La ola antineoliberal

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por LUIZ MARQUÉS*

El neoliberalismo es una forma de vida. El arreglo para enfrentar las disputas del mercado global afecta tanto a la estructura societaria como a las disposiciones emocionales atomizadas

La globalización implicaba un horizonte basado en la primacía del mercado, con el Estado como gestor para garantizar las libertades individuales, que se confundían con las libertades de comercio y circulación de mercancías. El freno a la intervención estatal, avalado por el Consenso de Washington (1989) y difundido por el Fondo Monetario Internacional (FMI), contenía la promesa nunca cumplida en ningún lugar de la presentificación del futuro.

En Brasil, el desgobierno obedece a la cartilla fallida. Cabe solo en la publicidad, la política económica oficial se hace visible en los semáforos y en los millones que padecen inseguridad alimentaria. Es decir, el hambre, que el anónimo afirma que no existe. Ahora bien, al negacionismo cognitivo (de la ciencia y el conocimiento), el negacionismo afectivo (de la falta de empatía por los vulnerables) y el negacionismo político (del Estado democrático de derecho) para imponer un régimen antiliberal, se suma el malogrado representante de la muerte. la negación cínica de la realidad y las estadísticas, tout court.

En la década de 1990, la prensa francesa nombró pensamiento único la supremacía que, desde entonces, se expandió y pasó de un modelo económico a un modelo de civilización que (ops) ensalza la “desigualdad” para configurar La nueva razón del mundo (La Découverte), interpretada por Pierre Dardot y Christian Laval. Las mutaciones provocadas por el neoliberalismo, en forma de egoísmo social estimulado por la competencia a todos los niveles e hiperindividualismo reforzado por la desindicalización, contribuyeron a la estructuración de condiciones subjetivas para la “nueva derecha”.

El colonialismo (racismo) y el patriarcado (sexismo) sirven de fundamento al capitalismo, así como el conservadurismo (en la moral y las costumbres) y el neofascismo (autoritario y totalitario) sirven de soporte al neoliberalismo. Es sintomático que el primer laboratorio de la Chicago Boys, dirigida por Milton Friedman, tuvo lugar en Chile bajo la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. El ministro Paulo Guedes se jacta de haber colaborado con el accidente, y viceversa. Los iguales se atraen.

Al mismo tiempo, los liberales rechazan el término “neoliberal” utilizado por los fundadores de la Société du Mont-Pèlerin (1947), dada la connotación peyorativa que asumió con el tiempo. Lo mismo con respecto a la calificación de “paleoliberal”, recordando la liberalismo estilo manchester en los inicios del capitalismo, descrito por Friedrich Engels, a la edad de 24 años, en A situación de la clase obrera en Inglaterra (1845). Semántica aparte, el conjunto de ideas que se oponían al Estado del Bienestar en la Europa de la posguerra buscaban la gobernabilidad con “menos Marx, más Mises”.

Winston Ling, pionero en la plantación de soja (Santa Rosa-RS), en una publicación del Instituto Mises que se eliminó, especuló: “Las actividades de individuos talentosos desencadenan cambios económicos y tecnológicos que impulsan el crecimiento a largo plazo y crean oportunidades para la gente promedio (mediocre) entrar en el círculo de las élites”. Concluyó que “el país necesita más desigualdades”. El razonamiento falaz de quienes incluyen en su currículo la presentación del alegórico Posto Ipiranga a Jair Messias, elude la lógica capitalista que presiona el salario mínimo por debajo del indispensable para reponer las energías gastadas en el trabajo, y promueve el pauperismo. Por lo demás, la paciencia que predica el empresario para disfrutar de las novedades de la tecnología es una aventura siempre fracasada para los pobres, aunque llena de emociones. La “democratización del consumo” desplaza el codiciado objeto de deseo de las “élites”; no borra la enorme brecha entre las clases sociales.

El neoliberalismo es una forma de vida. Comenzó con metas de reducción de costos, reingeniería gerencial y flexibilización de tareas laborales. El resultado fue una competencia entre empleados que, todos los días, deben demostrar el valor agregado para mantener la empleabilidad y los salarios ajustados. El arreglo radical para enfrentar las disputas del mercado global afecta tanto la estructura empresarial como las disposiciones emocionales atomizadas. Los criterios de evaluación contable también se utilizan en la autoevaluación de los individuos, en el espacio doméstico. En nombre de la rentabilidad y la productividad, las oficinas de Psi están abarrotadas. Caminatas sin sentido de zombis pequeñoburgueses, ídem. Unos para curarse del resentimiento y otros para ejercer el odio miliciano, destrozar homenajes a Marielle Franco y atacar el Supremo Tribunal Federal (STF).

Distinto del sujeto productivo del fordismo, el neo-sujeto exitoso en la jungla urbana se caracteriza por una individualidad posesiva, que se disfraza de “meritocracia”. Esta es la persona que aspira a la riqueza, sube en la bolsa de valores, consume artículos de lujo y se salta la cola en el bufé cuando se presenta la ocasión. el carácter de yuppie, interpretado por Leonardo DiCaprio en la película El lobo de Wall Street (2013), expresa la dramaturgia hegemónica. Del lado de la “pobretariat”, para cruzar el mar revuelto de las finanzas, es necesario convertir la inmersión en el desempleo y la informalidad –de ocupaciones precarias– en un bote salvavidas para “emprendedores” desesperados. Es lo que queda del naufragio, en el que el sentido clásico del trabajo ya no confiere identidad de clase a los trabajadores superexplotados, convertidos en luchadores por la subsistencia, sin organización sindical. La expectativa es reconstruir los lazos de sociabilidad en un colectivo, con un contrato formal.

El Premio Nobel de Economía, James Tobin (1918-2002), partidario de “un liberalismo con rostro humano” que no se remonta al pasado, sino a un futuro posneoliberal, propuso un impuesto del 0,1% a las transacciones internacionales en el “casino”. financiero". Según los cálculos, sería suficiente para acabar con el hambre en el planeta. Ni que decir tiene que murió sin ver concretada su propuesta humanitaria. No sensibilizó al sistema, que sólo se mueve para maximizar las ganancias. La idea circuló con simpatía en las ediciones inaugurales del Foro Social Mundial (FSM), en Porto Alegre. En el Foro Económico Mundial (WEF) en Davos, las puertas permanecieron cerradas. Ni la crisis económica de 2007-2008, que se inició en Estados Unidos y pronto se exportó a ambos hemisferios, ni la crisis sanitaria pandémica provocada por el coronavirus que ha azotado los últimos tres años y que ha provocado el cierre de empresas y empleos, lograron sensibilizar a los “dueños del poder”.

El paradigma, sintetizado en el “equilibrio fiscal”, bloquea la solidaridad y el pensamiento crítico en los medios. Es como si la lógica sistémica, a pesar de la erosión de la hegemonía absoluta de la que gozaba, continuara sin oposición pública. La concepción monetarista dominante en el campo económico sustrae opositores, quitándoles legitimidad. El escudo mediático actúa como protección frente a la toma de conciencia de los magros resultados que producen las políticas de libre mercado, con la reducción de las funciones normativas del Estado. La mordaza pretende deconstruir el nexo causal para preservar intacto el remedio recomendado por el FMI. Por lo tanto, la Globo y Red Bandeirantes ahorró al “bufón de la corte” preguntas incómodas en contradicción con los dogmas compartidos por la derecha, que sabe usar los cubiertos, y la extrema derecha, que come con las manos sucias: ambas leales al aburrido Ministerio de Economía en los actuales debates electorales.

Para los medios corporativos, “todo debe cambiar para que todo quede como está”, como enseña la obra maestra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El leopardo. El candidato a la reelección y la supuesta “tercera vía” comparten el proyecto de nación excluyente en un simulacro de República. Los “liberales”, ante la fusión de las esferas pública y privada, se rinden al cliché: “no hay alternativa, el totalitarismo del mercado es inevitable”. La pseudo indignación, el derrotismo o la apatía no cambian las piezas del tablero. Mantén el juego indefinido. Se comprende el lamento del Papa Francisco: “Nuestro tiempo sufre por la pérdida del amor y de la compasión”. Los movimientos contrahegemónicos y la articulación político-electoral liderada por Lula da Silva traducen las palabras del Pontífice en una plataforma de acción, con estrategias en el juego de ajedrez para superar el orden desigual y extender a todas y todos el “derecho a tener derechos”. El jaque mate sale de las urnas.

En ese contexto, de actualizar la vieja metáfora de la “casa grande” y los “barrios de esclavos”, con el aumento vertiginoso de la polarización social entre el 1% privilegiado y el 99% olvidado al costado de la ruta del progreso, el Poder Judicial muchas veces derrapa en la curva de las iniquidades y aparca en el garaje de los poderosos. Las ilegalidades de Lava Jato son la prueba más reciente del desliz.

“La justicia, politizada, fragmentada y perdió la prerrogativa de ser la última instancia. Sin nadie más capaz de arbitrar intereses y resolver desacuerdos, la divergencia se resolvió entre amigos, familias y en toda la sociedad. Se rompió el nervio civilizador”, acusa Carlos Melo, en el artículo titulado “Marcha brasileña hacia la insensatez” (en: Democracia en riesgo, Compañía de las Letras). Los grandes errores tienen consecuencias. El cineasta José Padilha, director del ciclo apologética el mecanismo (2018), quien elogió al exjuez Sergio Moro en el operativo judicial de Curitiba, se retrató con un mea culpa: “Fui ingenuo, ingenuo. Mucha gente se engañó”.

Sin embargo, emerge otra racionalidad, basada en la cooperación en defensa del bien común en la sociedad y la naturaleza. La utopía es necesaria para despertar la voluntad política (virtud) y modificar el tejido socioeconómico, cultural y medioambiental. Si la utopía no existiera, ciertamente tendríamos que inventarla. Es el motor activo de la crítica, el disenso y la democracia. Las Constituciones tienen este papel corrector al señalar cómo deben ser las cosas, y no cómo se presentan en la tradición. Su importancia revolucionaria proviene de los fines humanistas explicados para iluminar los esfuerzos por mejorar las instituciones republicanas, para garantizar el máximo de igualdad y libertad.

No se puede excluir la formación de una gran ola antineoliberal latinoamericana. Vea las victorias de las fuerzas progresistas en América Latina. La caravana de la esperanza atraviesa Venezuela, Argentina, Bolivia, Perú, Chile y Colombia, con un innegable cúmulo de energía popular en Uruguay, Ecuador, Paraguay y Brasil, que se prepara para infligir en octubre una contundente derrota a las bases de apoyo del neoliberalismo. neoconservadurismo y neofascismo. Poco a poco, el espectro de la izquierda deja atrás el “fallo de la imaginación”, que marcó el período de reflujo.

La apertura del programa político del “Frente Juntos Pelo Brasil”, para que la sociedad civil enumere aportes, temas y propuestas, mostró creatividad, humildad y generosidad. De inmediato, alrededor de 1968 no miembros del consorcio de partidos organizados con el PT respondieron al llamado. La propia creación de las “federaciones de partidos” permite llevar a cabo una de las banderas del movimiento simbólico de Mayo del XNUMX, allanando el camino de la “imaginación al poder”. Como señalan Dardot y Laval (op.cit.): “El principio de lo común que emana hoy de movimientos, luchas y experiencias remite a un sistema de prácticas directamente contrario a la racionalidad neoliberal y capaz de revolucionar el conjunto de las relaciones sociales”.

La necropolítica negacionista y los perversos niveles de inhumanidad aún provocan miles de muertes evitables. Pero el pueblo brasileño no ganó. ¡Otra razón por la que el mundo es posible!

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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