por HENRY BURNET*
Comentar el documental “Raúl: el principio, el fin y el medio”
La distancia puede ser un regalo para algunos artistas. La muerte, una redención. En junio de este año, Raúl Seixas habría cumplido 75 años. La película dirigida por Walter Carvalho, codirigida por Evaldo Mocarzel y Leonardo Gudel, Raúl: el principio, el final y el medio, de 2012 (disponible en Netflix), sigue siendo un documento insuperable sobre su historia y señala importantes formas de entender el lugar de la belleza loca en la escena musical brasileña múltiple.
Manteniendo la línea tradicional de los mejores documentales, con entrevistas y material de archivo, muchos de ellos inéditos, la película rehace con maestría, a lo largo de más de dos horas, la historia de un artista que fue una leyenda en vida, pero que sobre todo ayuda a entender por qué se convirtió en un mito después de su muerte.
Desde la historia del club de rock aún en Bahía, cuando Elvis era la gran referencia para los chicos, pasando por las ex esposas e hijas que viven en los EE. UU., productores, amigos, músicos y compositores, los testimonios de la película pueden hacer Nos creemos muchas veces que siempre fue así, que Raúl fue idolatrado y amado.
Pero los directores se preocuparon por mostrar que la transgresión estética del cantante fue un hecho raro en la historia de nuestra música y su legado estético-político algo que no se puede olvidar. Diría que este lugar del artista no debe confundirse con lo que solemos llamar “marginal” cuando pensamos en algunos nombres de nuestra música.
Raúl sabía dónde estaba. Cuando afirma en una escena que no pertenece a la línea evolutiva de la música brasileña (frase célebre de Caetano) y comienza a imitar gestos de bossa nova en el escenario, sabemos que su lugar es el de la singularidad y la ironía. Nunca ha habido un transgresor como él entre nosotros, esta es la enseñanza principal de la película. La palabra clave para entender esto es asimilación. Si bien las grandes vanguardias produjeron, después de su apogeo, artistas integrados, que hoy ocupan su lugar natural en el canon (sin demérito alguno), Raúl fue y seguirá siendo un apocalíptico, junto con Tom Zé y algunos otros, que nunca dieron En el “juego” entre arte y mercado, hay quienes lo hacen con maestría.
Los fanáticos se deleitarán con imágenes de archivo que muestran la riqueza estética de su revolución solitaria. Pero algo en la película va más allá de ese, digamos, lugar común de los documentales musicales. En la reconstrucción de su figura destacan dos narrativas, una femenina y otra musical, que a menudo se interpenetran. Es sobre ellos que me gustaría hacer algunas observaciones.
El musical apenas necesita comentarios. El rock brasileño tiene en Raúl su máxima expresión, estética, musical y poéticamente. Si hay herederos, y los hay, se avergonzaría de sus virajes ideológicos hacia el conservadurismo y de sus ridículos arrepentimientos. En quienes mantuvieron la exactitud del ejemplo, se desarrollaron nuevos caminos a partir de él, por diversas razones que no caben aquí.
La segunda perspectiva narrativa me parece el gran diferencial de la película: el protagonismo de la mujer. A lo largo de la película, esta línea se muestra como una opción descriptiva que define una imagen, en cierta medida, contraria al artista desmedido que volvemos a encontrar a medida que avanza su carrera: la realización de la metamorfosis andante que ensalzaba.
De hecho, son ellos quienes cuentan su historia afectiva, o al menos es a través de ellos que el hilo narrativo crea un paralelismo con el camino propiamente musical que presentan los músicos, productores y socios, y que, en teoría, sería el principal uno. Aparentemente hay dos formas de contar la vida del héroe. Es como si hubiera dos Raúles: uno de exceso y otro de cariño.
No hay precedentes de revoluciones musicales alimentadas por la leche, pero Raúl era alcohólico, no romanticemos este hecho, casi todos sus peores momentos fueron fruto de la relación autodestructiva con la bebida que mantuvo a lo largo de su vida. Lo peor y lo mejor que vivió fue el efecto de esa relación que tenía con el alcohol y que la película no se molesta en camuflar. Por cierto, uno de los méritos del documento es que no idealiza su objeto. La decadencia acecha al artista en momentos clave de su carrera, pero de ella se defendió con la fuerza de su música.
Si en otros documentales musicales, como Vinicius, de Miguel Faria Jr., aunque con elegancia y en tono blague, podemos notar el malestar de las mujeres con la borrachera de Tom y Vinicius, en una escena antológica, en Raul los testimonios directos de sus ex esposas en ningún momento de la película permiten denotar ningún tipo de resentimiento, ni siquiera sobre las conflictivas relaciones que eventualmente involucraron a más personas. Una y otra vez guardan silencio, omitiendo recordar el pasado, pero sin dejar ni rastro de dolor. Un esposo y padre amoroso es la imagen que queda.
Queda por recordar el papel central de Paulo Coelho en el documental. Su testimonio es largo, humorístico, sorprendente por momentos, pero una escena rodada en su casa es lo más destacado de la película. En Ginebra, donde vive, “donde no hay moscas”, uno decide aparecer y perturbar la paz del entrevistado. La secuencia da risa, sobre todo para los que creen en espíritus, como él.
*Henry Burnett es profesor de filosofía en la Unifesp. Autor, entre otros libros, de Nietzsche, Adorno y un poco de Brasil (Editorial Unifesp).
referencia
Raul Seixas - El principio, el fin y el medio
Brasil, 2012, Documental, 130 min.
Dirigida por: Walter Carvalho y Evaldo Mocarzel
Testimonios de Paulo Coelho, Nelson Motta, Tom Zé, Pedro Bial y Caetano Veloso.