La guerra contra todos

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por Joelma Pires*

El mantenimiento del mito en el poder representa la cobardía y la perversidad de una sociedad narcisista que reconoce en él su proyecto de realización

Cuando los hombres rompen con la posibilidad de la política, cuya condición es el diálogo basado en la argumentación por el objetivo de la democracia que vislumbra el bien común, entonces, se interrumpe la acción que permite la existencia de la pluralidad. Una vez materializada la ruptura, la realidad está dominada por la barbarie que se manifiesta como una crueldad sin límites, con tolerancia y fomento de la violencia. En tiempos de barbarie se ignora el respeto por lo diferente y se impone la guerra contra todo aquel que no esté de acuerdo con la ideología que expresa la hegemonía de un grupo restringido de iguales articulados para el ejercicio del poder sin restricciones. Para ello, este grupo legitima la apología del crimen con ironía de tontos, como solución a su impotencia para el ejercicio de la democracia, impone su improbable virilidad a través del uso de las armas. En esta situación, se inviabiliza la experiencia verdaderamente humana de los hombres que colectivamente comparten el mundo con la responsabilidad de garantizar una participación pública singular con centralidad en la libertad política. El desprecio por la política es rechazo al mundo humano de pluralidad, igualdad y libertad, comprometido con la dignidad de todos.

Según Arendt (1998), la política se ocupa de la convivencia entre los diferentes, ya que se basa en la pluralidad que supera la vida personal de cada uno. La perversión de lo político anula la cualidad básica de la pluralidad a través del parentesco que indica la organización de los cuerpos políticos como familia. “En esta forma de organización se extingue efectivamente la diversidad originaria y la igualdad esencial de todos los hombres […]” (ARENDT, 1998, p. 22).

El hombre se realiza en la política sólo cuando los diferentes se garantizan los mismos derechos (ARENDT, 2018). La garantía de igualdad de derechos a los diferentes indica que el hombre se orienta en la esfera pública, en la que puede constituirse el mundo humano. El individuo que no se comporta de acuerdo con el mundo común no tiene responsabilidad e interés en este mundo y, por lo tanto, la existencia del otro le importa poco. Al ignorar el mundo común, su conducta corrobora la expansión de la esfera privada doméstica hacia la esfera pública de la política. Como nos recuerda Arendt (1998, p. 53), “[…] solo podemos llegar al mundo público común a todos nosotros –que, en definitiva, es el espacio político– si nos distanciamos de nuestra existencia privada y del conexión familiar con la que vivimos, nuestra vida está conectada […]”.

Arendt diferencia la esfera privada de la esfera pública como dos formas distintas de existencia social que revelan dos formas diferentes de participación en la sociedad. Según Arendt (1989), todo lo que concierne a la vida privada amenaza permanentemente la esfera pública, pues mientras la esfera privada se basa en la ley de distinción y diferenciación universal, la esfera pública se basa en la ley de la igualdad. La igualdad no nos es dada, resulta de la organización humana y se guía por el principio de justicia en virtud de nuestra decisión de garantizar derechos recíprocamente iguales.

La interpretación arendtiana de Antunes (2020) aclara que el ámbito privado es el de la familia, lo que favorece las relaciones de parentesco y amistad. En este ámbito, el hombre se ve privado de la acción política, ya que no existe una discusión libre y racional, ya que el cabeza de familia ejerce un poder despótico sobre sus subordinados, expresando fuerza y ​​violencia. Más aún, en el ámbito privado prevalece la dominación para asegurar los intereses personales del grupo de iguales. Por el contrario, la esfera pública es el dominio de la vida política que se ejerce con la mediación de la acción y el discurso, y así, el poder de la palabra reemplaza la fuerza y ​​la violencia de la esfera privada, afirmando la libertad.

Según Arendt (1998), el sentido de la política es la libertad. “[…] La libertad es la razón de ser de la política […]” (ARENDT, 1972, p. 202). Cuando los hombres se relacionan entre sí en libertad, más allá de la fuerza, la coacción y la dominación, no dominando y siendo dominados, reconocen el sentido de la política. La espontaneidad del hombre para expresar su opinión y escuchar la opinión de los demás es una condición indispensable para la libertad política. El mundo se humaniza con el diálogo de los hombres en libertad para garantizar el bien común.

El déspota sólo sabe qué ordenar y, por tanto, la tiranía es la peor de todas las formas de Estado y, en la práctica, siempre es antipolítica (ARENDT, 1998). En el ejercicio de su tiranía, el déspota construye el terror totalitario como mecanismo para sostener el privilegio de su grupo. El terror es la esencia del gobierno totalitario. Según Arendt (1989, p. 26), el “establecimiento de un régimen totalitario requiere la presentación del terror como un instrumento necesario para la realización de una ideología específica, y esta ideología debe obtener la adhesión de muchos, incluso de la mayoría […] ] ”. El régimen totalitario tiene un carácter evidentemente criminal y es la forma más extrema de autoritarismo. Con respecto a lo que agrega Ebenstein (1967), el totalitarismo no reconoce límites ni restricciones, es exactamente lo contrario del concepto democrático. “El totalitarismo quiere todo del hombre, su cuerpo y su alma, y ​​no hay actividad humana –política, económica, social, religiosa o educativa– exenta del control y dominio gubernamental […]” (EBESTEIN, 1967, p. 18).

Chauí (2019) observa que el totalitarismo impone una sociedad homogénea al negarse a la pluralidad de modos de vida, comportamientos, creencias y opiniones, costumbres, gustos y valores. Por tanto, el totalitarismo condena la heterogeneidad social. El autor reconoce el neoliberalismo como una nueva forma de totalitarismo que expande la lógica del mercado a todas las esferas sociales y políticas, privatizando derechos, destruyendo solidaridades y desencadenando exterminios.

En la realidad brasileña actual, el neoliberalismo que está constituido por la hegemonía de los dueños del poder financiero en un ámbito transnacional, se manifiesta como ultraneoliberalismo. El ultraneoliberalismo agudiza la perversidad inherente al neoliberalismo, banaliza la barbarie y la injusticia social, con la máxima participación operativa del Gobierno para viabilizar de forma desorbitada la acumulación de capital. En el ultraneoliberalismo brasileño, el Gobierno ejecuta el pacto con los capitalistas financieros transnacionales para garantizar el sobreenriquecimiento, incluso ilícito, de algunos contra los derechos de todos. Tal consonancia configura el predominio de la esfera privada ordinaria que exacerba la dominación y legitima la injusticia social, provocando la exclusión y el exterminio deliberado de las personas.

El gobierno ultraneoliberal brasileño implementa la política de destrucción contra el propio país y su población, a favor de los capitalistas financieros transnacionales. En consecuencia, la élite nacional sostiene y reproduce esta política, ya que se asocia con los mencionados capitalistas para mantener sus intereses. Chomsky (2020, p. 3) afirma que, en Brasil, las “políticas que se están adoptando son grotescas y están diseñadas para empeorar la situación del país. La política económica de Guedes es privatizar todo, que el país se venda a los inversores extranjeros ya los superricos, sin dejar nada para el pueblo”, o, como mucho, menos de lo imprescindible. Mientras opere la política económica ultraneoliberal, el pacto de la élite brasileña con el Gobierno está garantizado. No en vano, esta élite es llamada, por Souza (2017), la élite atrasada. Es una élite depredadora.

El Gobierno como esfera privada ordinaria tiene al terror como fundamento de su ideología. Por lo tanto, se constituye como un régimen totalitario con carácter criminal y no tiene ningún compromiso con la existencia del otro. Tal gobierno manipula a la población para que logre su objetivo de genocidio. El exterminio deliberado como política de Gobierno es inherente a la sociedad que funciona como una esfera privada ordinaria, ampliando la convivencia doméstica a todas las relaciones sociales, se guía por el intercambio de favores basado en la obediencia para garantizar el privilegio de unos pocos frente a los derechos de todos. La sociedad que opera como una esfera privada ordinaria elige como líder a la encarnación de la barbarie, este aclamado mito es motivo de orgullo para presentar su rostro de terror. El mantenimiento del mito en el poder representa la cobardía y la perversidad de una sociedad narcisista que reconoce en él su proyecto de realización.

Arendt (1989) recuerda que en los movimientos totalitarios prevalece una mezcla de credulidad y cinismo. El autor afirma que la “convicción esencial compartida por todos los niveles, desde los simpatizantes hasta el líder, es que la política es un juego de trampas […]” (ARENDT, 1989, p. 432). Además, en los movimientos totalitarios, el primer mandamiento, a saber, que el líder siempre tiene la razón, es tan necesario para el engaño como lo son las reglas de la disciplina militar para la guerra.

Sobre todo, el Estado como esfera privada ordinaria opera como un régimen totalitario de carácter criminal que domina, intimida, oprime, excluye y, finalmente, mata. Los hombres comprometidos con la reafirmación de la esfera pública son identificados como sus enemigos, ya que ejercen la política de igualdad y libertad basada en la ética del bien común, importando los medios.

En vista de lo anterior, el Gobierno como esfera privada valora el conformismo y la estandarización de comportamiento. En este sentido, la burocracia asume un control despótico de las relaciones sociales al rechazar la acción y el discurso constituyente de la comunidad política. En efecto, el Gobierno provoca la extensión de la esfera privada doméstica a la esfera pública, proyecta en la esfera pública los criterios que sólo pueden ser válidos en la experiencia privada y, así, los intereses privados de intimidad ocupan la esfera política, disolviendo la diferencia entre lo público y lo privado. En consecuencia, la política pierde la referencia de la democracia en la esfera pública y se convierte en una voluntad burocrática. “[…] La vida pública asume un aspecto engañoso cuando parece constituir la totalidad de los intereses privados […]” (ARENDT, 1989, p. 175).

En esta coyuntura predominan los tiempos oscuros, constituidos por la acción de hombres que perdieron o nunca tuvieron amor por el mundo. El amor al mundo es llamado por Arendt, amor mundial, es la responsabilidad frente al mundo, el cuidado de lo que debe quedar más allá de nosotros mismos, es la opción colectiva por una política de vida activa que sólo puede garantizarse en la esfera pública, ya que es allí donde la consideración entre las personas es indispensable para la humanización para el bien común . O amor mundial, según (Arendt, 2011), es el interés común, la grandeza del hombre, el honor de la humanidad o la dignidad humana.

Como analiza Arendt (1987), en tiempos oscuros las personas muestran consideración sólo por sus intereses vitales y su libertad personal, entran en entendimientos mutuos con sus compañeros sin ningún compromiso con el mundo. De esta manera, desprecian el mundo y la esfera pública. Arendt considera que el hombre debe tener el coraje de problematizar y romper la lógica de la esfera privada. Según el autor (1998, p. 53), “el valor es la más antigua de las virtudes políticas […]”. Ella declara que “le coraje est une des vertus politiques principales […]” (1972, p. 202). El valor es indispensable para la acción política, ante todo, es el fundamento del espíritu revolucionario que expresa plenamente la amor mundo. El coraje es inevitable. ¡Hombres valientes, uníos! La tierra es redonda.

*Joelma LV Pires es profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Uberlândia (UFU).

 

Referencias

ANTUNES, Marco A. Lo público y lo privado en Hannah Arendt. Disponible: Consultado el 25 de abril. 2020.

ARENDT, Hannah. hombres en tiempos oscuros. Traducido por Denise Bottman. São Paulo: Companhia das Letras, 1987.

______. La crisis de la cultura. Huit exercices de pensée politique. París (Francia): Folio esseis, Éditions Gallimard, 1972.

______. La promesa de la política. Traducción de Eduardo Cañas y Fina Birulés. Barcelona (España): Área Editorial Austral / Grupo Planeta, 2018.

______. ¿Qué es la política? Traducción de Reinaldo Guarany. Río de Janeiro: Bertrand Brasil, 1998.

______. Los orígenes hacen totalitarismo. Traducción de Roberto Raposo. São Paulo: Companhia das Letras, 1989.

______. Sobre la revolución. Traducido por Denise Bottman. São Paulo: Companhia das Letras, 2011.

CHAUÍ, Marilena. El neoliberalismo: la nueva forma de totalitarismo. Disponible: Consultado el 19 de noviembre. 2019.

CHOMSKY, Noam. “Trump es una tragedia, Bolsonaro es una farsa”. Disponible: Consultado el 1 de mayo de 2020.

EBENSTEIN, Guillermo. Totalitarismo. Nuevas perspectivas. Traducción de Walter Pinto. Río de Janeiro: Bloch Editores SA, 1967.

SOUZA, Jesse. La élite tardía: de la esclavitud a Lava Jato. Río de Janeiro: Leya, 2017.

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