por LUIZ MENNA BARRETO*
Es muy probable que la pandemia de la mirada se propague por un ritual que se instauró a principios del siglo XXI.
En esa tierra, pocas personas intercambiaron miradas; la mayoría mantuvo sus ojos en el suelo. Ley nro. 46.383.492.384.309, de 2053, del gobierno de turno, prohibió el contacto visual entre ciudadanos. En él estaba escrito que el intercambio de miradas transmitía un virus fatal, imposible de detectar, pero muy contagioso. No es que esta ley fuera realmente necesaria, simplemente confirmó un comportamiento que se había vuelto cada vez más común durante algunas décadas.
Y así se construyó un mundo desprovisto de miradas entre las personas, cada vez más condenadas a ver reflejadas sus propias imágenes en espejos esparcidos por todos lados, ya que solo sus propias imágenes se consideraban confiables. Se permitió la autoapreciación. Más que eso, fue alentado por las autoridades. Intercambiar miradas estaba prohibido porque era peligroso, porque podía causar daños impredecibles. Una vez infectados por el virus, las personas comenzaron a temer cualquier forma de contacto con los demás, dado el efecto sin precedentes de estos contactos, especialmente el de las miradas cruzadas.
Entre los intelectuales de esa tierra, la mirada fue entendida cada vez más como un reflejo luminoso, la superficie de un presente momentáneo, fugaz, despojado de un antes y un después. Esta luminosidad era la única representación posible de la realidad; el resto, una construcción inútil.
Pero había algunas personas que aún intercambiaban miradas. Intentaron, por todos los medios, mostrar la riqueza de estos intercambios, siempre cargados de historias individuales y colectivas, y también demostrar que no hacían daño. El diálogo era difícil entre estas personas que intercambiaban miradas y quienes, por temor al contagio, evitaban cada vez más los intercambios.
Por cierto, es muy probable que la pandemia de la mirada se haya extendido a causa de un ritual que se instauró a principios del siglo XXI, con la moda de selfies realizado a través de un dispositivo llamado popularmente teléfono celular. Estos autorretratos terminaron alimentando la ilusión de que las personas estaban intercambiando mucha información personal, pero en realidad estos intercambios nunca se consumaron, ya que los posibles interlocutores también estaban ocupados mostrando sus propias imágenes. Las eventuales innovaciones se limitaron a la exposición de hechos grotescos que nunca invitaron a pensar en la historicidad de los involucrados y la construcción de esos mismos hechos.
En la década de 2050, esta situación llegó a su límite, hasta el día en que el grupo de esas pocas personas que aún se cuidaban se reunió para intercambiar experiencias, un encuentro al que fueron invitadas todas las personas de esa tierra. La adhesión fue escasa, entre otras cosas porque no hubo gratificación para los participantes, pero fue muy animada, llena de conversaciones improvisadas, algunas frases creativas, pero sin atreverse a denunciar la ley que prohibía el intercambio de miradas.
Aun así, el grupo salió enriquecido de la reunión. con las miradas de allá para aquí y de aquí para allá. Descubrieron, por ejemplo, que un intercambio de miradas nunca es igual cuando se repite, ya que cada mirada es única y siempre aporta algo nuevo, otro sentido a lo visto. Poco después, se difundió la noticia de la existencia de otro al que siempre se buscaba, invitando a aquellos desinformados, desorientados y tristes, que sólo miraban al suelo oa los espejos, a huir de la mismidad. Esta búsqueda de nuevas miradas ha contagiado a todo el país, al punto que hasta los más temerosos de la ley empezaron a ensayar furtivos intercambios de miradas. Comenzaron observando a sus mascotas, luego vieron a sus familiares y, ocasionalmente, a un vecino.
Cuando se dieron cuenta de que no dolía, sino que, por el contrario, les hacía mirar desde lo más profundo, todo cambió. Incluso los paisajes de campos y ciudades comenzaron a ser observados y portaban historias que iban más allá de la superficie, historias cargadas de recuerdos de quienes estuvieron allí y llenas de posibilidades para quienes algún día lo serán. La ley que prohibía el intercambio de miradas fue disuelta, por inútil y perversa.[ 1 ]
*Luiz Menna-Barreto Es profesor de la Facultad de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP.
Nota
[1] En este texto conté con la colaboración de Cláudia Espírito-Santo (revisión).