por LORENZO Vitral*
El momento actual guarda similitudes con lo que precedió a la Primera Guerra Mundial
La guerra de guerras, o Primera Guerra Mundial, cuyo estallido fue recibido con entusiasmo en muchos países europeos como una agradecida oportunidad de demostrar valentía, recoger honores y medallas; más allá, por supuesto, de territorios y riquezas- aún no se imaginaba el alcance que ganaría el conflicto, mucho más allá de la frontal o trasero; aún no existía la crónica de guerra de “Nada nuevo en el frente” –hacía falta un detonante, aparentemente fortuito, a saber, el asesinato del príncipe heredero del Imperio austrohúngaro, en Sarajevo. Sin embargo, la preparación para el conflicto había estado ocurriendo durante algún tiempo, con la formación de bloques de países rivales y la expansión de la industria bélica.
Nuestra situación actual es similar a aquella, es decir, los bloques rivales están definidos, queda por establecer cómo procederían los países que ahora tienen el eufemismo del Sur Global, suponiendo que quieran dar un paso hacia la superación del colonialismo; ya se están comercializando y probando innumerables productos de guerra nuevos; Además, son reconocibles muchos signos y sus inferencias de que el título “guerra de guerras” puede cambiar de manos: la declaración del presidente Vladimir Putin de que Rusia elegirá la guerra total si se siente amenazada existencialmente, es decir, Rusia no pierde las guerras; la derrota de Ucrania implicará un declive más acelerado del imperio estadounidense que tendrá que lidiar con la desdolarización de la economía mundial y con su deuda interna, quedando por saber cómo lidiará Estados Unidos con su eventual nueva estado – la imagen del presidente Biden entregando submarinos a Australia, vestido con un traje azul petróleo brillante y gafas de sol muy pegadas a la cara, tapando los ojos, como un villano en una película de James Bond, no nos pareció, entre muchas, un buen augurio ; la escalada de la guerra también parece evidente: la negociación del apoyo aéreo estadounidense para un contraataque ucraniano; el despliegue de armas nucleares tácticas rusas en la región de Bielorrusia, es decir, están en el proceso de duplicar las apuestas…
La pregunta que todos nos hacemos es cómo fue posible volver a llegar a una situación así en un momento en que el mundo necesitaría mucha unidad para combatir los cambios climáticos que se acercan a galope tendido. La pasión de los europeos por la guerra, que les lleva a ejercer el poder sobre el otro cuya alteridad les resulta insoportable, no parece suficiente.
La inteligibilidad de este estado de hechos puede buscarse en la investigación de la distinción y encuentro de las nociones de profecía y pronóstico (KOSELLECK, 1979). El mundo antiguo, basado en la profecía de los últimos tiempos, que guiaba la historia desde una perspectiva cristiana, de una escatología siempre pospuesta –Pablo la esperaba desde su vivir y Lutero para el “próximo año”– garantizaba el dominio de la Iglesia , que es inherentemente escatológico. El fin del mundo, siempre inminente, sirvió como factor ordenador e integrador sin dejar de ser postergable, asegurando una interpretación para el futuro humano.
El surgimiento de la concepción de una historia humana como construcción del futuro, sin el amparo de una visión religiosa, es una de las señas de identidad de la modernidad. “Abandonamos” la visión escatológica a la racionalización del futuro, que es el fundamento de la filosofía de la historia. Aparecen pronósticos en lugar de profecías. El difícil arte del cálculo político se impone al punto de señalar que: De futuris contingentibus non est determinadata veritas, es decir, la verdad sobre los eventos futuros permanece indeterminada. En este sentido, la diferencia entre profecía y pronóstico es que este último, asociado a la coyuntura política, ya indicaba una acción a realizar, es decir, el pronóstico engendra tiempo hacia lo proyectado, contrario a la profecía escatológica que destruye el tiempo. Nos encontramos así con Leibniz, para quien la idea de intentar la previsibilidad histórica, identificando sus causas, se basa en elementos del presente que ya delinean, provocan y estimulan los cambios que se producirán.
Es así como las luchas por la sucesión política y el intercambio del imperio hegemónico evidencian nuestra capacidad de repetición que siempre une, una vez más, el futuro previsible al pasado. En otras palabras, el futuro se construye en el presente a partir del pasado, que pone en primer plano los fenómenos de nuestro deseo y el mecanismo de la repetición.
Para usar una imagen, es como si estuviéramos abriendo un camino en un bosque, prediciendo el mejor paso, eligiendo el mejor relieve, cortando las ramas más finas y enfrentándonos a las más fuertes, inevitables, con más atención y fuerza. Seguimos imaginando el destino que solo existe en nuestra imaginación, o en el futuro, ya que nadie ha estado allí todavía.
En esta perspectiva y en el presente en el que nos encontramos, la diferencia entre profecía y pronóstico parece volverse opaca, es decir, estamos en plenas condiciones para realizar en un futuro próximo la escapar profetizado
casus belli abundar; falta un fusible válido ya que la destrucción de los gasoductos rusos no logró este papel. Si pensamos en el detonante de la guerra de guerras, y los fenómenos del deseo y la repetición, no está de más recordar un hecho que aún podría darse, es decir, Irán, en algún futuro, tendrá que eliminar un gran figura política occidental como represalia por el asesinato por parte de la administración Trump del mayor general Qasem Soleimani de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán.
*Vitral de Lorenzo Es profesor titular de la Facultad de Letras de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).
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