La infinidad del deseo y la riqueza.

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por ELEUTÉRIO FS PRADO*

Psicoanálisis y crítica de la economía política

en la antigua grecia

Aristóteles, en el siglo IV aC, ciertamente conocía la diferencia entre lo sensato y lo irrazonable, lo mesurado y lo excesivo, en materia de deseo y riqueza. Y esta percepción es muy clara en su discusión sobre la posesión y adquisición de bienes en las condiciones de la antigua Grecia, que se encuentra, como es bien sabido, en el Capítulo III de La política.[i] Entonces, ¿cómo es posible volver a su sabiduría milenaria sobre una sociedad esclavista para comprender mejor la relación interna entre deseo y riqueza en el capitalismo, en la perspectiva del encuentro entre el psicoanálisis y la crítica de la economía política?

Como se verá en el curso de la exposición que sigue, no hay nada impertinente en esta investigación. He aquí, hay una línea de pensamiento que acomoda al capitalismo en una supuesta naturaleza de la psique humana y puede ser cuestionada. Aquí se sentaron las bases de una posible crítica hace décadas.

Como es sabido, para el Estagirita la economía consistía en la economía doméstica. Desde esta perspectiva, se pregunta, iniciando un cuestionamiento, si el arte de adquirir forma parte de las actividades relacionadas con el dominio de la domus. Ahora bien, el primero proporciona y el segundo hace uso de los bienes obtenidos.

Distingue, pues, en primer lugar, lo que clasifica como medios naturales de obtención de bienes, que son la caza, la pesca, la agricultura y la industria doméstica. Estos son, para él, justos y necesarios. “Hay, por tanto, una especie de arte de adquirir que es por naturaleza parte de la economía doméstica, ya que ésta debe tener disponible, o proporcionar por sí misma, aquellas cosas susceptibles de servir al pueblo, necesarias para la vida y útiles para el pueblo. comunidad compuesta, para la familia y para la ciudad” (op. cit., p. 36).

En el curso de su argumentación, el filósofo distingue implícitamente dos tipos de riqueza: la concreta y la abstracta. El primero se basa en la necesidad y consiste en los bienes que son útiles por derecho propio y los medios para producirlos. La provisión de riqueza de este tipo, por lo tanto, exige en sí misma el arte adquisitivo del primer tipo antes mencionado. Nótese que este tipo de riqueza se caracteriza por una infinitud cualitativa; los bienes pueden multiplicarse, pero ninguno de ellos en particular puede utilizarse, en principio, en cantidad infinita. En otras palabras, el consumo de bienes específicos en general siempre es saciable.

Pero, ¿qué sería la riqueza abstracta? ¿Cómo surge? ¿Cuáles serían tus características?

En secuencia, respondiendo a esta pregunta, Aristóteles mencionará que existe un tipo de riqueza que no está sujeta a limitación, que existe en consecuencia un arte de adquirir que no impone límites al enriquecimiento. A esta última la llama “crematística”, designando así la forma de obtener riqueza a través del mercado. En su forma simple, dice, es cercano a la economía ya que cualquier bien puede obtenerse intercambiándolo por otro para satisfacer las necesidades de las familias y de la ciudad. Sin embargo, a medida que la sociedad se concentraba en el espacio y se hacía más numerosa, el simple intercambio se volvió insuficiente y tuvo que ser reemplazado por el comercio, que no se desarrolla sin dinero. Y esto constituye la base de la riqueza abstracta, una riqueza que vale todas las demás.

En lugar de intercambiar directamente un bien por otro, el comercio pasó a utilizar un material en las transacciones que, por sí mismo, era útil y fácil de realizar en diferentes circunstancias. Y el uso de este material transformó la forma de intercambiar: ésta se volvió indirecta, es decir, mediada. La primera materia que recibió la forma de dinero fue algún metal como el hierro y la plata. Inicialmente, funcionaba en el comercio en función únicamente de sus características de tamaño y peso, pero para evitar medidas constantes y evitar falsificaciones -dice- se empezó a utilizar dinero acuñado por el Estado.

El dinero no es, como parece a primera vista, solo un medio inocente de proporcionar bienes; de hecho, crea una forma específica de acumular. Como el comercio proporciona ganancias, “de ahí surgió la idea de que el arte de enriquecerse está especialmente ligado al dinero” (ídem, p. 38). Y, suponiendo que este arte crea mucha riqueza y posesión, se ha llegado a suponer que la riqueza propiamente dicha consiste en una gran cantidad de dinero. La acumulación de dinero, a diferencia de la provisión de bienes comunes, parece insaciable.

Si el deseo de bienes en general está regulado por la necesidad que los bienes mismos satisfacen, siempre tiene su propia medida; el deseo de acumular dinero, en cambio, no tiene límites, va más allá de la necesidad y tiende así al exceso. El filósofo señala entonces la diferencia entre estos dos tipos de riqueza, la abstracta y la concreta, señalando que un hombre rico en metales acuñados puede, en principio, carecer de las necesidades básicas. “Es posible” – menciona – “hasta el absurdo de que un hombre que tiene dinero muchas veces puede carecer del mínimo necesario para subsistir” (p. 38). Es evidente, puede agregarse, que si gasta un poco de su dinero en comprar alimentos, se transforma de acumulador en consumidor o gastador; al transformarse, sacrifica su deseo infinito por un deseo finito, simple y conforme a la naturaleza.

En el comercio –indica– el “arte de enriquecerse está relacionado con el dinero, porque el dinero es el primer elemento y el fin del comercio”; pues “la riqueza que se deriva de este arte de enriquecerse es ilimitada” (p. 39). Karl Marx, como saben, en los primeros capítulos de La capital, sintetizó esta diferencia señalada a través de los circuitos de la mercancía y el dinero como capital. En el primer caso, la mercancía se cambia por dinero para obtener con ella otra mercancía, D – D – D; pues bien, la síntesis de esta operación es M – M; en el segundo caso, se cambia dinero por mercancías para obtener con él más dinero, D – M – D', cuya síntesis ahora es D – D'. En el primer caso, el intercambio está limitado por la necesidad de consumo; en el segundo, el intercambio está subordinado a un fin ilimitado.

La existencia del dinero, además, puede modificar el comportamiento del individuo social: puede convertirse en un ser adquisitivo y acumulador. He aquí, ciertas personas se dedican entonces a enriquecerse tratando de aumentar su riqueza hasta el infinito. “La razón de esto”, dice Aristóteles, “es la estrecha afinidad entre las dos ramas del arte de enriquecerse” (p. 39). Las personas, al menos algunas personas, incluso llegan a creer que su deber como “jefe de familia” o “ciudadano de la polis” es aumentar sus posesiones indefinidamente, dando lugar a un nuevo ethos. El siguiente pasaje es muy importante para los propósitos de esta exposición: “Por lo tanto, algunas personas suponen que la función de la economía doméstica es aumentar las posesiones, y siempre tienen la impresión de que su deber es preservar su valor en dinero o aumentarlas infinitamente. . La causa de este estado de ánimo es el hecho de que la intención de estas personas es sólo vivir, no vivir bien; como el deseo de vivir es ilimitado, quieren que los medios para satisfacerlo también sean ilimitados” (p. 39).

¿Cómo explica Aristóteles, por tanto, la aparición del deseo infinito de acumular dinero en la sociedad constituida por la ciudad? Lo despierta la aparición del dinero, pero se basa en una condición humana que ve con seguridad como transhistórica. La acumulación infinita de dinero viene, entonces, a apropiarse y movilizar las infinitas ganas de vivir, pero ¿en qué consiste?

Provocada por el dinero que actúa primero en el comercio, pero también en la usura, es decir, en el comercio de dinero, se ancla, según el texto citado, en algo de la condición humana; algo que se manifiesta de manera desproporcionada. Ahora bien, para Aristóteles, una tendencia a la desmesura habita para siempre en el alma humana. Pero no es lo que explica la aparición del dinero. Este emerge como representante del valor, pasando a actuar como medio de intercambio. Responde inmediatamente al imperativo de la creciente división social del trabajo, pero su surgimiento se debe en última instancia a la falta de medios y bienes para satisfacer satisfactoriamente a todos.

Aristóteles descubre así una contradicción en el arte de obtener riqueza en la gran sociedad, como dirá más tarde Adam Smith. Dice, en primer lugar, que este arte se despliega en dos, el que se relaciona con la economía doméstica y el que se refiere al comercio. Ante esta oposición conflictiva, aunque la considere inherente a la provisión de bienes en la sociedad de su tiempo, no se abstiene de emitir un juicio ético. El primero es “necesario y loable”, mientras que el segundo es “justamente censurado”; este último desafía a la naturaleza porque así es como “los hombres ganan a costa de los demás” y “sus ganancias provienen de su propio dinero” (p. 41). Los hombres a los que aquí se hace referencia, como se sabe, son sólo varones, es decir, aquellos que tienen plena ciudadanía en la polis; en esta categoría, por lo tanto, no se incluyen ni mujeres ni esclavos.

Antes de pasar a centrarnos en la sociedad moderna a la luz de las reflexiones críticas sobre economía política y psicoanálisis, es necesario subrayar un punto central. Como Aristóteles basa la búsqueda del dinero en el deseo de vivir, aquí se piensa que implícitamente asumió una idea de pulsión. Y por el deseo de vivir se entiende que vivir consiste siempre en desear.

Sigmund Freud

Cruzando entonces un puente de dos mil cuatrocientos años de civilización y barbarie, se llega a una nueva ciudad cuya lógica de reproducción es mucho más compleja que la de la ciudad griega. En consecuencia, comprender la conexión entre esta lógica y la disposición de la psique humana para recibirla requiere una síntesis muy difícil. El objetivo aquí es cubrirlo, en un primer vistazo, del libro clásico de Herbert Marcuse, eros y civilización. [ii]

En todo caso, este artículo sostiene que la tesis básica del Estagirita es cierta y que fue mantenida y desarrollada por Karl Marx en sus obras críticas al modo de producción capitalista.[iii] Según ella, el deseo insaciable de acumular riqueza, así como el ethos que le es característico, proviene de la institución del dinero o, más propiamente, del capital. Esto es lo que ya se encuentra en el tercer capítulo del libro clásico: “Esta contradicción entre la limitación cuantitativa [de toda suma de dinero] y el carácter cualitativamente ilimitado del dinero empuja incesantemente al atesorador a la obra de Sísifo de la acumulación” (op. .cit., p.133).

“Este impulso absoluto de enriquecerse, esta búsqueda apasionada del valor, es común tanto al capitalista como al acaparador, pero mientras que el acaparador es solo el capitalista demente, el capitalista es el acaparador racional” (ídem, p. 130).

Con Freud, la comprensión de la psique humana se vuelve mucho más compleja y profunda. Como explica Herbert Marcuse, si inicialmente considera una pulsión vital ligada a la autoconservación frente a una pulsión erótica, en un momento posterior entenderá la primera de ellas sólo como un momento subordinado de la segunda, que pasa a responder por la evolución de la vida como un todo. En un momento final, opondrá la pulsión de muerte a la pulsión de vida y ambas se subordinan a una tendencia de la vida orgánica, biológica, a volver a un “estado de cosas anterior que el viviente se vio obligado a abandonar, bajo la presión inquietante de fuerzas externas” (op. cit., p. 42-43).

En la comprensión final de Freud, ciertamente hay una dualidad de fuerzas opuestas –Eros y Thanatos–, pero su teoría parece exigir que esta dualidad sea entendida como una duplicidad, de tal manera que la pulsión figura ahora como portadora de una contradicción inherente al proceso vital, que se manifiesta a través de tendencias y contratendencias. Las condiciones internas y externas de la historia de los individuos sociales exigen constantemente la movilización de impulsos eróticos o impulsos de agresión o muerte, pero los impulsos, cuando se despiertan, exigen retornos de placer o goce.[iv] Los impulsos eróticos establecen o mantienen lazos sociales y los impulsos de agresión los rompen cuando existen.[V]

En el centro de las concepciones de Freud siempre hay una lucha de opuestos. He aquí, descubre contradicciones dentro de su propia psique. Ahora, como sabemos, las contradicciones, ahora pensadas dialécticamente, guían a Marx en la comprensión de la sociedad. Por eso un capítulo central del libro de Marcuse comienza así: “Freud describe el desarrollo de la represión en la estructura instintiva del individuo. La lucha por el destino de la libertad y la felicidad humanas se libra y decide en la lucha de las pulsiones –literalmente una lucha a vida o muerte– en la que participan el soma y la psique, la naturaleza y la civilización” (p. 41).

Las condiciones en las que se desarrolla esta lucha se sintetizan en la oposición entre el principio de placer –y goce (quizás)– y el principio de realidad. En el curso de la vida humana, las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte no sólo están constantemente en combate, sino que, según las condiciones, una interviene en la otra, sus opuestos, en el curso de la existencia social.

El principio del placer (y del goce) sostiene la vida misma y se manifiesta como impulsos vitales. Pero, ante las dificultades, también pueden aparecer impulsos agresivos manifestándose como destructividad. El principio de realidad responde a la coerción y represión de los deseos, dando lugar a actitudes contrapuestas que se basan o en el amor o en el odio, en la convivencia pacífica o en la violencia, en la construcción o en la destrucción, en definitiva, Eros y Thanatos.

Según Marcuse, la teoría de Freud en el curso de su desarrollo requirió la formulación de un nuevo concepto de lo humano, es decir, de un “sujeto” formado por ello, yo y superyó. El primero es el dominio del inconsciente, donde se encuentra la fuente de las pulsiones. Su lógica de acción viene a ejercer presión sólo para obtener la satisfacción de sus necesidades (en un sentido amplio) fijando fines y objetos para el individuo social. Bajo la influencia del mundo exterior, sus obstáculos y sus demandas, se desarrolla el ego, asiento de la conciencia cuya función es la de mediar entre el ello y el propio mundo exterior. En el cumplimiento de su misión, las funciones del yo consisten, por un lado, en coordinar las acciones de la persona y, por otro lado, en controlar los impulsos instintivos del ello, para minimizar los conflictos con la realidad.

El superyó es aquella parte del yo que se desarrolla para custodiar las normas sociales, para representar las normas establecidas por la sociedad ante el propio “sujeto” y para reprimir las pulsiones. Según Freud, en general, es el “yo el que realiza las represiones al servicio ya instancias del superyó; sin embargo, reprimidas, las represiones pronto se vuelven inconscientes, pasando a actuar como si fueran automáticas” (ídem, p. 49). Aquí está – véase de paso – lo que genera un esquivo sentimiento de culpa porque su origen permanece velado. 

Para comprender la relación entre la estructura instintiva de los individuos sociales y la vida económica, Marcuse presenta la siguiente consideración, que aquí se considera clave: “El principio de realidad sostiene al organismo en el mundo externo. En el caso de los seres humanos, este mundo es histórico. El mundo externo al que se enfrenta el yo en evolución es, en cualquier etapa, una organización sociohistórica específica de la realidad que afecta a la estructura mental a través de ciertos agentes (...) Una organización represiva de las pulsiones subyace a todas las formas históricas del principio de realidad en civilización” (p. 50).

¿Qué, para Marcuse, caracteriza el principio de realidad? Esta es una condición fundamental que él llama "ananké” o falta. La existencia es lucha y la lucha por la existencia tiene lugar en un “mundo demasiado pobre para satisfacer las necesidades humanas sin restricciones, renuncias y demoras constantes” (p. 51). En resumen, toda satisfacción posible requiere esfuerzo, necesita trabajo y discurso, implica luchas con los demás.

Enfrentados a tareas que nunca terminan, mientras permanezcan vivos, los individuos sociales tienen que renunciar a los placeres, entregándose voluntaria o involuntariamente a sacrificios e incluso a sufrimientos ocasionales. El impulso humano básico es luchar por el placer y la ausencia de dolor, pero como este impulso a menudo se ve frustrado por la realidad, tiene que ser reprimido. La pulsión contradictoria produce entonces diversos resultados que oscilan entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio, pudiendo volverse contra los demás oa favor de ellos o incluso volverse contra oa favor del individuo mismo. El placer insatisfecho produce el estado neurótico -enfermedades psíquicas en general- o eventualmente puede ser sublimado.

Habiendo presentado lo que él llama el principio de desempeño, es decir, la forma histórica del principio de realidad, Marcuse está interesado en investigar la cuestión de la explotación y la dominación, ya que las formas de resolver el problema de la escasez y de distribuir los beneficios gravan y ganan. de la solución encontrada históricamente- varían a medida que cambian los modos de producción. Aquí, sin embargo, la preocupación se dirige a comprender todo un ethos que plantea la existencia del dinero, el atesoramiento y el capital.

En las concepciones freudianas de la psique –y esto parece bastante correcto– existe, en efecto, una disposición pulsional que puede asociarse con la acumulación infinita. Porque admitió que un impulso parcial, el impulso anal infantil, puede afianzarse y convertirse en el fundamento de una actitud hacia la acumulación en la vida adulta. “Así, por ejemplo, una persona puede tener el impulso de guardar dinero y otros objetos, porque ha sublimado el deseo inconsciente de retener heces”.[VI] Una tesis que, al menos para un economista, parece tímida para explicar la compulsión por acumular.

Es, sin embargo, una posibilidad que puede no manifestarse en otras circunstancias. No parece haber, por tanto, en la comprensión freudiana del ser social, una constante que pueda sustentar la tesis de que la búsqueda del placer sería infinita en sentido cuantitativo, es decir, que la pulsión originaria sería naturalmente insaciable. Además, parece excesivo pensar que Freud implícitamente explicaba el capitalismo a partir de los impulsos que supuestamente mueven a los individuos.

En todo caso, siendo en principio infinito en sentido cualitativo –el deseo de vivir, según Aristóteles, es “infinito”–, el ser humano está generalmente insatisfecho porque las pulsiones siempre fomentan deseos de nuevas experiencias. Ahora bien, lo siguen siendo en condiciones sociales que se caracterizan, como se ha dicho, por la miseria. Por tanto, sólo en la medida en que una forma social aparece caracterizada como tal por un principio de infinidad cuantitativa, el deseo de vivir puede e incluso debe ser captado por esta lógica. El ser humano puede entonces aparecer, erróneamente, como intrínsecamente insaciable, es decir, como un ser adecuado a la lógica de la acumulación de capital.

Finalmente, consideremos ahora lo que dice un autor muy contemporáneo, Adrian Johnston, al respecto, que busca unir el conocimiento del psicoanálisis y la crítica de la economía política de una manera innovadora. En lugar de Marcuse, que parte de Freud, piensa más fuertemente en Jacques Lacan. en tu libro La temporalidad de la pulsión[Vii], presenta lo que llama el “dilema fundamental de la pulsión en general”: “la pulsión paradójicamente 'goza' de lo que desea exclusivamente en la medida en que nunca cumple ese deseo” (op. cit., PAG. xxiii-xxiv). Pues bien, esta interpretación que hace Adrian Johnston parece volver insaciables las pulsiones.

En todo caso, esto es lo que dice: “Las pulsiones no se reprimen simplemente porque están en conflicto con la realidad social y jurídica del mundo exterior (umwelt). Incluso si se eliminan los impedimentos externos, las pulsiones todavía fabricarían su propia represión para preservar las formas fantasmáticas de goce” (p. xxiv).

De hecho, supuestamente basado en teorizaciones de Jacques Lacan, afirma en esta cita que la pulsión misma crea barreras para sí misma independientemente de cualquier restricción externa. Está satisfecha (o más bien disfruta) a través de una perenne insatisfacción. Ahora bien, así pensado, se convierte en del orden del infinito malo, ¡característica de la lógica evolutiva del capital! - ¿no es? Si es así, se necesita escribir otro texto para examinar el tema de la infinitud del deseo y la riqueza con las consideraciones de este autor en mente.

Y este es el problema que, al fin y al cabo, pretendo abordar en un próximo artículo.

* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de De la lógica de la crítica de la economía política (luchas contra el capital).

Nota


[i] Aristóteles, La política, traducido por Mário Gama Kury. São Paulo: Editora Madamú, 2021.

[ii] Marcuse, Herbert- Eros y civilización: una interpretación filosófica del pensamiento de Freud. Rio de Janeiro: Zahar Editores, 1968. Según Samo Tomšič, “Herbert Marcuse fue indiscutiblemente quien más involucró la teoría crítica con el psicoanálisis freudiano”. Para él, “la economía libidinal dentro del sistema [capitalista] estaba ahora organizada en torno al mecanismo de la 'dessublimación represiva'”. “Desde la perspectiva psicoanalítica – completa Tomšič – “el capitalismo aparece de hecho como una cultura del goce impuesto”. Para ver El manual SAGE de marxismo, vol. 2, ed. por B. Skeggs, SR Farris, A. Toscano y S. Bromberg, Londres: SAGE Publications Ltd., 2022.

[iii] La nota al pie número cinco del primer capítulo de La capital resume la tesis de Aristóteles sobre la existencia de dos artes opuestas de adquirir bienes: una produce la “buena vida” y la otra genera la “vida ilimitada”; el advenimiento de la crematística transforma el propósito de la vida al hacer del ser humano un ser insaciable porque ahora busca riquezas infinitas. Véase Marx, Karl – Capital – Crítica de la economía política. Libro I. São Paulo: Abril Cultural, 1983, p. 129.

[iv] Aquí hay una complicación, porque el goce (Lacan) no es placer (Freud). Pero, ¿qué es el disfrute? Aquello que la pulsión ansía y que permanece inconsciente. 

[V] Ver Tomšič, Samo – ¿La sociedad no existe? https://dpp.cce.myftpupload.com/a-sociedade-nao-existe/ ou https://eleuterioprado.blog/2023/03/12/a-sociedade-nao-existe-parte-i/

[VI] Véase Fromm, Erich – El miedo a la libertad. Río de Janeiro: Zahar, 1970, pág. 229

[Vii] Johnston, Adrián- Impulsado por el tiempo: metapsicología y la división del impulso. Nueva York: Northwestern University Press, 2005.


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