por ELIZIARIO ANDRADE*
El pensamiento crítico y juicioso parece desvanecerse, sumergirse, pasar de moda para dar paso a un sujeto que sólo replica y sigue información falsa de una sociedad que acelera y expande su propia autofagia.
En el periodo de experiencia post-socialista del siglo XX, se desarrolló una tenaz y continua oposición de la burguesía internacional y del imperialismo, encabezado por los EE.UU., para derrotar a estos regímenes que, aún con sus contradicciones políticas internas, representaban un fuerte temor y terror para los intereses de las clases dominantes, como diría Marx, el fantasma del comunismo que recorre [Europa] al mundo capitalista.
Por otra parte, las contradicciones políticas y económicas al interior del modelo socialista instaurado principalmente en la Unión Soviética y China, que se suponía era postcapitalista, hicieron que estas experiencias colapsaran, representando un profundo desafío para el marxismo para demostrar las posibilidades del socialismo en un mundo en el que la crisis del capital y la hegemonía imperialista amenazan no sólo a la clase trabajadora, sino a toda la humanidad.
A partir de ese momento, la burguesía, el capital y el imperialismo abrieron una ofensiva ante el declive de las luchas de la clase obrera y el deterioro del proyecto civilizatorio socialista a escala mundial. Paralelamente a esta realidad, especialmente desde los años 1970-80-90 hasta nuestros días, el capitalismo viene operando cambios estructurales que permiten el fortalecimiento vertiginoso del poder burgués y de su orden social a escala global. Y, a medida que se produce la destrucción de las formas históricas, institucionales y políticas del control del capital sobre el trabajo dentro del proceso de producción, surge un debilitamiento dramático de la capacidad de la clase trabajadora para resistir o actuar ofensivamente contra la burguesía y sus reformas reaccionarias y conservadoras.
Se plantea así una realidad en la que la burguesía y el capital han forjado un salto cualitativo en la estructura productiva y en su propia lógica de reproducción. Este fenómeno se puede observar al observar la integración que se ha estado produciendo en la estructura productiva y en el sistema de máquinas de los medios de producción y su operatividad.
Esto ha venido ocurriendo con la introducción de sensores, flujos de información y codificación, en tiempo real, a través de computadoras, software, algoritmos e inteligencia artificial que permiten dar comandos a las máquinas, potenciando la automatización y robotización de los procesos productivos centrales del sistema capitalista lo que, en consecuencia, permite un aumento de la productividad, al liberar completamente al sistema productivo de las restricciones institucionales y de las relaciones laborales en las que estaba inmerso el capital.
Ahora, se encuentra frente a su propia negatividad, es decir, al mismo tiempo que se fortalece para profundizar la automatización de sus condiciones históricas de reproducción, engendra, por otro lado, la destrucción relativa de la fuerza social del trabajo, que es la esencia de la fuente que genera el valor social de las mercancías y que garantiza la reproducción del sistema y del poder burgués.
Esta es una contradicción que apunta a los límites históricos del propio capital porque, a pesar de que el trabajo y la clase trabajadora son estructuralmente irremplazables dentro de las relaciones sociales que generan la producción de valor, tanto en el sector manufacturero como en el sector servicios (este último como parte auxiliar de la construcción de valor) termina sufriendo –una disminución relativa, socialmente desprotegida y alejada de su lugar trabajo fijo y regular.
Anteriormente, fue utilizado por los trabajadores como lugar de articulación, reclutamiento de militancia, formación política y sindical y con la dispersión de las unidades de producción y de trabajo, el surgimiento de diferentes formas de relaciones laborales: la tercerización y la precariedad en general, con profundos impactos sociales y culturales en la base del desarrollo social y material de los trabajadores como clase. A partir de entonces, se produce una dispersión y un debilitamiento subjetivo en el sentido de pertenencia colectiva, obstaculizando el desarrollo de la conciencia de clase y de las subjetividades solidarias, comunitarias, necesarias para una acción ofensiva contra el capital.
El telón de fondo cada vez mayor de esta dinámica es la sustitución masiva de trabajo vivo por trabajo muerto, un alejamiento relativo y creciente de la subsunción real del trabajo en las industrias tradicionales y el surgimiento de una industria dominada por las nuevas tecnologías y la información. Sin que ello signifique, como algunos piensan, el fin del trabajo y de la clase obrera, lo que se observa en realidad es un nuevo nivel de intensificación del trabajo como dinámica profundizada de la productividad y una forma específica de expropiación de la fuerza social de trabajo.
Todo esto representa un alto impacto socioeconómico que transforma las crisis del capitalismo y de la sociedad burguesa en un fenómeno cada vez más permanente y cotidiano, según la propia forma de producción del valor total (directo e indirecto) incorporado en los bienes materiales e inmateriales; Después de todo, lo que importa es saber si ciertos bienes y servicios se producen o no con fines de lucro y acumulación. Ésta es la forma esencial en que el capital existe y se reproduce socialmente.
La clase burguesa y el imperialismo, frente a estas transformaciones estructurales y materiales, reaccionarán de diferentes maneras –política, social, cultural e ideológica, a nivel nacional y global– recurriendo a todo para mantener el orden del capital; el Estado y su aparato jurídico y coercitivo como medios para intensificar y mantener su poder y hegemonía a cualquier coste de devastación humana, social y natural.
En efecto, abandonan las pretensiones de positividad civilizatoria que tuvieron lugar desde las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, ampliando y profundizando, en todas las esferas de la sociedad, su carácter contrarrevolucionario y destructivo. Objetivamente, lo que se busca en este contexto es la necesidad de rehabilitar la tasa de ganancia y la acumulación, donde el capitalismo se revela sin restricciones y en toda la crudeza de su lógica y tendencias de clase.
En consecuencia, la desregulación de la economía, la privatización de todos los bienes públicos y la ruptura de la legislación de protección del medio ambiente, así como el aumento de la austeridad fiscal, monetaria, industrial y financiera en las políticas económicas, lejos de expresar o significar decisiones irracionales de las políticas neoliberales, son parte de los elementos constitutivos de los imperativos del capital como contraofensiva para disciplinar y controlar el trabajo, proteger al capitalismo y sus relaciones de producción en permanentes mutaciones.
El objetivo planteado por tales políticas macroeconómicas, desde la década de 1970, ha sido reordenar las fuerzas productivas en la lucha de clases, a través de formas de dominación burguesa mediada, directa e indirectamente, sea mediante el poder ideológico, político o subjetivo, basado en la subsunción real y tecnológica del trabajo o, cuando sea necesario, con el uso de la fuerza bruta y despiadada de la represión o eliminación física, propiamente dicha.
El orden del capital sobre los trabajadores se impone de forma selectiva, fría y objetiva, de modo que la gran mayoría de ellos se ven sometidos a la desesperación, el desánimo, el desempleo, el subempleo y los recortes en la protección social en materia de salud, educación, vivienda y alimentación. Y aquí radica la gran paradoja de esta realidad de la sociedad capitalista: al mismo tiempo que propaga su triunfo, también expresa su fracaso y los límites de su forma de reproducción social, convirtiéndose en una sociedad cada vez más inviable, injusta y profundamente desigual. Se configura como una sociedad en la que la sobreexplotación desenfrenada se convierte en normalidad, en un procedimiento natural y aceptable. De esta manera, el capital produce una sociedad donde su lógica termina devorando a los seres sociales que viven del trabajo y existen en él.
En este contexto de dinámica destructiva, también es importante señalar que la devastación de la naturaleza se vuelve imposible de superar o contener en el marco del modo de producción capitalista y del Estado burgués, sujeto a los imperativos ineludibles del capital. Contrariamente, por tanto, a las ideas de “decrecimiento” de ciertos segmentos de la izquierda, así como a las aspiraciones liberales e incluso keynesianas de “capitalismo verde” y “desarrollo sustentable”, éstas no consideran –por razones políticas e ideológicas– que el capitalismo es esencialmente productivista y existe a través de la producción y reproducción incesante de bienes, responsables de la generación de valores que expresan la totalidad del trabajo abstracto, la ganancia y la acumulación.
La izquierda socialdemócrata e incluso algunas corrientes que se reclaman revolucionarias parecen buscar la manera de evitar un choque directo con el capitalismo, de evitar la confrontación con su propia lógica y con el Estado que salvaguarda el orden social, político y económico. En último término, su comprensión de la relación entre el capital y la naturaleza no tiene en cuenta que hoy todos los sectores de la economía y las diversas facciones burguesas están subsumidos bajo el capital financiero, formando una estructura jerárquica de poder y dominación sobre todas las formas de bienes, materiales o de otro tipo, producidos por los hombres.
Esta relación de subordinación de las fracciones de la burguesía industrial, agrícola, tecnológica y de las comunicaciones tiene que pagar impuestos, es decir, grandes porciones destinadas como intereses al capital especulativo y financiero. Por ello, las empresas que compiten en los mercados buscan responder a esta contradicción de manera defensiva, reduciendo los costos laborales y aumentando la disponibilidad de los bienes, es decir, programando su obsolescencia de manera acelerada para permitir una mayor rotación orgánica en la realización del capital, con el fin de reducir sus pérdidas y aumentar más rápidamente sus ventajas rentables, con el aumento del consumo.
Las consecuencias lógicas y catastróficas que este imperativo objetivo del capital, en una dinámica incontrolable de desarrollo económico, tiene sobre los recursos del medio ambiente y todas las especies de la naturaleza son más o menos claras. Con el aumento del proceso destructivo de las demandas de materias primas, de energía y de las feroces disputas por el intercambio de bienes a escala global, nada escapa a la necesidad de convertir cualquier bien, incluido el propio ser social y humano, con sus múltiples características, en bienes desechables. De esta manera, en tales condiciones históricas, el capital y la burguesía empujan no sólo a la clase obrera, sino a toda la humanidad a un proceso autodestructivo, ante la supresión de ciertas condiciones naturales para su existencia.
Lo más intrigante y dramático es que, frente a tal realidad y horizonte para la existencia humana, la burguesía –aun siendo parte de la humanidad- se encuentra en una situación difícil, sin nada que hacer más que continuar con su papel de agente político y estructural de clase al servicio de esta lógica autodestructiva. En primer lugar, como clase, la burguesía y sus fracciones subordinadas al capital financiero se ven obligadas a satisfacer las necesidades de producción y reproducción del capital en su fase de crisis estructural, con repercusiones en múltiples dimensiones sobre la sociedad humana y su dependencia histórica de la naturaleza.
La segunda contradicción, ya señalada de algún modo anteriormente en este texto, también se origina en la necesidad intrínseca e irreversible que ha tenido el capital en la historia del capitalismo, de dominar y tener control absoluto sobre el trabajo, asegurando un mayor poder sobre su tiempo y ritmo de realización, con el propósito de reducir costos, mediante la introducción de nuevas tecnologías durante el incesante proceso de revolucionar las fuerzas productivas; siempre con el propósito de convertir el trabajo en un objeto desechable y manipulable.
Pero, contradictoriamente, esta misma burguesía sigue necesitando, en el marco de la sociedad capitalista, trabajo, por supuesto, en su forma más precaria posible y con una legislación adecuada a los nuevos dictados de la reproducción y la ganancia del capital. Porque la burguesía depende del trabajador, porque él sigue siendo la fuente social de la creación de valores, ya sea en su forma viva (capital variable) o en su forma muerta (instrumentos de producción: máquinas, herramientas, tecnologías y conocimientos). Y, sobre todo, porque el trabajador es un elemento fundador de las relaciones sociales de producción de capital, por tanto, su eliminación sería la negación y superación de ese mismo modo de producción.
Sin embargo, sin una solución a este impasse contradictorio en la lógica de las relaciones sociales de producción capitalista, combinado con su tendencia a tener bajas ganancias promedio a nivel mundial, la respuesta encontrada por la burguesía ha sido la de eludir el objeto explosivo de la contradicción, tomar atajos, como un paciente que necesita permanentemente balones de oxígeno para respirar y continuar con una vida a medias hasta el final.
Es por ello que el capital financiero, los rentistas y las grandes corporaciones empresariales presionan clara y directamente a los gobiernos y partidos políticos de “derecha liberal”, extrema derecha o “izquierda” socialdemócrata para que destruyan el marco legal que protege a la clase trabajadora y bloqueen, o incluso extingan, las instituciones y organismos que vigilan las normas de protección laboral, con el objetivo de expandir libremente la superexplotación de la fuerza social de trabajo.
Para la burguesía y sus facciones, aliviar el sufrimiento o incluso superar los grandes dramas de la clase trabajadora y de todos aquellos desposeídos de los medios de producción ya no está en sus agendas económicas y políticas. Por el contrario, las posiciones políticas establecidas de las clases dominantes han sido las de crear brutalmente medios políticos, legales y violentos para transferir fondos públicos-estatales a sus proyectos, en mayor escala, así como porciones de la riqueza nacional a los países imperialistas hegemónicos. En esta estrategia, las deudas públicas contribuyen sistemáticamente a favorecer el capital financiero y a veces a transferir más de la mitad del PIB a los bolsillos de los rentistas y las corporaciones financieras.
En efecto, es evidente que la burguesía ya no piensa en producir mecanismos objetivos de integración o protección de quienes viven del trabajo, de los desposeídos, desanimados, oprimidos y sin ninguna perspectiva de trabajo y de supervivencia. Vivimos tiempos brutales, en los que las acciones del Estado son defendidas de forma fría y cínica por las principales facciones de la burguesía; el capital impone su propio rostro sin maquillaje ni medias tintas, el lema principal pasa a ser el horror económico para las grandes mayorías y el terror represivo para quienes se atreven a resistir, naturalizando y universalizando, como estandarte de control y dominación, la cuadratura histórica de la crisis estructural del capital y su proyecto civilizatorio en crisis.
Es en este contexto que la burguesía se adhiere más fácilmente a fuerzas políticas de extrema derecha autoritarias y protofascistas o, cuando no, a posiciones políticas defensoras de una pseudodemocracia liberal, como garantía para estabilizar o restaurar parcialmente las caídas cuantitativas en los márgenes de los valores del capital relativamente en decadencia. Se trata de la búsqueda por parte de la burguesía de un salvavidas para enfrentar y responder a todas las formas posibles de dificultades que vienen de dentro del propio sistema, con una práctica regresiva y acentuada de la violencia como método y pedagogía de control social y dominación política.
De este modo, la coerción política y el ascenso social de las fuerzas de extrema derecha expresan las crecientes dificultades de las clases dominantes para construir –como en el pasado– un mayor consenso y unidad en torno a su universalidad social, política, cultural y moral hegemónica. Esto revela una ruptura en los estándares y conceptos de verdad, de ciencia y en las referencias racionales y universales de la práctica política dominante en la sociedad burguesa, dando paso a referencias irracionales emparejadas con la irracionalidad descontrolada de las actuales formas destructivas de reproducción social y material de la sociedad burguesa.
Dentro del espectro político de la lucha entre clases, se observa que el accionar de la clase obrera y sus formas de resistencia son defensivas, desorganizadas e ideológicamente derrotadas ante la ofensiva de las clases dominantes y el capital contra sus medios de supervivencia y protección social. Las explosiones de revuelta y resistencia que surgen en algunos casos aislados, y en otros de manera ofensiva, no resultan capaces de colocar a la clase trabajadora y a los movimientos sociales como protagonistas políticos con fuerza para disputar efectivamente el espacio político actual.
Las organizaciones de los movimientos sociales, sindicales y políticos se inclinan por una visión política y práctica conservadora, conciliadora, atada a la política de pequeña escala, inmediatista, corporativa y a dilemas ideológicos que, en muchos casos, representan una clara capitulación de una clase que actúa con moderación para obtener migajas miserables de los patrones o del Estado.
Se crea una situación en la que las fracciones de clase y las organizaciones políticas y sociales identificadas con la clase obrera son incapaces de presentar a la sociedad y a la clase obrera en su conjunto su proyecto de transformación de la sociedad, su ideología y su manera de interpretar el mundo, la vida y nuestra existencia; Optan por seguir una línea, como señala Mészaros, de “mínima resistencia” o de simple capitulación. Lo opuesto, por tanto, del objetivo de agrupar fuerzas sociales y políticas para la transformación radical de la sociedad a través de una praxis revolucionaria, organizada, persistente, decidida, capaz de establecer una relación de interacción sistemática y permanente con las diversas fracciones de la clase obrera y de los movimientos sociales.
Este espacio vacío dejado por la izquierda, las fracciones de clase y los movimientos sociales identificados con el proyecto de transformar la sociedad, fue ocupado por la derecha y la extrema derecha, con su discurso populista radical oportunista, difundiendo un negacionismo que busca rehacer la noción de verdad a la que se referencia la ciencia y el conocimiento racional y objetivo.
Al mismo tiempo, presentándose como “antisistema”, busca reconstruir los hechos y operar una reinterpretación de la historia y la realidad, elevando su práctica política a un choque cultural e ideológico con la izquierda y cualquier perspectiva socialista. Funcionan como perros guardianes del capital que, a pesar del mal olor que desprenden, la burguesía –como siempre se ha comportado en otros momentos de la historia frente a amenazas profundas a sus intereses– se tapa la nariz y, en cierta medida, les da espacio y les da la bienvenida a estas fuerzas políticas; sobre todo porque están articulando una ofensiva contra los trabajadores, ante los cambios estructurales mencionados y que necesitan mantener las riendas y el control en la relación jerárquica del capital, así como sobre la clase trabajadora y la mayoría de la población.
En conclusión, entendemos que la dinámica actual del capital exige una reestructuración profunda de su base productiva y de las relaciones sociales del trabajo; Por ello, se impone una presión recurrente a través del Estado y la acción política para bloquear cualquier intento de articular y organizar luchas y perspectivas contrahegemónicas que tengan un horizonte revolucionario más allá del capital.
Así, las fuerzas de derecha y extrema derecha son bienvenidas por la burguesía y el sistema, que ya no puede expandirse y aumentar exponencialmente sus tasas de ganancia a escala global sin causar consecuencias sociales y catastróficas incontrolables para el trabajo y la naturaleza. Por esta misma razón, la dinámica productiva del capital, con su interfaz expresada en la creación de valores a través del trabajo social capitalista, sólo puede continuar bajo pura negatividad hacia la sociedad humana y la naturaleza.
Y como no logra resolver sus contradicciones, cada vez más amplias, intensas y profundas, el sistema de reproducción del capital, como base estructural y material de su configuración civilizatoria, genera realidades que expresan procesos inequívocos de agotamiento y caos.
Esta es la base estructural y material del actual juego político para alimentar el sistema de poder del capital en la pseudodemocracia liberal y a través del mundo virtual de las redes, cuya regla, antes que nada, es confundir y sembrar el caos con la proliferación de sospechas, información falsa y réplica de ideas y hechos sin fundamento real, como método para incrementar la alienación y la manipulación de las masas.
El fundamento de la verdad y la pseudoconcreción que configura la apariencia del mundo real y la lógica de sus relaciones y contradicciones en el mundo capitalista alcanzan, en esta situación social e histórica, un punto máximo de realización, alcanzando un nivel institucionalizado del modo de pensar. El pensamiento crítico y juicioso parece desvanecerse, sumergirse, pasar de moda para dar paso a un sujeto que sólo replica y sigue información falsa de una sociedad que acelera y expande su propia autofagia.
Actúan como el engranaje mismo que hace funcionar el capitalismo, bajo unos medios y una lógica de producción de valores sociales, el sustrato de la fuerza social del trabajo que se oculta en sus relaciones sociales y en su mundo de apariencias, encubriendo su esencia y sus fines políticos de clase. Para enfrentarlos, para desentrañar sus apariencias, mentiras y desinformación, necesitamos contribuir a la formación de sujetos y programas políticos que sean capaces de abrir caminos para una confrontación con el mundo no muerto del capital en su totalidad, en sus fundamentos de clase y poder, en sus artificios de manipulación y alienación.
* Eliziário Andrade es profesor titular de Historia en la UNEB. Coautor, con Jorge Almeida de Turbulencias y desafíos: Brasil y el mundo en la crisis del capitalismo (Dialéctica) [https://amzn.to/3T5qlPo]
la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR