por GÉNERO TARSO*
A casi 40 años de su entrada en vigor, la Constitución de 88 parece sollozar en el rictus paranoico de un presidente enfermo
Algunos hechos aparentemente únicos en la historia, mirados con lupa, pueden revelar tendencias en movimiento en la realidad, que permiten configurar toda una época. “Comer brioches”, María Antonieta, antes de la caída de la Bastilla; “Me seguirás, Robespierre”, dijo Danton yendo a la guillotina durante el Terror; Arafat, entrando a la ONU con una rama de olivo en sus manos y pistolas en su cinturón; Mandela recibiendo a un oficial de policía en prisión como su asesor; A punto de subir al podio con Getúlio, contra el fascismo, tras ser encarcelado durante el Estado Novo. Brasil y Argentina, los países más fuertes de América Latina, tienen magníficos ejemplos en este sentido.
El 14 de julio, el Ministerio de Salud de Brasil publicó una Nota Técnica de la que se puede extraer la conclusión lineal de que el Presidente de la República, a través de varias recetas médicas divulgadas públicamente - además de otros delitos dolosos y omisiones delictivas en el ámbito de la Pandemia - indudablemente cometió el delito de “charlatanismo”, previsto en el artículo 283 del Código Penal brasileño. Al desautorizar la prescripción de Cloroquina y otros medicamentos para combatir el Covid-19, la Nota saca a la luz un remanente del funcionamiento del Estado Nacional, en sus funciones públicas, al desautorizar el discurso “médico” del Presidente, completamente al margen de sus funciones políticas de Estado. Pero no pasa nada: un charlatán común y corriente estaría preso, pero un macro charlatán presidencial puede seguir gobernando.
El 23 de mayo de 73, el odontólogo y figura histórica del peronismo, Héctor Cámpora, asumió su breve mandato presidencial en Argentina, que se extendería hasta el 13 de julio del mismo año. La “consigna” del peronismo, en las elecciones “sin Perón” –en la ruina de la dictadura militar que dejó en escombros al país– decía: “Presidente de Cámara, Perón en el poder”. Perón mantuvo, bajo su tutela, grupos paramilitares de extrema derecha, guiados por el criminal López Rega, quien había promovido la “paz” de Perón con la Policía Federal de la dictadura. Perón también tuteló con su mano “zurda” al Ejército Montonero, peones a los que también derramó cariño y benevolencia. Los trató, sin embargo, con rechazo y descalificación, cuando le convenía, porque “técnicamente”, el Jefe Vertical -que mantenía bajo sus alas una “extrema derecha” y una “extrema izquierda”- sabía que se trataba de opuestos que tendía a cancelar.
Un sábado 16 de junio de 73, Cámpora se encuentra en Madrid, en la casa de ”Puerta de Hierro” con Perón, para rendir cuentas al líder-conductor, quien, por encima de los partidos y sus estrategias grupales de búsqueda del poder, asegurarle el golpe final. Se empezaría por destituirlo de la silla presidencial para luego establecer una legitimidad de contingencia. Es el momento en que, cediendo formalmente al camino real del derrocamiento de la dictadura militar, se colocaría en la Presidencia como conductor concreto de todo el derrocamiento del régimen. Es el momento en que se convierte, al mismo tiempo, en Estado y Pueblo, alejado de las formas tradicionales del liberalismo político.
Es el hecho político decisivo en el que un humilde y moralmente empañado Cámpora es criticado por Perón por ser “débil” frente a “grupos provocadores”, en realidad todos más (o menos) cercanos, orientados por su liderazgo o impulsados por el necesitan avanzar con las estrategias de su grupo que deben volver al poder, para abrir una nueva era democrática (o revolucionaria) de acuerdo con las opiniones de cada facción política.
En un libro sobre el peronismo, publicado en 2014, varios autores escribieron sobre “Qué es” este fenómeno, que hizo resplandecer la gloria y la tragedia de la Argentina moderna, donde intentos revolucionarios, golpes militares y pactos oligárquicos, conformaron un país sobre el cual se puede mencionó muchos logros sociales, creación de una identidad nacional, pero también un Estado capaz de desatar una violencia sin precedentes para defender los intereses oligárquicos nativos, nunca un proyecto de referencia para una democracia política.
Uno de los autores del libro. ¿Qué es el peronismo? (Ed. Octubre, p. 269), Jorge Bolívar, dice al final de uno de sus capítulos, que “la despersonalización abstracta de la política (en Argentina) nunca ha sido popular” (y que) “el justicialismo, como cultura política , no hizo otra cosa que hacerse cargo de esta cuestión filosófica vital, nacida de la valorización del pensamiento estratégico en los juegos de poder del mundo”. No se trata precisamente de un “culto a la personalidad”, sino de una identificación de las funciones del Estado en un conductor político que, más que representar, “presenta” a la sociedad en relaciones reales de poder.
Me impresionó la falta de miedo que mostró la mayoría de los brasileños ante el anuncio formal de que sectores de las FFAA en el país estarían prometiendo el regreso a la dictadura militar. No fue valor, en mi opinión, sino simplemente un juicio determinado por el duro realismo de enfrentar la vida cotidiana. El discurso de un Presidente que esteriliza el miedo y naturaliza su propia maldad, que ensalza la tortura de hombres y mujeres, que promete matar a 30 y dice que le gustaría haber fusilado a un ex Presidente es lo mismo que imitar la asfixia de los muertos. Habla de un Presidente que es el rostro de amplios sectores de las clases dominantes, así nos hizo llegar al límite donde el pasado se desvanece en la cotidianidad del odio. Si este, sin embargo, no es el límite, es porque ya no hay límites y todos deberíamos estar preparados para -más allá de la pandemia- ser tratados como ganado mugiendo los valores de la Revolución Francesa que fueron vaciados por las alcantarillas de Historia.
Las muertes, los asesinatos colectivos y selectivos, las guerras por conquista de territorios y riquezas -la indiferencia ante la tortura y el hambre- prevalecieron en la democracia a lo largo del siglo XX, aunque importantes logros políticos y jurídicos se marcaron en reformas y revoluciones. Estos, después de todo, fueron deformados y pervertidos a lo largo del siglo, transformando la forma democrática y la república moderna en una fina coraza de barbarie. La impotencia de la Ley permite que el odio se deposite en el inconsciente de todas las clases, para combinarse con la burla de la muerte. La violencia que estalló en Argentina después de Perón y la indignidad convertida en política en el Brasil de Bolsonaro socavan la democracia liberal y matan a la República.
Los 232 años de celebración del inicio de la Revolución Francesa recuerdan dos palabras clave de la modernidad madura: democracia y república, ambas incorporadas de diferente manera por la gran mayoría de los partidos democráticos -de derecha e izquierda- por socialistas, socialdemócratas de todo el mundo, que permanecen como símbolos de unidad en las construcciones y reconstrucciones nacionales occidentales. Pero quedan sólo en promesas, porque su integración y complementariedad reformadoras o revolucionarias carecen, hoy, del romanticismo de la conquista, tanto del cielo de la igualdad como del goce de la democracia para reducir el sufrimiento de las masas pobres y desposeídas del mundo.
El periodista André Trigueiro publicó un tuit el 16 de julio que decía lo siguiente: “El desprecio del Congreso por la realidad de Brasil solo es comparable a la alienación de la realeza francesa en relación al hambre de la plebe. Estas historias no suelen terminar bien”. Perfecto, firmaría más abajo y agregaría algunos condimentos: “Esta es la mayoría bolsonarista en el Congreso, que no se avergüenza de aumentar el hambre con su política económica ultraliberal, pero también se enorgullece de no defender al pueblo de la peste y el odio sembrado por el presidente.” Y todo funciona dentro de los ritos formales de la democracia socavada por el poder de las milicias, avalada por instituciones distorsionadas por el avance del fascismo.
La eterna polémica por el tema democrático continúa hoy en un cortejo fúnebre reunido en torno a sus promesas. El paso de la estructura de clases de la sociedad industrial a la dilución de las clases sociales tradicionales –sería más correcto decir una verdadera “mutación” de clases y la concentración absoluta del poder económico en el capital financiero global– fragmenta la vida común. Este deja de funcionar desde comunidades orgánicas, pasando a apoyarse –principalmente– en individuos aislados o comunidades contingentes: “atomizados y aislados, los individuos se prestan tanto a la circulación social en una masa homogénea como a la masificación opaca o petrificación última, la petrificación de la muerte. ” (Mattéi, Jean François, Ed. Unesp, p. 284).
Las promesas del Siglo de las Luces, de igualdad, libertad y fraternidad fueron sofocadas en EEUU, por ejemplo, en el “apartheid” racial -mantenido hasta los años 60- con reflejos sociales y simpatizantes que se mantienen hasta hoy. En el resto de América fueron pocas las experiencias democráticas mantenidas por períodos prolongados, sin mencionar aquellas aparentes democracias políticas, como la colombiana, cuyo pacto de estabilidad se erigió durante décadas, en una alternancia de poder oligárquico entre “liberales” y “liberales”. conservadores”.
Tomada empíricamente, como un proceso en el que los gobernantes son elegidos por sufragio secreto y universal en regímenes de convivencia política estable –con un mínimo de transparencia y un razonable respeto a los derechos civiles y políticos–, la democracia sigue siendo una reivindicación utópica. La historia, en su perversa ironía, muestra que las clases medias altas y las clases terratenientes ricas, de hecho, “no están listas para la democracia”. Van más allá del mero egoísmo como “virtud” para hacer funcionar el capitalismo y no dudan en aceptar la muerte, la amenaza, la violencia sistémica, para gobernar a través del fascismo y conjurar –de esta manera– los “peligros” de las promesas democráticas de política igualitaria, inventado por la inteligencia burguesa del siglo XIX.
Casi 40 años después de su entrada en vigor, la Constitución de 88 parece tener hipo en el rictus paranoico de un Presidente enfermo, que dice no ser sepulturero de nuestros hermanos, pero se enorgullece de ser el asesino del Estado Social de 1988.
* Tarso en ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.