por ARMANDO BOITO*
En la actualidad, parece prevalecer la conciliación.
Hasta finales de mayo de este año, había al menos tres tipos de análisis de la situación política brasileña. Ahora, a fines de junio, sería instructivo volver a esos análisis y ver cómo evolucionó la situación.
El primero de ellos, con el que coincidí, afirmaba que el gobierno de Bolsonaro era más fuerte que la oposición y estaba tomando medidas ofensivas contra la democracia. Contó con el apoyo de las Fuerzas Armadas, que siempre fue imprescindible y especialmente en la situación de repliegue creada por la epidemia, y enfrentó una oposición, encabezada por el campo liberal conservador, vacilante y tímido.
El otro análisis fue el que invirtió el análisis anterior. Sostuvo que el gobierno de Bolsonaro se debilitaba cada vez más, que la oposición crecía y acorralaba al gobierno gracias a la acción del STF y del TSE. También garantizaron que las FFAA no se aventurarían a dar o prestar su apoyo a un golpe de Estado y que, incluso, la coyuntura internacional haría inviable este tipo de acciones.
La tercera posición fusionó las dos anteriores. En mi opinión, el economista Luiz Filgueiras, en vivir en un evento en la Universidad Federal de Bahía, y el periodista Luiz Nassif en la periódico GGN eran representativos de ese enfoque. Por un lado, Bolsonaro estaría cada vez más aislado. Nassif planteó esta idea más de una vez a lo largo del texto: “El gobierno de Bolsonaro se está muriendo. Cada vez es más claro que el Tribunal Superior Electoral (TSE) está dispuesto a detener la destrucción del país”. Más adelante sostiene: “Todo indica que la actual generación de las Fuerzas Armadas es inmune a las aventuras golpistas”. Sin embargo, por otro lado y al mismo tiempo, Nassif y Filgueiras sostuvieron que Bolsonaro reaccionó al aislamiento político de su gobierno pasando a la ofensiva y amenazando la democracia. Es decir, estaría intentando un tipo de acción para la que no tendría suficiente fuerza política. Habría calculado mal la correlación de fuerzas y, según todos los indicios, habría caído boca abajo.
Creo que la situación está, en su etapa actual, a finales de junio y después de la detención de Fabrício Queiroz, lo que indica que vamos hacia una salida conciliatoria entre los de arriba. Y lo que es peor, esa solución conciliadora logró atraer a partidos y líderes del campo democrático.
Por un lado, el grupo militar y el grupo neofascista en el gobierno renuncian, al menos por el momento, a sus pretensiones autoritarias y, por otro lado, el campo liberal-conservador apuesta por garantizar el mandato de Jair. M. Bolsonaro hasta 2022. La decisión del PSDB de prohibir el juicio político, conversaciones entre el STF y el Ejecutivo y la manifestación virtual del movimiento Juntos el 26 de junio apuntan en esa dirección. Eso sí, el recrudecimiento de la crisis económica y sanitaria podría hacer inviable este acuerdo y eso, sobre todo, si los de abajo se suman a la disputa política. Sin embargo, en la actualidad, es la conciliación lo que parece prevalecer.
Si esta apreciación es correcta, creo que el desarrollo de la coyuntura en las últimas semanas indicó que hubo un equilibrio de fuerzas entre el campo que busca el cierre del régimen y el campo que pretende impedir tal cierre. Califiquemos este equilibrio de fuerzas. Primero, es un equilibrio de fuerzas en este momento y en este punto específico: el régimen político: ¿dictadura o democracia?
En cuanto a la política económica, social y exterior del Estado brasileño, a pesar de conflictos menores, prevalece la unidad entre el Gobierno de Bolsonaro y la oposición liberal burguesa. En segundo lugar, como me advirtió un colega, tal equilibrio puede considerarse relativo: el Gobierno es más fuerte, pero le falta fuerza para avanzar más hacia el cierre del régimen.
*Armando Boito es profesor de ciencia política en la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Estado, política y clases sociales (Unesp).