por LEONARDO BOFF*
No tenemos otra salida, si queremos seguir en este planeta, que volver a la ética del cuidado de todas las cosas, de nuestra vida y especialmente de la medida justa.
Allá donde dirijamos la mirada lo que más destaca es la falta de medida, el exceso, la exageración, la ausencia del camino medio, el ni mucho ni poco, el desequilibrio en prácticamente todos los campos.
La justa medida se observa en todas las grandes tradiciones éticas de las culturas del mundo. En el pórtico del gran templo de Delfos estaba escrito en negrita: meden agan que significa “sin exceso”. Lo mismo se vio en los pórticos de los templos romanos: ne quid nimis: “nada demasiado poco ni demasiado” Una medida justa se opone a cualquier ambición exagerada (híbrido). Exige autocontrol, una sensación de equilibrio dinámico y la capacidad de imponer límites a nuestros impulsos. Ahora bien, esto es exactamente lo que nos falta en todo el mundo. La falta de una medida justa pertenece al ADN de nuestra cultura hoy globalizada.
Esto se puede ver claramente en el sistema económico-político-social-comunicacional predominante. El ejemplo más flagrante de la falta de medidas justas es el capitalismo. Dondequiera que se establece la desigualdad, surge la desigualdad entre los dueños del capital que poseen y deciden todo y los trabajadores que sólo venden sus capacidades, es decir, inmediatamente se produce la ruptura de la medida justa.
Los mantras del capitalismo en sus distintas versiones permanecen inalterables: la búsqueda de la acumulación ilimitada para beneficio individual o corporativo, aun conociendo los límites de nuestro planeta, su motor es la competencia sin ningún atisbo de cooperación, el saqueo de los bienes y servicios de la naturaleza sin tener en cuenta en cuenta la necesaria sostenibilidad, la flexibilización de todas las leyes para abrir todas las puertas al proceso de exploración y enriquecimiento, la presión para crear el Estado mínimo, en tanto que se ve como un obstáculo a la dinámica de expansión del capital.
El efecto de este proceso es el que el economista Eduardo Moreira, ex banquero convertido en uno de los mayores formuladores de la conciencia crítica en nuestro país y principal creador del Instituto Conocimiento Libertà (ICL): “El 1% de los propietarios de tierras concentra más de el 50 % de las tierras cultivables del país; cuando consideramos el volumen de dinero, el 1% más rico del mundo tiene más reservas acumuladas que el 90% más pobre; una verdadera catástrofe social” Este es un ejemplo evidente de nuestra absoluta falta de medida.
Esta falta de mesura caracteriza también a los grandes medios de comunicación del mundo, ya sean escritos, digitales y media docena de plataformas de Internet (Google, Meta, Facebook, Instagram, TikTok, X, YouTube y otras) en manos de un puñado de personas muy poderosas.
La falta de medida se revela profundamente brutal en la relación con la naturaleza, explotada durante siglos y devastada en las últimas décadas hasta el punto de que algunos científicos han propuesto la inauguración de una nueva era geológica, la antropoceno (el ser humano es el principal factor de destrucción de la naturaleza), radicalizado en necroceno (diezmo de la biodiversidad) y últimamente en el piroceno (el aumento cada vez mayor de los grandes incendios) en casi todas partes del planeta.
Quizás una de las mayores demostraciones de la falta de medidas justas nos la brinda el cambio climático, ya instaurado hasta el punto de ser considerado por los principales organismos mundiales como irreversible. La emisión de gases de efecto invernadero, en lugar de disminuir, está aumentando; Debido a la crisis energética, se recurrió al uso de carbón, petróleo y gas, que son altamente contaminantes y también por la insuficiencia de energías alternativas. El cambio climático desenfrenado, agravado por el crecimiento demográfico, podría paralizar el futuro de la vida humana y hacer que el planeta sea inhabitable.
Entre las muchas causas que nos llevaron a esta peligrosa etapa está ciertamente la ruptura de la “matriz relacional”. Olvidamos que todas las cosas están interrelacionadas. En el lenguaje poético del Papa Francisco en su encíclica sobre una ecología integral (Sobre el cuidado de la Casa Común) “el sol y la luna, el cedro y la florecita, el águila y el gorrión (…) significan que ninguna criatura es suficiente por sí sola; sólo existen dependiendo unos de otros, para complementarse en el servicio mutuo” (n. 85). Aquí aparece la justa medida natural, rota por las ciencias y muchos conocimientos.
La modernidad se basa en la atomización del conocimiento, de las cosas consideradas sin valor intrínseco y puestas para el disfrute de los seres humanos o, en el peor de los casos, la acumulación ilimitada de bienes meramente materiales. Así nació el mundo de las cosas; incluso los órganos humanos más sagrados fueron transformados en mercancías para ser puestas en el mercado y ganar su debido precio, algo ya presagiado por Marx en 1847 en su miseria de la filosofia y sistematizado en 1944 por Karl Polaniy en su obra la gran transformación.
¿Cómo salir de este embrollo de dimensiones trágicas? No tenemos otra salida, si queremos seguir en este planeta, que volver a la ética del cuidado de todas las cosas, de nuestra vida y sobre todo de la justa medida. Él y su cuidado pueden salvar el futuro de nuestra civilización y nuestra estancia en la Tierra.
Preocupado por esta cuestión fundamental, la de la vida y la muerte, escribí dos libros, resultado de una vasta investigación transcultural. El primero se publicó en 2022. El pescador ambicioso y el pez encantado: la búsqueda de la medida justa. En él preferí el género narrativo con el uso de historias y mitos vinculados en su justa medida. El segundo completa el primero. La búsqueda de la justa medida: cómo equilibrar el planeta Tierra. En este segundo, intenté de manera más científica ir a las causas que nos llevaron a olvidar la medida justa, exactamente la pérdida de la matriz relacional.
Por mucho que intentemos creer que sólo el retorno a la justa medida y a la ética del cuidado puede salvarnos, siempre surge una pregunta inquietante: dada la universalización de la grave crisis existencial, ¿tenemos todavía suficiente tiempo y sabiduría para llevar a cabo ¿Esta conversión? La esperanza nunca muere y no debe decepcionarnos.
*Leonardo Boff Es teólogo, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Sostenibilidad: Qué es – Qué no es (Vozes). Elhttps://amzn.to/4cOvulH]
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