La lógica bélica del capitalismo

Imagen: Markus Spiske
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por RUBENS R. SAWAYA*

Es a través de la violencia que el capitalismo se expande y garantiza su hegemonía como sistema mundial de acumulación de capital y extracción de plusvalía.

El capitalismo es violento por naturaleza. Se fundaba en la violencia colonial que caracterizó al mercantilismo, a diferencia de las formas de violencia de otros tiempos (Frankopan, 2019). Es un fenómeno europeo que se estructura sobre la “acumulación primitiva”, una forma de expropiación de los medios de producción. A través del poder militar, las políticas coloniales garantizaron el control sobre los mercados y las materias primas; tales políticas entraron en el siglo XX bélico (Hobsbawm, 1995) en la disputa por espacios de acumulación en el mundo.

A principios del siglo XX, la “dominación de los grandes grupos monopolistas” en el “reparto del mundo” ya era característica del capitalismo, como señaló Lenin en 1917. Se trata de grandes corporaciones constituidas por la alianza del capital productivo con el capital financiero. capital, actuando en simbiosis con el poder militar de sus Estados nacionales en la disputa por el espacio mundial de acumulación. Luxemburgo, en 1912, analizando las contradicciones del proceso de acumulación de capital en cada espacio local, se dio cuenta de la guerra que se avecinaba.

Keynes, en 1936, demostró que las contradicciones internas del capitalismo descontrolado fueron las causas de las dos guerras mundiales y la vía para que el sistema resolviera sus crisis de sobreproducción (problemas de demanda efectiva) y sobreacumulación (exceso de capacidad), cuestiones muy importantes. previamente analizado por Marx. La guerra es, por tanto, el resultado de las contradicciones naturales del proceso de acumulación y su carácter expansivo, es decir, la acumulación sin límites que impone a las grandes corporaciones, en alianza con sus Estados nacionales, la conquista y control de espacios en el mundo. garantizar la continuidad del proceso de acumulación. Es un fenómeno europeo constitutivo del capitalismo.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nuevo arreglo institucional (Bosques bretones) da paso a una nueva forma de compartir el mundo. Las grandes corporaciones experimentan un amplio proceso de internacionalización productiva a través de la inversión directa (IED) desde el centro hacia la periferia y, principalmente, a través de la IED entre los países del propio centro -Europa-EE.UU.- en el Atlántico Norte. En este proceso de expansión, grandes grupos multinacionales abren sucursales productivas en países relevantes para la acumulación de capital. Vale recordar que fue también a través de este movimiento que grandes capitales noratlánticos industrializaron parte de América Latina, incluido Brasil, en alianza con las fracciones de clase hegemónicas en cada localidad, apoyadas por violentos gobiernos dictatoriales (Schoutz, 1998) en las décadas de 1960 y 70. Década de XNUMX. XNUMX-XNUMX.

En este arreglo institucional de posguerra, EE.UU. asumió el papel de guardián militar de los intereses del “nuevo orden” hegemónico, que se constituyó en torno a la OTAN. Por eso siempre aparecen como protagonistas en las diversas guerras, invasiones, golpes de Estado que se generalizaron, principalmente en la periferia del sistema. Asumieron el papel de “policía global” en este nuevo acuerdo de poder del Atlántico Norte.

También se convirtieron en los guardianes del dinero del mundo, con control sobre los flujos financieros globales, con el dólar como moneda internacional. Por ello, la Fed, en alianza con el Banco Central Europeo, tiene el poder de congelar y controlar la riqueza financiera mundial, las reservas de los países en dólares, las armas ("atómicas", como la New York Times) que usa como complemento, ahora contra Rusia, pero que ya había usado contra Venezuela e Irán. El sistema Swift está en el corazón de este control.

Con ello se pretende demostrar cómo el imperialismo clásico cambia en su forma, aunque no en su contenido. Hoy el capital está transnacionalizado (Sklair, 2001). A partir de las décadas de 1980 y 90, con la llamada “globalización”, las corporaciones estadounidenses y europeas unieron sus fuerzas en fusiones, adquisiciones, empresas conjuntas, lo que dio lugar a diversas formas de control a través de la propiedad, los contratos, la subcontratación, etc. Se han convertido en corporaciones transnacionales financiarizadas, valores en cartera a cargo de redes de empresas productivas dispersas en cadenas de valor en las áreas relevantes del mundo. Se elevó el control central del capital, pero partes del proceso de producción se distribuyeron entre países clave en una nueva forma de “compartir el mundo”. El neoliberalismo es la ideología introducida en los aparatos del Estado y se materializa en políticas concretas (liberalizadoras) que permitieron este movimiento estratégico del capital transnacional en su reestructuración productiva en el mundo.

Esta reestructuración global del capital hace que el reparto del mundo ya no se haga predominantemente entre Estados, como ocurría en el imperialismo clásico –política de Estado para la expansión de sus empresas–, para convertirse en un reparto entre capitales transnacionales, que se sirven de la Estados dispersos y subordinarlos a sus intereses. Las empresas transnacionales (ET) no debilitan a los estados nacionales; por el contrario, los necesitan y actúan a través de ellos para garantizar la implementación de las políticas de su interés en cada espacio nacional. Como resume Chomsky (2017), en el caso de EE. UU., el gobierno implementa los programas que elabora el sector empresarial. Es la privatización de la política mediante el control de los sistemas electorales.

Así, las empresas transnacionales necesitan ingresar al aparato del Estado y componer su burocracia, siendo este su medio de ejercer poder de mando dentro de cada Estado nacional para definir estrategias y políticas económicas a su favor. Esto ocurre incluso en EE. UU., como muestra Chomsky (2006). Este proceso se lleva a cabo a través de alianzas con fracciones de clase locales, tomando la apariencia de interés nacional. Las empresas transnacionales interfieren desde dentro del Estado, como un “poder local”, tanto en la política interna como externa. Si es necesario, se utilizan estrategias, a través de grupos locales, para desestabilizar a los agentes políticos opositores y promover golpes de Estado (ver Moniz Bandeira, 2013; Chomsky, 2006 y 2017; Anderson, 2015), movimientos ahora llamados “revoluciones de color” (como en Libia, Siria, Egipto).

Como demuestra Carroll (2010), las empresas transnacionales del eje del Atlántico Norte ejercen este poder a través de instituciones supranacionales, como la Foro Económico Mundial, Conferencia de Bildeberg, Comisión Trilateral y Cámara Internacional de Comercio. Tales instituciones están bajo el control no de un Estado, sino de corporaciones transnacionales, que las utilizan para presionar a Estados nacionales dispersos a definir políticas y difundir la ideología que penetra en sus dispositivos y los pone bajo su control. Actúan como cabilderos internacionales para grandes corporaciones transnacionales. Este nuevo arreglo institucional tiene como brazo militar a la OTAN, también una institución supranacional. Esto explica la acción conjunta de los países en los conflictos internacionales y la forma de control sobre la llamada Gran Área, epicentro del conflicto histórico (disputa por el control del petróleo y el gas) que ahora estalla en guerra.

Se pensó que, tras el derrumbe de la URSS, las puertas estarían abiertas para el control de este sistema noratlántico sobre el mundo y para la implantación del neoliberalismo como “pensamiento único” y estrategia de control sobre los Estados nacionales. El resultado fueron “revoluciones de colores” (Moniz Bandeira, 2013), que dejaron una estela de países destruidos bajo el pretexto de “llevarles la democracia” (por la fuerza) y la “civilización” europea, además de golpes de Estado institucionales, como como sucedió en Brasil, con elecciones manipuladas por el poder del dinero y los nuevos medios, que pusieron títeres al mando de países importantes, incluidos EE.UU. e Inglaterra, y la fabricación de candidatos fáciles de manipular, incompetentes, sin estrategia nacional noción. Estas prácticas llevaron al desprestigio de la acción o actividad política como forma de organización social, es decir, a la destrucción de la “política”. De hecho, la política es privatizada por el poder financiero y mediático (Chomsky, 2017).

Este hecho no podría ser más desastroso en un momento de grandes transformaciones mundiales. Los países importantes dependen de representantes ignorantes. Profundizó la estrategia de desmantelamiento del Estado a través de la ideología neoliberal, que ha ganado terreno desde la década de 1980 y garantiza el dominio del gran capital sobre la política. Sólo los Estados que no se sometieron al neoliberalismo destructivo conservaron su estructura e inteligencia para enfrentar los desafíos que presenta la crisis de hegemonía del sistema noratlántico.

El problema actual es el enfrentamiento de esta forma de funcionamiento de la capital del eje noratlántico en su expansión y control del Gran Área con la creciente resistencia de Rusia y su regreso al juego geopolítico, así como con la proyección de China como nueva potencia económica mundial en expansión. No se trata de un clásico conflicto entre estados rivales, aunque lo parezca, sino de las contradicciones que el sistema de control noratlántico encuentra en esta nueva configuración del mundo y que ponen en entredicho su hegemonía y protagonismo.

Por un lado, el concierto del Atlántico Norte había imaginado haberse liberado de cualquier límite a su expansión global desde el desmantelamiento de la antigua URSS, en la década de 1990, sometida a políticas neoliberales radicales que destruyeron su estructura productiva y entregaron sus grandes corporaciones a la antigua élite burocrática, que constituye una clase de millonarios en Rusia. Por ello, nunca se respetaron los acuerdos destinados a contener la expansión de la OTAN, que desde hace tiempo amenaza con expandirse a Ucrania (Chomsky, 2017; Moniz Bandeira, 2013).

En 2014, este proceso expansivo derivó en una “revolución de color” en el país. Ahora, con el conflicto abierto, el concierto enfrenta concretamente una resistencia, que resulta de la política de reconstrucción rusa, seguida con puño de hierro por Putin con el objetivo de volver a colocar al país en una posición de protagonismo mundial, negándose a integrar la periferia subordinada a la tradicional política de control imperial del Atlántico Norte.

Por otro lado, la lógica del gran capital, cegada por el derrumbe de la URSS y la implementación exitosa de las políticas neoliberales en el mundo, incluso en América Latina, no fue capaz de percibir el crecimiento de las contradicciones que llevaron a la crisis de la En 2008, tampoco la ingeniosa estrategia china de aprovechar el neoliberalismo occidental para atraer a su territorio parte del gran capital transnacional europeo y norteamericano y subordinarlo a sus intereses.

Las grandes empresas transnacionales operan hoy en empresas conjuntas con empresas chinas, centrales en las cadenas globales de valor, y obtienen cuantiosas ganancias poniendo en conflicto sus intereses transnacionales privados con los intereses de EE.UU. y Europa como Estados nacionales. Esto hace casi imposible (e ilógico) un ataque frontal a China, más ahora que el país ha alcanzado un nivel tecnológico y una escala productiva que incluso puede permitirle prescindir del capital extranjero –aunque no está en sus posibilidades–. interés. Además, China se fortalece con alianzas estructurales productivas estratégicas construidas con sus vecinos, incluido Japón, en un acuerdo de ganar-ganar que los mantiene atados al punto de prevenir ataques externos. Además, para consternación del acuerdo del Atlántico Norte, el país planea expandirse en una nueva “ruta de la seda”.

En consecuencia, el arreglo del Atlántico Norte tiene dificultades para controlar y atacar directamente a China, aunque lo ha intentado a través de una amenaza a Corea del Norte, además de haber ensayado la “revuelta de los paraguas” en el patio trasero de China, en Hong Kong, en 2014. Así, controlar la región de Eurasia es una alternativa a mantener el dominio de la lógica imperial. Como señaló David Harvey en 2003, un ataque directo a Rusia a través de la vieja presión sobre los países vecinos, como Ucrania, era una salida.

Ese país es central en la estrategia del Atlántico Norte, tanto para desestabilizar el poderío ruso como para controlar el petróleo y el gas en la región, obstaculizando además el progreso económico chino en su nuevo proyecto de la ruta de la seda. El conflicto que se ve es la manifestación misma de la tradicional y conocida lógica del imperialismo, ahora bajo el control de las grandes empresas transnacionales, que pasó a controlar los Estados.

Lamentablemente, es a través de la violencia que el capitalismo como fenómeno europeo, surgido en Europa, se expande y garantiza su hegemonía como sistema mundial de acumulación de capital y extracción de plusvalía. La violencia es parte constitutiva de su naturaleza. Con el desarrollo de la crisis actual, quizás este (des)orden mundial bélico esté llegando a su fin.[i]

* Rubens R. Sawaya es profesor del Departamento de Economía de la PUC-SP y autor de Desarrollo Subordinado: El Capital Transnacional en el Proceso de Acumulación de América Latina y Brasil (Rémol/Haymarket).

 

Referencias


ANDERSON, P. (2015) La política exterior de Estados Unidos y sus teóricos. Boitempo.

CARROLL, WK (2010). La formación de una clase capitalista transnacional: el poder corporativo en el siglo XXIst siglo. Libros Zed.

CHOMSKY, N. (2009) Estados fallidos, el abuso de poder y el ataque a la democracia. Bertran Brasil.

CHOMSKY, N. (2017). ¿Quien corre el mundo? Crítica.

FRANKOPAN, P. (2019). El corazón del mundo: una nueva historia universal desde la ruta de la seda, el encuentro de oriente con occidente. Crítica.

HARVEY, D. (2003). El nuevo imperialismo. Ediciones Loyola.

HOBSBAWN, E. (1995). La era de los extremos, el breve siglo XX 1914-1991. Co. de Letras.

LENÍN, VI (1987 [1917]). El imperialismo, la etapa superior del capitalismo. Global.

LUXEMBURGO. R. (1983 [1912]). Acumulación de capital. Zahar.

MONIZ BANDEIRA, LA (2013). La segunda guerra fría, la geopolítica y la dimensión estratégica de Estados Unidos: de las rebeliones en Eurasia al norte de África y Oriente Medio. Civilización Brasileña.

SCHOUTZ, L (1998). Estados Unidos: poder y sumisión, una historia de la política estadounidense hacia América Latina. Educ.

SKLAIR, L. (2001). La clase capitalista transnacional. Blackwell

 

Nota


[i] Gracias por la reseña de Thaís Nicoleti de Camargo.

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