por Ricardo Manoel de Oliveira Morais*
El “legado” lavajatista no será más que un vacío, apropiado por los peores de la arena política
Es interesante notar (y también lamentar) que cada vez que una determinada forma de “lucha contra la corrupción” toma forma en la historia republicana de Brasil, termina con la república, pero nunca con la corrupción. La corrupción, además, parece profundizarse. Y digo que “parece profundizarse” porque los períodos que siguen al supuesto “triunfo de la ley” contra el “embrollo de la corrupción” están marcados por la falta de transparencia. Con esto, no sería prudente afirmar, categóricamente, que la corrupción se profundiza. Pero dejemos la "opinión" de lado, al menos por ahora. Examinemos por un momento algunos elementos cíclicos de nuestra historia más o menos reciente. Y cuando digo cíclica es porque la “lucha contra la corrupción” sigue un patrón más o menos preestablecido. Si bien la noción cíclica de la historia ha caído en desuso, dando paso a una concepción progresista de las famosas “líneas de tiempo”, un análisis de la bucles Los datos histórico-temporales pueden señalar que el “legado” de Lava Jatista no será más que un vacío, apropiado por los peores en la arena política.
Antes de continuar el texto, quisiera señalar que las inconsistencias señaladas en las formas corruptas de combatir la corrupción no pueden llevar a la falsa creencia de que no se debe combatir la corrupción. El intento de usurpación de bienes públicos amerita la represión estatal. Por otro lado, es parte del llamado “ciclo de la corrupción” que la lucha contra la corrupción adquiere tintes hipócritas (por decir lo menos), creando un aura angelical en torno a los individuos que corrompen la ley y desgarran las instituciones para “acabar con la corrupcion". Y lo más trágico de este proceso radica en que, casi siempre (y recalco “casi siempre”), los que menos sufren la degradación institucional cíclica son los que provocaron este proceso.
De manera muy breve, describiría el “ciclo de lucha anticorrupción corrupta” de la siguiente manera: 1) inicialmente surgen ciertos hechos que, efectivamente, pueden ser catalogados como actos de corrupción; 2) a partir de ahí, algunas voces de supuesta y alta rectitud moral comenzaron a denunciar estas formas de corrupción como sistémicas; 3) los “heraldos de la moralidad”, llevados por el deseo de apropiarse de una tajada del poder político, comienzan a hacerse eco de estas voces; 4) este eco gana fuerza social, pasando a intimidar la institucionalidad para que arriesgue este choque, lo que lleva a una fractura de la institucionalidad; 5) con el quiebre institucional y el fantasma de la “corrupción sistémica” al acecho, la sociedad recurre a una salida mesiánica asociada a un “conservadurismo” poco inteligente, nada empático y deliberadamente ciego. A partir de entonces, lo que queda de institucionalidad queda a merced de “un soldado y un cabo”.
En cuanto a la primera parte del ciclo, los ejemplos históricos se multiplican. Como señala Wanderley dos Santos, en La democracia entorpecida, “La denuncia de la corrupción sistémica, otra coincidencia propagandística asociada a uno y otro golpe de estado, acompaña en realidad a la política conservadora brasileña desde el regreso de Getúlio Vargas al gobierno, en 1951, en victoria de elecciones tan limpias como lograron serlo en el últimos años 50”. Luego de un atentado fallido contra la vida de Carlos Lacerda, la Fuerza Aérea abre una investigación militar para investigar este hecho, conduciéndola desde una instancia denominada “República do Galeão”.
En ese momento, las voces udenistas gritaban moralidad, renunciando sin vergüenza a la soberanía nacional. Se pidió a Estados Unidos que ayudara a resolver la situación. Se decía que el país se hundía en un mar de lodo. La moralidad estuvo constantemente al servicio de un conservadurismo derrotado electoralmente. Paradójicamente, una investigación militar condujo a la intimidación de civiles. Altos funcionarios exigieron la renuncia del presidente. El presidente pierde la vida. Nunca se descubrió si hubo o no corrupción. Pero lo que era institucionalidad empieza a erosionarse.
Otro ejemplo del inicio del ciclo, con fuerte esencia udenista, ocurrió con Aécio Neves. Este último, denunciando la corrupción sistémica del gobierno federal, se negó a aceptar una derrota electoral. Al pedir el recuento de los votos, se asoció con nombres conocidos de la “República de Curitiba”. Y claro, es imposible entender esta trama sin mencionar a Vaza Jato. Con el pretexto de combatir la corrupción, los heraldos de la moral intercambiaron información con los EE. UU. (¿suena familiar?), confrontaron a las instituciones intimidando a los tribunales superiores y espolearon a la población contra el STF, ya sea a través de manifestaciones o ayunos religiosos. En definitiva, corrompieron para (supuestamente) combatir la corrupción.
Y si en 64 Lacerda no tuvo reparos en poner toda la institucionalidad en manos de los militares con la esperanza de ganar las próximas elecciones, lo mismo sucedió con Aécio. Aécio, frustrado con la tesis del “fraude electoral”, decidió hacerse eco de la lucha contra la corrupción, poniendo a prueba su integridad en un proceso de juicio político. Cabe señalar que ni su integridad ni su institucionalidad han sobrevivido. Moro también fue parte de este proceso de corrosión. Yo diría que ya ha estado recogiendo los frutos de su integridad quebrantada. Sin embargo, todavía es un poco temprano para las futurologías. Sabemos cómo los udenistas y los militares corrompieron las instituciones en 64. Pero ¿y hoy?
Describiría que (todavía) no existen actos institucionales. Sin embargo, la sociedad ya viene realizando sus Marchas da Família com Deus pela Liberdade. No sé si Dios está allí. Mucho menos libertad. Pero sí, hay una estética fascista. Hay un fuerte mesianismo (“no es mi culpa, voté por Aécio”; “somos todos cuñas”; “cerca de Bolsonaro”). Hay un conservadurismo poco inteligente (después de todo, no se puede decir que arriesgar la vida en medio de la pandemia sea una actitud muy genial). Hay una falta total de empatía. Hay una ceguera deliberada (sin importar las conexiones con las milicias, con los escuadrones de la muerte, con esquemas para malversar dinero público). En cuanto a la ausencia de actos institucionales, creo que formalmente no existen. Sin embargo, los milicianos que integran el gobierno ya están dando muestras de lo que piensan de la institucionalidad, sobre todo cuando se niegan a aceptar “juicios políticos” (cosa que no hicieron cuando Collor y Dilma eran presidentes).
Cuando enumeré los puntos del ciclo de la corrupción, mencioné que al final, la corrupción se profundiza. Pues bien. Dejemos de lado el tema del Régimen Militar de 64 (hoy en día es importante precisar de qué régimen estamos hablando, ya que quizás nos estemos refiriendo al Régimen Militar del 19). Ya hay muchos estudios sobre escándalos de corrupción en este período dictatorial, escándalos que la ceguera voluntaria de algunas personas no les permite ver. No hay más estudios porque se han producido “quemas de archivos”. Sin embargo, como aún queda algo de publicidad respecto a las acciones del actual gobierno y algunas filtraciones de jets, vemos lo que no queremos: los “campeones de la moral” corrompidos para acabar con la corrupción.
Interesante paradoja: la corrupción está en la lucha contra la corrupción. Hay un gran parecido con la anécdota del hijo que interroga a su padre sobre la pena de muerte. El hijo dice: “Papá, si matamos a todos los malos, ¿el mundo sería mejor?”. El padre responde: “probablemente mi hijo no, ya que solo quedarían los asesinos”.
Pero ¿qué significa eso? Para esta pregunta solo tengo algunas pistas. Que un juez acuerde el orden de los operativos policiales con la fiscalía es un acto de corrupción. Un fiscal que oculta la cooperación internacional y niega el acceso a los datos de investigación por parte de la cúpula de su institución son actos de corrupción. Que un juez opine sobre la capacidad de un fiscal para realizar interrogatorios y sugerir su reemplazo es un acto de corrupción. Que un juez filtre conversaciones confidenciales es un acto de corrupción. Para un juez componer un gobierno que ayudó a elegir, infringir la ley es un acto de corrupción. Los principales medios de comunicación sostienen que el lavajatismo ha avanzado en la lucha contra la corrupción, desconociendo los actos de corrupción de este “movimiento, es un acto de corrupción.
Del actual gobierno y su “lucha contra la corrupción”, creo que hablan por sí solas sus acciones, así como el 30% de ciegos deliberados que existen en lo que queda de la VI República.
*Ricardo Manoel de Oliveira Morais é Doctor en Derecho Político por la UFMG. Magíster en Filosofía Política por la UFMG. Licenciado en Derecho (FDMC) y en Filosofía (FAJE). Maestro.