por LEONARDO BOFF*
El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo.
La cuestión de la presencia de Dios dentro de la visión moderna del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos preguntamos: ¿qué había antes del antes y antes del Big Bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciera ese puntito, más pequeño que la cabeza de un alfiler que luego explotó? ¿Quién sostiene que el universo en su conjunto siga existiendo y expandiéndose, así como cada uno de los seres existentes en él, incluido el ser humano?
¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si los seres aparecen a pesar de esto, es señal de que alguien o algo los llamó a la existencia y los sostiene permanentemente. Lo que podemos decir con sensatez sin formular inmediatamente una respuesta teológica es: ante la big Bang existía lo incognoscible y prevalecía el misterio. Sobre el misterio y lo incognoscible, por definición, literalmente no se puede decir nada. Por su naturaleza, el misterio y lo incognoscible están antes que las palabras, antes que la energía, la materia, el espacio, el tiempo y el pensamiento.
Ahora bien, resulta que el misterio y lo incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, significan a Dios. Dios es siempre misterio e incognoscible. Ante él, el silencio es mejor que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Blaise Pascal diría: creer en Dios no es pensar en Dios sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Emerge como una presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo dentro de nosotros (en griego: tener un Dios dentro) y nos hace sentir grandeza, majestad, respeto y veneración. Esta percepción es típica de los seres humanos. Ella es innegable, no importa si alguien es religioso o no.
Situados entre el cielo y la tierra, contemplando las miríadas de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Naturalmente, surgen las preguntas: ¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y controla la continua expansión del universo?
En nuestras oficinas refrigeradas o entre las cuatro paredes blancas de un salón de clases o en una rueda de conversación suelta, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero insertos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos quedarnos callados. Es imposible despreciar el despuntar del alba, permanecer indiferente ante el abrirse de una flor, o no maravillarse ante la contemplación de un niño recién nacido. Nos convence de que cada vez que nace un niño, Dios todavía cree en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: fue Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien sostiene todo. Él es la fuente original y el abismo alimentador de todo, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: es ese ser que hace ser a todos los seres.
Simultáneamente se plantea otra pregunta importante: ¿por qué exactamente existe este universo y no otro y por qué estamos colocados en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esto no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma.
Sirva como ilustración Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro breve historia del tiempo (1992): “Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo final de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios” (p. 238). Sucede que aún hoy, los científicos y los sabios todavía se cuestionan a sí mismos y buscan el plan oculto de Dios.
Las religiones y el judeocristianismo se atrevieron a responder, dando con reverencia un nombre al misterio, llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yahvé, Alá, Tao, Olorum y, sobre todo, Dios.
El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son expansión de tu amor, porque querías compañeros y compañeras contigo. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos -Padre, Hijo, Espíritu Santo- y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza.
Dicho esto, nuestro cuestionamiento cansado descansa, pero frente al Ministerio de Dios y de todas las cosas, nuestro cuestionamiento continúa, siempre abierto a nuevas respuestas.
*Leonardo Boff Es teólogo, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de La nueva visión del universo (Vozes).
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