Marca del editor

Imagen: Adir Sodré
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por DEACCIÓN DE MARISA MIDORI*

Comentario al libro recién publicado de Roberto Calasso

Para Roberto Calasso, el trabajo de un editor es muy cercano al de un barquero y un jardinero. “Tanto el barquero como el jardinero aluden a algo que preexiste: un jardín o un viajero a transportar. Todo escritor tiene en sí mismo un jardín que cultivar y un viajero que transportar” (p. 134). El autor roba la imagen a Dimitrijevic, un editor de origen eslavo que emigró a Lausana y con quien compartió buenas conversaciones en las ferias de Frankfurt.

Esta es solo una de las bellas descripciones de Roberto Calasso en La marca del editor (Ayné). Esta elegante edición, coronada por una escritura magnética, que acaba de ser publicada en Brasil, nos lleva a pensar que todo el libro es un ejercicio de écfrasis, destinado a recuperar la belleza y el estilo del arte editorial.

El texto vibra sobre algunas cuestiones esenciales que tocan no sólo el ya malogrado mundo de los libros, sino, de hecho, toda nuestra cultura y la forma en que nos hemos relacionado con las tecnologías, la información y el conocimiento. Al asumir la función editorial como forma de mediación entre el productor (escritor) y el consumidor (lector), Calasso plantea elementos para la elaboración de una teoría del arte editorial, o, en el límite, de “la edición como género literario”. .

Algo muy cercano a lo que el tipógrafo californiano había reivindicado para su oficio, inspirado en una definición de Walter Benjamin. Si el estilo literario “es el poder de moverse libremente a lo largo y ancho del pensamiento lingüístico sin caer en la banalidad”, el estilo tipográfico se define como “el poder de moverse por todo el dominio de la tipografía y actuar a voluntad”. y vitalmente sin ser trillado.”[i]. El punto esencial reivindicado por el escritor, el tipógrafo y el editor coincide, por tanto, en no “deslizarse en la banalidad”.

el libro unico

Roberto Calasso es un prolífico escritor y editor reconocido internacionalmente con amplia experiencia. Adelphi, la editorial que arrojó luz sobre las nuevas corrientes de pensamiento en la Italia de los años 1960, es el testimonio más elocuente de una experiencia que es todo menos banal. Un liberal convencido y atrevido. Quizás, arrogante en algunas afirmaciones. Sin embargo, poseedor de una rara generosidad a la hora de presentar a sus compañeros de viaje. Entraba en el templo sagrado de Laterza, Einaudi, Mondadori y el aristócrata ultraizquierdista Feltrinelli, con pequeñas dosis de provocación de la patria de Radetzky, mezclada con otros títulos totalmente originales en las librerías italianas. Vale recordar que el cuartel general de Adelphi está en Milán, escenario de sangrientas luchas contra el ejército austríaco, en la Primavera de los Pueblos de 1848.

En Adelphi elaboró ​​-siempre en la perspectiva de una teoría de la edición- el concepto de libro único, para el cual no sólo existe una clave interpretativa, sino unos caminos de definición vividos en la práctica: “La edición crítica de Nietzsche, que fue suficiente para guiar todo lo demás; y una colección de clásicos estructurada en torno a criterios muy ambiciosos: hacer bien lo que antes se había hecho con negligencia” (p. 11).

Así, el concepto de “libro único” gana peso y color en la elección del papel, la ilustración de la portada, la tipografía, en definitiva, a través de los procedimientos técnicos y la experiencia de un arte que consiste en componer un catálogo editorial capaz de acercar el repertorio de Joseph Roth al de Fernando Pessoa. Llegados a este punto, es imposible no pensar en la aventura del difunto J. Guisburg, que hizo de Perspectiva una biblioteca universal.[ii]. Cada título impreso en aquellos volúmenes oblongos, envueltos en tapas blancas, rematadas con franjas de colores, que poco a poco formaban su propio árbol del conocimiento, conformaban un libro único, de una editorial imprescindible. Y los ejemplos no acaban ahí...

 el libro esencial

Con respecto a la emergente cultura de la información ante todo ya toda costa, Calasso es inflexible y sus palabras desbordan la fina hiel de la ironía. La promesa de una biblioteca digital con acceso amplio y sin restricciones le suena tan amenazante como la sustitución de los libros impresos por e-readers. “El problema es que la digitalización universal implica hostilidad contra un modo de conocimiento, y solo superado por el objeto que lo encarna: el libro” (p. 43).

Los elementos que corroboran su análisis pueden ser tomados de experiencias actuales, vividas en universidades brasileñas, a partir del proceso de descalificación de libros liderado por la Capes en la última década. Cuando sus más acostumbrados emuladores de las famosas revistas científicas -cuyo principal poder consiste en hacer obsoletos los descubrimientos publicados en el número anterior- se convirtieron en los primeros jinetes del apocalipsis de la aburrida y adormilada cultura de los libros, no hubo sorpresas.

Mayor asombro fue la reacción de los autodenominados humanistas, en el sentido de desvalorizar, también ellos, las publicaciones en libros. Y como si estos hechos no fueran ya suficientemente extraordinarios, aparecen los apóstoles de una nueva era, en la que los libros se convierten en objetos de lujo. O, en el extremo opuesto, cuando se les relega a la condición de soporte de una cultura digital supuestamente superior y más democrática, o a la de meros instrumentos de apoyo a la actividad didáctica, tan arcaica como la vieja pizarra y la tiza. Por cierto, un cuadro muy familiar a la distopía de Ray Bradbury, haciéndonos creer, como observa el autor, que “en este caso el mundo podría incluso desaparecer, pues sería superfluo” (p. 51).

De principio a fin, las palabras de Roberto Calasso destilan nobleza. Movida por el conocimiento y la fe – ésta, entendida a la luz de los videntes védicos, como “confianza en los gestos rituales”, en un continuo ejercicio mental – la figura del editor se impregna de ese aura de discernimiento y juicio que se inscribe en un larga tradición cultural, a su juicio, del Humanismo impreso en papel y tinta por Aldo Manuzio.

Y si “todo verdadero editor compone, a sabiendas o no, un solo libro compuesto por todos los libros que publica” (p. 136), el destino de un tipo muy común de editor contemporáneo es todavía trágico. Más apegado a las sagas empresariales que a la inmersión profunda que le impone el conocimiento, no le quedará nada cuando recomponga su trayectoria. Atado a las convenciones de la moda ya las interferencias del mercado, el pobre comerciante estará condenado a buscar entre las nubes las huellas de su pasado. Porque, al final, todo editor reconoce que lo que queda es lo esencial: el libro.

*Marisa Midori Deaecto es profesor del Departamento de Periodismo y Edición de la Facultad de Comunicación y Artes (ECA-USP). Autor, entre otros libros, de El imperio de los libros: instituciones y prácticas de lectura en São Paulo en el siglo XIX (Edusp; FAPESP).

referencia


Roberto Calasso. Marca del editor. São Paulo, Aynê, 2020. 176 páginas.

Notas


[i]Roberto Brighturst, Elementos de estilo tipográfico, Versión 3.0, trad. por André Stolarski, São Paulo, CosacNaify, 2005, p. 25

[ii]J. Guinsburg, org. de Sonia María de Amorim; Vera Helena F. Tremel, São Paulo, Com-Arte, 1989 (Colección Editando o Editor, 1).

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