en favor de sus beneficios privados disfrazados de meritocráticos.

Por lo tanto, necesitamos retroceder en el tiempo para comprender uno de los ejes principales de nuestro capitalismo subdesarrollado y dependiente, que surge como un hecho decisivo durante el proceso de industrialización, especialmente cuando la ruptura se produce en el período posterior a 1964.

Un cuento de Luis Fernando Verissimo [iii] se presta en cuerpo y alma a las nuevas estructuras que el régimen autoritario nos dejó como un pesado legado. Al exponer nuestra “mancha” con su bisturí literario, Veríssimo describe los entresijos que dan forma a la sociabilidad de una parte importante de la clase media brasileña.

Rogério es un ex militante de izquierda torturado por la dictadura. Después de un tiempo, se encuentra con viejos colegas que casualmente le preguntan: "¿cómo va la vida?". Su respuesta: “Me hice rico”. Rogério lo encuentra divertido, como si se refiriera a una “fatalidad biológica”, como “gané peso” o “perdí el cabello”. De todos modos, "no fue tu culpa".

Su negocio es la compra y venta de bienes inmuebles. Compra barato, a veces derribando edificios y casas antiguas para venderlas a precios elevados. El suegro de Rogério es rico. Lo llama “el demoledor”, porque vive de “nuestra basura”. En las fiestas del condominio de los ricos, Rogério se encuentra con su cuñado y sus amigos de derecha. Uno de los invitados comenta: “pero ahora los comunistas están arriba”. El empresario responde: “eso es lo que piensan”, “pueden volver, pero nosotros también estamos aquí”.

Como por casualidad, Rogério reconoce la habitación en la que fue torturado en un edificio puesto a la venta. La mancha en la pared, con su sangre, resiste al tiempo. Obsesivo, va tras su compañero de militancia, que también está en otra. Rogério no puede olvidar, “algo pasó, y dejó una huella” en el país, en toda una generación. Olvidar sería una forma de traición.

Le ahorro al lector el resto de la trama para ir directo al grano. Rogério está eufórico con la indiferencia del ex “compañero” y proclama: “al final de la guerra ningún territorio había sido conquistado o cedido y vencido y los vencedores tomaron sus muertos y sus rencores y regresaron a sus respectivos países, que es lo mismo país!”. Lo que más le inquieta es “esta promiscua paz nuestra, ganadores y perdedores viviendo juntos sin saber realmente quién es qué” [iv].

El escritor gaucho resolvió el enigma en esta pequeña obra maestra. Revela vívidamente la “mancha” que Furtado y Florestan -ambos celebrando sus respectivos centenarios en este terrible 2020- habían diseccionado en sus interpretaciones arraigadas en la historia y en sus respectivas experiencias políticas.

Vivimos la paz promiscua entre ganadores y perdedores hasta el año 2016. A pesar de los avances de la Constitución de 1988, siempre estuvo ahí, la mancha, muchas veces escondida. Pero imborrable. En este nuevo contexto, la posición de las clases medias resultó decisiva, pues se ubican en lugares estratégicos de sociabilidad en el mercado, la sociedad y el Estado. Estas clases no se comportan al unísono, ya que se dividen en la clase media del mercado y la clase media que defiende la ciudadanía.

Sin embargo, la sociabilidad del mercado invadió buena parte de los territorios de la sociedad y del Estado, desplazando a las clases medias que hacían de cruce entre las demandas de la sociedad y los proyectos del Estado. Este desplazamiento adelantado durante el gobierno de FHC, sufrió un cortocircuito en los gobiernos del PT, para consumarse de manera acelerada luego del golpe, cuando se impusieron los automatismos autoritarios del mercado.

Los anteriormente vencidos se unieron a los vencedores, sin siquiera hacer autocrítica. Después de todo, el mundo había cambiado. El capitalismo vibrante estaba a la vuelta de la esquina, modernizando la economía, incorporándose al sistema internacional y “enterrando la Era Vargas”. Así fue en la década de 1990, cuando se torearon el ex sociólogo Fernando Henrique Cardoso y algunos de sus antiguos compañeros de militancia, con el apoyo del “mercado” y nuevos amigos del PFL, los triunfadores de siempre.

Con la llegada de Lula y el PT al poder, los perdedores extienden la alfombra roja a los ganadores. Otra ola de ex militantes resocializados con el capital y las oligarquías partidarias. Es cierto que parte de la agenda vencida fue implementada. Pero la paz promiscua, y su mancha, estaba allí. La Comisión de la Verdad, la ley de cupos de negros en las universidades y los derechos otorgados a las empleadas domésticas fueron un intento de blanquear la mancha sin demoler el edificio.

¡Los ex ganadores reaccionaron con su “Stop there”! inflamada, en defensa de los privilegios del mercado, desmantelando el tenso y provisional equilibrio mantenido al interior de las clases medias bipartitas. En un movimiento rítmico, comandado desde arriba, las clases medias se unificaron y atrincheraron, uniéndose a los poderosos para conservar la mancha del pasado. Vino el golpe, el twitter del general, la detención de Lula, la elección amañada del capitán, la destitución del justiciero, los ataques al STF, y reaparecieron los vencedores, bajo nuevos uniformes ideológicos, con sus tropas amarillo verdosas vomitando “libertad” bajo el manto protector de milicias armadas.

La paz promiscua terminó y los cuasi-ganadores una vez derrotados fueron purgados del poder, los medios y los derechos. Fueron secuestrados de la sociedad política por una extraña coalición donde caben triunfadores con distintas agendas, calibres y credos, pues cuentan con el aval del gran capital y la nueva élite de lumpenempresarios en marcha.

Hoy, la promiscuidad violenta se aprovecha de la coalición armada por la familia gobernante que dispara en todas direcciones implosionando la democracia que antes permitía la convivencia entre vencedores y perdedores.

En el tiempo: algunos ganadores ya están abandonando el barco y aliándose con los perdedores en busca de un retorno a la paz promiscua. Hay varias iniciativas: “Estamos Juntos”, “¡Basta!”, “Somos el 70%”, etc. Mientras tanto, los vencidos nuevamente se peleaban entre sí, intercambiando acusaciones. El tema de la semana es el posicionamiento de Lula. “¡Hegemonista!”, dicen algunos. “¡Representante de los trabajadores!”, dicen otros.

¿Lula dio un paso en falso o fue la historia, con su nueva coalición de clases dominantes, la que lo sacó de escena? La paz promiscua que hoy se propone tiene su fundamento principal en la exclusión de Lula. Después de todo, él fue, en el poder, el artífice del capítulo más venerable de nuestra promiscua paz. Quieren recuperar la paz, pero ahora con la sumisión permanente de los vencidos. Lula no sabe cómo moverse en el nuevo escenario, ya que los disfraces del líder popular y del estadista ya no están disponibles. Su dilema es antihamletiano: hubo varios en Brasil que rápidamente se quedaron atrás.

La paz promiscua es saludable, lamento disgustarlos, lectores. O mejor dicho, llevamos mucho tiempo viviendo en él sin darnos cuenta. En este momento es necesario, en primer lugar, reconocer nuestra actual posición de perdedores. Fueron ellos quienes iniciaron de nuevo la guerra y nos tomaron prisioneros. Pero antes de levantar la bandera blanca, corriendo el riesgo de que se nos haga añicos, es importante saber hacia dónde queremos ir.

Nunca antes en la historia de Brasil había sido tan importante adoptar la “guerra de posición” y la “guerra de movimiento” de forma conjugada y secuenciada, para usar los términos de Gramsci actualizados para nuestra situación.

Guerra de posición para ocupar todos los espacios disponibles en la sociedad, incluso los propuestos por ellos. Y la guerra de movimientos, para crear nuevos espacios de organización y formas de resistencia, reuniendo a los diversos perdedores y promoviendo la división en el campo de los ganadores. Llegará el momento en que, habiendo entendido los términos del juego, podremos definir las nuevas condiciones del armisticio. Solo entonces los ganadores habituales se darán cuenta de que no estamos aquí para jugar.

[i] FURTADO, Celso. Diarios intermitentes 1937-2002, organización, presentación y notas de Rosa Freire D'Aguiar. São Paulo: Companhia das Letras, 2019, pág. 304.

[ii] FERNANDES, Florestán. Sociedad de clases y subdesarrollo. 3er. edición. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1975, p. 63.

[iii] MUY MUY, Luis Fernando. la Mancha, En: “Vozes do Golpe”. São Paulo: Companhia das Letras, 2004.

[iv] Ídem, pág. 50-51.

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