por JOSÉ FERES SABINO*
En el cine y la literatura se presenta no como la temida enemiga de los vivos, sino como el doble de cualquier mortal.
Cuando terminé de leer Muerte en el manzano (El Tod en el Apfelbaum, Atlantis Verlag, 2015), escrito e ilustrado por Kathrin Schärer, recordé otros dos libros, también ilustrados, que había leído: El pato, la muerte y el tulipán (trad. José Marcos Macedo, Companhia das Letras, 2022), de Wolf Erlbruch, y Limonada (Aladin, 2015), de Jutta Bauer. En los tres, el personaje central es la muerte.
Entonces comencé a pensar por qué este interés por el tema en la literatura infantil. No es que esté prohibido hablar de la muerte a los niños, pero en poco tiempo – el de Erlbruch se publicó en Alemania en 2007 y en Brasil en 2009 – los autores de habla alemana se han ocupado de este personaje imborrable.
Al ver una película de Wim Wenders, Imágenes de Palermo (Palermo Shooting, 2008), vislumbré una lectura que los entrelaza. En todos los casos, la muerte se presenta –o se presenta– de la misma manera. No es el temido enemigo de los vivos, sino el doble de cualquier mortal. Aunque mantiene la apariencia clásica, es decir, pálido, cadavérico, vistiendo un manto negro, su función en la vida es la contraria a su apariencia.
Aparece precisamente para aquellos mortales que, por así decirlo, se desmayaron en vida, para aquellos que desperdiciaron su vida, para aquellos que olvidaron que el reloj de la vida corre, para aquellos muertos en vida; Por todo ello, ella aparece para que no dejemos de celebrar la vida. Otro papel vuestro es sacar de la vida los cuerpos inertes, aquellos que se han quedado dormidos para siempre. En última instancia, o nos despierta a la vida que aún nos queda por vivir, o nos lleva al sueño eterno.
En la película, el famoso fotógrafo Finn atraviesa una crisis –similar a la de los personajes de las películas de Michelangelo Antonioni, a quienes está dedicada la película–, que podría describirse mediante dos rasgos: ya no puede dormir y está lleno de imágenes que produce. .
Una modelo embarazada, que había sido fotografiada por él para una campaña de moda, y que no está satisfecha con las últimas fotos, dice que le gustaría tomar otras fotos, pero más reales, y sugiere Palermo como lugar. Al encontrarse con la muerte y escuchar la pregunta “¿qué te hace reprimirte?” del propio fantasma de Lou Reed, el fotógrafo decide aceptar la invitación de la modelo.
Tras finalizar su trabajo, el fotógrafo decide quedarse en Palermo y, deambulando por la ciudad, comienza a toparse con la muerte, que aparece en dos momentos, siempre en forma de arquero. En ambas ocasiones lanza dos flechas al fotógrafo. Pero tanto la apariencia de la muerte como el acto de disparar las flechas contienen lo contrario de lo que parecen ser. La flecha apunta al objetivo sólo para devolverle la vida. Es un golpe de gracia para el fotógrafo abandonar la superficialidad de su vida y la obscenidad de su acto de capturar experiencias, para empezar a vivirlas.
En Palermo, Finn conoce a un restaurador de cuadros que cree en sus experiencias con la muerte. En uno de los diálogos, Finn confiesa que hasta entonces sólo creía en lo que veía. Y cuando se le hace la misma pregunta, responde que sólo cree en lo que no puede ver: en el amor, en la vida, en Dios. Un fotógrafo con ganas de captar lo visible; un restaurador que quiere restaurar lo invisible.
Habiendo incorporado ya el aprendizaje de lo invisible, el fotógrafo se enfrenta a la muerte y luego inicia un largo diálogo –un homenaje al el séptimo sello (1956) de Ingmar Bergman, a quien también está dedicada la película. Después de que la muerte se le presenta al fotógrafo, este termina preguntándole: ¿qué puedo hacer por ti?
La muerte responde al fotógrafo que está fotografiando lo que no se puede fotografiar. De él sólo exige una cosa: demostrar que ella no es lo que todos piensan de ella. En el fondo ama la vida y sólo quiere celebrarla.
Luego pide al fotógrafo que sea capaz de transformar la imagen de la muerte, que sea capaz de transformar su visión de la vida, que sea capaz de fotografiar siempre con el recuerdo de que cada foto lleva un negativo, que detrás de la luz hay oscuridad. , y este opuesto es la garantía de que fotografiará sólo lo que se pueda fotografiar para que algo quede intacto. A partir de ahora deberá fotografiar lo invisible de la vida y no la apariencia visible del mundo.
* José Feres Sabino es estudiante de doctorado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de São Paulo (USP).
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