Por SILVANA ORTIZ*
La transformación de un individuo y el despertar de un hombre nuevo
El líder más grande que Estados Unidos haya visto jamás. Un déspota sanguinario. El revolucionario que pasó de la conciencia a la praxis. Son muchas las maneras que el mundo suele inferir al referirse al nombre de Fidel Castro Ruz. Lo que difícilmente sucede es la pasividad, como reacción a tu figura. En un proceso penal posterior a su arresto en 1953, cuando orquestó un levantamiento contra el gobierno (de facto) de Fulgencio Batista (1952-1959), Fidel acuñó la frase que puso fin a su discurso de defensa y que bien puede definir la existencia de este hombre , tan relevante para la historia del siglo XX.
Entonces, un joven abogado de familia de clase media, Fidel, exasperado por un gobierno dictatorial y servil, decide que tomar medidas prácticas, tomar las armas, sería la única forma de hacer una confrontación real, dado el cercenamiento de los caminos democráticos. Nacía el ideal revolucionario que, pocos años después, consumaría la República Socialista más longeva de la historia de Occidente.
En su explicación, Fidel muestra todo el brillo y la pasión que marcaron sus discursos a lo largo de su vida. Dueño de una poderosa retórica, Castro da vivos colores al sombrío pasado, y presente, en el que se sumergió el futuro de la isla. Con la toma del poder por un grupo militar encabezado por Batista, Cuba pasó, de hecho, de un protectorado (Enmienda Platt, 1903) a una neocolonia norteamericana. Bajo el yugo imperialista, la desigualdad se dispara. La pobreza y el desaliento se apoderan de la población, que ve desvanecerse todos los logros de su histórica lucha contra el poder colonial español. Castro cuenta, en un momento, que cuando asumió el gobierno golpista, él, un ciudadano informado y aún creyente en el sistema judicial, presentó una demanda contra Batista quien, durante su golpe, había cometido varios delitos contra la Constitución de la República. . Imagínese su sorpresa al darse cuenta de que un poder judicial postrado ante un gobierno usurpador no podía, contra él, juzgar a favor de los dictados constitucionales. La Constitución burlada, subvertida, pisoteada, termina, en un acto validado por el Poder Judicial (¡Tribunal de Garantías Constitucionales!), por estar subordinada a la fuerza de los decretos. La carta suprema del Estado se vuelve jerárquicamente inferior a los decretos del dictador Fulgencio, en una evidente arbitrariedad ilegal. Derrotado por los hechos, Fidel renunció a garantizar medios, ya que de ellos no emanaba ninguna expectativa de justicia, y partió a la ejecución de un derecho garantizado por la Constitución republicana de 1940, el derecho a la resistencia (artículo 40).
Arte. 40-Las disposiciones legales, reglamentarias o cualesquiera que regulen el ejercicio de los derechos que esta Constitución garantiza, serán nulas si se descontinúan, restringen o adulteran.
Es legitimo laristencia adecuada para la protección de los derechos individuales previamente garantizados.
La acción para perseguir las infracciones de este Título es pública, sin caución ni formalidad por nadie y por simple denuncia. (Constitución Política de Cuba de 1940)2
Aunque guiado por la restitución de un Estado, ahora socavado, el acto de resistencia trae en sí mismo el germen de la revolución. Del dolor experimentado, compasivo, nace la revuelta, un poder de lucha. Y esta lucha sólo toma forma, y las calles, si nace de la esperanza. Siendo la esperanza ancla y motor de los sueños y de la acción, sería imposible retomar la lucha, quedándose ésta como una mera batalla por la restauración de los tiempos pasados. Inevitablemente emanará mayores exigencias. De una revolución real, el aspecto dialéctico (pies en la tierra[i]) es el resultado lógico. A Sustitución del estado constitutivo de la sociedad a algo trascendente, metamorfoseado, es el ansiado salto al iniciar un proceso mayor que el simple reformismo. En esto, con la intención de defender a su país ya su pueblo de la condenación dictatorial, Fidel terminó por romper el letargo popular y sentar las bases, internas y externas, para un nuevo pensamiento. De las cadenas más (in)justas brota el movimiento más poderoso. Sólo la esperanza de la vida en plenitud y la búsqueda de la verdadera felicidad pueden justificar la renuncia al disfrute del presente.
Cuando habla de los planes para el levantamiento del 26 de julio, Fidel destaca el nivel de compromiso de sus compañeros con el movimiento. Además de sacrificar sus propias vidas, la mayoría de los combatientes entregaron todos sus bienes (materiales) para invertir en la causa. Cuando las personas pueden donar de esta manera, se debe observar la razón detrás del hecho. Sólo en base a la esperanza de un futuro verdaderamente auspicioso, el hombre es capaz de un hecho que amenaza, de esta manera, su existencia inmediata. La lucha requiere tal nivel de compromiso que termina por agotar la superficial subjetividad alienante del individuo. Solo despojado de tu euegocéntrico, el ser encuentra razones para pensar en un mundo más allá de su tiempo. Una realidad que forja, con sus brazos, para los demás. Esta alteridad solo es medible cuando el movimiento surge y crece del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La legitimidad de los levantamientos de resistencia reside precisamente en la idea de un contraataque. Es de la degradación de los derechos y de la sociabilidad misma de donde viene la fuerza para la revolución. Las batallas libradas por ejércitos, agrupaciones, conjuntos, hordas, auspiciadas o subyugadas por fuerzas externas, por el capital o por puro interés de contención y dominación, nunca pueden ser concebidas como tales.
La lucha cubana por la libertad siempre ha sido seguida con especial interés por su vecino del norte. Desde los tiempos de su propia emancipación colonial, los Estados Unidos de América han demostrado tener en mente una idea de derecho sobre la isla. Quizás debido a su proximidad, al estar bordeado por Florida, Cuba parecía demasiado cercana para tomarla. Consciente de ello, Castro prevé que la lucha por la libertad de su país implicaría necesariamente una ruptura con el imperialismo yanqui. Sabía también que los poderes, constituidos o no, ocultos en la evidencia de su imposición, estaban siempre a disposición de los Imperios. Enfrentarse a gigantes requiere algo más que coraje. Ante esto, la batalla tendría que ser, ante todo, por los ideales del pueblo. Sólo un pueblo cohesionado, consciente del dolor que imponen fuerzas que sólo ven números, podrá unirse en torno a un ideal y, hombro con hombro, desplegar la bandera de la esperanza. Y bajo la égida de ésta, como quien lleva una armadura impenetrable, luchad sin mezquindad, protegidos por el manto que sólo pueden llevar los que se atreven a defender a los justos. Momentos antes de la acción, en un discurso final a sus hombres, el Comandante Fidel alienta y exhorta a sus hombres al valor de su valentía. Aunque no esperaba un contratiempo, confía en la grandeza del acto. Contó que, incluso en caso de fracaso, su levantamiento sería visto como un ejemplo desinteresado. El pueblo escucharía el grito de los inconformes y se alinearía con ellos, esperando un mundo donde la utopía de la igualdad fuera una construcción posible.
En 1963, en un discurso pronunciado cuando la revolución ya estaba consolidada desde 1959 (el 1 de enero de 1959, Castro y sus hombres bajaron del Sierra maestra y, junto al pueblo, derrocó a la dictadura de Batista), Fidel Castro, hoy Primer Ministro de la República Socialista de Cuba, recuerda que en el apogeo de su profesión de fe en el poder redentor de la Historia, poder capaz de iluminar la nebulosa realidad de confrontar el pasado con el materialismo de la realidad práctica que presenta el presente, el pensamiento allí existente aún no era el de un marxista. Lo que emanaba de esas palabras era el argumento de alguien que no se atrevía a aceptar más el deterioro de su patria. No más mirar al pueblo sirviendo de sacrificio en el altar del imperialismo. Un hombre que puso su vida al servicio de un ideal. De su discurso de defensa, lo que podemos percibir, más que nada, es la transformación de un individuo y el despertar de un hombre nuevo.
* Silvana Ortiz es estudiante de derecho en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS).
Nota
[I] “Mi método dialéctico, por su fundamento, difiere del método hegeliano, siendo enteramente opuesto a él. Para Hegel, el proceso del pensamiento -al que transforma en sujeto autónomo bajo el nombre de idea- es el creador de lo real, y lo real es sólo su manifestación externa. Para mí, por el contrario, el ideal no es más que la materia transpuesta a la cabeza humana e interpretada por ella. […] En Hegel, la dialéctica está al revés. Es necesario darle la vuelta para descubrir la sustancia racional dentro de la envoltura mística”.3