La mentalidad de los modernos.

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por LUIZ MARQUÉS*

El americanismo se encarga de reducir el individualismo al principio de propiedad y hábitos de consumo en los escaparates iluminados de los centros comerciales

El “individualismo” apunta a la superación de estándares y a la aceleración progresiva (conflictiva) de la afirmación de los mecanismos de individuación en Occidente. La designación viene después de la aparición del fenómeno. Como suele ocurrir, la práctica precede a la mejor teoría. La realidad vivida y la categoría analítica del individualismo emergen en los siglos XVII y XVIII, al pasar la página del comunitarismo feudal. Se difundieron en el siglo XIX. Se consolidaron como soporte de la llamada sociedad democrática a mediados del siglo XX. Las demandas de reconocimiento de la autonomía son parteras de un horizonte abierto. Así, para bien o para mal, nace la mentalidad de los modernos.

El individualismo no debe confundirse con el comportamiento asocial o el egoísmo vulgar, retratados en el sentido común. En la escala de la historia, los excesos no hablan en contra de vuestra dedicación. Los dividendos de confrontar el holismo y el organicismo valen la pena. Los niños terribles ni desaparecen en la era de las multitudes, que trae consigo otros desafíos intelectuales: quitar las piedras del camino, activar la imaginación y despertar la indignación para reinventar la esperanza. El eclipse que nubla el futuro con violencia, desesperación y muerte, en el marco de Guernica, se disipa sublimado por el encantamiento.

Singularity produce fabulosas obras de arte en pintura, música, literatura, teatro, escultura y las áreas de la ciencia y la filosofía. La pérdida de vitalidad subversiva se debe al secuestro por parte de la publicidad comercial de la libertad individual, asociada al pantalón desgastado en el repertorio de la moral y las costumbres. Lo mismo ocurre con el narcisismo posesivo, el libertarismo anarcocapitalista, el fundamentalismo religioso por negar a las mujeres el derecho a sus cuerpos y también el distanciamiento de los valores colectivos.

Em Historia del individualismo, Alain Laurent añade al indecoroso índice “el ecologismo, que predica el retorno autoritario a una vida austera restringiendo lo que se consume”. El prohibitivo apéndice revela una conciencia ecológica evidentemente precaria en el momento de la publicación del libro por Prensas Universitaires de France, allá por 1993. Entonces el asunto no recibió la debida atención por parte de los estudiosos.

El americanismo es responsable de reducir el individualismo al principio de propiedad y a los hábitos de consumo en los escaparates iluminados de las tiendas. Centros comerciales, que se remontan a las arcadas benjaminianas de París. La oferta por el consumismo y las desigualdades abismales debuta en la economía y extiende sus tentáculos hacia la “nueva razón del mundo”. Después de colonizar la sociabilidad, el neoliberalismo completa la obra de canibalización penetrando en la subjetividad misma de los sujetos sociales del siglo XXI.

El hechizo y el hechicero

El individualismo surge de la convicción de que nuestra especie está formada por individuos, y no por totalidades (naciones, clases sociales, géneros, razas). Las personas indivisibles constituyen las unidades singulares y no adormecidas del ego, en la formación de los pueblos. En su versión benigna, son el paradigma de la civilización occidental, el epicentro de la configuración espiritual de la modernidad y la modalidad de ser en el tiempo. La cultura precede a la bifurcación de las ideologías políticas y metaboliza sus antinomias.

Detrás de la aparente aceptación general del término, persisten controversias de significados y juicios. No existe consenso respecto a la palabra polisémica. En la fórmula de Margaret Thatcher, por ejemplo, el individualismo se opone al Estado de bienestar: “La sociedad no existe, lo único que existe son los individuos y las familias”. Desde una perspectiva tan mezquina, la colectividad es una fábula ajena a la condición humana y la solidaridad es un astuto dispositivo para intervenir en la dinámica del marketing.

Mucha gente suscribe la tesis de que la empatía se limita a los lazos de sangre. Más allá reina el “estado de naturaleza”: el hombre lobo (lupus homo homini). Los deportistas siempre agradecen sus sacrificios a sus padres, nunca a sus profesores de escuelas públicas. La regla es el orgullo de los vencedores y el desprecio de quienes preparan el banquete. En un sketch televisivo sobre la indiferencia, el actor simula un desmayo cayéndose sobre la acera. Los transeúntes pasan, miran, pero no lo ayuden en el suelo. Siguen adelante, con las facturas atrasadas. No son sepultureros y odian a los perdedores. Se entiende.

La percepción de la calle como ámbito de competencia incrementa los actos hostiles a la alteridad y a la diversidad, lo que refuerza la aporofobia (según la etimología, aporos, pobre; fobeo, odiar). En la jungla de piedra los débiles no tienen lugar y los fuertes hacen trampa con los recibos de vacunación. La industria de Hollywood está llena de escenas de criminales que transgreden el orden (Joker) y el héroe que lo defiende (Batman). A un alto costo, las instituciones normalizan la “guerra de todos contra todos”. La contradicción intrínseca entre el individuo y la sociedad amplía la intolerancia y el orgullo hacia las células fascistas. “Como una bala en cada no / Como una pistola en cada mano”, en aquel poema de Ferreira Gullar, en En la noche rápida.

La extrema derecha hace de la autodeterminación la guía del libre mercado. Los empresarios aparecen con un aura de soberanos antisistémicos, violando la legislación ambiental y los planes directores de las ciudades. El proceso de individualización se desvía hacia el totalitarismo neoliberal. Las elecciones están controladas por algoritmos de inteligencia artificial y desconcertadas en la votación nominal. Lo único que importa es la financiarización de la deuda pública, con el objetivo de maximizar la acumulación rentista. Todo se cuantifica con las pornográficas tasas de interés del Banco Central: desindustrialización, desempleo e incluso apoyo mediático.

Desobediencia civil

El individualismo se expresa a través de signos discrepantes y paradójicos. La poderosa ola cultural, sin embargo, trasciende la hipocresía. Refleja la polidimensionalidad de la tensión en el binomio de dominación y emancipación de las cadenas, de la plusvalía. Ciertamente no es un club con un reglamento aceptado unánimemente. La lucha de clases influye en tu sabiduría o intemperancia. Postular una doctrina colectivista no excluye disfrutar de una existencia individualista e inconformista, hippies. Reiterar el modelo de servidumbre voluntaria puede conciliarse con las baterías hiperindividualistas de yuppies. Izquierda y derecha, virtuosos y sinvergüenzas se alojan en el mismo espíritu del tiempo. De ahí la confusión.

Unionistas, activistas, feministas, antirracistas y el movimiento LGBTQIA+ saben que la alienación vive en la privatización de las trayectorias individuales y crucifica a Espartaco. La aglutinación de iguales es un trabajo de continua deconstrucción para alcanzar la autonomía. El aislacionismo y el solipsismo siguen estando lejos de las movilizaciones por el “derecho a tener derechos”. El sistema no sería capaz de manejar la transición de la esfera privada a la pública si fuera fácil superar la apatía. La capacidad de inmunización del capitalismo consiste en absorber los ataques y disfrazarlos de mercancías, tales como Amazon al vender grabados del Che Guevara. La crítica metódica puede devolver el hechizo al hechicero.

“Por cada mil hombres dedicados a cortar las hojas del mal, sólo hay uno que ataca las raíces”, escribe el autor de Walden: la vida en el bosque. La herencia libertaria de Henry Thoreau, el único formulador del concepto de “desobediencia civil”, es responsable de utopías contra el despotismo, la arbitrariedad y la mentira. La dialéctica entre lo ideal y lo real (lo social) es evidente en las actitudes asumidas por los revolucionarios. En una era marcada por la posverdad y el negacionismo cognitivo, es un deber ético-ideológico denunciar el ilusionismo lampedusiano que quiere cambiarlo todo para que todo siga igual.

Walnice Nogueira Galvao, en artículo en el sitio web la tierra es redonda, destaca la “sólida tradición de desobediencia civil” al evocar a Daniel Ellsberg, Julian Assange y Edward Snowden sobre el papel del Pentágono, la fundación del Wikileaks y los crímenes del Estado y de los organismos de seguridad. La tríada radical, en el sentido de “ir a la raíz”, desafía al poder imperialista con la libertad de expresión para dar transparencia a los excesos, la arrogancia y la desvergüenza del Norte global.. ¿A quién le interesa la censura periodística, a la pequeña o a la grande?

Los prometeicos contemporáneos valoran la vocación de independencia y la voluntad de pensar y actuar por sí mismos. Pero no proporcionan una fe ingenua en Logos ejercidos en un campo neutral y universal, bajo la actual matriz contractual jurídico-política, ni alimentan prejuicios contra las organizaciones políticas. Como el estudiante que se para frente al tanque, en la Plaza Celestial, se niegan a eternizar el peso de ser un producto pasivo del contexto. El corazón de la rebelión late por cambios estructurales, de la mano de los camaradas. Que, tras salir del laberinto de la opresión y la explotación, encuentren la participación social. Sólo el socialismo democrático permite desarrollar todo el potencial de los individuos. Vamos juntos.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.


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