por DENNIS DE OLIVEIRA*
Captar la idea de libertad es una acción reactiva de las concepciones de sujeto autoritario
Em artículo publicado en el portal UOL El pasado 5 de enero, Milly Lacombe comenta la polémica suscitada por el tenista número uno del mundo, Novak Djokovic, a quien se le impidió la entrada a Australia por negarse a ponerse la vacuna contra el Covid-19. Este artículo llama la atención porque presenta una reflexión sobre la idea de “libertad” tan usada y abusada en tiempos en que las ideas autoritarias ganan peso.
El pensador búlgaro Tzevan Todorov, en “Los enemigos íntimos de la democracia” advierte que los ataques a la democracia y la ciudadanía hoy los llevan a cabo organizaciones que se han apropiado de la palabra “libertad”. Dice que “desde 2011, el término parece haberse convertido en una marca de partidos políticos de extrema derecha, nacionalistas y xenófobos: Freedom Party, en Holanda (…); Partido de la Libertad de Austria (…)”
¿Por qué la idea de libertad fue capturada por la extrema derecha?
En primer lugar, por el hecho de que la idea de libertad se asocia exclusivamente al individuo aislado, desvinculado de su socialización y mediación. La concepción egocéntrica del sujeto fue puesta en jaque por los nuevos paradigmas identitarios de la posmodernidad, según Stuart Hall, quien demuestra que la propia evolución del pensamiento sociológico fue la responsable de desmantelar esta idea. Hall cita, por ejemplo, la fragmentación del sujeto expuesta en las teorías psicoanalíticas de Freud, en la teoría de la lucha de clases de Marx y en la corriente estructuralista de Sausurre y Lévi-Strauss. No hay manera de pensar en el individuo disociado de otros procesos sociales.
Sin embargo, hay una segunda cuestión: creo que esta captura de la idea de libertad es una acción reactiva de concepciones de sujetos autoritarios que fueron desplazadas con cuestionamientos de los movimientos sociales y también de la escena contracultural de los años 1960, que impregnó una parte significativa del pensamiento social contemporáneo (aunque se ha dejado de lado la noción de “conflicto”, generando una absorción mercantil del derecho a la diferencia).
Esta acción reactiva se produce precisamente por una concepción del sujeto que ha perdido su sentido debido a los avances del capitalismo: el sujeto patriarcal. El avance del capitalismo industrial transformó a este “patriarca clásico” de una espacialidad que combina la lógica familiar con la gestión de la producción capitalista en algo anacrónico. Los mandos familiares de las empresas perdieron espacio para la gestión profesional, los movimientos feministas avanzaron en ampliar la esfera pública a dimensiones hasta ahora consideradas privadas e íntimas –por ejemplo, la lucha por el castigo de la violencia intrafamiliar–, otros movimientos sociales trajeron a escena otras demandas que exigían al Estado regulación, tales como acción afirmativa, políticas públicas, entre otros.
Las diversas generaciones de derechos humanos han alterado significativamente la relación con el Estado. Si en una primera generación el Estado era visto de manera negativa (el Estado como un potencial enemigo de la libertad individual), las siguientes generaciones, al incorporar las pretensiones de protección y garantía de la equidad, ven al Estado como potencialmente positiva. Por ello, la idea de libertad que se apropia la extrema derecha es un trágico retorno a una primera generación de derechos humanos que ve cualquier regulación por parte del Estado como algo que atenta contra las “libertades”.
Milly Lacombe, en su artículo, pone ejemplos: la libertad individual es la “libertad” de conducir un coche a 150 km por hora, negarse a vacunarse, no llevar mascarilla e ir más allá: ir al supermercado y comprar de todo. lo que quieras dentro de lo que te permitan tus ingresos, incluso si al salir de la tienda te encuentras con una familia pasando hambre y pidiendo migajas para comer.
Lo que señalaron los movimientos sociales al reposicionar al Estado desde una perspectiva negativa a la libertad individual al garante del derecho en sentido colectivo fue que la libertad sólo puede ser pensada en la dimensión colectiva. El individuo no está aislado, es un tema que practica acciones y, por tanto, interactúa con el otro. En este sentido, la libertad sólo puede ser pensada en esta dimensión de las interacciones sociales, lo que significa que la libertad individual no es ni puede ser nunca. ilimitado. Y esto nada tiene que ver con un “malestar estructural de la condición humana” como afirmaba Freud, para quien el hecho de que los seres humanos sean atávicamente violentos con los demás les hace necesitar control (una de las fuentes de la condición estructural de malestar según Freud es la relación del ser humano con otro ser humano). Tiene que ver con lograr que la libertad sea fuente de bienestar para todos. La democracia es un proceso colectivo, pero no sólo como “suma de individualidades”, sino como garantía de igualdad de condiciones para que todas las voces se expresen por igual.
En esta apropiación de la idea de libertad por parte de quienes se sienten incómodos con estos desplazamientos operados por los movimientos sociales, tenemos a las élites tecnoburocráticas que operan los sistemas de comunicación (“la regulación de los medios es un ataque a la libertad de prensa”), a los machistas que denuncian la invasión a la intimidad de los hogares que pretenden mandar patriarcalmente con normas que sancionan la violencia intrafamiliar contra mujeres, niños y adolescentes; de racistas que se quejan de que íconos del pensamiento racista y misógino sean reposicionados en la historia (¡ah, la censura de Monteiro Lobato!), de quienes se sienten cómodos en los lugares de la normatividad heterocéntrica, blanca, masculina y eurocéntrica cuando se cuestiona la naturalización de sus posiciones.
La pandemia del coronavirus trajo un aspecto positivo: las soluciones para enfrentarla son de carácter colectivo. Vacunarse, dejar de aglomerarse, llevar mascarilla es un compromiso con el colectivo. Los defensores de la libertad individual claman contra esto. Sin embargo, cada vez queda más claro que la libertad individual en estos términos nos lleva al agujero.
*Dennis De Oliveira Es profesor de la carrera de Periodismo de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP y de los posgrados en Cambio Social y Participación Política de la EACH y en Integración de América Latina (Prolam).