muerte una nación

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muerte una nación

por JORGE LUIZ SOUTO MAYOR*

Veo, con mucha tristeza, a la gente caminando hacia la muerte y no me pregunten si estoy a favor de este movimiento o no, porque, de hecho, ¡me siento culpable por ello!

Después de décadas de construcción de tantas obras maravillosas, en diferentes áreas del saber y de las artes, que ampliaron el horizonte de la condición humana y nos dejaron enormes motivos y sentimientos que nos hacen creer aún más en la vida y en nosotros mismos, nos encontramos enfrentando dilemas que simplemente hacen una tabula rasa de todos estos avances.

Nos pusieron en la situación de responder preguntas que no se podían hacer durante mucho tiempo.

Frente a estas preguntas, la reflexión necesaria, más que las propias respuestas, es cuestionar por qué, al fin y al cabo, fuimos enviados, tan abruptamente, al pasado, desconociendo todo el aprendizaje que ya habíamos obtenido.

Ya se sabía que la humanidad da pasos cortos y tantas veces con poca voluntad. Pero volver atrás con tanta rapidez e intensidad sorprende, aun sabiendo que destruir siempre es mucho más fácil que construir.

No me interesa, en esta reflexión, acusar, aunque los culpables o responsables ciertamente existen y no son pocos, sino explicar que no cuestionar las preguntas que nos han hecho es una forma muy seria de normalizar el revés, haciendo parecer que las respuestas obvias son una especie de avance cuando, en realidad, no son más que la minimización de derrotas implícitamente asumidas.

Por cierto, no es nuevo que hayamos visto acumular retrocesos bajo el falaz argumento del mal menor, que nos impuso acuerdos con soluciones inhumanas, tratadas, sin embargo, como las menos malas entre las opciones presentadas.

Veamos, por ejemplo, lo que está pasando en Brasil, donde, debido a una enorme sucesión de errores históricos, la gente se encuentra ante la necesidad de salir a la calle (en aglomeraciones), en el momento de mayor gravedad de la pandemia, exponiéndose (y muchas otras personas) a grave riesgo de vida, por la defensa de valores importantes, pero que deben ser garantizados por los poderes instituidos y las personas que los integran por obra de la voluntad popular.

Convocados por trabajadores y trabajadoras, simpatizantes organizados y movimientos negros y populares, los medios de comunicación, buscando cooptar el movimiento para sus intereses particulares, han difundido que lo que saca a estas personas a las calles es una supuesta “defensa de la democracia”, cuando, de hecho, lo que los impulsa es precisamente la disfuncionalidad de las instituciones democráticas para hacer cumplir los compromisos formulados constitucionalmente con las libertades, los derechos fundamentales, la igualdad y la justicia social a través de la distribución efectiva de la riqueza producida colectivamente.

No se trata, por tanto, de un acto a favor de la democracia, sino de una manifestación contra una determinada forma de democracia. No se trata, además, sólo de desesperación o de un acto heroico, sino de una acción políticamente comprometida, movida también por la indignación y la solidaridad, tomando como punto de partida el hecho de que, al fin y al cabo, para una gran parte de la población, la no se hizo posible la atención del aislamiento social, y, así, acusar los males y heridas de nuestra sociedad y rechazar explícitamente los avances autoritarios a los que nos condujeron los sucesivos y generalizados incumplimientos del pacto constitucional.

Cuando alguien me pregunta si estoy a favor o en contra de que la gente salga a la calle durante la pandemia para defender la democracia, lo único que se me ocurre es cómo las personas que ocupan cargos en las estructuras institucionales, ejerciendo una parte del poder que les había sido otorgado ellos por la población, eran tan incapaces de cumplir con sus deberes funcionales que incluso crearon este dilema de vida o muerte para millones de brasileños y brasileñas.

Así, lo que sale como lección de la advertencia de un movimiento realizado con un riesgo asumido para la vida, pero que es aún menor al que siguen millones de trabajadores que siguen yendo a trabajar en transportes públicos abarrotados y realizando sus actividades de atención al público o pacientes sin las debidas protecciones y aun con reducción de salarios y mayor inseguridad en cuanto a la preservación misma del empleo, no puede ser la mera defensa de la democracia, sino la urgente necesidad de reconstruir la nación, que, evidentemente, es en estado de decadencia. Es sumamente inhumano utilizar el grito de los afligidos para legitimar los caminos históricos que produjeron y consolidaron el proceso de exclusión y explotación basado en el racismo y el sexismo, entre otras formas de discriminación y segregación.

Es fundamental entender, además, que esto no fue concebido ahora, como obra de un Presidente y un gobierno. Durante décadas se desacató el pacto constitucional y los agentes políticos, el poder económico y una parte considerable de la sociedad se vieron envueltos en una lógica de destrucción y desvalorización de las instituciones democráticas y garantes de los derechos fundamentales y sociales. El sufrimiento de millones de personas como resultado de esta acción fue ignorado e invisibilizado.

En medio de todo esto, todos fuimos capaces de producir racionalidades que justifican lo injustificable. Estábamos envueltos en una lógica fugaz de la realidad, buscando siempre fórmulas retóricas para defender intereses no revelados y atacar a personas (e incluso institutos jurídicos) que pudieran presentarse como obstáculos.

En el camino de esta pérdida total de referencia ética, fuimos colocados sucesivamente ante falsos dilemas, saliendo siempre con la necesidad de defender lo que se sabe indefendible, pero que no podía aceptarse como tal, ya que cualquier otra opción estaba fuera del menú. .

Fue así, por ejemplo, que en junio de 2013 gran parte de la intelectualidad de izquierda del país abogó por sacar a los jóvenes de las calles porque, afirmando que las movilizaciones podían generar inestabilidad en el gobierno, independientemente de la discusión sobre si las políticas sociales adoptadas por el gobierno eran, de hecho, pertinentes a un proyecto de Estado dentro de concepciones de izquierda. Los gobiernos del PT, es cierto, cumplieron agendas neoliberales, pero que, al no ser tan radicalmente profundas, deben ser defendidas y nunca criticadas abiertamente. Pero de tanta abstención crítica, perdió referencia, llevándose consigo su propia capacidad para resolver la situación.

Hoy, sin esa referencia, cuando todos estamos sumidos en excesos de todo tipo, parte de la izquierda, al tiempo que critica al gobierno por intentar debilitar la política de salud pública de aislamiento social, se preocupa por crear una versión positiva del pasado, se expresa. a favor de que la juventud salga a la calle, pero con el estrecho objetivo de agredir al actual gobierno, dejando de lado la necesaria percepción de que lo que hay es resultado de la ausencia de políticas de Estado, con el fortalecimiento de las instituciones, observada en los últimos Pocas décadas.

Es decir, hace años no querían que la juventud explicara los errores de los caminos políticos que estaba tomando el gobierno de entonces, y ahora quieren que la juventud en las calles mantenga, sin reflexionar, esos mismos errores, para poder incluso producir una narrativa de lo buenos que fueron esos tiempos.

¡No, no lo eran! ¡No fueron! Y gran parte de la responsabilidad de llegar a donde estamos se debe al momento en que la democracia se transformó en ajustes formalizados, en cuatro paredes, en el ámbito de las estructuras burocráticas.

Aliado a esto, no se puede dejar de mencionar al Poder Judicial, que durante décadas ha sofocado manifestaciones democráticas, como el derecho a la huelga, las movilizaciones estudiantiles, los movimientos sociales por la tierra, la vivienda y los derechos sociales, entre otros, así como también ha redujo la efectividad de varios derechos sociales y laborales constitucionalmente garantizados.

El hecho es que, en las últimas décadas, no hemos sido capaces de concebir un proyecto serio, viable, honesto e inteligente de nación, verdaderamente comprometida con la justicia social y la elevación de la condición humana y, ahora, ante discursos, expresados ​​en forma de escracho, quienes tratan con escarnio y burla a las instituciones democráticas y a la preservación de la vida, que incluso nos dejan claro hasta dónde se puede llegar con el incumplimiento reiterado del compromiso con la efectividad de los preceptos constitucionales y Derechos Humanos y Derechos Fundamentales, en el que nos encontramos ante la situación incluso bochornosa de tener que posicionarnos, de forma binaria, a favor o no de personas que han sido puestas en una situación de extrema necesidad y en relación con las cuales tienen ni siquiera les han conferido las condiciones económicas mínimas para cumplir con el aislamiento social, poner en riesgo sus vidas para salvarnos, o, más propiamente, para defender una democracia que nunca funcionó desde la perspectiva inclusiva de estas mismas personas.

Son muchos los que, sin ninguna valoración crítica de la construcción histórica y de la propia vida democrática de nuestro país, consideran que cumplen su militancia progresista haciendo notas de apoyo a los “movimientos por la democracia”. Sin embargo, acaban poniéndose al mismo nivel de abstracción retórica e irresponsabilidad que aquellos a los que se oponen, favoreciendo el asesinato.

Si las cosas siguen así, con irracionalidades y oportunismos por todos lados, sin producción de conciencia y conocimiento seriamente comprometidos con la realidad histórica, pronto nos querrán ver obligados a marchar a la guerra junto a miles de personas que piensan que es normal, como en la famosa imagen de la película de Milos Forman, Hair, que puedes revisar aquí.

Veo, con mucha tristeza, a la gente caminando hacia la muerte y no me pregunten si estoy a favor de este movimiento o no, porque, de hecho, ¡me siento culpable por ello!

En todo caso, siempre queda la esperanza de que ante el acto de sacrificio manifestado por tantas personas, haciendo visible el sufrimiento al que tantas otras fueron sometidas diariamente durante décadas en nuestro país, podamos aprender algo y podamos por fin ver nacer una nación.

*Jorge Souto Mayor es profesor de derecho laboral en la Facultad de Derecho de la USP. Autor, entre otros libros, de Daño moral en las relaciones laborales (estudio editorial).

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