por RONALD LEÓN NÚÑEZ*
Una guerra de conquista y exterminio de una nacionalidad oprimida
El conflicto entre Paraguay y la Triple Alianza terminó hace 152 años con el último disparo en Cerro Corá, pero la disputa entre interpretaciones historiográficas continúa en el papel y en las tribunas. Si bien, en las últimas décadas, la historiografía hegemónica en los círculos académicos[i] proclamando el advenimiento de una “renovación historiográfica” y tratando de convencernos de que es posible escribir una historia neutral y estrictamente “objetiva” de la mayor disputa bélica de la historia sudamericana, la guerra sigue siendo “la continuación de la política por otros medios”, como sentenció Carl von Clausewitz.
Para quienes pretenden asociar el método marxista con el nacionalismo burgués paraguayo o el revisionismo histórico argentino, es necesario aclarar lo que, a nuestro juicio, no está en debate.
Supuestos
Una combinación excepcional de factores externos e internos hizo que las tareas inherentes a la revolución democrático-burguesa anticolonial -sin llegar a ser social, como en Haití o el proceso que resultó del Grito de Dolores en México en 1810- avanzaran relativamente más en Paraguay que en siglo XIX que en otras zonas del Cono Sur americano.
Para defenderse de las amenazas a su independencia de sus poderosos vecinos, contrarrestar el poder económico de los opositores internos a la soberanía política y consolidar su propia acumulación, una fracción de la incipiente burguesía paraguaya implementó una política agraria basada en la nacionalización de 90 % de las tierras y el otorgamiento de arriendos de costo moderado al campesinado pobre, mestizo y de habla guaraní; establecimiento del control estatal de los principales rubros de exportación (yerba mate, tabaco, madera apta para la construcción, etc.) y regulación pública de alrededor del 80% del mercado interno; y fortalecimiento de las fuerzas armadas para la defensa de la independencia nacional, es decir, del mercado interno y, evidentemente, para su propia protección ante posibles cuestionamientos sociales por parte de las clases explotadas.
El reconocimiento de la independencia del país por el Imperio de Brasil (1844) y por la Confederación Argentina (1852), con la consiguiente apertura de la libre navegación por los ríos interiores, inauguró una situación sin precedentes, sumamente favorable para el comercio exterior paraguayo.[ii] Una parte de los ingresos de este crecimiento del comercio exterior, totalmente controlado por la familia López, se invirtió en un programa de modernización (fundición de hierro, ferrocarril, astillero, arsenal, telégrafo, etc.) financiado íntegramente por el Estado, con el objetivo de mejorar la capacidad exportadora y el potencial militar de la República.
Es importante entender que este progreso material y cultural, aunque impresionante, se basó en fuerzas productivas que estaban muy rezagadas en comparación con otros países de la región. Paraguay había sido una de las dependencias más pobres y marginales del antiguo sistema colonial español. Un error común es perder de vista este punto de partida al analizar el verdadero desarrollo económico del país en el período independiente.
Por tanto, sin negar los méritos de los avances materializados a través de una política estatista y proteccionista, no adherimos al mito del Paraguay como potencia económica y militar. Por el contrario, consideramos que Paraguay, a pesar de estos avances, mantuvo el carácter de nación oprimida, importadora de manufacturas y exportadora de productos primarios, dependiente de la intermediación de las submetrópolis regionales, posición heredada de la época colonial.
culto a la personalidad
En este contexto, resulta inaceptable el culto a la personalidad de Rodríguez de Francia y la familia López, considerados “gobiernos populares” y, en ciertos círculos de izquierda, promotores de un supuesto proyecto “protosocialista”. Este es un anacronismo provocado por la fiebre nacionalista que, lamentablemente, contagió a la mayoría de los llamados “sectores progresistas”. Un delirio que el marxismo no puede avalar.
Si bien identificamos que el modelo estatista fue superior al modelo librecambista que se aplicó en el resto del Río de la Plata y en el entonces Imperio de Brasil, no podemos ocultar que José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) y los López (1844-1870) impulsaron este modelo no para mejorar las condiciones de vida de las clases explotadas – sus gobiernos mantuvieron el sometimiento de los indígenas, los “enganchar” de los peones en las hierbas[iii] y la esclavitud negra, pero en beneficio de la embrionaria burguesía paraguaya.
Además, el régimen político que apoyó la modernización en sentido capitalista no sólo hizo uso de estas relaciones de producción arcaicas (precapitalistas), sino que también se consolidó en forma de dictaduras personales, sustentadas en la fuerza creciente del militarismo.
En resumen, rechazamos la concepción del Paraguay de preguerra como un “paraíso social” para la gente común. Ni protosocialismo franquista ni antiimperialismo lopista: ambas son lecturas anacrónicas, infundadas, indefendibles frente a la crítica de la historiografía neoliberal sobre la Guerra. La historia del Paraguay entre 1811 y 1870 es la del capitalismo “en ciernes”, que empezó desde muy atrás.
El Estado nacional paraguayo, como cualquier otro, estuvo al servicio del fortalecimiento de una burguesía que explotaba sin piedad la mano de obra local, pero que, por su propia conveniencia y fragilidad, mantenía una vía de acumulación políticamente independiente -que debe entenderse como marginal-. , pero no del todo “aislado” –, estatista, proteccionista, sin deuda externa, opuesto al modelo de liberalismo que gobernaba la región. La debilidad de la burguesía paraguaya, y no su fuerza, hizo que la máquina estatal cumpliera el papel que le correspondería a una clase dominante consolidada.
Habiendo despejado el terreno de estos posibles malentendidos, señalemos lo que, entre otros temas, está en debate: (1) el carácter de la guerra; (2) la discusión sobre si hubo o no genocidio; y (3) supuesta neutralidad británica.
El carácter de la guerra
La controversia fundamental reside en la definición de la naturaleza de la guerra, porque no todas las guerras son iguales: ¿fue civilizadora o reaccionaria, más precisamente, la conquista de una nación oprimida? En otras palabras, el objetivo político –traducido al campo militar– de la Triple Alianza era liberar al pueblo paraguayo de la opresión o “destruir los monopolios” y acabar con de hecho con la independencia política del Estado paraguayo, aunque eso signifique el exterminio de una nacionalidad que defendía su soberanía y forma de vida?
Los hechos demuestran que fue una guerra de conquista y exterminio de una nacionalidad oprimida. Para 1870, dos tercios de la población paraguaya habían desaparecido; alrededor del 40% del territorio fue anexado por los vencedores; la economía estaba completamente arruinada; el uso de la lengua guaraní fue prohibido por los gobiernos impuestos por los Aliados, en nombre de la civilización liberal; todos los bienes del Estado serían subastados a un puñado de empresas extranjeras, etc. Los gobiernos aliados nunca se interesaron por el destino del pueblo paraguayo. Su objetivo era imponer, por la fuerza, el libre comercio en beneficio de sus respectivas burguesías, dependientes del capital y del comercio con el Reino Unido, potencia hegemónica de la época.
El mismo General Mitre lo reconoció en un artículo escrito el 10 de diciembre de 1869, en el marco de una polémica pública: “Los soldados aliados, y particularmente los argentinos, no fueron a Paraguay a derrocar una tiranía […sino] a reclamar la la libre navegación de los ríos, reconquistando sus fronteras de hecho y de derecho […] y lo mismo haríamos nosotros si en lugar de un gobierno monstruoso y tiránico como el de López nos hubiésemos insultado por un gobierno más liberal y más civilizado […] ] un pueblo, sus casas no se incendian, su territorio no se riega con sangre, dando como razón de tal guerra el derrocamiento de una tiranía a pesar de sus propios hijos que la sostienen o sostienen”.[iv]
Como dirían los juristas: la confesión prescinde de la prueba.
La Triple Alianza emprendió una guerra reaccionaria para conquistar un país pobre y oprimido. Por parte de Paraguay, a pesar del régimen dictatorial y la mediocre dirección militar de Solano López, fue una guerra justa, defensiva, la lucha de una nación oprimida por su derecho a existir.
Sin embargo, entender la naturaleza de causar de Paraguay no significa apoyar a su liderazgo político-militar, encarnado en Solano López y su séquito de “cien propietarios”. Si hubo un “héroe” en esta guerra fue el pueblo paraguayo, no su clase dominante.
¿Hubo genocidio?
Pasemos a discutir el problema del genocidio. Los números siempre son controvertidos, pero si asumimos las cifras presentadas por el historiador Francisco Doratioto, el Imperio brasileño movilizó el 1,52% de su población total; Confederación Argentina, 1,72%; y Uruguay, 2,23%.[V] Estas proporciones, hoy, equivaldrían a una invasión de más de cuatro millones de soldados en Paraguay. Además, las tropas aliadas disponían del armamento más moderno y, sobre todo, disponían de la poderosa flota de acorazados imperiales.
El ejército paraguayo enfrentó a esta colosal fuerza con fusiles de chispa, cañones de ánima lisa y una “flota de guerra” compuesta por buques mercantes con casco de madera. Los oficiales no tenían experiencia militar, comenzando por Solano López, quien fue nombrado general a los 18 años con el único mérito de ser hijo del presidente. Los soldados lucharon descalzos, muchos de ellos sólo con armas blancas. ¿A qué “terrible amenaza” a la seguridad regional se refieren los historiadores neoliberales cuando repiten que la Triple Alianza no hizo más que “defenderse” de este Paraguay casi desarmado?
En el caso de Paraguay, al menos a partir de 1866, el conflicto se convirtió en una guerra total, con la movilización de todos los recursos de la nación para repeler a los invasores. El resultado responde a la pregunta del genocidio: entre el 60 y el 69% de la población, estimada en 450.000 personas antes del estallido de las hostilidades, desapareció en menos de seis años.[VI] En cambio, los tres países aliados perdieron el 0,64% de su población total.[Vii] Es decir, más del 80% de las muertes recayeron en el pueblo paraguayo.
¿Cómo calificar tal grado de mortalidad, que el historiador liberal Thomas Whigham reconoce que representa “un porcentaje enorme, prácticamente sin precedentes en la historia de una nación moderna”?[Viii]? No hay mejor definición que la de “genocidio”.
El artículo 6 del Tratado secreto de la Triple Alianza establecía “(…) no negociar separadamente con el enemigo común ni firmar un tratado de paz, tregua, armisticio o convención alguna para poner fin o suspender la guerra”.[Ex] Se pensó que esto llevaría la guerra a sus últimas consecuencias.
Esto continuó, en gran parte, debido a la postura inflexible del emperador brasileño. Las autoridades argentinas, por su parte, dejaron constancia de sus prejuicios racistas y xenófobos contra los paraguayos, los cuales eran imposibles de ignorar al analizar la naturaleza de la Guerra. Domingo Sarmiento, el presidente argentino que sucedió a Mitre en octubre de 1868, calificó la guerra de “necesaria, legítima y honorable”, al tiempo que se jactó del exterminio cometido.
En carta escrita el 12 de septiembre de 1869 a la señora Mary Mann, expresa el concepto que tenía del pueblo paraguayo: “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo este pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esta excrecencia humana”.[X]. En otra misiva, fechada el 25 de septiembre de 1869 y dirigida a su amigo Santiago Arcos, en Chile, Sarmiento sentencia que la Guerra terminó “por la simple razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de diez años”.[Xi].
Los historiadores neoliberales, especialmente los brasileños, no aceptan el término “genocidio” o prefieren categorías más suaves. Esto no es sorprendente. Esperar que el Estado brasileño o argentino y sus notarios reconozcan que hubo un genocidio sería tan ingenuo como esperar que los turcos asuman el genocidio contra el pueblo armenio.
La llamada “Nueva historiografía” asegura que no es adecuado utilizar el término “genocidio” porque, si bien este fue resultado de la Guerra, tal grado de mortalidad no fue una acción “deliberada” por parte de los ciudadanos. Aliados, es decir, no hubo “intencionalidad”. Es decir, admiten que hubo un gran exterminio, pero tiemblan al llamar a las cosas por su nombre.
¿Sería, digamos, una especie de “exterminio culposo”, sin intención (intento) de exterminar? ¿Cómo es posible matar a dos tercios de una nación sin intención de matar? A la luz de los hechos, ¿es razonable afirmar, enfáticamente, que no hubo una acción “deliberada” de prolongar la Guerra hasta que se llevara a cabo la “purga” preconizada por líderes políticos de la talla de Sarmiento?
Doratioto dice que el alto número de muertos se debió principalmente a “[…] hambre, enfermedad o cansancio como consecuencia de la marcha forzada de civiles hacia el interior”.[Xii] Este argumento es repetido por otros académicos. Sin embargo, incluso si ese fuera el caso, ¿es posible separar estas dificultades de la existencia misma de la guerra? ¿Sugieren que esto podría suceder sin que haya una guerra total en el país?
Señalamos que atribuir la causa de la muerte a factores externos a las acciones estrictamente militares implica apelar a la lógica y reproducir el mismo argumento que los negacionistas del genocidio de los pueblos originarios en el siglo XVI utilizaron para exonerar a los conquistadores europeos.
El genocidio es un hecho incuestionable. Cualquier pretensión de negar las atrocidades cometidas contra el pueblo paraguayo con el argumento de que no se encontró ningún documento oficial con órdenes explícitas de aniquilar a la población civil, ni nada por el estilo, no es más que un abuso de paciencia y, sobre todo, una inaceptable subestimación. de la inteligencia de cualquier individuo crítico.
Sin embargo, es evidente que la sustancia del debate radica en la naturaleza de la guerra. La discusión terminológica es otra de sus consecuencias.
El papel del Reino Unido
Finalmente, en el tema de la injerencia británica, no es posible entender a quienes lo niegan bajo el argumento de que “no hay pruebas”. Hay hechos que prueban suficientemente que el Reino Unido no era neutral. Ni sus banqueros ni su gobierno ni su parlamento.
A los hechos: (1) entre 1863 y 1871, la monarquía brasileña recibió 14.278.520 libras esterlinas de la Casa de Rothschild, principalmente para financiar la Guerra; (2) El gobierno de Mitre recibió £1,25 millones en 1866 y £1,98 millones en 1868 de hermanos desnudos para el mismo fin; (3) Existen registros de denuncias de Cándido Bareiro, representante de Paraguay en Europa, al gobierno inglés por la violación de la “neutralidad” declarada por ese Estado – envío de armas, construcción de buques de guerra, transporte de material bélico en buques de bandera británica a equipar aliados, etc.; (4) si al financiamiento -a un solo bando beligerante- le sumamos la simpatía no disimulada y las medidas de la diplomacia británica en el Río de la Plata, evidentemente favorables a la causa aliada, ¿de qué “falta de pruebas” estamos hablando?
Sin duda, la influencia inglesa no es la única ni la fundamental explicación de la guerra guasú[Xiii]. Es inequívoco que la Guerra se desencadenó como resultado de contradicciones entre los intereses de los Estados nacionales involucrados. Pero no se puede decir que el Imperio Británico fuera neutral en este conflicto. Londres se puso de un lado en la Guerra, el lado de la Triple Alianza. Esto no significa sostener que los gobernantes de los países aliados no tenían intereses propios o que actuaron como simples marionetas de Londres, y mucho menos eximirlos de sus crímenes. Una cosa no excluye a la otra.
Una perspectiva internacionalista
Un último pensamiento. El recuerdo de los 152 años del final de la Guerra contra el Paraguay debe servir para sacar lecciones de la historia, no para manifestaciones machistas ni para jactarse de una supuesta “integración regional” tras la “redemocratización” –que nunca existió, pues asimetrías de todo tipo– persisten en el Cono Sur.
Paraguay fue destruido hace siglo y medio. Esta derrota condicionó su desarrollo histórico. Su carácter de nación oprimida se vio reforzado, no sólo por la explotación del imperialismo hegemónico, sino también por las burguesías más poderosas de la región, la brasileña y la argentina. La penetración territorial a través de la agroindustria, el aumento del número de empresas brasileñas que operan en régimen de maquila y el escandaloso robo en el caso de las hidroeléctricas son solo ejemplos de este problema.
Esta realidad exige, por parte de las clases trabajadoras brasileña, argentina, uruguaya y, por qué no, latinoamericana, una apropiación del estudio de este episodio histórico para expresar plena solidaridad con el pueblo paraguayo. Por otro lado, exige que la clase obrera paraguaya identifique en sus hermanos de clase de los países que integraron la Triple Alianza no enemigos potenciales -porque los guerra guasú no fue obra de estos pueblos, sino de sus clases dominantes –, sino aliadas en la lucha común por la segunda independencia – tarea inseparable de liberación social – en su propio país y en el resto de América Latina.
*Ronald León Núñez Tiene un doctorado en Historia Económica de la USP. Autor, entre otros libros, de La guerra contra el Paraguay a debate (sunderman).
Notas
[i] DORATIOTO, Francisco. maldita guerra. Nueva historia de la Guerra del Paraguay. São Paulo: Companhia das Letras, 2002; MENEZES, Alfredo. la guerra es nuestra: Inglaterra no provocó la Guerra del Paraguay. São Paulo: Contexto, 2012; IZECKSOHN, Víctor. El corazón de la discordia. La Guerra del Paraguay y el Núcleo Profesional del Ejército. Río de Janeiro: Biblioteca del Ejército, 1998; entre otros.
[ii] Entre 1810 y 1852, el comercio exterior paraguayo se vio gravemente afectado por sucesivos bloqueos a la navegación en el río Paraná y por la imposición de impuestos exorbitantes a los productos que salían de Asunción por parte de las autoridades de Buenos Aires y otras provincias del litoral argentino, que negaban la independencia de el pequeño país mediterráneo.
[iii] Enganche: Los peones, muchos de ellos semiproletarios –que además de trabajar una parcela ocupaban una parte anual de su tiempo en el proceso de elaboración de la yerba mate–, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, constituyeron el embrión del trabajo libre". Estos trabajadores rurales normalmente no recibían un salario en efectivo, sino una cantidad de bienes (ropa, herramientas, alimentos) que luego debían pagar con su propia producción. Tales bienes estaban evidentemente sobrevaluados de tal manera que el peón se endeudaba aun antes de ser internado en el monte; en otras palabras, en la práctica era “Enganchado” a los empresarios de la yerba mate.
[iv] MITRA, Bartolomé; GÓMEZ, Juan. Controversia de la Triple Alianza: correspondencia International Trade Centre el Gral. inglete y la Dra. Juan Carlos Gómez. La Plata: Imprenta La Mañana, 1897, págs. 4-5.
[V] DORATIOTO, Francisco. maldita guerra…, op. cit., págs. 458-462.
[VI] WHIGAM, Thomas; POTTHAST, Bárbara. La piedra de Rosetta paraguaya: nuevos conocimientos sobre la demografía de la guerra de Paraguay, 1864-1870. Revista de investigación latinoamericana, v. 34, núm. 1, págs. 174-186, 1999.
[Vii] DORATIOTO, Francisco. maldita guerra…, op. cit., págs. 91, 458, 461, 462.
[Viii] Holocausto paraguayo en la Guerra de los 70. Color ABC. Disponible: http://www.abc.com.py/articulos/holocausto-paraguayo-en-guerra-del-70-24852.html.
[Ex] Tratado de la Triple Alianza [1865]. Disponible: http://www.saij.gob.ar/127-nacional-tratado-triple-alianza-lnt0002527-1865-05-24/123456789-0abc-defg-g72-52000tcanyel.
[X] BARATA, María. Representaciones de Paraguay en Argentina durante la Guerra de la Triple Alianza [1864-1870]. Revista SURES. Foz de Iguazú: UNILA, n. 4, 2014, pág. 50. Mary Mann fue la traductora del libro de Domingo Sarmiento, Facundo, a Ingles.
[Xi] PÓMER, León [1968]. La Guerra del Paraguay: Estado, política y empresa. Buenos Aires: Colihue, 2008, pág. 227.
[Xii] DORATIOTO, Francisco. maldita guerra…, op. cit., pág. 456.
[Xiii] guerra guasú ou Gran Guerra es el término con el que se conoce popularmente el conflicto en Paraguay.
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