hora estrella

Carlos Zilio, LA APROXIMACIÓN, 1970, 47x32,5
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por AIRTON PASCHOA*

Comentario al libro de Clarice Lispector y a la película de Suzana Amaral

En tiempos de literatura brutalista e hipermimética,[ 1 ] Escrita y/o interpretada por todo tipo de personas desfavorecidas, merece la pena revivir una experiencia estética extraordinaria. El último libro de Clarice, publicado en 1977, La hora de la estrella debe deleitar a los semióticos, aquellos que ven sólo la mitad... ¡cuánto metalenguaje! Vale la pena meditar, sin embargo, sean conscientes o no, las elecciones más decisivas del escritor, que dan a la exhibición de los recursos literarios, a la aguda conciencia del hacer poético, etc., etc., su sentido político más profundo.

Podemos imaginar cuánto le habrían costado a Clarisa ciertas exigencias, a veces más o menos veladas, su literatura elitista, alienada, psicológica, intimista, metafísica o lo que sea, empapada como estaba de “sensaciones innombrables”,[ 2 ] en comparación con la literatura más militante de los años 30, 40, 50, 60, 70, de toda su vida literaria, en fin. Su respuesta por todas las cuentas no podría haber sido más ejemplar.

A través de ella, parecemos tocar los límites de la literatura (¿Literatura? con mayúscula?), de esa actividad, para mucha buena gente, definitivamente superada (¡ay de nosotros!), al menos en los marcos clásicos (¿conservadores?), no sólo en Brasil sino también en el mundo (es decir: el mundo que culturalmente importa y exporta al país).

Hagamos ahora, hagamos un esfuerzo, un ejercicio de retroceder en el tiempo, en la imaginación histórica. Estamos en 1977, agoniza la dictadura militar, que probablemente estranguló nuestra mayor posibilidad de dar la vuelta, pero seguimos siendo optimistas, siempre es con la esperanza de que surja una dictadura, resucite el movimiento estudiantil, crezcan los movimientos populares, pronto entren la escena los trabajadores; la industria cultural en el país no es precisamente incipiente, pero tampoco ha dado aún la medida de su poder devastador; Clarice viva, Drummond y Cabral aún vivos, Bandeira y Rosa muertas hace apenas una década, el bastión de la “alta literatura” sobrevive incólume por ahora.

La pobreza, bueno, la pobreza aún no ha dado la medida de su novedad, articulada como está al horizonte que se abre (?!), que desgarra la pequeña pantalla nacional, pero también está lejos de ser nueva, como sabemos. Todos lo conocemos en cierta medida, ya que moldea nuestra sensibilidad histórica más profunda; vivida o imaginada, temida o superada, despreciada o disfrutada, alabada u odiada, la mayoría vive con ella a diario, ya sea de paso, en los faros de la vida, ya sea en forma de servidumbre doméstica, enterrada en nuestras casas como un eterno recordatorio de nuestra parte de la inequidad social generalizada.

 

Es esta pobreza, inofensiva por así decirlo, con la que Clarice se enfrentará. El tema, cuando se trata con honestidad, nunca fue fácil, y el escritor es plenamente consciente de sus dificultades; auténtico campo minado, no en vano hace brotar por doquier, en su temeraria investigación del terreno, los innumerables destellos de (explosión).[ 3 ] Testigo de la guerra sin tregua, al punto de escuchar hasta el redoble marcial de tambores,[ 4 ] es el narrador, el escenario de una verdadera lucha de clases literaria en su atormentada aventura por comprender la vida macabea.

¿Había otra pobreza? Por supuesto que había, activa, reclamante, “colectiva”,[ 5 ] y, por supuesto, Clarice conocía la violencia y sus encantos literarios. Pero el escritor, receloso tal vez de la seducción de la sangre, optó por Macabea, pobrecita, pobrecita, incapaz de matar una mosca, pobrecita. Tan desvalida y conmovedora (¿irritante?), por cierto, es conmovedor ver, casi diez años después, la hermosa película de Suzana Amaral, de 1985, que trata de redimirla de su condición inhumana, acentuando — eliminando al narrador problemático del libro— el proceso de formación de la identidad de una Macabea que no tuvo tiempo de completarse, salvo en la última escena, a la manera de Hollywood, como en la imaginación doliente del espectador, en sintonía con nuestro deseo más íntimo , así de insoportable es el destino del personaje de la novela (¿telenovela?).

Para compensarlo un poco quizás, quizás por solidaridad de género, la película perpetró una envidiable (¿feminista?) ,[ 6 ] así como su proyecto político, representar en su estado natal. Lo dejó solo en el banco público, en una escena memorable, sentado y desolado junto al inútil peluche... ¡a dejar de ser canalla, sinvergüenza, machista, hijo de puta!

Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya violencia en el libro. ¿Puede haber una muerte más violenta que la de Maca? Es la hora de la muerte, su momento de estrellato, cuando estrena su único y último momento de atención pública, pisoteado que estaba, ironía suprema, por la estrella de Mercedes. ¿Había entonces una vida más violenta y violada que la de Macabea?

Lo que hizo el escritor fue escapar de la relación inmediata entre marginalidad y violencia, que, al fin y al cabo, podemos terminar deplorando y lamentando, pero ¿qué hacer? Puede ser un caso de seguridad pública, a la derecha, o de distribución de la renta, a la izquierda (o viceversa, Dios sabe, que ahora todos profesamos estar bajo el mismo Orden, campeones que somos de la racionalidad de la irracionalidad económica ). La elección de Clarice no sólo le permitió escapar de la violencia, sino que también la llevó a situarla en el orden mismo de la vida cotidiana, de la normalidad nacional. En una palabra, la violencia que debía provocar la indignación, la revuelta pública (¿popular?), no era otra que la propia vida macabea. Y la figura de Marcélia Cartaxo, interpretando al personaje, es sencillamente imperecedera.

Pero los refinados objetarán con razón que no se puede hablar ¡oh en vida! que Macabea no existe, es un personaje ficticio… De hecho, la escritora se esmera en revelar el proceso de formación del libro, las idas y venidas, las decisiones e indecisiones en la elaboración de una obra literaria, y lo hace tan abiertamente eso… ¿Exhibicionismo? ¿Virtuoso esclerosado?

Ahí está todo inventado, desde el final hasta el principio, empezando por el título. Conocido aunque por uno, que ni siquiera es el primero, el escritor enumera otros doce, al gusto del cliente: “es mi culpa o el tiempo de la estrella o ella se arregla o el derecho a llorar o sobre el futuro o el arrepentimiento de una azul o no sabe gritar o sensación de pérdida o silbido en el viento oscuro o no puedo hacer nada o constancia de antecedentes o lagrimeo historia de cordel o salida discreta por la puerta de atrás”. En cuanto al futuro, la misma indecisión, que se piensa mucho, se sospecha, pero el desenlace no está definitivamente trazado, aunque queda flotar, una estrella oscura, sobre la cabeza de Maca.

En un libro tan descaradamente inventado, evidentemente podrían pasar ciertas cosas… ¿Por qué inventar, por ejemplo, una ocupación tan improbable (en términos de duración, al menos) con la propia caracterización del personaje? Una mecanógrafa, seamos sinceros, si todos sabemos que Macabea, como dicen, ¡era como mucho una criada! ¿Por qué inventar un narrador masculino tan poco diferenciado de sus contrapartes femeninas? Rodrigo SM (¿Su Majestad?) es tan claro como narrador que podríamos quedarnos sin darnos cuenta del motivo preciso de tal elección. ex machina. ¿Cómo entender entonces ciertos “defectos” del gran escritor?

¡Para decepción de los formalistas, el despojo de los procedimientos literarios, de cabo a rabo, empezando por los nombres alternativos del libro, por no hablar de los de los personajes, tan alegóricos, simbólicos y apostólicos! pasando por la creación de un narrador masculino (distante de la autora, en teoría, de su persona literaria, pero cuya artificialidad ayuda a abrir de par en par el sentido político de la apertura literaria), pasando por la creación de un personaje que se adivina, a tientas en la oscuridad, como si se modelara a partir del barro que amasamos, pasando por la creación precaria de una trama mínima, o mejor quizás, por la creación mínima de una trama precaria, hasta llegar a un final cuya suprema ironía da la medida de su éxito, —la exhibición desvergonzada del hacer literario, en fin, tiene nombre, sí, y no es metalenguaje, no, ni congéneres.

Su nombre es simple: honestidad. ¿Tipo? ¿narrativo? ¿literario? ¿política? ¿ideológico? Absoluto. Honestidad tan ejemplar que hace temblar en sus cimientos o en sus tumbas a los más bien intencionados y dotados escritores de izquierda. Y no sólo tematizando la pobreza del pueblo brasileño, sino abordando, como narrador de una clase privilegiada, las aporías de quien honestamente se propone al emprendimiento, porque cómo hacerlo honestamente, siendo de otra clase, de otra cultura. , otra vida , otro todo? Por lo tanto, la demora del narrador, la demora en comenzar, la demora en continuar, la demora en terminar no tienen nada que ver con la técnica del suspenso literario, sino con incorporar todas las limitaciones que implica crear un mundo con su extraño.

Mostrar aquí que un libro es un libro, que puede tener un título, varios, una docena de ellos, que tiene un narrador visiblemente construido, que tiene un protagonista visiblemente construido, que tiene decisiones e indecisiones de cabo a rabo, — mostrar un libro en elaboración, mostrarlo poco a poco haciéndose frente a nuestros ojos, trae una lección muy fructífera. Si el propósito de la escritora, velado o no, era responder a las demandas de sus compañeros más progresistas, su respuesta no podría haber sido más completa: un libro es un libro.

La conclusión, obviamente, da que pensar. Porque revelarlo con tanta honestidad —en el más alto sentido de la palabra— toca los límites de la actividad literaria misma, cuya fuerza y ​​cuya debilidad están aquí expuestas a la fractura. Es decir, Macabea no existe, pero desde entonces ha habido muchas Macabeas, como ha habido y hay tantos Severinos. El poder de la literatura es innegable. Su fuerza, sin embargo, no oculta su debilidad. Por obra maestra que sea, un libro no puede cambiar nuestra realidad histórica. La palabra es de alguien que se pasó la vida con una máquina de escribir en el regazo, tecleando, ensuciando el papel con sus impresiones… como Maca.

¿"Mecanógrafos" ambos? y ambos marginales? ¿La demagogia de Clarice el enfoque? No. Aunque incómodo, el escritor sabía que, según el grado de privación, el confort varía en la periferia de la periferia, que hay tanto márgenes más agradables como márgenes absurdamente estrechos, sin perjuicio, sin embargo, de ser fácilmente desechables en un orden mundial de todo ajeno a la voluntad humana.

Pero la “alta literatura” ciertamente tendría algo que enseñar, ¡hoy en día! con esa vida de Macabea, tan inodora, tan insípida, tan aburrida, por mucho que la gente se ría de Maca y sus beatias?

Algunos, incluso más refinados, pueden objetarme con razón que no fue la literatura lo que cambió, fue la pobreza,[ 7 ] y fue el país, y fue el capitalismo, conscientes de que la literatura y la sociedad luchan a muerte. Que fue la literatura la que finalmente se cambió... ¡Ah, buenos tiempos cuando hubo Macabeas! ¡Buenos tiempos en que los pobres comían más o menos lo que comían los ricos, en que los pobres vestían más o menos lo que vestían los ricos! ¡Buenos tiempos en que los pobres más o menos asimilaban a los ricos!

Con el país desintegrado hoy con la acelerada internacionalización del capital, el lento proceso de construcción e integración nacional interrumpió, como diría Celso Furtado, a los pobres, tan lejos de los ricos, y a los ricos, tan expatriados hoy, cosmopolitizados, que están en a expensas del alto consumo: los nuevos pobres y los nuevos ricos ya no pueden reconocerse, completamente desconocidos entre sí. En tales casos, de mutuo desconocimiento, como extrañar que la criada le corte la cabeza a la señora, como casi sucede después de la Crónicamente Inviável, la película dirigida por Sérgio Bianchi?[ 8 ] Debido a la casi imposibilidad de un reconocimiento humano mínimo, la violencia continua en el país está plenamente justificada.

Es como si a los nuevos pobres, frente al antepasado (¿extinto?) de nuestros románticos, de nuestros modernistas, de nuestros comunistas, de nuestros populistas, no les quedara más que la violenta expropiación de los bienes de consumo, inalcanzable a pesar del bombardeo mediático con el que la sociedad contemporánea llama hipócrita y sádicamente.

Dicho esto, la literatura consecuente también tendría que seguir el cambio, — un cambio de tal magnitud que lleva al crítico José Antônio Pasta a hablar, en lugar de forma, de “formatividad”,[ 9 ] en un intento de dar cuenta de las experiencias literarias más representativas en curso en el país, bajo el imperio de la industria cultural. El concepto (¿plástico?), notable por varios aspectos, busca dilucidar, por ejemplo, cómo Ciudad de Dios, de Paulo Lins, puede ser reformateada o interpretada, sin descrédito alguno, en una versión nueva, revisada y reducida… para horror de los jóvenes conservadores.

Verdad aparte, y la narcocomedia ilumina con cegadora claridad la imagen y el espejismo de los nuevos pobres, reacios a cualquier romanticismo o folclorismo resistente, creo que hora estrella todavía nos enseña una nueva lección. El tema real del libro no es la pobreza, o los pobres. El tema, como sabemos, está en la relación, muy complicada, como testimonia el narrador, que mantenemos con nuestra miseria secular, más precisamente, en la reacción de la literatura, y toda su tradición humanizadora (de enseñar como enseña la vida, con su luz y su oscuridad, en palabras de la Crítica),[ 10 ] en la reacción misma de la “alta literatura” ante la condición más baja a la que puede ser sometido el hombre.

La relación es sumamente complicada, porque, al fin y al cabo, Dios nos libre y nos guarde, podríamos haber nacido Macabea...[ 11 ] Así, hemos de conceder que está lejos, en su condición humana, inhumana, infrahumana, cualquiera que sea, del letrado, y al mismo tiempo cerca, tan cerca, como indica ejemplarmente el libro, que podemos estudiarlo. ... en nosotros, como buena creación literaria que es, creíble hasta el último vello púbico, ¿no?

Ni que decir tiene que somos nosotros los demás, que es la literatura la que la humaniza (hasta cierto punto, claro, que no estamos locos por concebirla enteramente a nuestra imagen y semejanza), al reconocer en ella un signo humano inconfundible. , “la única marca vehemente de su existencia”, “el sexo pequeño pero inesperadamente cubierto de espesa y abundante cabellera negra”.[ 12 ] La otra estrella, cuya hora aún no ha sonado,[ 13 ] allí quedó, para quienes supieron verla y oírla, no pidiendo, desde su seno hambriento, sino “exigiendo”… Complemento, ¿necesidad? En un solo rayo pasamos de bajo a alto reconocimiento. ¿Ser? Macabeos todos nosotros? ¿Nueva demagogia? No. Quizás el escritor sólo estaba advirtiendo que, siendo la privación humana una cuestión de grado, el sol no sólo no brilla para todos, sino que aún está lejos de brillar en todo su esplendor incluso para la feliz minoría.

En cierto modo, descontando nuestro probable idealismo, esto es lo que lleva a Roberto Schwarz a defender incondicionalmente, sin entrar en los méritos de la calidad literaria, la presencia del lirismo en Ciudad de Dios.[ 14 ] En ese “lirismo improbable”, capaz de desplazar el pesado discurso clasista de la indagación social que está en los orígenes de la novela, brilla de algún modo la humanidad irreductible que nos une a todos en ese trasfondo colectivo del que habla el filósofo.[ 15 ]

Incluso la película —independientemente de la posible eficacia estética del expediente, que busca traducir a su manera la poética insolencia del libro—, incluso aspira, a través de la introducción de un narrador bonachón, a un vínculo de comunión con la humanidad. de los “animales sueltos”. No hay nada como alguien con los pies en dos mundos para servir de puente, cuanto más pene, más humano, como prueba la simpática e inquieta Busca-Pé.

El tema literario, hay que repetirlo, no oscurece la barbarie. Más bien la acentúa, al mostrar la literatura tal cual es, sin disfraz: un documento de cultura y de culpa originaria. De no ser por tal profesión de fe estética, parece insinuar el libro, apostando por vasos comunicantes, por intocables que sean, estaríamos condenados —si se me permite actualizar la discusión— a adentrarnos en mundos cada vez más dispares, a toparnos con montones y más montones de islas, y acaban admitiendo la multiculturalidad como máxima expresión del tiempo, cada uno hablando de su islote, o callando, y ya.

Puede ser, de hecho lo es, que el tiempo de la "alta literatura" haya pasado y sea mucho más antiguo de lo que pensamos, y que estas palabras se acuñen irónicamente. en memoria de mí. Atropellado por la historia, la literatura sea ligera conmigo, me estremezco en la plaza pública... Pero, como buen moribundo, no pude evitar las últimas palabras.

un libro grande, hora estrella, lleno de lecciones, y la mayor lección, que es un libro, un gran libro, el más sencillo, un libro, el más alto, un gran libro, un libro.

Quiero decir entonces, ¿puede la gente grosera objetarme que todo esto es literatura? eso no es más que libros, meros libros y libros al margen, el filón más preciado del acervo cultural de la Humanidad?

Bueno, mientras tengamos una izquierda aquejada de estupidez parlamentaria, o de omnipotencia ejecutiva (la etapa más alta del parlamentarismo), que al final es memamé (es decir, la misma mierda); mientras la izquierda (¡¿izquierda?!) sea incapaz de articular seriamente cultura y política, no de reducirla simplemente a MPB xous, forró, o algo por el estilo; sin utilizar descaradamente la producción cultural del hombre, como hace la derecha con su canonización estructural; mientras no lo instrumentalicemos contra la barbarie (cosa muy diferente al arte instrumental, que, si es papel del auténtico artista hacer arte libremente, el papel de la auténtica izquierda es necesariamente politizarlo); mientras que la izquierda no socializa toda la literatura universal, desde Homero hasta el más salvaje poeta contemporáneo; mientras la izquierda no entienda que la política revolucionaria se hace con una cultura vivida día a día, regada y arraigada día a día, única forma de producir una cultura verdaderamente revolucionaria, en un intento de superar la catástrofe globalizada; mientras prevalezca la socialmedocracia brasileña, pluma o mono, la última palabra la tendrá el gran escritor.

Por poderoso que sea, un libro es un libro (explosión), como lo es una revista, un artículo… en fin, artículos de consumo conspicuo.

*Airton Paschoa es escritor, autor, entre otros libros, de la vida de los pinguinos (Nankín, 2014)

Publicado en la revista pie de página — revisión de la literatura brasileña contemporánea, en 2004, bajo el título “La Hora (y las puntas) de la Estrella”.

Notas

[ 1 ] Véase, de Alfredo Bosi, “Estudios literarios en la era de los extremos”, zócalo No. 1, noviembre/2001. En el otro “extremo” surgiría la literatura manierista, amanerada, posmoderna, hipermediada, la literatura literaria, en una palabra, fiel depositaria de intertextos.

[ 2 ] La hora de la estrella, RJ, Rocco, 1998, pág. 47.

[ 3 ] Son alrededor de 19, si no me falta la aritmética, las “innumerables” explosiones esparcidas por el minúsculo libro: p. 24, 28, 42, 43, 58, 60, 61, 62 (pequeño), 66 (dos, uno de ellos pequeño), 71, 75, 76, 77 (tres), 78 (dos) y 79, — en un crescendo, a medida que se oye, a medida que se acerca... ¿la muerte? ¿de la vida? de la verdad? de tu tiempo.

[ 4 ] Id., P. 22.

[ 5 ] El cuento de Rubem Fonseca que tomamos como contraparadigma, “O coleccionista”, forma parte de la colección homónima que salió por la misma época, 1979.

[ 6 ] Id., P. 61.

[ 7 ] Traduzco, espero sin traicionar demasiado, el argumento de Paulo Arantes en la Cinemateca Brasileira a mediados del año pasado, con motivo de “Semana Paulo Emílio”. Tal es el desastre del país, principal objeto de estudio de nuestro mayor crítico de cine, quien, resucitado —provoca Paulo Arantes—, el maestro abandonaría ciertamente el cine y se dedicaría a la crítica televisiva, vehículo hoy capaz de dar la medida entera, lo muy desproporcionado (¿hipermímesis?) del estado de descomposición nacional.

[ 8 ] Sobre la película, véase nuestro ensayo, “La clase media se va al infierno”, Revista USP n.º 49, mar/abril/mayo 2001 [republicado en Estudios Cinematográficos 2000 — Socine (Sociedad Brasileña de Estudios Cinematográficos), organizado por Fernão Pessoa Ramos et. al., Porto Alegre, Editora Sulina, 2001].

[ 9 ] El debate, “Crítica de la Intervención”, fue promovido por tres revistas literarias, pie de página, Sebastián e cactus, y tuvo lugar en São Paulo a fines del año pasado. Mediado por Iumna Maria Simon, contó también con la presencia de Iná Camargo Costa, Paulo Arantes y Roberto Schwarz.

[ 10 ] De Antonio Cándido, la lección, explícita e implícita, se encuentra por doquier.

[ 11 ] “(…) (Cuando pienso que pude haber nacido ella —¿y por qué no?— me estremezco. Y parece una huida cobarde de no ser yo, me siento culpable como decía en uno de los títulos.)” (La hora de la estrella, op. cit., P. 38).

[ 12 ] “... …)” (id., op. cit., P. 70).

[ 13 ] O sonaba a la hora de la muerte, como un presagio: “(…) Y de la cabeza un hilo de sangre inesperadamente roja y rica. Lo que significaba que, después de todo, ella pertenecía a una raza enana resistente y obstinada que algún día tal vez reclame el derecho a gritar” (ID., P. 80).

[ 14 ] "Ciudad de Dios", secuencias Brasileñas, SP, Co. de Letras, 1999.

[ 15 ] Theodor Adorno, “Lírica e Sociedade” (traducción de Rubens Rodrigues Torres Filho, asistido por Roberto Schwarz), Benjamin, Adorno, Horkheimer, Habermas (Los pensadores), ESP, Abril Cultural, 1980.

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