por ELEUTÉRIO FS PRADO*
Aproximación de dos campos de conocimiento involucrados en la investigación de la relación entre psiquismo y capitalismo
Introducción
En un artículo anterior, publicado en el sitio web la tierra es redonda, se discutió un poco la relación entre estas dos infinitudes examinando su encuentro en La política Aristóteles y Freud a través de Marcuse de eros y civilización. Aquí es donde tenemos que ir más allá.
Como es sabido, ya en Freud se encuentra una persistente tendencia a poner la historia entre paréntesis en la caracterización del psiquismo; en su investigación de las causas de los males de la mente, busca encontrar invariantes antropológicos. Cuando lee, por ejemplo, su Más allá de las bases del placer, se ve claramente que el texto se desarrolla en torno al tema de encontrar principios que den cuenta de la complejidad del comportamiento humano. Como los males que afectan a los individuos sociales aparecen como conflictos, los principios buscados son siempre duales e implican inexorablemente una lucha de contrarios, en rigor, no dialéctica. Además, se basan siempre en la oposición entre la vida y la muerte.
He aquí lo dicho en la obra consultada: “Partimos de una clara separación entre pulsiones del Yo = pulsiones de muerte e pulsiones sexuales = pulsiones de vida. Incluimos los llamados instintos de conservación entre los de muerte, algo que ahora hemos rectificado. Desde un principio nuestra concepción fue dualista y hoy es más claramente dualista que antes (…) ahora llamamos a los opuestos (…) instintos de vida y de muerte”.
En este texto, como es sabido, Freud asocia las pulsiones de vida y muerte, respectivamente, con las figuras alegóricas de Eros y Thanatos. El pulso de la vida responde al placer. La pulsión de muerte existe y se manifiesta a través de la acción de repetición que provoca el displacer: he aquí, “en la vida psíquica” –dice– “existe realmente una compulsión a repetir que supera el principio del placer”. Y demuestra, según él, que “la meta de toda vida es la muerte”. En otras palabras, si el organismo vino de lo inanimado y está allí vivo, tiene como meta regresar a lo inanimado. Lo que, en última instancia, el principio de vida puede hacer en el curso de la existencia es abrir alternativas para los individuos sociales, creando así para ellos un camino propio hacia la muerte.
Es interesante señalar aquí que, en la formulación de Freud, la lógica que preside la repetición es cualitativa y que, por tanto, no es estrictamente de la naturaleza del infinito malo hegeliano –aunque tampoco es un infinito bueno. Como es sabido, este filósofo asocia esta noción con las progresiones limitadas e ilimitadas que se encuentran en las matemáticas. La repetición de la conducta así concebida implica una aparente sustitución de la misma, siempre del mismo modo, constituyendo una identidad que persiste; sin embargo, de hecho, como este “mismo” se despliega en un tiempo que no está “espacializado”, plantea y no puede dejar de plantear, inexorablemente, diferencias cualitativas. Los impulsos, así pensados, pueden ser capturados por la lógica de la acumulación de capital, pero esto sería similar a lo que se encontró en Aristóteles y Marx. Sin embargo, se encuentra una innovación al examinar a ciertos sucesores de Freud.
Pulsión de muerte y capitalismo
Vea lo que está estudiando un autor lacaniano y marxista. Buscando unir los dos campos de conocimiento involucrados en la investigación de la relación entre psique y capitalismo, Adrian Johnston también concibe las pulsiones como “fuerzas” transhistóricas. “Mi propia visión de la interfaz del marxismo con el psicoanálisis no equivale a una historización simple y directa de este último; específicamente, no mantiene la tesis según la cual los impulsos de la economía libidinal son creaciones justas y únicamente sociohistóricas de economía política del capitalismo”.[i]
Ahora bien, aquí también se puede ver que este autor también está buscando una antropología fundante, sesgo que Bento Prado, en su libro Hegel y Lacan,[ii] encuentra en el mismo Lacan. Ahora bien, esta justificación tiene un costo muy alto; lo lleva a enfrentarse a una dificultad, o incluso a una barrera infranqueable, ya que quiere reconciliar a un autor que piensa lo humano con un sesgo fijo con un autor dialéctico riguroso que lo piensa en devenir.
Nótese por el momento cómo este autor busca conciliar estas diferentes formas de pensar: para Johnson, la forma de ser humana está -sí, hasta cierto punto- influenciada por las condiciones históricas. Pero estos son solo externos y yuxtapuestos a lo que no está influenciado por la temporalidad.
“[E]sta tesis, expresada con más precisión, es que las características distintivas del capitalismo –centrar la vida humana en torno al valor de cambio y la generación de plusvalía (como se presentó en la crítica de la economía de Marx) la política– introduce, por así decirlo, , una diferencia de grado más que una diferencia de tipo entre las configuraciones libidinales premodernas y modernas, aunque podría decirse que se trata de una diferencia de grado tal que se aproxima a una diferencia de tipo”.[iii]
Por tanto, el surgimiento histórico del capitalismo en esta visión planteada parece tener un sólido punto de apoyo en la propia forma de ser de los individuos sociales. He aquí, ellos mismos están gobernados por un principio de infinitud que puede o no estar limitado en el curso de la evolución de la humanidad.
El paso de la sociedad premoderna a la sociedad moderna, según Adrian Johnston, engendra una diferencia en el modo de actuar de la pulsión, pero esta diferencia no equivale a un cambio cualitativo; de otro modo, es una diferencia de grado; pero resulta ser un cambio de grado tan grande que es, según él, casi una diferencia cualitativa. Si en la premodernidad los deseos estaban fuertemente constreñidos por las instituciones entonces imperantes e incluso por los modos de producción (esclavismo y feudalismo) y, en la modernidad comenzaron a abrirse al infinito; pasaron, pues, de una ambición enclaustrada a una codicia infinita.
Y la razón de esta transformación fue el paso histórico de una sociedad en la que el capital (en forma de capital comercial y capital que devenga intereses) existía sólo en los intersticios de la producción de bienes de consumo, ya sea esclavista o feudal, a una sociedad en el que (ahora bajo la forma de capital industrial y capital financiero) está en el corazón de la producción generalizada de mercancías.
He aquí, la relación de capital como tal constituye el modo de producción capitalista. Y las mercancías, como sabemos, son valores de uso, bienes de consumo, destinados a los mercados y que por tanto adquieren valores de cambio. En su viaje infinito, el capital se sirve de la mercancía como forma transitoria para realizarse ante todo como dinero en busca de más dinero. En el lenguaje de Hegel, el capital que existió en si en la sociedad medieval y antigua se convirtió en para ti en la sociedad moderna. Para que esto haya sido posible, la psique humana tiene que dar, para bien o para mal, apoyo a la relación capital. De acuerdo con la concepción de pulsión defendida por Johnston, no sólo apoya, sino que demuestra estar bien preparado para cumplir con esta “tarea”.
Parece sensato pensar que el ser humano tiene un carácter distintivo en relación con los demás animales: habla, es un ser que se constituye, se expresa y se realiza a través del lenguaje. Por tanto, no tiene meros instintos que se mantienen constantes, sino que su poder sale a relucir y se convierte en acto, necesariamente, en este medio: el ser humano está y está en el mundo de las palabras aunque entre en contacto con el exterior. mundo -oa la sociedad y a la naturaleza socializada- también a través de su propio cuerpo y de su actividad concreta, la praxis. Lo que no parece sensato es querer conciliar el sujeto en devenir de Marx con el sujeto marchito - alienado anuncio perpetuo – del lacanismo. Como advierte Paulo Arantes, “la dialéctica no reconoce ninguna configuración primera e irreductible, como parece ser el drama de la alienación reflejado en el espejo de Lacan”.[iv]
La pulsión según Lacan
Para explorar mejor el concepto de pulsión en el psicoanalista francés – aquí si nos apoyamos en la exposición de Adrian Johnston – es necesario partir de Freud. La pulsión, según este autor, es un complejo que se desarrolla manteniendo cuatro momentos o cuatro dimensiones. En su crucial ensayo de 1915, Las pulsiones y sus vicisitudes, Freud indica que la pulsión es, por definición, una combinación de elementos que él llama “fuente” (fuente), "presión" (instar), "meta" (Objetivo), y “objeto” (Objeto). En el mismo ensayo, señala que la pulsión (conducir) ha de ser pensado como el resultado de un proceso de socialización del ser hablante, de su necesaria entrada en el mundo del lenguaje, situándose en adelante entre lo somático y lo psíquico. En esta investigación sólo es necesario considerar explícitamente los dos últimos elementos.
En esta perspectiva, según Freud, existe un objeto primordial que atrae la pulsión, que actúa en el inconsciente, que incita constantemente al deseo humano en general, al que señalaba como “esa cosa especial” (da ding). Como tal, es un objeto que cobijó y alimentó eficazmente al niño antes y poco después del nacimiento; en términos concretos, este objeto obviamente se convierte primero en el útero y luego en el regazo y los senos de la madre.
Después de que el niño crece, después de haber adquirido gradualmente la capacidad de lenguaje, continúa buscando este objeto y lo hará toda su vida como si fuera un modelo ideal de satisfacción. Sin embargo, lo que le aparece como algo sublime se pierde para siempre; pues, ahora, el infante sólo puede buscar efectivamente objetos sustitutos que nunca le traerán la satisfacción buscada en su plenitud. Pero de esta manera, el sujeto del ahora –que no es, como sabemos, el sujeto cartesiano– va por la vida misma de manera turbada, con altibajos.
Es necesario señalar en este punto cómo Lacan pensó sobre este atributo constitutivo de lo humano, que parece ser fundamental desde el punto de vista del psicoanálisis. Johnston explica que el psicoanalista francés concibió esta cosa especial (da ding) con una duplicidad: luego seleccionó lo que sería supuestamente abstracto y atemporal en las cosas concretas buscadas a lo largo de la vida del sujeto y lo llamó “objeto a” (donde “a” es un indicativo matematizado de la palabra “autre” en francés). Tenga en cuenta que lo habría llamado "objeto x" si lo hubiera considerado como un desconocido. Llamarlo “a” lo hace aparecer como algo bien definido, como un “parámetro” crucial, o incluso como una noción analítica aparentemente perfecta.
Así es como lo presenta Adrian Johnston: “Aunque llamado la “causa del deseo”, el objeto a tiene el estatus de un objeto de la pulsión – “este objeto, que es la causa del deseo, es el objeto de la pulsión por excelencia – es decir, el objeto hacia el que gira el impulso. Como objeto pulsional paradigmático, el objeto a no es simplemente algún tipo particular de objeto material (por ejemplo, cierta parte del cuerpo)”.[V]
Aquí es necesaria una nota importante: donde para Freud sólo había una ausencia, un anhelo, una “cosa” que quedaba en el pasado, ahora con Lacan hay una ausencia presente, un objeto perdido puesto como objeto existente, que puede incluso pensarse, implícita pero efectivamente, como un infinito cuantitativo. En palabras de este estudioso de la obra del maestro francés, “el objeto a es el matema lacaniano que designa una pérdida introducida por la temporalización del objeto de la pulsión”.[VI] Si Lacan presenta este objeto como objeto privilegiado de la pulsión, antes lo había construido como categoría formal de su propia metapsicología. Se entiende, por tanto, como constituyente central de la estructura del complejo motriz.
Si el carácter infinito cuantitativo del objeto a, enunciado aquí, puede parecer insólito, véase lo que dice el propio Lacan cuando lo llama plusgoce y lo compara con la categoría de plusvalía de Marx, que designa, como se sabe, una cantidad de plusvalía. valor producido por el trabajador pero apropiado sin compensación por el capitalista. en el seminario De uno a otro (16), sostiene que es desde “un nivel homológico basado en Marx que comenzaré a introducir (…) la función esencial del objeto a.[Vii] Además, según Lacan, el objetivo genuino de la pulsión es la repetición del mismo circuito, hacia un objetivo establecido, pero imposible, que tiene la naturaleza del mal infinito hegeliano; y esto, como sabemos, se puede ejemplificar mediante la siguiente ecuación en diferencias finitas: si xt = xt-1 + 1 entonces xt→∞.
Además, como es bien sabido, un autor como Slavoj Zizek presentó el modelo del movimiento de la pulsión como el ajetreo de Sísifo, que lleva una gran piedra colina arriba una y otra vez solo para verla rodar cuesta abajo, así agregando más trabajo al trabajo acumulado en el pasado, de manera infinita.[Viii] Pero no solo hizo eso; también consideró este trabajo repetido –que carece de la sociabilidad que transforma el trabajo concreto en abstracto– como homólogo a la tercera paradoja de Zenón: “nunca podremos recorrer una cierta distancia X, porque, para hacerlo, primero debemos recorrer la mitad de esa distancia”. distancia, y, para llegar a la mitad, debemos recorrer una cuarta parte, y así hasta el infinito”.[Ex]
La lógica del mal infinito
Ahora bien, ¿cuál es la consecuencia de pensar así la lógica de la pulsión? Para Freud, las barreras que enfrenta la pulsión para realizarse son externas, provienen de la realidad social que se caracteriza por la carencia y por la eterna disputa por las fuentes de placer que escasean. Sin embargo, para Lacan, es la pulsión misma la que, al buscar efectivamente un objeto imposible, crea una barrera interna que ella misma no puede superar. Cabe señalar aquí nuevamente que, según el psicoanalista francés, la pulsión busca el objeto a, es decir, una ausencia presente y, por tanto, un objeto que provoque una frustración perenne.
Esto es lo que dice Adrian Johnston al respecto: “El objeto a, por lo tanto, es concebible como un subproducto de la compulsión de los instintos a repetir; O a… está ligada pura y simplemente a la repetición misma. El punto central de Lacan es que la pérdida del objeto pulsional no es, como supone Freud, un simple resultado de la imposición de barreras externas al mundo interior (Mundo interior), es decir, de la vida pulsional del sujeto. En cambio, la compulsión de repetición del impulso (conducir) (...) participa como saboteador interno, fuente de falla intrínseca a la función básica de las pulsiones. Las pulsiones son cómplices de la generación de pérdida (...) que tan incansablemente buscan.[X]
La diferencia señalada entre Freud y Lacan puede expresarse sintéticamente: para el primero, si la pulsión de muerte busca la insatisfacción a través de la repetición cualitativa con la esperanza de que, al final, llegará el placer; para el segundo, la pulsión busca la insatisfacción, pero obtiene constantemente otro tipo de satisfacción, que se dice inconsciente (goce). Si bien ambos conciben las determinaciones constitutivas de lo humano como transhistóricas, el ser humano para Freud es un ser deseante e insatisfecho, pero para Lacan es un ser más que deseante, pues permanece insaciable y frustrado –aunque lo disfrute. He aquí, pues, el primer fundamento del hombre trágico.
He aquí, la lógica que rige la pulsión según Lacan es supuestamente similar a la lógica que rige la acumulación de capital. El primero da como resultado una pérdida infinita, el segundo una ganancia infinita; uno sería la imagen especular del otro. Y es precisamente por esta inversión que la pulsión y el capital lacanianos se adaptan, como se verá más adelante. Ahora bien, la pretensión de homología que alimenta este discurso es errónea. El valor en Marx proviene de una reducción del trabajo concreto al trabajo abstracto hecha por el proceso social mercantil generalizado. La categoría de reducción no parece pensable a través del “simbolismo” neoestructuralista del lacanismo[Xi] – De ahí la confusión.
Así, desde la perspectiva de Freud –aunque se aleje de la tradición iniciada por Aristóteles y presente en Marx– es necesario afirmar que no sólo hay una diferencia de grado entre las configuraciones libidinales de los seres humanos premodernos y modernos, sino realmente cualitativo. La pulsión, es decir, la lucha interna de la psique para encontrar satisfacción, busca “esa cosa especial” a través de cosas sustitutivas, pero nunca resultan suficientes para obtener la satisfacción plena. Es por eso que los seres humanos insatisfechos siempre están lanzándose a nuevas búsquedas de satisfacción. Y cuando esta búsqueda resulta ser bloqueada o incluso imposible, se enferman psíquicamente.
Desde esta perspectiva y en apariencia, el deseo sólo aparece cuantitativamente infinito cuando ha sido capturado y subsumido bajo la lógica de la acumulación de capital. Como explica Marx en el segundo capítulo de La capital, en la sociabilidad capitalista, en la presencia externa de este principio de desarrollo infinito, las personas se transforman en soportes de bienes, dinero y capital.
Como consecuencia de la naturaleza misma del modo de producción, los individuos que participan en él se convierten forzosamente también en personificaciones, necesitan investir su propia persona en la figura de guardianes de las cosas que tienen valor socialmente reconocido, dirigiendo su propia voluntad hacia ellas. cosas. La relación de capital invierte la relación entre las personas y las cosas, ya que estas últimas comienzan a conducirlas en la vida práctica cotidiana de la sociedad que las sustenta.
Un autor, Todd McGowan, ha explorado extensamente la compleja relación entre la pulsión (desde la perspectiva de Lacan) y el capital (desde la perspectiva de Marx). Para comprenderlo mejor, es necesario saber que, para Lacan, la pulsión es ante todo una pulsión de muerte. Pero no sería –según él– sobre todo una agresividad inherente al ser humano ni siquiera un impulso de volver a un estado inorgánico (simple sinónimo de muerte). De hecho, sería un impulso psíquico (basado, sin embargo, en lo somático) para volver a la pérdida traumática que se produce en la infancia de lo que Freud llamó la “cosa especial” a la que aspira el ser humano (da ding), a partir de la cual Lacan creó la noción matematizada de “objeto a”.
Así es como lo describe Todd McGowan: “La pulsión de muerte emerge junto con la subjetividad misma cuando el sujeto ingresa al orden social y se convierte en un ser social hablante, sacrificando una parte de sí mismo. Este sacrificio es un acto de creación que produce un objeto que existe sólo porque se ha perdido. Y esta pérdida de lo que el sujeto no tiene instaura la pulsión de muerte, que produce goce por la repetición de la pérdida inicial”.[Xii]
De este fundamento se desprende, pues, la tesis central de su libro más significativo, capitalismo y deseo, [Xiii] que él mismo resume así: “El capitalismo engendra acumulación y promete una satisfacción que no puede dar. Este fracaso tiene su origen en la estructura de la psique del sujeto y en la forma en que el sujeto encuentra satisfacción. La psiquis está satisfecha con el fracaso en la realización de su deseo y el capitalismo permite que el sujeto perpetúe este fracaso, creyendo todo el tiempo en la idea de que persigue el éxito. El vínculo entre el capitalismo y la psique contiene una dinámica de realización. El sistema crea la posibilidad de una satisfacción que es estructuralmente inalcanzable mientras que al mismo tiempo permite que la verdadera fuente traumática de la satisfacción permanezca inconsciente. Este doble engaño crea una articulación con poder de permanencia, una dinámica que parece estar inscrita en la composición genética de los individuos sociales”.[Xiv]
Ahora bien, si no nos equivocamos aquí, la forma en que Lacan piensa la pulsión crea un problema teórico, pero también ético, ya que parece que el capitalismo se acomoda bien en la propia naturaleza humana. Así como los psicoanalistas lacanianos piensan en el objeto pulsional como un objeto matematizado (es decir, como un objeto a), juzgan a la pulsión como portadora de un principio infinito de desarrollo, como un infinito malo.
He aquí cómo Todd McGowan intenta desviarse de una conclusión que parece provenir de premisas inequívocamente asentadas: “Asociar el capitalismo con la naturaleza humana es un gesto ideológico, pero la sensación de que el capitalismo se adecua a la manera humana de querer no es del todo cierta. ideológico".[Xv] A juicio del crítico crítico que aquí escribe, fracasa en su intento de salvar el lacanismo como saber crítico riguroso, pues cae en la contradicción.
* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de De la lógica de la crítica de la economía política (luchas contra el capital).
Para acceder al primer artículo de la serie haga clic en https://dpp.cce.myftpupload.com/a-infinitude-do-desejo-e-da-riqueza/
[i] Johnston, Adrian - De la necesidad cerrada a la codicia infinita: la teoría de la pulsión de Marx. En: Pensamiento y Teoría Continental, vol. 1 (4), pág. 272.
[ii] Prado Jr., Bento- Hegel y Lacan - Cinco lecciones de filosofía del psicoanálisis. Zagodoni Editora, 2022.
[iii] op.cit., P. 272.
[iv] Arantes, Paulo – Hegel en el espejo del Dr. Lacan. Psicología USP, São Paulo, vol. 6, núm. 2, 1995.
[V] Johnston, Adrián- Impulsado por el tiempo: metapsicología y la división del impulso. Nueva York: Northwestern University Press, 2005, pág. 184.
[VI] Op. cit., P. 185.
[Vii] Lacan, Jacques- El seminario del Otro al Otro. Río de Janeiro: Zahar, 2008, pág. 16. Cabe señalar que la homología presenta una identidad ontológica y, por tanto, se diferencia de la analogía, que aprehende sólo un aspecto de los fenómenos comparados.
[Viii] Como es sabido, Marx también utilizó esta metáfora: “esta contradicción entre la limitación cuantitativa y el carácter cualitativamente ilimitado del dinero empuja al atesorador incesantemente al trabajo de acumulación de Sísifo. Le sucede como el conquistador del mundo, que con cada nuevo país sólo conquista una nueva frontera”. Esto es una analogía: hay repetición en ambos casos, pero la lógica de la acumulación es cuantitativa y la de Sísifo es cualitativa.
[Ex] apud Johnston, Adrián, op. cit., pág. 192. Nótese que las paradojas de Zenón provienen de un razonamiento falso pero aparentemente bastante lógico. Aparecen porque, al considerar el movimiento, Zenón considera sólo el espacio y no tanto el espacio como el tiempo.
[X] Op. cit., P. 190.
[Xi] Véase al respecto Fraser, Nancy – Contra el “simbolismo”: usos y abusos del “lacanismo” para la política feminista. Revista Brecha, 2017.
[Xii] McGowan, Todd- Disfrutar de lo que no tenemos – El proyecto político del psicoanálisis. Nueva York: Universidad de Nebraska, 2013, pág. 13
[Xiii] McGowan, Todd- Capitalismo y deseo: el costo psíquico de los mercados libres. Nueva York: Columbia University Press, 2016.
[Xiv] Op. cita., pags. 35)
[Xv] Ídem, P. 35.
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