Europa devastada

Imagen: Wendelin Jacober
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por HUGO DIONÍSIO*

La Unión Europea, tan a menudo confundida con “Europa” por quienes no entienden qué es “Europa”, teme la pérdida definitiva de su centralidad.

La Unión Europea está absolutamente devastada. Todavía necesitamos saber por qué sucede esto. Algunos dicen que se debe a que Estados Unidos lo está abandonando, cambiando la atención que solía prestarle por una mayor atención al Pacífico y, en particular, a China. Algunos dicen que su temor está relacionado con la incapacidad de la Unión Europea para defenderse de sus amenazas, es decir, del archienemigo de las naciones de Europa central, específicamente la Federación Rusa. Hay quienes incluso dicen que la desesperación es la causa de la pérdida de liderazgo, lo cual es ridículo: hablar tanto de libertad y, al mismo tiempo, parecer tener miedo de ser libre. Europa tiene miedo de separarse de EE.UU. y, ante esa posibilidad, se siente abandonada.

Sea como fuere, todas ellas tienen su origen en una misma cosa: la pérdida de centralidad. La Unión Europea, tan a menudo confundida con “Europa” por quienes no entienden qué es “Europa”, teme la pérdida definitiva de su centralidad. Apodada el “viejo continente”, Europa occidental se acostumbró, durante siglos, a ser sede y cuna de las ideas más avanzadas de la civilización y receptáculo para el saqueo y la succión de los recursos del mundo. La “civilización” europea habrá representado, en importancia y en ese período, lo que representaron las llamadas civilizaciones de la antigüedad.

Desde la antigua Grecia hasta la Roma republicana e imperial, desde la Francia ilustrada hasta la Inglaterra liberal, terminando en la Rusia socialista. Europa fue la cuna de algunas de las ideas más transformadoras de la historia de la humanidad, que, con las contradicciones inherentes a todo lo humano, llevaron al mundo más lejos. Las mayores desgracias de nuestro tiempo también vinieron de Europa: de la Inquisición al despotismo, de la trata de esclavos a la esclavitud, del capitalismo salvaje al capitalismo fascista o nazi. Siempre demostrando que, en cada momento de acción, sueño y aventura, siempre hubo una reacción, una pesadilla y una distopía.

Europa no sería lo que fue, lo que es, sin las dos caras de la moneda, como ninguna civilización, de hecho. Es la condición humana. No podemos olvidar que los hegemónicos e imperialistas Estados Unidos y la superindustrialista China socialista son también resultados concretos de la influencia europea y de sus ideas centrales de civilización. Como si cada uno correspondiera a un polo opuesto de la disputa ideológica que se desarrolla en la propia Europa.

Pero esta Europa, especialmente la Europa occidental, ya en esta fase decadente, se ha acostumbrado sin embargo a ser el centro de la atención, el centro del mundo, el mundo en disputa. Si China era conocida como el Imperio Medio, en otro período histórico Europa Occidental también pretendió serlo. Durante la Guerra Fría, fue en Europa Occidental donde se vendieron las ideas de convergencia de sistemas, combinando el liberalismo privado angloamericano con el socialismo científico soviético, dando como resultado una mezcla de socialismo utópico con capitalismo, que llamamos “socialdemocracia”, simplemente porque no negaba los principales derechos políticos a los ricos, permitiéndoles crear partidos y tomar el poder, mediante el uso de su mayor poder económico.

Hoy tenemos a la vista de todos en qué ha resultado esta democracia, totalmente anclada en partidos que representan a los más ricos, financiados por ellos y muchos con “empresarios” como representantes. Cuando Jeff Bezos asume que no es así El Correo de Washington Sólo se publicará su opinión sobre “libertad y libre mercado” y ninguna otra, nos damos cuenta de que la sublimación de la democracia liberal consiste en la revelación de sus propias limitaciones democráticas.

Europa Occidental intentó y, en algunas dimensiones, logró, durante algún tiempo, sintetizar la contradicción entre unos Estados Unidos neoliberales, abiertamente individualistas y minarquistas y una URSS colectivizada, socialista y altamente centralizada. Entre una visión individualista del “cada uno por sí mismo”, del “ganador y perdedor” y la visión colectivista del “nadie puede quedarse atrás”. Era la época de la socialdemocracia reformista, una ideología que pretendía impedir la transición al socialismo en todo el continente europeo. Además de seguir haciéndolo, la Unión Europea se encuentra actualmente atrapada en un fanatismo centrista y situacionista, como si estuviera ideológicamente inmovilizada. Es una Europa que se aferra a los accesorios, para no cambiar las cuestiones centrales.

En resumen, la pérdida de centralidad europea se refleja en la obsolescencia histórica de la Europa de la “economía social de mercado”, concepto que se ha vuelto redundante, dada la aparición de una China que logra combinar un liderazgo socialista con un mercado ultradinámico y con amplias libertades de iniciativa, no sólo confinadas a la tradicional “iniciativa privada”. La pérdida de centralidad geográfica es paralela a la pérdida de centralidad ideológica.

Cuando escuchamos a Von Der Leyen afirmar que Europa tiene una “economía social de mercado”, lo que estamos presenciando es la emisión de un certificado de idealismo irrealizable, no acorde con sus intenciones, ni con las intenciones de las fuerzas que la apoyan, y menos aún acorde con las necesidades actuales del pueblo europeo, al que se le ha robado su sueño, la idea del progreso y el desarrollo permanentes, y se le ha sustituido por una falacia llamada el “fin de la historia”, que celebra los “mercados libres” y la libertad de los superricos para vivir de la producción de millones de pobres.

Es ridículo que, en gran medida, el “fin de la historia” de Francis Fukuyama, aceptado con entusiasmo por las élites europeas, haya terminado representando “el final de este capítulo de la historia europea”. Sin darnos cuenta, la celebración del fin de la historia, con la caída del bloque soviético, representó también el fin de la centralidad ideológica europea, el fin de su virtud, el fin de la relevancia central de sus ideas.

En este nuevo mundo, Europa no tiene nada que ofrecer que no ofrezcan ya muchos otros, y de forma más eficaz. Europa, la Unión Europea, no sólo ha perdido su centralidad, sino que ha perdido su relevancia. Europa ha dejado de sintetizar dos opuestos. Al sucumbir al neoliberalismo del consenso de Washington, la Unión Europea transformó el polo central que representaba, entre dos polos opuestos, en un mundo de sólo dos polos. Con dos polos, la centralidad deja de existir y se vuelve físicamente imposible.

La pérdida de relevancia ideológica acabó traduciéndose en una pérdida de relevancia geográfica. Situada entre la Rusia zarista rural, atrasada y feudal, la URSS socialista y colectivizada, y la Federación Rusa con su capitalismo reconstituido, pero vehemente defensora de su soberanía, fuente de recursos minerales, energéticos y alimentarios, una civilización que, en sus diversas reencarnaciones, estaba más centrada en su lado occidental, europeísta, buscando ser aceptada en la élite de las naciones del mundo que constituían Europa Occidental, esta Europa tenía, al oeste, a unos EE.UU., muy centrados en su relación con la URSS, primero, y, después, viviendo todavía en modo guerra fría, sobrevalorando la “amenaza” rusa y sus capacidades militares. Unos Estados Unidos que aún no habían cumplido la tarea que se habían propuesto al derrumbarse la URSS. La tarea consistía en fragmentar todo ese territorio.

Esta Europa, que por un lado tenía un amigo que le decía “no te unas a Rusia, son una amenaza”, y por ello se alimentaba y se alimentaba con la idea de una necesidad permanente de una carrera militar, mirando al continente europeo como vehículo y campo de batalla para la conquista de toda esa riqueza en recursos naturales, y por otro lado tenía una “amenaza” que repetidamente trataba de convencerla de que era una nación igual, una nación europea, como queriendo decirle “no me veas como un enemigo, quiero ser tu amigo”, era, a raíz de esto, una Europa que representaba el centro de atención de dos de las mayores potencias mundiales, alrededor de las cuales orbitaba gran parte del mundo.

Si en EE.UU. esta Europa bebió de sus ideas neoliberales, de su inversión extranjera directa, de su capital y alcanzó el mayor mercado de consumo del mundo, en la URSS, en la Federación Rusa, Europa tenía la energía barata y los recursos que necesitaba para alimentar una industria competitiva, a nivel global. Estos recursos de un lado y el mercado del otro lado del Atlántico, asociados a billones de capital acumulado en los saqueos de la era colonial y neocolonial, permitieron a la Unión Europea financiar su ampliación y prolongar su centralidad por algún tiempo más.

La atención de dos polos opuestos permitió la continuación de su versión sintética, su versión mediadora, la conexión entre dos mundos opuestos. A esta centralidad contribuyó el hecho de que Estados Unidos todavía viera a Rusia como una versión de la URSS. Esta posición, de cierta independencia –veamos la posición de Schröder y Chirac en la guerra de Irak– dio a Europa algunos años más de vida como centro de la atención mundial.

Pero había nubes oscuras bajo el cielo europeo. No se trataba sólo de no protegerse de estas nubes, de anticipar su llegada y tomar las precauciones necesarias. Fue más serio que eso. La Unión Europea decidió hacer como si no los hubiera visto, primero, y, mientras se acercaban, ya atrapados por la fuerte lluvia, decidió decir que hacía sol, cuando la tormenta ya nos estaba congelando los huesos. De ahí a cancelar a cualquiera que apareciera mojado frente a ti solo había un pequeño paso.

Podríamos discutir mucho sobre las razones por las que esta Unión Europea ultraburocratizada, esta Comisión Europea omnipresente y omnipotente, fue incapaz de ver, analizar y afrontar la tormenta que se avecinaba. La respuesta, creo, se puede encontrar en un libro sobre la URSS, llamado “El socialismo traicionado”, que trata de manera objetiva y clara las causas que llevaron a la caída del bloque soviético y que tienen su raíz en la cooptación de sus élites por intereses antagónicos al servicio del enemigo.

Las élites europeas también fueron en gran medida cooptadas y la resistencia que habíamos presenciado durante las guerras en Afganistán e Irak ya no se produjo. Enormes inversiones en cursos “Fullbright”, programas de “Liderazgo” y mucha USAID en los medios corriente principal, dio lugar a una élite europea americanizada, sin ningún rastro de independencia, pero con todas las huellas de la subordinación. Hemos asistido a una disminución gradual del PIB europeo en relación con el de Estados Unidos (en los decenios de 80 y 90, el PIB de Estados Unidos era inferior al de Alemania, Inglaterra, Francia, España e Italia) y al predominio norteamericano de las estructuras de capital en Europa. Con el poder económico en su lugar, se crearon las condiciones para la toma definitiva del poder político, como se había previsto desde el Plan Marshall y la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

La intención de no disolver la OTAN en 1991 fue una de las primeras nubes oscuras a las que la Unión Europea no quería enfrentarse. Esta incapacidad de acoger a la “nueva” Federación Rusa en su seno se tradujo en la acción europea de las intenciones de la Casa Blanca de ayudar a ese país lo menos posible. No contentos con mantener las tensiones de seguridad dentro del continente europeo, en sus propias fronteras, las sucesivas administraciones europeas y sus respectivos Estados asistieron, primero, a la expansión de la OTAN hacia las fronteras del país europeo que constituían uno de sus puntos de apoyo económico, y, posteriormente, a la instrumentalización de la Unión Europea como una extensión de la propia OTAN. Si no va a la OTAN, primero irá a la Unión Europea y entonces el camino quedará abierto (“vía rápida" como dice el “americano” von der Leyen). La resistencia europea inicial a la entrada de nuevos estados exsoviéticos fue eliminada con el tiempo.

No contenta con esto, la Unión Europea se embarcó en la Revolución Naranja, el Euromaidán y la persecución de los pueblos rusoparlantes de Ucrania. Era una Europa incapaz de impedir las maniobras estadounidenses en su espacio, incapaz de impedir el apoyo a grupos neonazis, fascistas y xenófobos. Esta Europa ha permitido que la rusofobia se convierta en su agenda principal y, bajo esa apariencia, ha cancelado a muchos de sus propios ciudadanos, ha condenado al ostracismo a otros, ha censurado, ha cortado relaciones, cercenando uno de sus puntos de apoyo económico, aquel sobre el que descansaba el peso de su necesidad de energía y minerales baratos y abundantes.

En lugar de dejar a Estados Unidos de lado y decir “en Europa somos nosotros los que resolvemos las cosas”, se dejó condicionar e instrumentalizar, observando impasible como su propia infraestructura era saboteada. Ucrania se convirtió en el razón de ser de la Unión Europea.

Sería bueno ver qué pasaría si Europa se volviera hostil a la Federación Rusa. No sólo perderías todas las ventajas de tener cerca lo que ahora tienes que ir lejos para conseguir, de tener fácilmente lo que ahora es muy caro de comprar y de tener barato lo que ahora es muy caro. Pero hizo algo aún peor, permitiendo que la Federación Rusa se alejara y girara hacia el este. Al no querer comprar gas, lubricantes, papel, cereales, oro o aluminio rusos, el ejecutivo encabezado por Vladimir Putin hizo lo que se esperaba de él: recurrió a China, en un movimiento que, en esencia, era a la vez natural y contradictorio en relación con la historia rusa de los últimos 30 años.

Incluso la URSS siempre vivió con dudas sobre su orientalismo o europeísmo. El giro de Rusia hacia China no sólo fortaleció a la superpotencia asiática, sino que permitió a la Federación Rusa una rotunda victoria en la cuestión ucraniana y también eliminó la centralidad de Europa. Europa ya no sería importante, para Rusia, para el mundo. Con el tiempo, también dejaría de serlo para su líder, Estados Unidos.

Como sólo es central lo que es objeto de atención y consideración, un bloque menos que quiera converger hacia Europa sería en sí mismo un resultado negativo. Pero con la unión estratégica entre la Federación Rusa y la República Popular China, se produjo otro efecto: esta realidad obligó a EEUU a decidir, definitivamente, qué hacer en relación a Asia. Ante la falta de recursos para una lucha de dos lados, Estados Unidos se vio obligado a “entregar” la defensa de Europa a la propia Unión Europea y desviar recursos hacia el Pacífico. Donald Trump sólo aceleró un proceso que se habría producido incluso con Joe Biden y el Partido Demócrata. Estados Unidos no es una nación que espera a los demás, siempre terminará tomando sus propias decisiones.

El fortalecimiento estratégico de la economía china, que representó el entendimiento con Rusia, obligó a Estados Unidos a desplazar su atención hacia el Este. Cuando la Federación Rusa lanzó la “operación militar especial”, las autoridades rusas declararon que esta acción tenía como objetivo “desmantelar la hegemonía de EE.UU. y Occidente”. El primer paso fue eliminar a la Unión Europea de la competencia con Rusia, un paso también deseado por EE.UU. La OTAN, que tenía como objetivo “mantener a Alemania abajo, a Rusia afuera” y “a los demás adentro”, logró el objetivo de eliminar a Europa, instrumentalizándola como competidora de Estados Unidos.

Hoy, cuando vemos a Donald Trump negociando cooperación en materia de recursos minerales con la Federación Rusa y apropiándose de los recursos ucranianos de manera neocolonial, no sólo confirmamos la sospecha de que Ucrania era una colonia estadounidense, sino también que, al final, Europa es reemplazada por EE.UU. como destino preferente de los vastos recursos minerales de Rusia. Pero EEUU también nos ha asegurado algo más: que ellos los reciben y Europa no. Esta Europa fanática y rusófoba es incapaz de aprovechar las ventajas que tiene en su propio continente, permitiendo que sus competidores entren, se apropien de ellas y le impidan utilizarlas. Un trabajo perfecto, por tanto.

La Unión Europea, divorciada de la Federación Rusa, dejó a EEUU más tranquilo ante la posibilidad de una unión de los dos bloques, que podrían entonces volcarse hacia Asia y, de repente, las dos visiones más importantes sobre Europa, las que le daban la centralidad que aún tenía, convergieron hacia Asia. La República Popular China volvió, dos siglos después, a ser el imperio medio, una centralidad lograda también a costa de Europa, que tampoco pudo contentarse con ella. De repente, Estados Unidos, queriendo evitar la centralidad china, termina entregándosela en bandeja de plata. O bien porque, en primer lugar, obligan a Europa a obligar a la Federación Rusa a divergir hacia el Este, o bien, como resultado de esta acción, se obligan a sí mismos a girar hacia el Este.

Si bien tanto Estados Unidos como la Unión Europea parecen estar a merced de los acontecimientos, persiguiendo pérdidas y actuando de manera reaccionaria frente a las acciones de los demás, lo cierto es que, de los dos, sólo uno, Estados Unidos, actúa según sus propios designios, lo que siempre es una ventaja. De hecho, de los tres contendientes en el conflicto, cuyo centro de disputa era Europa, sólo el último se vio superado por los acontecimientos, no actuando para contrarrestarlos, sino, por el contrario, actuando para agravarlos. Es cierto que la Federación Rusa y los EE.UU., como resultado de las contingencias, optaron por ir a donde fueron. La Unión Europea aún no ha decidido nada, ni parece que vaya a hacerlo.

La República Popular China se encuentra de repente actuando como un centro, una síntesis. Y aquí es donde se produce la pérdida de relevancia civilizacional europea. Una vez más China quiere rejuvenecerse como potencia innovadora. Si antes Europa había logrado esta posición estando a la vanguardia de la tecnología, las ideas, la cultura y la economía, hoy son China y Asia las que ocupan ese espacio. China sintetiza perfectamente el capitalismo mercantil y el liderazgo socialista basado en sectores estratégicos.

En la China moderna, la libertad de empresa coexiste con la libertad de propiedad pública, cooperativa y social, todas coexistiendo y compitiendo por más y mejor. Todo ello, con una capacidad de planificación descentralizada a largo plazo que hace más estable todo el universo circundante. China ofrece armonía, estabilidad y previsibilidad. La Unión Europea ha pasado a representar lo opuesto. Vagabundeo, indecisión, reacción e inacción.

Mientras que en Occidente, en Europa, la Comisión Europea y la Casa Blanca fuerzan la privatización, en China se promueve la libertad de iniciativa a través de formas de propiedad nuevas, históricas y más diversas, en las que cada persona tiene la posibilidad de elegir cómo hacerlo. El resultado es una revolución tecnológica –y en consecuencia ideológica– que corresponderá a lo que fue la revolución industrial para el mundo en la Europa del siglo XVIII.

Si antes era a Europa donde los extranjeros venían a estudiar el sistema económico, hoy es en China donde aprenden a construir el futuro. Todo el mundo quiere cada vez más saber cómo emular el éxito chino en sí mismo.

Al interferir, a diferencia de Europa y EE.UU., en imponer y proponer a otros lo que deben hacer, la República Popular China posibilita la absorción de las enseñanzas que trae su modelo, sin restricciones ni condicionamientos, permitiendo su utilización en conexión con otros modelos, promoviendo el surgimiento de nuevas propuestas y modelos de gestión pública y privada. Sin la rigidez occidental del pasado, la superioridad del modelo chino dará al mundo la democratización económica sin la cual la democratización social no es posible.

La Europa de los “valores” pierde porque eligió construir “valores” desde los tejados, desde la burocracia y no desde la materia, la ciencia o la economía. En cambio, terminó destruyendo las dimensiones económicas que le dieron los años dorados de la Europa socialdemócrata moderna, que se basaban en una relación simbiótica y más virtuosa entre diferentes formas de propiedad. Las formas democráticas de propiedad (colectividades, cooperativas, asociaciones, empresas públicas) coexistieron entre sí, generándose relaciones de producción diversas e innovadoras, así como fuertes movimientos sociales, de los cuales emanó la democracia.

La Europa de los “valores” permitió que todo esto se destruyera, hasta el punto de que hoy ya no puede enseñárselo a nadie. Todo se ha reducido al Estado minarquista, al sector privado y a las asociaciones “público-privadas” que garantizan a las empresas privadas ingresos rentísticos procedentes de servicios públicos esenciales. La Unión Europea se ha confundido con los EE.UU.

Lo más interesante de esta pérdida de centralidad, por países, por naciones, es que la propia Unión Europea se desintegrará si no encuentra una dirección estratégica que resuelva eficazmente los problemas de sus pueblos, y entre ellos, todavía no hay guerra. ¡Todavía! Europa, los estados miembros de la UE, deben construir una defensa para defender su soberanía y no para imponer a terceros lo que deben hacer, considerando como amenazas a todos aquellos que no son como ellos. Si no lo hacemos, veremos cómo las naciones europeas también acuden en masa a Asia.

Como resultado de la “operación militar especial”, Turquía se convertirá en un importante centro económico, industrial, energético y de seguridad. Debido a su posición euroasiática, al igual que la Federación Rusa, servirá como punto de tránsito de Este a Oeste. Las naciones mediterráneas tendrán que recurrir a ello. Aquí vemos lo solos que se sienten Francia, Portugal, Inglaterra, los Países Bajos y los países bálticos. De repente tendrán que aprender a vivir con sus vecinos, porque su padrino se ha ido a otro lado y el Partido Demócrata, cuando llegue, no podrá hacer nada. Esta “nueva” Europa se encuentra en ese período de la vida en que uno es adulto en edad, pero niño en comportamiento. Lo cual es ofensivo para los niños, ya que son capaces de llevarse bien con sus vecinos.

El miedo al abandono que sufre EEUU y que le llevó a manipular a Europa, a la UE, se ha convertido en una realidad en el propio continente europeo. Al no entender que la discusión era entre ellos y los EE.UU., y dejar en claro cuál de los dos sería el olvidado en este giro hacia el Este, al hacerlo primero, es EE.UU. el que deja a Europa abandonada, sola. Esta Europa, incapaz de abrazar el proyecto euroasiático, divorciada de sí misma y de los suyos, inactiva e inmóvil, como estancada en el tiempo, permitió que el fin de la historia de Estados Unidos se convirtiera en su propio fin de la historia. Si Europa hubiera abrazado el proyecto euroasiático, uniéndose con Asia y África en una única masa de desarrollo, cooperación, intercambio y competencia, Estados Unidos habría quedado atrás. Este es el nivel de traición al que hemos sido sometidos por “nuestros gobernantes”.

En cambio, la Europa de Von Der Leyen, Costa y Kallas decidió abandonarse a sí misma y, con ese abandono, ser abandonada por quienes creían protegerla. Un día serán juzgados por errores tan graves e intrascendentes. Por ahora todos seguiremos siendo un poco más insignificantes, hasta que, un día, nuestras mentes sean capaces de reinventarse y abrazar el futuro. Esto sólo ocurrirá cuando los pueblos europeos se den cuenta de que los tiempos de grandeza y centralidad han pasado, abandonen su arrogancia y pedantería y, con humildad, se comporten según lo exijan los desafíos impuestos.

La recuperación de cualquier tipo de centralidad sólo será posible mediante una política soberana, justa, que promueva la libertad y la diversidad, respetando la identidad nacional de cada pueblo, de cada Estado nación, aprovechando esa multiplicidad como motor de reinvención, en lugar de restringirla o condicionarla recurriendo a modelos cerrados y caducos como los liberales y neoliberales.

En este camino lo único que nos queda es el aislamiento y la depresión.

*Hugo Dionisio es abogado, analista geopolítico, investigador de la Oficina de Estudios de la Confederación General de Trabajadores Portugueses (CGTP-IN).

Publicado originalmente en el portal Fundación Cultura Estratégica.


la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

El complejo Arcadia de la literatura brasileña
Por LUIS EUSTÁQUIO SOARES: Introducción del autor al libro recientemente publicado
Umberto Eco – la biblioteca del mundo
Por CARLOS EDUARDO ARAÚJO: Consideraciones sobre la película dirigida por Davide Ferrario.
El consenso neoliberal
Por GILBERTO MARINGONI: Hay mínimas posibilidades de que el gobierno de Lula asuma banderas claramente de izquierda en lo que resta de su mandato, después de casi 30 meses de opciones económicas neoliberales.
Gilmar Mendes y la “pejotização”
Por JORGE LUIZ SOUTO MAIOR: ¿El STF determinará efectivamente el fin del Derecho del Trabajo y, consecuentemente, de la Justicia Laboral?
Forró en la construcción de Brasil
Por FERNANDA CANAVÊZ: A pesar de todos los prejuicios, el forró fue reconocido como una manifestación cultural nacional de Brasil, en una ley sancionada por el presidente Lula en 2010.
El editorial de Estadão
Por CARLOS EDUARDO MARTINS: La principal razón del atolladero ideológico en que vivimos no es la presencia de una derecha brasileña reactiva al cambio ni el ascenso del fascismo, sino la decisión de la socialdemocracia petista de acomodarse a las estructuras de poder.
Incel – cuerpo y capitalismo virtual
Por FÁTIMA VICENTE y TALES AB´SÁBER: Conferencia de Fátima Vicente comentada por Tales Ab´Sáber
Brasil: ¿el último bastión del viejo orden?
Por CICERO ARAUJO: El neoliberalismo se está volviendo obsoleto, pero aún parasita (y paraliza) el campo democrático
La capacidad de gobernar y la economía solidaria
Por RENATO DAGNINO: Que el poder adquisitivo del Estado se destine a ampliar las redes de solidaridad
¿Cambio de régimen en Occidente?
Por PERRY ANDERSON: ¿Dónde se sitúa el neoliberalismo en medio de la agitación actual? En situaciones de emergencia, se vio obligado a tomar medidas –intervencionistas, estatistas y proteccionistas– que son un anatema para su doctrina.
Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES