La lógica del resentimiento

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por LUIZ MARQUÉS*

Un fenómeno emocional que se despliega en denuncias pasivas que desembocan en aguas turbias para la ultraderecha Molino

El resentimiento es un concepto que está en boca de la gente, en los bares y en el Palácio do Planalto desde 2018. En sociedades mapeadas por castas rígidas, sin movilidad social, no había resentidos. Cada uno sabía su lugar, y veía a la Providencia en el espacio ocupado. La idea de injusticia se desarrolló en la sociedad moderna con la difusión de los derechos (derechos civiles en el siglo XVIII, políticos en el siglo XIX, derechos sociales en el siglo XX y derechos ambientales en el siglo XXI). Cuando la igualdad formal chocaba con la desigualdad real, nacía un amargo resentimiento en grupos o clases que, esperando escapar de la condición de inferioridad a la que estaban relegados en la escala social, preferían orar por la inversión de su posición desventajosa antes que tener que enfrentarse las estructuras de exclusión social. Un fenómeno emocional que se despliega en quejas pasivas que llevan a aguas turbias para el molino ultraderechista.

En algunos casos, la contradicción entre las dimensiones formal y real impulsó actos revolucionarios contra las autoridades constituidas, como los marineros amotinados en la Revolta da Chibata en Río de Janeiro (22 al 27 de noviembre de 1910). En otros, provoca lo que Pierre Bourdieu en Las reglas del arte (Companhia das Letras) llamó una “revuelta sumisa”, como los neofascistas que durante el golpe de estado Fracasada en Brasilia (7 de septiembre de 2021) protesta contra negros y negras pobres en aeropuertos y universidades, la extensión de la legislación laboral a las empleadas domésticas y la defensa de los derechos humanos.

La marcha verdeamarilla, inspirada en Mussolini, expresó el descontento reprimido ante el ascenso de las clases subalternas a las garantías apalancadas por los gobiernos progresistas (2003-2016), apuntando al guardián legal de la Constitución ciudadana de 1988, el Supremo Tribunal Federal. (STF), inmediatamente responsabilizado (sic) de garantizar los derechos remanentes estimulados.

El punto de partida de la reflexión es el malestar que estalló en los movimientos de 2013 y 2015, esparcidos por las grandes ciudades, como una “tormenta en el paraíso”. La explosión pulsional destapó el fétido sumidero de frustraciones concentradas en las clases medias. La televisión cubrió las rebeliones que reafirmaron la herencia colonialista y patriarcal, de familias que dividen a la sociedad en “buenos ciudadanos” y “subciudadanos”. No faltaron las parejas sacadas de revista Caras, acompañado por la niñera uniformada al volante de un cochecito.

Las procesiones expresaron “intentos de establecer un compromiso entre sentimientos de revuelta/insatisfacción y subordinación a las imposiciones del poder”, señala Maria Rita Kehl, en Resentimiento (Boitempo). como en la novela El leopardo (1958), de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, adaptada al cine por Luchino Visconti (1963), los resentidos quieren cambiarlo todo para que nada cambie, en un acrobático giro de 360° compatible con el conservadurismo político-ideológico.

En la rebelión sumisa, el sujeto no busca romper las cadenas de la dominación; busca situarse de tal manera que aproveche al máximo el sistema de opresión. Esta es la opción de los oprimidos que se identifican con los opresores. Imposible, aquí, no invocar el clásico de Étienne de La Boetié, Discurso sobre la servidumbre voluntaria (1563). El título oxímoron muestra la aceptación espontánea del sacrificio de la libertad a cambio de la obediencia a un tirano. Entre nosotros, la identidad que se ofrece para mitigar el desamparo es la nostalgia necrófila de la dictadura militar, simbolizada en el cobarde coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador reconocido en los tribunales en 2008. ¿Los nuevos judíos? La izquierda, y Lula.

Para lograr este objetivo, es necesario destruir los cimientos de la república, silenciando la voz de los críticos antisistémicos. El pensador pakistaní Tariq Ali, afincado en Inglaterra, alerta de que era más fácil publicar un artículo en los periódicos que establecimiento, en la década de 1990 de lo que es hoy. La hegemonía del neoliberalismo ha reducido la esfera pública, con el uso de la censura económica.

El poder capaz de incluir agendas en el debate político se extiende al poder de veto a las agendas de interés general. Con lo cual se desmanteló el poder de la democracia. El escudo le quitó al régimen democrático la posibilidad de deslegitimar las iniquidades existentes. Confinó el alma de la ciudadanía a lo privado, manteniendo la coerción en lo relacionado con el cuerpo (aborto, orientación sexual, normas físicas). Así, en el sector público, el ejercicio de la libertad está reservado únicamente a las finanzas, que controlan los medios de comunicación.

“No hay nada que garantice la gestión justa del soberano hobbesiano, excepto su propia voluntad de justicia –que, al margen de la voluntad del pueblo, será siempre arbitraria… La mejor realización de la igualdad democrática (que nunca será idéntica a la ideal que la guía) se da cuando hombres comunes y corrientes se auto-autorizan como co-gestores del orden y/o de la transformación”, subraya Kehl (ídem). Sin instrumentos que posibiliten la participación colectiva en la elaboración de las políticas de Estado y sin la oportunidad de intervenir en las decisiones sobre el futuro de las ciudades, la “democracia blindada” se vuelve caricaturesca y la sociedad asiste a la naturalización del autoritarismo a través del armamento de las milicias. Por cierto, vale recordar que el STF consideró recientemente inconstitucionales partes de la medida, editada por el presidente Bolsonaro, para desmantelar el Mecanismo Nacional de Prevención y Combate a la Tortura (MNPCT), organismo con sesgo y atribuciones civilizatorias.

Las banderas igualitarias forman la gramática de la modernidad. El gobierno de los fuertes, cuyo mantra se encuentra en el Consenso de Washington (1989), al restringir la intervención de las masas en los asuntos públicos, amenaza los ideales de democracia que son inseparables de los ideales de república. En este contexto, al negar el lugar destinado a los estratos sociales más bajos, los sectores que desafían las estructuras uniéndose a movimientos, partidos y asociaciones despiertan el odio visceral de los resentidos. Las fracciones decadentes de las clases burguesas, con su autoestima todavía dependiente de hábitos y valores elitistas, no pueden resistir el coraje de los perdedores que cuestionan el ordenamiento social de ganadores.

Theodor W. Adorno abordó el resentimiento en las altas esferas de la sociedad en la conferencia titulada “¿Qué significa: elaboración del pasado?” (1959). Retoma el contenido en la conferencia dictada en 1967 sobre Aspectos del nuevo radicalismo de derecha (Unesp), por invitación de la Unión de Estudiantes Socialistas de Austria. “Los supuestos del fascismo persisten socialmente, aunque no en un formato inmediatamente político, gracias a la tendencia de concentración del capital. Una tendencia que implica la desclasificación permanente de estratos que eran burgueses en su conciencia de clase subjetiva y querrían establecer y fortalecer sus privilegios. Estos grupos tienden a odiar el socialismo, echando la culpa de su posible desclasificación no al aparato que la causa, sino a aquellos que se opusieron al sistema que una vez poseyeron. estado.

Para el ícono de la Escuela de Frankfurt, las políticas igualitarias del estado de bienestar social desviaron energías del proyecto marxista de superación del capitalismo, por otro lado, redujeron la distancia que separaba a las agrupaciones en decadencia de las capas hundidas en la pauperización y la indignidad. En consecuencia, “convicciones e ideologías consideradas superadas adquieren su carácter demoníaco… La caza de brujas no surge en pleno apogeo del tomismo, sino de la Contrarreforma”. Los afectos reactivos eran y son predecibles, y se repiten invariablemente bajo las administraciones populares.

En las plantas bajas de la sociedad, fue ilustrativa la investigación realizada por André Singer, que contribuyó a la comprensión de Los Sentidos del Lulismo (Companhia das Letras) y la oscilación de las bases sociales del petismo que, en un principio, estaban compuestas por las clases medias con fuerte apoyo en la función pública. Luego se tendió al mundo del trabajo sin experiencia organizativa y sindical, que antes rechazaba todo incentivo a la organización y movilización con miras al cambio, vía choque de clases.

Hubo un aumento notorio en la conciencia de la población con un ingreso de hasta dos salarios mínimos. Situación que cambió en las elecciones de 2006, fecha del “reordenamiento electoral” del Partido de los Trabajadores (PT). El resentimiento de los “de abajo” se transfiguró entonces en la actitud que derribó las vallas de los corrales de votación de cabestro que alimentaban a las asociaciones políticas de derecha en cuevas remotas, lo que significó un paso importante hacia la emancipación definitiva de los más vulnerables.

El resentimiento nace de la dificultad de reconocernos como sujetos de nuestra historia, comprometidos colectivamente en la solución de los problemas que hacen imposible el sueño. La represión del pasado nos cobra un alto precio. memoria traumática, et verter causa el apagón de más de dos generaciones, no logró convertirse en una narrativa compartida por la nación. Era necesario hacer la homilía del Memoria del olvido: los secretos de los sótanos de la dictadura (L&PM), con Pedazos de muerte en el corazón (L&PM), como lo hicieron Flávio Tavares y Flávio Koutzii después de su duro exilio.

Sin la transmisión de lo vivido, la experiencia no fue asimilada como debió ser, para no volver a repetirse. No bastaba sacar la información, se necesitaban narradores del sufrimiento sufrido legitimados por la iniciativa institucional, y narradores constreñidos que pidieran perdón a la comunidad. No funcionó, a pesar de los esfuerzos de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV) instalada en el gobierno de Dilma Rousseff para investigar los crímenes de lesa humanidad entre 1946 y 1988, con énfasis en el período 1964-1985. Depende del lector averiguar quiénes se enojaron y atacaron el trabajo de la CNV.

Los autores de atrocidades cometidas bajo el paraguas del aparato estatal en Brasil nunca han respondido por lo que hicieron, a diferencia de lo que sucedió en Argentina y Chile. A juicio de muchos, esta es la madre de la infame impunidad que encubre las masacres -pronto olvidadas- en las periferias urbanas, en los campamentos sin tierra y en los territorios indígenas. La sociedad civil, envuelta en un silencio, es incapaz de metabolizar los horrores que nos alejan de los paradigmas occidentales de civilización. Las políticas de reparación evitarían que lo reprimido se convirtiera en un resentimiento corrosivo. La prisa con la que ponemos una piedra encima de las barbaridades oficiales/no oficiales es un componente de nuestra patología social, no prueba de cordialidad alguna.

Heloísa Starling, también citada por Kehl, resumió certeramente el fracaso en la proyección igualitaria y solidaria en el plomizo horizonte del país, al subrayar que nos faltó forjar la base republicana que es el pueblo, y reconocer en el conjunto de la población las virtudes de la unión concatenada por la impersonalidad de las leyes, y no de favores o prejuicios. Faltaba la amalgama para el compartir “de un imaginación que permitió superar los límites de la vida privada y doméstica y representar, como comunes, sentimientos, valores, principios y normas para la construcción del propio destino” (alto). El hiato aparece en las creaciones literarias/artísticas y en los chistes que nos representan. La unción en las urnas de un genocidio de nuestros compatriotas coronó el espíritu de escoria. La antropofagia de Oswald y la tropicália de Caetano no lograron reescribir nuestra biografía.

No sorprende que un cronista condensara la brasileñidad en el “complejo de chucho”. Ver los arreglos secretos de la operación Lava-Jato con el Departamento de Justicia de EE.UU., en la mayor traición contra el país de la que jamás se haya oído hablar. La “guerra híbrida” promovida por EE.UU., es decir, la lucha entre corrientes de idéntica nacionalidad con el uso de la lawfare en los medios para ocultar los verdaderos intereses en juego en el amplio tablero internacional – “se ha empañado quién es el combatiente… que puede tomar la forma del supuesto combatiente de la moral pública, como Sérgio Moro y Deltan Dallagnol.

Eso es lo que hace que esta guerra sea asimétrica y difícil de pelear. Lava-Jato cambió la sumisión a los objetivos económicos estadounidenses por efectivo: 2,5 millones para ser depositados en la cuenta del 13º Tribunal Federal de Curitiba, como parte del 'acuerdo' que arruinó a Odebrecht y Petrobrás. Los héroes de barro exigían su 'cohecho' por los buenos servicios prestados a la potencia extranjera y querían perpetuarse como partido político, explorando el sinsentido de combatir la corrupción”, acusa Jessé Souza, en La guerra contra Brasil (Estación Brasil).

Las articulaciones en pantalla aparecen como si acumularan éxitos, con sus fuerzas de trabajo, para atraer el apoyo de la gente. Pretenden ser los verdaderos garantes del futuro y que tienen Dios sabe qué misión divina detrás de ellos. No se debe subestimar el papel mesiánico que asumen por su bajísimo nivel intelectual o por la ausencia de una teoría. Lo que caracteriza a estas espurias articulaciones en las guerras híbridas es una perfección en el uso de los medios de manipulación, sensu lato, combinado con una completa confusión sobre los fines (falsos, simulados) que allí se persiguen. La propaganda imaginaria en la sociedad del espectáculo es realmente la sustancia misma de la cosa, como dicen Hitler y Goebbels, que eran esencialmente dos propagandistas con franquicia extemporánea en Paraná. Folha de São Paulo, Estadão, Rede Globo y los satélites fueron demasiado lejos en la farsa selectiva para ahora dar marcha atrás en las mentiras. En la vid de la mala conciencia de los resentidos, están los listos que se enriquecen con el cebo.

Tras las huellas de un Brasil “para todos y para todos”, sin embargo, seguimos adelante. Por un lado, bajo la mirada del metalúrgico Santo Dias y, por otro, del periodista Vladimir Herzog, ambos mártires asesinados por quienes debieron darles protección. Con la palabra saludamos la audacia de quienes ondean al costado del camino, quitando la resignación inerte de tantos aún indecisos. La mano levantada sostiene el estandarte de la dignidad que conduce a la paz. Como en el célebre poema del poeta español Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat: “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino / se hace camino al andar (Caminante, tus huellas son / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino / se hace camino al andar)”. Y vota por la esperanza en octubre de 2022.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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