por EUGENIO BUCCI*
Bueno, la 'naturaleza humana' está en la cultura
Aprendemos a pensar que si es naturaleza, no es cultura y, por el contrario, si es cultura, no puede ser naturaleza. La fuerza que impulsa a los animales a aparearse y reproducirse brota de impulsos naturales, llamados instintivos; la institución del matrimonio entre personas de carne y hueso, conocidas como personas naturales, parte de construcciones simbólicas, es decir, culturales. La furia salvaje correspondería a la naturaleza bruta; el diálogo pacífico y armónico, capaz de generar entendimiento, sería un logro de la cultura. En resumen, tenemos la costumbre de oponer la naturaleza a la cultura tanto como oponemos la barbarie a la civilización.
Caprichosamente, esta oposición se instala dentro de cada subjetividad, de todos y cada uno de los que estamos aquí. Es como una tensión interna, una polaridad inevitable que estructura la esencia de lo que somos. Cuando alguien levanta la mano para hablar de “naturaleza humana”, esto es lo que sucede: somos naturaleza (por lo tanto, animales) y, al mismo tiempo, somos humanos (por lo tanto, seres de lengua y cultura). Una contradicción andante.
Los transeúntes en lugares públicos, estaciones de metro y mercados de frutas y verduras llevan una naturaleza indomable dentro de sus cuerpos en movimiento. Flora de innumerables bacterias habita sus intestinos, glándulas estúpidas inyectan extrañas sustancias en su torrente sanguíneo, estremecimientos ardientes despiertan sus pasiones. Sobre ellos actúa la naturaleza imperiosa, que, sin embargo, también son humanos, conscientes, sensibles, inteligentes y, esto es algo desconcertante, son sujetos éticos. Los valores morales -algunos verdaderamente virtuosos, otros abominables- influyen en la conducta de todos. Mirándolo de esa manera, está claro que el Homo sapiens. nunca podría funcionar, pero es lo que tenemos para hoy.
La mayoría de las veces, la llamada “naturaleza humana” es invocada por alguien que quiere justificar una atrocidad o un vicio. Entre los políticos, se convirtió en una locura. Si no se hablara tanto de la indefectible y repetitiva "naturaleza humana", no tendríamos que tratar este asunto en los artículos periodísticos. El diablo -y el diablo es de otra naturaleza- es que aparecen tipos raros todo el tiempo echándole la culpa a ella, siempre a ella, a ella misma, a la “naturaleza humana”. “La naturaleza humana”, mi señor, mi señora, es la culpable de esta tonta tragedia que ha caído sobre nuestro pobre país, y los países, es bueno advertirles, son un invento de la cultura.
Hace un par de años, un parlamentario que se convirtió en tataranieto de la princesa Isabel declaró, en plena Cámara de Diputados, que “la esclavitud es un aspecto de la naturaleza humana”. El año pasado, uno de estos ministros de salud brasileños fue a Nueva York y, al pasar junto a los manifestantes que protestaban contra él y su presidente de la República, apretó el puño en un gesto grosero, con el dedo medio apuntando hacia arriba. Posteriormente, cuando se le preguntó acerca de la obscenidad, se encogió de hombros: “Está en la naturaleza humana tener defectos”. En diciembre, un líder del bolsonarismo dijo que el exministro Sergio Moro “representa lo peor de la naturaleza humana”.
Como se puede ver en todo esto, el propio bolsonarismo no es más que, por así decirlo, “naturezumanismo”. Todo es culpa de la “naturaleza humana”. Entonces, ¿cómo salir de esta trampa conceptual? Sabemos que Hobbes decía que, en estado de naturaleza, los hombres vivían en una guerra permanente de todos contra todos. ¿Estará allí? ¿Los bolsonaristas serían hobbesianos? ¿Creen que, en la naturaleza, todo hombre es malo? ¿O están ellos mismos en un estado permanente de naturaleza? ¿Será por eso que aman los revólveres, las pistolas y las pistolas y se movilizan en una permanente guerra cultural de todos contra todos, o mejor, de “nosotros” contra “ellos”? (Rousseau creía lo contrario, que el hombre en la naturaleza es bueno, que fue la civilización la que lo corrompió, pero eso no importa).
La vana filosofía, sin embargo, no nos ayudará. Ellos –ellos de allí, que les gusta llamarse “nosotros” (y les gusta llamarnos “ellos”)– no saben quién fue Hobbes, ni quién fue san Agustín, ni Epicuro, que cultivó los placeres necesarios y naturales. Lo que escucharon sobre Epicuro, lo escucharon de la peor fuente. En el fondo -o en el fondo- no saben que su alegato de la “naturaleza humana” es, más bien, un artefacto de la cultura, no de la “naturaleza” –viene de una cultura sin educación, un poco grosera, pero cultura al fin y al cabo.
Para comprender un poco mejor este punto, vale la pena volver rápidamente al noble parlamentario (y no parlamentario) que vio algo “natural” en la esclavitud. Lo que lo llevó a afirmar que “la esclavitud es un aspecto de la naturaleza humana” no fue su propia “naturaleza humana”, sino su deformación cultural, es decir, no es la “naturaleza” la que supone que la esclavitud es parte de la “naturaleza humana”. ”, sino una cultura prejuiciosa que ve la esclavitud como un “régimen natural”.
En resumen, la supuesta “naturaleza inhumana” es solo una degradación de la cultura, nada más. La “naturaleza humana”, como la pronuncian, ha servido de furgoneta a una ideología de la monstruosidad, que podríamos llamar naturaleza inhumana.
*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de La superindustria de lo imaginario (auténtico).
Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.