por GÉNERO TARSO*
A favor de construir movimientos amplios que estimulen luchas reales contra este gobierno genocida
Cuando la palabra “plaga” surgió de alguna parte, inmediatamente la relacioné, por los hilos invisibles de la memoria, con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Y también al libro de Camus, La plaga, una brillante parábola de la ocupación nazi de Francia, que asesinó y humilló a miles de franceses y judíos franceses en el país ocupado durante la Segunda Guerra Mundial. Camus recordó en esta gran novela del siglo XX que el bacilo de la peste no muere y que siempre regresa y se instala cómodamente entre nosotros. Y resta recordar que hay sustitutos de su maldita palabra, la peste, a través de la guerra, la muerte y el hambre.
Viejas películas y libros proféticos, redescubiertos tiempo después de haberlos visto y leído, despejaron mis dudas y las pocas certezas que adquiría sobre los caminos para compartir las luchas por una humanidad reconciliada en igualdad y libertad. La confesión, libro de Artur London y película de Costa Gravas (1970), Memorias de un revolucionario (Companhia das Letras) – texto biográfico del trotskista Victor Serge – y la película La guerra se acabó (1966), de Alain Resnais con guión de Jorge Semprún, tuvo cierto peso en la formación política de una parte de mi generación.
También algunas cartas entre enemigos, opositores o compañeros de viaje, entre las que destaco la carta de Perry Anderson a Norberto Bobbio, sobre el acierto de este último en sus vaticinios sobre el “socialismo real”. Recuerdo la carta de Marx a Lincoln, sobre su victoria electoral contra la esclavitud, y recuerdo la carta de Lenin a Bujarin y Zinoviev -llena de imprecaciones político-morales- orientándolos hacia alianzas en la Conferencia de la Segunda Internacional, como documentos aún vivos para comprender mejor el presente.
La carta de Karl Marx a Lincoln otorgaba gran importancia a las luchas contra la esclavitud y decía, de manera contundente, que los trabajadores de Europa se sentían "seguros de que, así como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos abrió una nueva era para el ascenso de la burguesía, la La Guerra Americana contra la Esclavitud hará lo mismo por las clases trabajadoras” (…) porque – dijo Marx – “Abraham Lincoln, hijo honesto de la clase trabajadora, guiará a su país en la lucha incomparable por la salvación de una raza espoleada y por la reconstrucción de un mundo social”. De hecho, una carta que fusionaba tácticamente, sin explicaciones, el fin de la esclavitud para el mejor desarrollo del capitalismo, con los futuros movimientos estratégicos -no expresados aquí- de una Revolución Proletaria.
Las revoluciones proletarias no se confirmaron como predecía la teoría. Este es el vacío material que puso en crisis toda la mirada de la izquierda a la vez, presente directa o indirectamente en cartas, novelas y películas, que se mostraban adversas a los métodos ortodoxos de análisis del marxismo oficial, que tenía a Stalin como su mayor experto. . .
La posición que se puede leer en la correspondencia a los camaradas Tito y Kardelj (en mayo de 48) sobre la crisis yugoslava no deja lugar a dudas: “La subestimación de la experiencia del PC (bolchevique), a la hora de construir las condiciones básicas del socialismo en Yugoslavia, encierra grandes peligros políticos y es inadmisible para los marxistas…”. La ocupación de Hungría y Checoslovaquia por el Ejército Rojo -más tarde- muestra cómo el PC soviético resolvió estas “desviaciones” marxistas durante la Guerra Fría.
As Cartas de prisión del gigante Gramsci, con sus deslumbrantes análisis de la política y la cultura italianas, realizados en las prisiones de Mussolini –principalmente sobre el período del Renacimiento al Fascismo– discuten sobre cultura, religión, santidad, organización política en la democracia liberal, radio, clases, grupos sociales y se refieren a figuras centrales de la filosofía y la política italianas. Siguen siendo una rica fuente de ideas en la parte de Occidente que todavía debate lo que queda de las ideas socialistas y socialdemócratas del siglo pasado.
Entre las películas, La confesión me alertó sobre la burocratización perversa de las democracias populares de Europa del Este y, entre los libros, Memorias de un revolucionario Me invitaron a estudiar los Procesos de Moscú con cierta profundidad. En ellos se asesinaba en serie a miembros de la vieja guardia bolchevique, cuya preparación era en indagatorias ritualizadas como “legales”, empleando métodos análogos a los de las peores dictaduras.
La historia dejó como uno de los legados de la Revolución Rusa -además de los extraordinarios avances en cultura, educación y salud- la victoria contra el nazismo y como uno de sus hitos más vergonzosos los “Procesos de Moscú”, que evidenciaron la falacia de la -llamada “legalidad socialista”. En estos procesos, la sangre de muchos de los que hicieron la Revolución salpicó la acción criminal del Procurador Vishinsky, una suerte de Sergio Moro del “socialismo en un solo país”, implantado en un territorio predominantemente agrario.
La película La guerra se acabó Me despertó la melancolía de la derrota republicana en la Guerra Civil en España, que siempre intuí que había sido -en Occidente- la marca más evidente del reflujo del humanismo revolucionario en el siglo pasado. En esta guerra, bajo los ojos de Occidente, Hitler hizo el ensayo general de su intento de esclavizar al mundo y ganó.
El final de la invisible romantización retratada en la saga de Diego Mora -“profesional” que vincula al PC español en el exilio con las células de Madrid- consolidó en cierto modo, tras la Guerra Civil, el desmantelamiento de las expectativas de revoluciones proletarias inmediatas en el espacio europeo. . La utopía socialista se regeneraría tomando oxígeno en las Guerras de Liberación Nacional, como la de Vietnam, no por los impulsos de la revolución socialista en Europa.
El 08 de noviembre de 1991 se rompe la URSS. La Gran Revolución Socialista de Octubre se derrumba poco después de la caída del Muro de Berlín, el 09 de noviembre de 1989. Las "tres tácticas marxistas" para aterrizar el socialismo, descritas por la simplificación de Stanley Moore - por la indignación de las masas contra la "pobreza creciente" en el capitalismo, por la victoria soviética como “sistema competidor” superior al sistema estadounidense y por la “revolución permanente”- ya estaban siendo puestos a prueba después de la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de ellos ganó.
Los formidables logros materiales del régimen soviético y la “carrera espacial”, con la URSS a la cabeza –en las dos décadas que siguieron a la derrota del nazismo– hicieron creer que la victoria de la URSS (como “sistema competidor” superior) podría sembrar pacíficamente el “modelo mundial”, Rusia, África y Asia adentro, al menos en los países que salieron victoriosos por las armas, en las duras luchas por la independencia nacional. Cayó la bandera en el Kremlin, en la noche ventosa de un Moscú en ebullición, las ilusiones muertas marchitaron las utopías de octubre de 1917 y los redescubrimientos de mayo de 1968 se desvanecieron en silencio.
La película de Resnais -con guión de Semprún- me vino a la mente poco después de la caída de la URSS, en París, donde me invitaron a participar en un acto académico, al que seguiría otra cita en Madrid. Así que decidí, por nostalgia de la clandestinidad que me había inspirado el guión de Semprún, hacer el viaje de Diego Mora. Fue un largo y penoso viaje en tren que, con las habituales incidencias ferroviarias de la época, duraría más de 30 horas. Y toda la vida. Aquellas horas en Perpiñán, en el sur de Francia, resuenan en mi memoria hasta el día de hoy, a través de una pregunta incandescente: ¿adónde iríamos después de Madrid?
El cambio de trenes tuvo lugar en la frontera española. Era el lugar emblemático de los peligrosos pasajes de Diego Mora, donde los viajeros sospechosos podían desaparecer: unos por sospechas concretas, otros como auténticos revolucionarios. Cinco horas de caminata solitaria en esa histórica ciudad de resistencia, esperando el tren a Madrid, me recordaron dos cartas de Engels: la primera a Liebknecht, el líder socialdemócrata alemán -fechada el 02 de julio de 1877- mediante la cual Engels se quejaba de que la periódico Worwärts (“¡Avante!”), de los socialdemócratas alemanes, trató con indiferencia y “un poco a la ligera” la situación política del país, imaginando que la Monarquía aceleraría –sin formas republicanas avanzadas– la ilegitimidad burguesa para gobernar.
También me vino a la mente otra carta. Esta vez, la misiva de Engels dirigida a Bernstein (27 de agosto de 1883) donde decía que “entre nosotros, el primer resultado directo de la revolución no puede ni debe ser, igualmente, “nada diferente de la República Burguesa”, una revolución política y espacio institucional que le quedaría abierto a la izquierda "para conquistar a las grandes masas obreras al socialismo revolucionario". La historia puede repetirse como tragedia, como comedia, pero también como ironía.
La época actual no plantea la cuestión de la República burguesa, cuyas formas concretas son, en todo caso, históricamente realizadas. Tampoco plantea la posibilidad real de que la izquierda le dispute a los trabajadores un “socialismo revolucionario”. El socialismo hoy es una idea política moral reguladora, no un proyecto que pueda visualizarse por sus formas adquiridas en el seno mismo del capitalismo, como ocurrió en buena parte del siglo pasado. Lo importante, por tanto, en las reflexiones de Engels, es la búsqueda de las “mediaciones” que exigen los períodos concretos de la Historia, ajenos a las polarizaciones metafísicas de la voluntad desvinculada de la realidad de la historia.
Supongo que si reemplazamos “Monarquía” por “Fascismo”, “Socialismo Revolucionario” por “República y Democracia de 1988”, podremos optar por construir movimientos amplios que estimulen luchas reales contra este gobierno genocida: movimientos que tengan defensa como su 'centro' de vida, la lucha contra la plaga sanitaria –política y moral– que enfrentamos en el país, para defenderlo de la oscuridad, el negacionismo, el fascismo y la necrofilia instalados en Brasilia.
Para ello, no debemos ni queremos disolver nuestras fuerzas en un presente incoloro, sino prepararlas para dar color al presente gris. El Frente Programático para dirigir el país, hilvanado a partir de ahora por formaciones de izquierda, tomará entonces sus formas orgánicas. Formas definidas a partir de un programa unitario, que sólo puede ser efectivo con el fin político del Caballero de la Plaga, derrocado por un gran arco de alianzas en defensa de la vida y la democracia.
* Tarso en ley es ex Ministro de Justicia, Educación y ex Gobernador de Rio Grande do Sul. Autor, entre otros libros, de dejado en proceso (Voces).