por JEAN PIERRE CHAUVIN*
La era electrónica ha potenciado la percepción sobredimensionada de los individuos, lo que se ha traducido, entre otros síntomas, en la proliferación de textos de carácter narcisista.
“Era como un gallo que pensaba que saldría el sol para oírlo cantar”.
(George Elliot, Adam Beda, 1859).
Hace veintiún años, Cortez publicó Literatura y comunicación en la era electrónica., de Fábio Lucas: un ensayo denso y aireado que merece circular aún más entre profesores, estudiantes y (pseudo)escritores en general. Uno de los diagnósticos más relevantes se refería a la desproporción entre el volumen de producción escrita y la (in)capacidad de leer. Como destaca el autor, la era electrónica ha potenciado la percepción sobredimensionada de los individuos, lo que se ha traducido, entre otros síntomas, en la proliferación de textos de carácter narcisista.
Parece relevante iniciar esta reflexión aludiendo al excelente libro de Fábio Lucas porque puede estar relacionado con comportamientos que no se limitan a los más jóvenes. De manera similar a la desproporción entre la escritura (casi siempre por uno mismo) y la lectura (por otros), el mundo de las multiplataformas digitales parece haber infectado a gran parte de los internautas –y esto no afecta sólo a los adolescentes o adultos jóvenes–.
Ya se admite, entre varios pensadores, sociólogos, psicólogos y estudiosos del comportamiento humano, que nuestro grado de ansiedad y dispersión es mucho mayor que hace dos décadas, debido también al uso exagerado y acrítico de los canales de comunicación. en streaming, redes sociales, aplicaciones de mensajería, etc.
Por supuesto, no estoy autorizado a ofrecer diagnósticos clínicos ya que no tengo formación en medicina ni psicología. Sin embargo, observar el comportamiento y el habla de numerosas personas durante los últimos veinte o treinta años me lleva a sospechar que uno de los efectos de la combinación de ansiedad, depresión y narcisismo radica en la enorme necesidad que tienen algunos individuos de hablar (sobre sí mismos) y, simultáneamente, su manifiesta incapacidad para escuchar cualquier cosa que no se refiera a ellos mismos.
Cuando digo “incapacidad para escuchar”, no estoy sugiriendo que los ciudadanos (más o menos) digitales se gradúen en psicología y practiquen la “escucha analítica”: sería extremadamente irresponsable hacerlo. Lo que se dice es que existe una necesidad creciente de que los verborragiadores redundantes ejerciten sus habilidades para escuchar. Prestar atención a “tu” oyente es parte de un proceso de aprendizaje que te permite actuar de una manera más solidaria y menos egocéntrica. Es, esencialmente, una forma de respeto.
A los hablantes excesivos puede parecerles difícil escuchar a los demás o, más aún, comprender las reacciones de “su” oyente ante lo que dicen. Quizás esto suceda porque muchas veces se confunde a los oyentes con seres carentes de protagonismo y discurso propio, destinados a funcionar como meros receptáculos de historias ajenas (muchas veces dichas y re-contadas sin cesar). bucle).
Ahora bien, una escucha atenta y eficaz exige una cierta dosis de altruismo y sensibilidad. Lo que parece estar en juego, en el hablante incapaz de escuchar, parece ser la incompetencia en el movimiento de salir de sí mismo; la suposición de que “tus” dudas, narrativas y dificultades son mayores (y más importantes) que el tiempo, el espacio, el dolor y las preguntas del otro.
Queda por investigar si este texto, que pretende estimular la percepción de los demás, será leído por seres sin capacidad de escucha. Sospecho que no.
*Jean Pierre Chauvin Profesor de Cultura y Literatura Brasileña en la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros de Siete discursos: ensayos sobre tipologías discursivas. [https://amzn.to/4bMj39i]
la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR