por ELISIO ESTANQUE*
Se abre el camino a una nueva “caza de brujas” en la que gitanos, inmigrantes, negros, árabes, etc., y algún día “comunistas” y “socialistas”, podrán ser identificados como objetivos a masacrar.
La ideología ya no es lo que solía ser. Por ello, invito al lector a cuestionar todo lo que sabe sobre la noción de “ideología”. Aunque es un tema familiar, deja de serlo si les digo que no voy a hablar de la política partidista en general, ni de nuestra actual situación interna. Sabemos que el mundo está girando hacia la derecha, mientras que las democracias se han erosionado.
Ante nuestros ojos avanza paulatinamente un nuevo ciclo de crecimiento de fuerzas autoritarias a nivel global. También sabemos que las razones estructurales que desencadenaron este proceso fueron múltiples y complejas, pero tienen su génesis en la naturaleza del propio sistema económico capitalista. La crisis del petróleo de los años setenta del siglo pasado fue sólo un síntoma de un cambio que ya estaba en marcha.
Ante la reducción del crecimiento económico y de los márgenes de ganancia, el modelo fordista de acumulación llegó a su fin, en la medida en que, desde la perspectiva del capital, era necesario contener la desaceleración de sus plusvalías, por lo que era necesario trascender este modelo, ya que concedió demasiados derechos y poder de negociación a la clase trabajadora (al menos en Europa).
En este contexto, se han multiplicado los mecanismos y expedientes –formales e informales– para revertir esta tendencia, favoreciendo nuevos modelos de gestión llamados “flexibles” y fomentando relaciones laborales más precarias e inestables y nuevas formas de subcontratación capaces de generar “consentimiento”. trabajadores y ahorrar gastos sociales a los empleadores. El sistema productivo ha cambiado, el horizonte keynesiano del pleno empleo se ha convertido en un espejismo, se acabó la época en la que una profesión digna y estable, una “carrera”, estaba al alcance de cualquiera.
Assim, a estratégia de acumulação começou a deslocar-se da esfera da indústria para os serviços numa economia interconectada na esfera mais ampla do mercado global, onde produção, flexibilização e consumo passaram a inscrever-se na mesma lógica predadora de espoliação de recursos e de Fuerza de trabajo. Por tanto, el enriquecimiento de los muy ricos siguió aumentando, mientras que los salarios se estancaron o cayeron. El capital y el trabajo siguieron vinculados, pero a través de múltiples mediaciones, pero el trabajo siguió siendo la principal fuente de creación de riqueza. Con la globalización, ambos empezaron a guiarse por la movilidad y la fluidez.

Esta estrategia se basó en tres factores principales: (i) la innovación tecnológica y el desarrollo de nuevas TIC ayudaron a recuperar ganancias de productividad y desintegrar empresas, acelerando nuevas cadenas de valor; (ii) la facilidad del comercio global estimuló reubicaciones e inversiones en países del hemisferio sur en busca de mano de obra barata; y, finalmente (iii), las ganancias obtenidas de las transacciones financieras y la especulación se volvieron más rentables que las inversiones productivas.
Pero está claro que el modelo neoliberal no cayó del cielo. Detrás de ello había importantes decisiones de carácter político. Primero, en el marco del thatcherismo-reganismo, la narrativa de priorizar la competitividad y la competencia sirvió de justificación para el discurso eufórico de la globalización, que se presentaba como sinónimo de éxito y oportunidades de enriquecimiento individual. Se vendió la idea de que “no hay sociedad, sólo individuos”, colocando al sujeto emprendedor en el centro e incluso surgieron teorías que anunciaban “el fin del trabajo”.
En segundo lugar, la implosión de la URSS y la caída del Muro de Berlín parecían ser una prueba comprobada de que no hay alternativa al capitalismo. La euforia con la competitividad y la ilusión de “oportunidades para todos” allanaron el camino para lo nuevo El dorado y el Consenso de Washington puso en marcha los motores.
Lo que acabo de mencionar es, en sí mismo, una expresión de la ideología dominante. Esto significa que la ideología que es importante debatir hoy no es la del sentido común político. Es sociológico: un concepto inspirado en pensadores como Louis Althusser, Terry Eagleton, Pierre Bourdieu o Göran Therborn, entre otros. En otras palabras, la ideología es un tipo de poder simbólico, una narrativa al servicio de grupos privilegiados, capaz de promover la aceptación o la apatía entre las masas, moldeando la mentalidad de gran parte de los ciudadanos y clases populares. Es el conjunto de mecanismos sociales que –además de las intenciones– contribuyen objetivamente a moldear comportamientos a través de mecanismos sutiles para fabricar el consentimiento.
El pueblo se deja seducir por los cantos de sirena del consumo, del entretenimiento inútil, del folklore televisivo, buceadoresde noticias falsas, de noticias y programas alienantes y vacíos de contenido. Y cuando faltan las necesidades materiales imprescindibles y se rompen abruptamente las expectativas, crece el resentimiento, desde los sectores más abandonados, que se ofrece como combustible donde arden las voces emocionadas de los aspirantes a salvadores del país. Gritan contra la “ideología” mientras promueven su propia ideología: es culpa de los políticos, es corrupción, es el Estado, es la burocracia, es el sistema que “vive de nuestros impuestos” (sic), etc., etc. Éste es el germen del nacionalismo salvador.
Hoy el sentido común en expansión es el que rechaza el pensamiento, bajo el pretexto del peligro de las “ideologías”. Existe una preferencia deliberada por la alienación –múltiples “fetiches” están al alcance de todos, incluso aquellos sin recursos– que se confunde con el camino directo hacia la búsqueda de la “verdad”. La predisposición beatica a la “salvación” no es exclusiva de las iglesias, aunque también ayudan.
Hemos entrado en una fase en la que invocar la “ideología” o señalar una voz, un discurso o un actor político como “ideológico” se ha convertido en una acusación grave. Según la corriente neoliberal, la única verdad son los mercados, los negocios, el poder del dinero y el espíritu empresarial de los individuos y las empresas, esencialmente vistos como competidores entre sí. Según la corriente neofascista, las buenas costumbres, la vieja moral nacionalista, la pureza de la “raza”, la “nación”, el orden y la autoridad son los elementos sagrados de su credo político.
Lo que tienen en común es el odio a la izquierda, el desprecio por la emancipación de los pobres (aunque siempre hablando en su nombre), el rechazo de políticas y servicios públicos eficaces y universales (salud, educación, justicia, seguridad social, etc.) , el rechazo de la solidaridad, el internacionalismo y, en definitiva, la democracia en su sentido más profundo. Este clima, actualmente en expansión, parece allanar el camino a corto plazo para una nueva “caza de brujas” en la que gitanos, inmigrantes, negros, árabes, etc., y cualquier día también “comunistas” y “socialistas” podrán ser señalados los dedos en la vía pública como objetivos a derribar. Ya no se trata de pensar en términos de Daniel Bell (El fin de las ideologías, 1960) o un tal Francis Fukuyama (El fin de la historia, 1992); Ésta es otra dimensión que parece florecer frente a la pasividad de las elites políticas pensantes y el aplauso de los principales medios de comunicación, ellos mismos sujetos a la ideología de la no ideología.
*Elísio Estanque es investigador del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y profesor visitante de la Universidad Federal de Bahía (UFBA). Es autor, entre otros libros, de Clase media y luchas sociales: ensayo sobre sociedad y trabajo en Portugal y Brasil (Editorial Unicamp). [https://amzn.to/4dOKCAE]
Publicado originalmente en el diario Público, el 14 de diciembre de 2023.
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