La falacia del orden

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Jean-Pierre Chauvin*

Trate de imaginar un líder que, además de su obsesión por el orden (para fines privados) y la limpieza (para no sentirse confundido), tenga el hábito incontrolable de mentir.

Una hipótesis recurrente en los estudios de psicología del comportamiento reside en el lugar común de que los individuos con manía exagerada[i] de organización y limpieza están/no están equilibrados mental o emocionalmente[ii]. Podría estar mejor atestiguado si estudiáramos casos analíticos que discutieran los llamados Trastornos Obsesivo-Compulsivos -que resultan o brotan de pensamientos y discursos recurrentes en forma de bucles, acompañado o no de gestos repetitivos, muchas veces ligados a posturas agresivas.

Georg Groddeck (1866-1934) creía que "casi valdría la pena observar hasta el final hasta dónde llega en el ser humano esta oposición delicadamente equilibrada entre la crueldad y la angustia".[iii] Jacques Lacan (1901-1981) asumió que “[…] las construcciones neuróticas del obsesivo a veces acaban bordeando las construcciones delirantes”.[iv] Nuestro contemporáneo Byung-Chul Han ha advertido que “nos dirigimos hacia la era de la psicopolítica digital, que avanza de la vigilancia pasiva al control activo, empujándonos así hacia una nueva crisis de libertad: hasta la propia voluntad está comprometida”.[V]

De vuelta a la esfera más pequeña. La pregunta quizás cobraría mayor interés si la extendiéramos más allá del escritorio, con sus portalápices perfectamente alineados; la mesa de comedor supuestamente inmaculada, libre de pequeñas y grandes manchas (incluidas las imaginarias); de la manta esponjosa, que a la vez calienta y acumula partículas de suciedad extremadamente “intangibles”, como garrapatas que emigraron de su hábitat con el propósito específico de crear manchas en el ámbito privado del guardián no resuelto de la vida de otras personas[VI].

Como decía, el tema puede llegar lejos. ¿Quiere ver? Trate de realizar una prueba sencilla, aunque sea con fines estadísticos superficiales. Averigua, por favor, si estas y otras obsesiones por la organización y la limpieza pueden estar relacionadas con un determinado tipo de personalidad, (im)postura o patrón de comportamiento. Desde aquí puedo asegurar que el vínculo se ha verificado en todas las ocasiones en las que me he cruzado con personas que tienen trastornos de esta naturaleza.

¿A qué "enlace" me refiero? A la que sugiere un vínculo entre tipos autoritarios (o controladores) con tanta manía de limpieza y organización. En las personas que me rodean, la prueba siempre ha sido positiva: no perdonó a familiares, amigos cercanos, novias o compañeros de trabajo. Descontando las probables excepciones, es decir, los casos en los que el TOC no involucraría personalidades con estos rasgos, tiendo a considerar las (des)razones para que estas criaturas se comporten de esta manera.

¿Cuál es el mayor deseo del autoritario? Ser obedecido. ¿Cuál es la mayor satisfacción del maníaco de la limpieza? Diagnosticar la (visible) impecabilidad higiénica del entorno. Ambos tienen el deseo casi incontrolable de control absoluto. ¿Quién es el principal oponente de la primera? Cualquiera que desafíe su puesto de mando imaginario con deseos o propuestas de cambio. ¿Quién es el archirrival del segundo? El tipo que no protege el suelo limpio de sus zapatos rotos y sucios.

Avanza otra casilla en el tablero. Sustituya el orden por la organización y el arrianismo por la limpieza, y llegaremos a una etapa mucho más preocupante. Sí, porque, en teoría, la obsesión por la higiene y la organización no tiene mayores consecuencias cuando se restringe al ámbito doméstico. Pero vayamos al segundo nivel. Supongamos que el sujeto controlador tiene una ocupación fuera del hogar: el desorden, que es personal, puede contaminar ambientes donde circula mucha más gente, por ejemplo, el lugar de estudio, ocio, negocios o trabajo.

A estas alturas, querido lector, el lector atento se habrá dado cuenta de que aún no hemos llegado al final de esta triste ecuación. Pues bien. Imagina la posibilidad de que un individuo con manía por el orden militar y la limpieza étnica ocupe un alto cargo en el barrio donde convive (mal) con miles de ciudadanos. Si lo desea, aumente la escala de poder del sujeto, elevándolo a la esfera continental, por así decirlo.

Lo mejor de todo, lector persistente, lector resistente, aún no hemos terminado. Todavía hay un factor decisivo que agregar al panorama ya poco saludable. Trate de imaginar que el líder del barrio, además de la obsesión por el orden (para fines privados) y la limpieza (para no sentirse tan confundido), tiene el hábito incontrolable de mentir. Empujémoslo un poco: digamos que es, efectivamente, un mitómano.

Y aquí la cosa se complica. Sí, porque encontraríamos maníacos de dos (o tres) categorías.

(1) Quienes diagnosticaron el TOC que portan y, desde entonces, comenzaron a contar con la ayuda de terapeutas, la comprensión de familiares, la paciencia de amigos y la tolerancia de compañeros de trabajo, quienes revelan sus arranques de ira frente a del lápiz sin punta, la pluma azul con la tapa roja, la tapa desplazada diecisiete milímetros con relación a la cacerola, la alfombra torcida con relación a la marca en el piso que imita la madera, la puerta entreabierta en el estante.

(2) Los que, teniendo o no diagnosticado el trastorno que acarrean, pretenden representar a un colectivo, a través del estímulo de millones de locos, la fuerza bruta de media docena de ideólogos, la impaciencia de la agroindustria, los bancos, la industria, la estupidez del nanoempresario – ignorando casi todos sus espumosos arranques de odio y el sádico deseo de tiranizar a cualquier persona, institución, arbusto, piedra o protozoo que le ofrezca un obstáculo (aunque sea imaginario, hecho como una pelusa sobre un mantel).

Su gracia me disculpará. No soy especialista en neurología; Ni siquiera soy un especulador, en términos de política. Pero, por favor, digan algo que apague o aleje de mí este mal presagio (o malestar ante la pseudo civilización que se ha apoderado de esta neocolonia). Es que aquí tengo una duda de profano, en serio. ¿La placentera compulsión a mentir, combinada con la opción de legislar en beneficio de unos pocos, invalida los demás trastornos? ¿O les agregas? En ese caso, estaríamos ante una tercera categoría, ¿correcto? ¿Requeriría un tratamiento ético, cívico o psiquiátrico? ¿Sabes si hay una cura?

*Jean Pierre Chauvin es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.

Notas


[i] Los dos significados del término se consideran aquí: manía como costumbre y manía como un estado de euforia.

[ii]A modo de ilustración, consulte este informe de 2014: http://g1.globo.com/bemestar/noticia/2014/01/organizacao-excessiva-que-atrapalha-o-dia-dia-pode-ser-sintoma- de -toc.html – Consultado el 4 de enero de 2020.

[iii]el libro de eso. Trans. José Teixeira Coelho Neto. São Paulo: Perspectiva, 2019, pág. dos.

[iv]El mito individual del neurótico. Trans. Claudia Berliner. Río de Janeiro: Zahar, 2008, pág. 22

[V]Psicopolítica – Neoliberalismo y las Nuevas Técnicas del Poder. Trans. Mauricio Liesén. Belo Horizonte; Venecia: Editora Âyiné, 2018, p. 23

[VI] “Ya hemos dicho cómo la autofilia fue el fundamento mismo de la paranoia: y es de la inadaptación de este ambiente externo, en el que vive, a su Yo desproporcionado, que surgen los primeros conflictos y el desequilibrio opera, más o menos rápidamente. El paranoico no cede a sus prerrogativas voluntarias y, frustrado en su idea, se arraiga cada vez más profundamente en su mente. El ambiente tampoco podría apegarse a las exigencias tiránicas de su voluntad y la reacción que ofrece, al principio pasiva, es inmediatamente recibida con hostilidad” [Cf. Juliano Moreira; Afranio Peixoto. “Paranoia y Síndromes Paranoicos”. Historia, Ciencia, Salud – Manguinhos, vol.17, supl.2. Río de Janeiro, dic. 2010, pág. 544 (artículo publicado originalmente en 1905)].

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