por DANIEL BRASIL*
Consideraciones sobre las caricaturas de Marcos Ravelli, Quinho
Las artes visuales, históricamente, tienen características narrativas muy específicas, como la capacidad de tocar corazones y mentes de manera sensible. Por “mente” se entiende cultura, inteligencia, la capacidad de interpretar símbolos y mensajes ocultos. El viejo dicho de que una imagen vale más que mil palabras no es más que una definición popular de esta cualidad.
Más antigua que la palabra, la imagen ha estado presente desde los albores de la humanidad, como lo atestiguan cuevas y rocas de todo el mundo. Incluso después de la revolución de Gutenberg, siguió teniendo espacio en todo tipo de publicaciones, a través de grabados, dibujos y pinturas. Con el advenimiento de la fotografía se abrió un nuevo campo de acción simbólica, que sólo se expandió en la era digital.
La viñeta antigua, ese dibujo-comentario sobre situaciones o personas, generalmente con contenido crítico o irónico, surgida a mediados del siglo XVIII e indispensable a partir de la popularización de la prensa escrita, sigue presente y con fuerza en todas las redes sociales. Y es en uno de ellos en el que me detengo, después de un 7 de septiembre con tantas expectativas y tanto fiasco.
Marcos Ravelli, que firma sus caricaturas como Quinho, ha producido piezas antológicas. Combinando economía de líneas con un humor atento y refinado, es un artista con pleno dominio de los recursos narrativos de la imagen. Atentos a la posibilidad de resumir la ilustración anterior, estrenada en varios vehículos en los últimos días.
Quinho coloca la figura de la Justicia en el centro. No cualquier justicia, sino la representada por la escultura de Alfredo Ceschiatti, que decora el Ministerio de Justicia, en Brasilia, reconocible por la singular cabeza, con la parte superior cubierta por la tradicional venda (“La justicia es ciega”). La estatua original está plácidamente sentada, con la espada cruzada sobre los muslos. En la obra de Quinho, la estatua se levanta empuñando la espada en actitud de defensa. En el otro brazo sostiene un paño rojo, que nos recuerda inmediatamente a la figura de un torero.
Completando la analogía, vemos la sombra de un enorme toro, reconocible por sus cuernos, proyectándose sobre el personaje central. Al costado, varias otras sombras simbolizan el ganado, la manada que acompaña al líder, el cornudo-mor.
La representación del actual choque de poderes en Brasil es perfecta. Por un lado, la Justicia, poder absoluto –que no puede confundirse con algunos de sus representantes terrenales, a veces cobardes y caricaturescos–, por otro lado, el ocupante del Ejecutivo, instigador de golpes y ataques a la democracia.
Alguien distraído podrá argumentar que en este choque falta la presencia del pueblo, de las organizaciones sociales y populares que también están en las calles defendiendo el Estado de derecho. Bueno, volvamos a la tela roja. El color de la fraternidad, según los principios de la Revolución Francesa, también puede entenderse como una provocación a una de las frases favoritas de los activistas de derecha: “nuestra bandera nunca será roja”.
Pero cuando la Justicia levanta una bandera roja para enfrentar la locura totalitaria del presidente y sus secuaces, se abren dos líneas de interpretación. O la Justicia utiliza al pueblo para defender a sus gobernantes, o, lo que es más probable, necesita al pueblo para hacer frente a los ataques a sus principios. Partiendo de un humanista como Quinho, sin duda optamos por la segunda hipótesis, aunque no se puede descartar totalmente la ironía de la primera.
En este retrato sintético del convulso momento que vivimos, la bandera tiene que ser roja (también simbólicamente, claro), ya que el rebaño amenazante ha usurpado el tradicional amarillo verdoso. Tanto para preservar lo que queda de Justicia como para reforzar la necesidad de fraternité, sorteando posibles divergencias políticas, es con ella que saldremos de la crisis y restauraremos la democracia plena, que no hace tanto saboreamos.
* Daniel Brasil es escritor, autor de la novela traje de reyes (Penalux), guionista y realizador de televisión, crítico musical y literario.