por LUIZ MARQUÉS*
El “autoemprendedor” es el pobre autorreferencial con una sensibilidad brutalizada: los ganadores saben que la meritocracia es una tontería.
En expresión de David Harvey, en Crónicas anticapitalistas: una guía para la lucha de clases en el siglo XXI, el “consumismo compensatorio” es un pacto fáustico entre capital y trabajo. Un pacto con el diablo en el que los trabajadores siguen siendo precarios y mal pagados, pero disfrutan de la posibilidad de elegir entre un sinfín de gastos baratos. El acto de consumir es un elemento fundamental para la legitimación y, sobre todo, para la estabilidad del orden capitalista.
La producción de bienes de consumo para las masas responde al deseo de felicidad, especialmente entre los jóvenes. Ésta es la lección que aprendieron las “élites” con la revuelta estudiantil de mayo de 1968 que une demandas de libertad individual y justicia social. La década de XNUMX popularizó ideas contra la “sociedad de consumo” y la “sociedad del espectáculo”, que adormecen a los individuos y las clases sociales con la droga del fetichismo de las mercancías. Pero la cosa no termina ahí. El desarrollo industrial descubrió el huevo de Colón: es más difícil vender productos y servicios que fabricarlos.
En los años siguientes, el mercado empezó a especializarse en nichos. Dirige anuncios con información a algoritmos de inteligencia artificial, que aportan el toque de personalización. La segmentación del mercado, para abarcar diferentes estilos de vida, equivale a la fragmentación social. Además: canaliza el sentimiento de satisfacción y aprobación hacia el statu quo, a pesar de los problemas.
En lugar de aumentar los salarios, se mitiga el costo de los bienes para garantizar el bienestar de los subordinados. Sin embargo, la devaluación de los ingresos debido a la inflación y la menor calidad de los productos han provocado una caída del consumo, por no hablar del endeudamiento familiar. Además de la automatización y de alta tecnología de la manufactura se unen al ejército de gente indefensa, excluida de la gramática productivista. Los pantalones deshilachados representan la penuria, con etiquetas de diseñador, para embellecer las desigualdades.
El vendedor ambulante que vende productos industrializados es un empleado no remunerado de una industria por reubicación dentro del circuito económico, sin derechos laborales. El mercado informal reincorpora al subproletariado remediado a la esfera del consumo y a la órbita de consolidación de la plusvalía. Naturaliza así la hegemonía del capital. El actor verdaderamente excluido (el miserable) está un paso por debajo de la informalización. Pertenece a una categoría analítica que un sociólogo llama “chusma”.
“Llamada a apoyar la acumulación de capital con capacidad de trabajo productivo en los países centrales, América Latina tuvo que hacerlo mediante una acumulación basada en la superexplotación de los trabajadores”, destaca Ruy Mauro Marini, en dialéctica de la dependencia. Nuestra industrialización nunca apunta al mercado interno; lo restringe a los privilegiados. Los comunes tienen camelódromos, los shopee y contrapartes comerciales para disfrutar en cómodas cuotas. El resto cabe en uno. haikú.
Reglas para radicales
¿Va la sociedad en la dirección correcta? No. El consumo ya no provoca ese sentimiento de integración. El “autoemprendedor” es el pobrecito autorreferencial con una sensibilidad brutalizada y también envuelta, en la necropolítica. Los ganadores –sinceros– saben que la meritocracia es una tontería.
Para David Harvey: “Necesitamos volver al concepto de alienación. Sin él, es imposible entender lo que ocurre hoy en la política. Poblaciones enteras ceden ante condiciones alienantes. Modos de vida enteros se están desmoronando y siendo abandonados. La situación requiere la creación de otra economía política que combine la comprensión de las causas básicas de este malestar. O el proceso social hegemónico y sus concepciones mentales dominantes nos hundirán aún más en las entrañas del autoritarismo fascista”. Se requiere una transformación urgente. Hemos llegado al borde del abismo.
La propia crisis climática contribuye a la expectativa de una vida sin despilfarro ni ostentación. Las investigaciones indican que los jóvenes ya no se identifican con la publicidad de automóviles que solían hacer sus abuelos. Por el contrario, en las metrópolis se lucha por las plazas para el ocio, el deporte, la cultura y los carriles bici, cuyo perímetro urbano está dedicado al coche privado (aparcamientos, avenidas, viaductos, rotondas). Se deja en promedio un 40% para construcción de viviendas y peatonalización.
La tolerancia del pueblo a contentarse con las migajas del banquete llega a su límite. La extrema derecha capta el desencanto, inventando chivos expiatorios: inmigrantes, homosexuales, gente racializada, feministas, socialistas, secularistas. Cualquier cosa que no sea el capital, el dios intocable de nuestro universo. Quienes se sienten ignorados en la jerarquía social por las políticas de igualitarización expulsan el odio. Es necesario examinar las motivaciones subterráneas del resentimiento.
El auge de la religión y la impaciencia de los aficionados organizados expresan, por un lado, el rechazo al orden desalmado y, por el otro, la aceptación de la violencia. La fe en lo sobrenatural y el cuchillo afilado en la pasión futbolística sintomatizan el cansancio del espectáculo, mientras que la scentros comerciales marchitar. En el hemisferio norte, varios se convirtieron en ataúdes de hormigón con los almacenes cerrados. El hechizo de mirar escaparates se ha roto, no sólo porque el dinero escasea. El sistema no garantiza la cohesión social y la paz; Es la pesadilla. El individualismo censal mantiene a todos encadenados en la cueva mitológica.
Estamos en la brecha entre la alienación y la esperanza. Sólo la crítica directa y abierta al capitalismo permite formular síntesis que superen las desigualdades sociales, de género y raciales, y la destrucción que amenaza a la humanidad y azota al planeta. El desafío requiere la organización del trabajo para enfrentar el poder de los poderes: el rentismo. Ya se habla tranquilamente en los bares sobre el camino opuesto al que conduce a la esclavitud, al neocolonialismo o a la servidumbre voluntaria. Incluso hace circular un manual práctico sobre la insurgencia rebelde, con un oxímoron en el título: Reglas para radicales.
socialismo cristiano
La Navidad, al celebrar el nacimiento de Cristo, rescata el socialismo cristiano primitivo. La mayoría de la población no tiene acceso a lo básico, lo que hace que las ideas del sexenismo sean abstractas. El trineo de Papá Noel cruza leguas de distancia de casi mil millones de humanos sin seguridad alimentaria. Esperemos que la renovada catarsis navideña no bloquee la conciencia crítica que despiertan las políticas públicas en el mandato más difícil del presidente Lula. Que las emociones envueltas en papel de regalo no agoten nuestro repertorio de bondad. Más bien, alentar el “compromiso” –una palabra que encontró su significado de revuelta, con Sartre– en las luchas colectivas por una sociedad justa e igualitaria.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
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