por GUILHERME RODRIGUES*
tal vez volver a visitar el propicio de Fernando Pessoa puede indicar que la realidad es esa miseria estática que sólo da la muerte
Ah que la verdad nunca definió
¡Mata el alma, que vive de no contarlo!
¡Quizás nunca, oh hermosa primavera negra!
El alma se encuentra con el último horror.
De la verdad absoluta, donde termina
Qué ser, qué tener, qué buscar.
Cada Dios sea falso y, donde esté, supremo;
Sol centro de un sistema de verdades
Y sistemas solares de ilusión
En el espacio de la verdad ilimitada
Y sin definición - inexistente
cuanto sale el tema[i]
este fragmento de propicio es una más entre muchas en las que el protagonista de esta tragedia infinita de Fernando Pessoa se queja de la realidad, como si ante la conciencia de algo que se llamaría verdad, se presentara el horror de la banalidad, la superficialidad y, en el peor de los casos, el fin mismo de un impulso hacia algo significativo.
El Fausto de Pessoa es, por tanto, este buscador incansable del misterio (como el autor enunciaba la palabra, con la y que tira hacia el abismo, pero siempre mira hacia arriba -ortografía siempre conscientemente poética, como él mismo lo señala en alguno de sus innumerables fragmentos-, sin llegar a creer que desde allí pueda revelarse algo, ya que “el único misterio, todo en todo / Hay un misterio del universo, / Hay un universo, cualquier cosa, / Hay un ser”.[ii] El horror que le tiene el protagonista a la muerte es encontrarse con ese misterio, y ese algo ahí se revela; es mejor para él mezclarse en la noche, porque tiene “forma sin forma / De la sombra”;[iii] la muerte es, en este sentido, el terrible despertar de un sueño de vida:
Sí, este mundo con su cielo y su tierra
Con sus mares y ríos y montañas,
Con sus arbustos, pájaros, animales, hombres,
Con qué hombre, con qué arte traduce
De cualquier construcción divina, hace:
Casas, ciudades, autos, modas –
Este mundo, que sueño reconozco,
Por un sueño que amo y por ser un sueño o no
Quisiera nunca dejar (...)[iv]
Fernando Pessoa produce una inversión de un lugar común: la muerte es la verdadera vida, y, estática y terrible, es mejor huir de ella para soñar con esta vida, mejor y más bella, más humana, en la que cada hombre es un Dios que da forma al mundo imaginado. Nada muy diferente del único drama completo publicado por el escritor en vida – El marinero. Allí, los tres candelabros relatan un pasado falso, que nunca existió, pero, por eso mismo, es más hermoso; y de él nace el sueño de un sueño: un marinero que, al no poder volver a su patria, sueña con un falso país, y construye casas, amigos, familia, calles: “Todos los días pongo una piedra de ensueño en este edificio imposible”[V]. Sin embargo, cuando quiere recordar su verdadera patria, “vio que no recordaba nada, que para él no existía… La niña que recordaba, era la patria de sus sueños; cualquier adolescencia que recordara, era la que él había creado… Toda su vida había sido la vida que él había soñado”.[VI]
El horror que esto provoca de inmediato en las hermanas que conversan esa noche proviene de una liberación de la palabra poética, como si pudiera crear algo más real que la realidad, superponiéndola.
Digamos que esta comprensión de la imaginación y el sueño -de la palabra poética- que configuran el mundo es algo que atraviesa la obra de Fernando Pessoa y, como es de esperarse de este poeta, tiene su impronta en la heteronimia. Los escritores y críticos que ha creado son a menudo más reales que autores reales, y si no lo son, al menos actúan como si lo fueran. No solo tienen obras propias, con estilos únicos, sino que se sabe que tienen biografías y descripciones físicas, mapas estelares, comentarios críticos sobre la obra de uno y otro (además de debates más o menos acalorados sobre la poesía del maestro Caeiro, de la política fascista de Mussolini y del propio Fernando Pessoa –A Alvaro de Campos le disgusta, por ejemplo, d'el marinero) y, para quienes aún no estén convencidos, incluso su propia firma.
La invención es, en Fernando Pessoa, la gran creación del mundo, y por eso mismo la literatura tendría un papel destacado en este saber faustiano de Pessoa: el pacto es para la creación del Mundo, para que quede el infierno de lo que sólo es posible para la muerte. Puede leerse el difícil debate interno de Álvaro de Campos en “Tabacaria”: tener en mí todos los sueños del mundo, pero ser un hombre que no es nada, a pesar de los estudios, el amor y las creencias; “porque es posible hacer realidad todo esto sin hacer nada”.[Vii] El amor de Ricardo Reis por las rosas del jardín de Adonis, “Cuál es el día que nacen, / En ese día mueren”, también se puede entender en estas líneas: la vida que es conscientemente inconsciente “Que hay noche antes y después / El poco tiempo que duramos”.
En una época de guerra y derrumbe, la poesía de Fernando Pessoa supo ver cómo los sueños y la imaginación son capaces de crear algo más real que la miseria de la realidad; “Enderezar, como buena dueña de la Realidad, / Las cortinas de las ventanas de la Sensación / (…) Y desempolvar las ideas simples”,[Viii] así es la vida del poeta Alberto Caeiro, verso a verso. Al publicar tu libro Mensaje, ya durante el régimen fascista de Salazar, el escritor se sirve de este mito nacional portugués: una nada que lo es todo, una leyenda que desemboca en la realidad, que, finalmente, se enfrenta a la niebla; con lo que aún no tiene nombre, ni forma y se entrelaza con la noche y la sombra, un chapuzón, en fin, fáustico. Todo ello, por supuesto, sin perder de vista la creación del país de los sueños del marinero. El momento del sueño y la incertidumbre es el momento del surgimiento, de lo nuevo, gestado durante la noche y la oración; invención – sacar de lo imposible lo que ahora existe, porque reina y mueve los afectos de la palabra poética.
Si, ya durante la arquitectura de ruinas del neoliberalismo, fue Mark Fisher quien realizó uno de los análisis más brillantes del capitalismo tardío de las últimas décadas, señalando la capacidad de amputar los sueños revolucionarios (que capturaron en gran medida incluso las corrientes más críticas del pensamiento de izquierda), quizás revisitando el propicio de Fernando Pessoa puede indicar que la realidad es esa miseria estática que sólo da la muerte. O propicio siempre fue una obra con la que el autor nunca estuvo satisfecho, un conjunto inacabado más que inacabado, infinito por sus diversas sugerencias de montajes y posibilidades, lagunas y fragmentos, borradores y observaciones; como el libro de inquietud, como el descansos de Álvaro de Campos.
Sus primeros fragmentos datan del año del regicidio del último monarca portugués, en vísperas de la proclamación de la Primera República de 1910, y recorren toda la vida del autor, con sus diversos papeles y tintas de diversa índole; como si, como su Fausto, Fernando Pessoa dudara en armar una obra final, pero sugiriera en todo momento que, a través de la suspensión, emerge de allí una poesía cuyos símbolos y lenguaje crean algo diferente, tan informe como la noche.
Sería un caso de recordar, por hoy, entonces, que para que haya algo diferente, un mundo que no sea esta miseria, primero es necesario soñarlo. Soñar con un mundo igualitario, sin hambre, con el medio ambiente viviendo con nosotros sin que lo depredamos destructivamente es, por tanto, una tarea poética, pero no obstante profundamente Real, por su capacidad de superar la miseria de la realidad: es, en definitiva, una forma de conjurar la muerte, es hacer temer a quienes ahora simplemente quieren enterrar este mundo.
* Guilherme Rodrigues Doctor en Teoría de la Literatura por la IEL de la Unicamp.
Notas
[i] F. Persona, propicio, padre 95, c. 1915 (Seguimos la edición de los fragmentos organizada por Carlos Pitella (PESSOA, Fernando. propicio. edición de Carlos Pittella. Lisboa: Tinta da China, 2018).
[ii] identificación. fr. 90.
[iii] si. fr. 85.
[iv] identificación. fr. 116.
[V] identificación. En: Orfeo, No. 1, 1915, pág. 34.
[VI] identificación. ibídem. PAG. 35.
[Vii] “Tabaquero”, v. 108.
[Viii] CAEIRO, Alberto. poemas separados.
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