la ilusión de la luna

Barbara Hepworth (1903-1975), Madre e hijo, 1934, Cumberland Alabaster 230 x 455 x 189 mm, 11,1 kg
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por DANIEL BRASIL*

Comentario al libro del físico Marcelo Knobel

La relación históricamente conflictiva entre el conocimiento científico y la vida cotidiana de las personas viene de lejos. Incluso antes de que Galileo Galilei fuera sentenciado a prisión por herejía, los pensadores y científicos antiguos ya enfrentaban la desconfianza de sus compatriotas.

La construcción de centros de excelencia en investigación y conocimiento fue dolorosa, y pasó por iglesias y reinos que los moldearon según sus conveniencias. En la Europa medieval, esta necesidad de acumular conocimiento tomó la forma de una universidad, siendo Bolonia, creada en 1088, considerada la pionera. Salamanca y Oxford surgieron poco después, demostrando que el proyecto pedagógico del conocimiento científico podía hablarse en varios idiomas. Pero las primeras “universidades” surgieron en Asia y África, como Nalanda, en India, Taxila (Pakistán), Alazar (Egipto), y al Quaraouiyine, en Marruecos, fundada en 859, que es considerada por la Unesco como la más antigua de actividad.

Con el tiempo, con la ayuda preciosa de la Ilustración y el Racionalismo, la ciencia fue ganando espacio y reconocimiento, hasta llegar al siglo XX con la ilusión de haber sido plenamente reconocida por la sociedad. El crecimiento de las metrópolis, la expansión mediática, la bomba atómica, la televisión, los cohetes espaciales, la erradicación de enfermedades, las computadoras, la industria del automóvil, la música portátil en vinilo (luego en CD, luego en streaming), la cerveza en lata, el rayo láser, el horno de microondas, el celular, todo nos hizo creer que la ciencia, para bien o para mal, se mezclaba inexorablemente con la humanidad.

No es así. Primero, que la mayoría de los seres humanos no disfrutan de todas las maravillas tecnológicas, o no sienten los efectos de los avances científicos a diario. Basta con seguir un día en la vida de un trabajador rural del interior de Brasil (o Guatemala, Gabón o Indonesia) para darse cuenta de que están mucho más cerca del estilo de vida de la Edad Media.

En segundo lugar, la sofisticación alcanzada en los sectores de vanguardia de la ciencia hizo que se desvincularan del sentido común, ya sea por un vocabulario impenetrable, o porque las elaboraciones teóricas muchas veces no tienen una aplicación práctica inmediata en el mundo real. Paralelamente, también hay un crecimiento exponencial de sectas oscurantistas, charlatanes mediáticos que lucran con la desinformación, negacionistas y pseudocientíficos.

Uno de los intentos más exitosos de superar esta escisión se ha convertido en un género literario y multimedia: la comunicación científica. Creado en el siglo XX, ha dado fama a algunos nombres y ha ayudado a la universidad a repensar su relación con la sociedad.

Un buen ejemplo de esta postura se puede encontrar en el libro la ilusión de la luna, una colección de artículos escritos por el físico y expresidente de la Unicamp, Marcelo Knobel. Científico respetado por sus pares y con artículos publicados en las principales revistas científicas del planeta, Knobel dedica buena parte de su producción intelectual a tender puentes entre el conocimiento académico y la realidad que nos rodea.

El volumen trae sabrosas explicaciones sobre fenómenos que los legos no entendemos bien (ondas electromagnéticas, materia y energía, bioacústica, calor específico, láser), decodificados en ejemplos humorísticos (como cocinar un pavo, ver las olas en el mar o escuchar al canto de un canario). También aborda temas urgentes y “humanísticos” (vacuna contra el Covid-19, refugiados, ética científica), y arroja algo de luz sobre la oscuridad amenazadora que resurge en este siglo XXI.

Knobel reafirma la importancia del diálogo permanente y democrático con todos los segmentos de la sociedad, y no solo de divulgación científica. “Más que nunca, en este momento de oscurantismo, negacionismo y ataques a la ciencia y la educación, es fundamental entender lo que piensa la sociedad sobre los diversos temas que están permeando el debate público y que directa o indirectamente afectan nuestras vidas”.

Al dividir los capítulos-artículos del libro en tres partes, Knobel llamó a la tercera “Pseudociencia, Negación y sus Consecuencias”. Son cinco artículos que ejemplifican inquietantemente cómo prevalecen las mistificaciones en nuestros medios, corroboradas por políticos intrascendentes. El ejemplo más risible es la prohibición del uso de celulares en las gasolineras de la ciudad de São Paulo. Sin ninguna base científica, la prohibición se vuelve ridícula con la contradicción obvia de que la máquina donde se paga con la tarjeta, al lado de la gasolinera, ¡funciona de la misma manera que un teléfono celular!

Estos y otros ejemplos del desconocimiento científico en el que estamos inmersos reiteran la necesidad de leer a científicos como Marcelo Knobel, quien no teme señalar los errores de la propia Academia en su relación con el mundo en que vivimos.

* Daniel Brasil es escritor, autor de la novela traje de reyes (Penallux), guionista y director de televisión, crítico musical y literario.

 

referencia


Marcelo Pobel. La ilusión de la luna: ideas para descifrar el mundo a través de la ciencia y combatir el negacionismo. São Paulo, Editora Contexto, 2021, 160 páginas.

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