por LUIZ MARQUÉS*
El populismo sí tiene una estrategia para radicalizar la democracia
La multitud abigarrada y la masa.
Para Michael Hardt y Antonio Negri, en Multitud: gobierno y democracia en la era del imperio (Registro), el concepto de multitud describe un conjunto “formado por todos los que trabajan bajo el dominio del capital” y se constituyen “potencialmente como la clase de los que rechazan el dominio del capital”. Múltiple, atravesada por un verdadero caleidoscopio de subjetividades y pluralidades, la multitud no equivaldría a una agrupación homogénea, como la masa en Gustave Le Bon. Heterogéneo, apuntaría a la “democracia real del gobierno, basada en relaciones de igualdad y libertad”.
La ambición no falta en los autores. “El concepto de multitud pretende replantear el proyecto político de lucha de clases lanzado por Marx”. En el lugar antes destinado al proletariado, el nuevo demiurgo englobaría a trabajadores rurales y urbanos, desempleados, movimientos ecologistas, negros, feministas, LGBTQIA+. La dispersión de las decisiones en las redes sociales anularía el constructo mesiánico de la clase social organizada en un partido político centralizado, ideológicamente, para la toma del poder estatal.
“La acción política encaminada a la transformación y la liberación sólo puede realizarse hoy sobre la base de la multitud”. Autonomismo/espontaneidad de concepción (ops) desacredita el papel de la organización en modo de andar de emancipación. El énfasis está en los movimientos sociales. El mérito de la obra reside en resaltar la importancia de lo “común”: el aire que respiramos, el agua que bebemos, el clima en el que vivimos, las calles que recorremos. Compartir, que no debe confundirse con el público, es la unidad en la diversidad.
Compuesta por militantes, artistas, investigadores, exámenes populares de ingreso preuniversitario, la transnacional Rede Universidade Nômade (UNINÔMADE) ilustraría la “resistencia global”. El “Imperio”, concebido como la nube en la que los gobiernos locales no detentan el poder, reemplazaría la arquitectura limitada del “imperialismo”. El folleto (532 páginas) presenta aspectos intrigantes y oscuros. Provoca, pero no convence.
El libro primordial sobre las aglomeraciones humanas se encuentra en La multitud solitaria (Perspectiva), de David Riesman, quien describe tres momentos de la cultura: a) una época antigua, regida por tradiciones y costumbres establecidas; b) moderno, impulsado por el proyecto de cambio individual y social y; c) contemporánea, definida por las identidades reconocidas por la multitud. La etapa actual se ejemplifica con los jóvenes que forman su opinión sobre sí mismos con sus amigos, más determinante para la autoestima que el juicio de sus padres. Si estuviera vivo, Riesman citaría el , no You Tube, Instagram ou Tik Tok. Hardt y Negri trasladaron las consideraciones del sociólogo al plano político.
Los populismos y la lucha por el pueblo
En América Latina y Brasil, como lengua mauvaise, la expresión peyorativa populismo fue inaugurada por el golpe militar que llevó al estrellato a Vargas (Brasil, 1930) y Perón (Argentina, 1943), hitos de la relación directa entre gobernantes y gobernados sin mediación. En la actualidad, señala el profesor de la Universidad de Sydney, Simon Tormey, en Populismo: una breve introducción (Cultrix), el término entiende la centralidad de los pueblos como sujetos de la historia, en el podio que alguna vez ocuparon los grupos étnico-raciales, las clases sociales y las naciones. “El rasgo característico de los movimientos y partidos populistas es la propensión a dividir la sociedad en dos grupos antagónicos: el pueblo, por un lado, y las élites, por el otro. Para algunos críticos, como Ernesto Laclau, es lo que diferencia al populismo de otros estilos de política”.
El pueblo sería “moralmente puro y plenamente unido”, una ficción. Las élites, “moralmente inferiores y corruptas”, una caricatura. En lugar de distinguir entre élites económico (grandes empresas, mercados financieros) y las élites Políticas (líderes de partidos políticos, titulares de cargos ministeriales), el populismo hace una reducción difusa de los elitistas, frente a la mitificación del populacho. En el laberinto, la utopía busca el hilo (la lógica) de Ariadna. Como en frevo, “un ojo ciego deambula buscándolo”. Según la ocasión, las insatisfacciones se canalizan hacia las alegorías del Centrão, del Supremo Tribunal Federal (STF), gobernadores y alcaldes (sic).
La terminología vaga invoca a las élites. Ahora con el termino del ingles, establecimiento, que en su origen se remontaba a la alianza entre la burguesía urbana y la nobleza terrateniente británica. Con el nombre legado por la sociología funcionalista norteamericana, sistema social (sistema, en definitiva), que involucra a individuos, grupos sociales e instituciones. Instancias con atribuciones normativas para posibilitar “la acumulación por desposesión, con concentración de riqueza y poder”, en la formulación de David Harvey.
Esto incluye autoridades que imponen conducta. Las élites ("clases dominantes") prosperan en la red de estructuras sociales, loci tensiones y crisis que alimentan las posibilidades de éxito del populismo. Esto llevaría a convulsionar lo que la posmodernidad envió a la destrucción, al decretar el fin del sujeto de la historia. “Su instinto es manipular, reprimir, persuadir e intimidar a las instituciones independientes y a la sociedad civil”, para la protección de sus vecinos (familia). Las fiestas son meros accesorios desechables.
El binomio “nosotros” y “ellos” simplifica los conflictos y exacerba los delirios persecutorios repetidos. Hasta el punto de ignorar a la ciencia en la pandemia con negacionismo y torturar los hechos para que confiesen estar de acuerdo con sus creencias y rarezas. “En ausencia de crisis, el sistema puede volver a su carácter prosaico habitual, con los ciudadanos eligiendo quién debe representarlos desde el menu habitual”, reflexiona Tormey.
La disputa hoy entre el pueblo y las élites
Para Chantal Mouffe, en Por un populismo de izquierda (Autonomía Literaria), el giro populista implica “una estrategia discursiva, dividiendo a la sociedad en dos campos y llamando a la movilización de los 'excluidos' contra los que están en el poder”. Nuevas formas de subordinación surgieron en el capitalismo neoliberal, fuera de los circuitos de producción y supermercantilización. “La defensa del medio ambiente, las luchas contra el sexismo, el racismo y otras formas de dominación se volvieron centrales. Ahora, la frontera política hay que construirla de forma 'populista' transversal”.
Aquí está el maquiavélico verità effettuale della thing. La disputa del pueblo vs élites exige “un populismo de izquierda” que movilice la “dimensión afectiva de las personas” hacia una praxis emotiva que no se deje aprisionar en el “racionalismo”. Una política que supere la barrera de la estigmatización de los pactos, la individualización por el desprestigio de las convocatorias colectivas y el derrumbe de las intermediaciones institucionales. En una palabra, que supere la “posdemocracia”: la etiqueta diseñada para explicar el vaciamiento de la carácter distintivo proceso de sociabilidad en las décadas de 1980 y 90, debido a la aceptación del neoliberalismo que pintaba a diestra y siniestra con tonos de gris metalizado.
En Europa, tras elecciones consecutivas ganadas por Margaret Thatcher con el programa de desregulaciones, privatizaciones y austeridad, se extendió el sentimiento de que no había alternativa (“No hay alternativa”) a los ideales neoliberales. Las ideologías se desvanecieron. La política se distanció de la vocación disidente. La globalización ha hecho borrón y cuenta nueva de la soberanía popular. Nada que desvelara al pensador thatcherista Hayek, que subordinó la democracia a la libertad individual: al libre mercado ya la propiedad privada en lugar de la igualdad. Dormía y soñaba con mercancías. Para salvar el modo de producción capitalista, no dudó en fusilar las instituciones liberales.
La democracia, cuyo marco arquetípico ya no contempla las necesidades del pueblo, ha contribuido a la erosión de los partidos políticos. Bloquear las críticas al sistema aumentó las calificaciones en Austria, Suiza, Francia, Alemania, Hungría, Polonia. La extrema derecha se presentó como la (pseudo) salida. El carácter antidemocrático del neoliberalismo, apoyado en el autoritarismo de los neoconservadores, sirvió de pasamanos a las narrativas ultraderechistas. Pero no es un destino. Churchill, que defendía la contención fiscal remanente de la Gran Guerra, perdió las elecciones ante la incógnita laborista que postulaba el Estado del Bienestar con una ética más igualitaria y redistributiva.
Para el ícono del liberalismo clásico, Alexis de Tocqueville, en La Democracia en América (Flammarion) la “pasión por la igualdad” es inherente a la modernidad: “Es imposible no creer que la igualdad no penetrará en el mundo político como lo hace en otros dominios”. El supuesto “momento populista” en el ascenso de la humanidad materializa esta genial intuición, al despertar el descontento cultural con la amenaza real o imaginaria a la identidad patriarcal (sexista) y colonialista (racista) consuetudinaria.
Por una radicalización de la democracia
El director general de Pyxys Intelligence Digital, Andrés Bruzzone, en Ciberpopulismo: política y democracia digital (Ed. Contexto), busca descifrar el encuentro entre técnicas de persuasión política y tecnologías avanzadas de comunicación. Destaca la similitud entre las posturas populista y neofascista. Y dispara: “El populismo es, además de una forma de informar, una forma de abordar la política con una matriz esencialmente antidemocrática. Sus opuestos son el republicanismo y el pluralismo”. Muy tranquilo en este momento.
El razonamiento es válido para la extrema derecha, no para los aspectos del espectro político que garantizan al republicanismo un contenido igualitario en el arco de los derechos civiles y, al pluralismo, el respeto al ejercicio de la libertad con nuevas formas de participación para dar voz a la silenciado. Si no se trata de una adhesión a la horizontalización del poder, por otra parte no se trata de una aceptación del actual rasgo de la democracia representativa.
Lo importante es que el populismo sí tiene una estrategia para radicalizar la democracia: a) a partir de la distinción entre antagonismo (relación amigo-enemigo) y agonismo (relación entre adversarios) y; b) con el ideal anunciado por Abraham Lincoln – un “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
En cuanto a las carencias del líder tipo caudillo en la propuesta populista, este es un mal para el que existe un antivirus. El líder debe ser un primus inter pares. Sin eliminar los inevitables afectos no racionalistas en los lazos cristalizados en el proceso. Con los descuentos, el estudio de Bruzzone sobre la responsabilidad del ciberpopulismo en la propagación de noticias falsas y polarizaciones flagrantes en las redes sociales – es una oportuna llamada de atención. A posverdad es la base del oscurantismo. Steve Bannon exploró la manipulación, sin escrúpulos, y colocó en la Casa Blanca y en el Palacio del Planalto a los hijos de Echidna (Madre de los Monstruos, en la mitología griega). Uno más bizarro, siniestro y bestial que el otro.
En Estados Unidos, el populismo de derecha se ha involucrado en el ausentismo. Los que no votaron en las elecciones empezaron a votar. El renacimiento de la política se produjo con la devastadora crisis de 2008, que llevó a la clase media al empobrecimiento y la precariedad. El evidente contraste con los privilegios de las élites generó la revuelta capitalizada luego por Trump. Aun preservando las instituciones de representación, el neoliberalismo aliado a la meritocracia erosionó las aspiraciones democráticas durante interminables décadas, de manera que la democracia dejó de ser vivida como una condición condición sine qua non a la cualificación de la vida de las personas y de las familias. No digno de confianza, se hizo un puente al infierno.
Problema del populismo de izquierda
El problema del populismo de izquierda radica en la minimización de clases sociales, sindicatos por categorías y centrales sindicales en la lucha de clases. Tales organismos desaparecieron en la red de singularidades cooperativas no unificadas. En el panorama pandémico del capitalismo neoliberal, la valoración de los movimientos sociales que entrelazan el identismo no debería ser una “opción de Sophie”. Los luchadores y sus dispositivos organizativos traen latente en su memoria el atávico potencial antipatronal.
La instauración en la sociedad del binomio autoritarismo/neoliberalismo paga un peaje al exterminio del futuro. Por no hablar de que el populismo, adepto a la “guerra del movimiento” (épica, hollywoodiana), es portador de una ideología Fraca cercano al cúmulo teórico-práctico del socialismo democrático, hábil en la “guerra de posiciones” (metódica, cotidiana). Además. es un fenómeno nacido en las profundidades del ciberespacio con la extrema derecha en el papel de matrona, asistida por personas ajenas a la militancia política y acostumbradas a la comunicación digital. No es un ambiente seductor o pedagógico, eso seguro.
Los obstáculos que enfrenta la civilización son enormes. No pueden ser derrotados en el marco del Estado nacional. El neoliberalismo globalizado presupone alternativas globalizadas. Olavo de Carvalho, el gurú, era consciente del momento populista cuando estigmatizó el intercambio de experiencias en el campo democrático-popular latinoamericano y caribeño, en el odiado Foro de São Paulo. No hizo lo mismo con las articulaciones internacionales del clan Barra da Tijuca. podría haber mirado Foro Económico Mundial, de Davos.
La resiliencia que inspira las acciones solidarias se hace eco también de la revolucionaria Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 26 de agosto de 1789, que sigue arrojando luz sobre las batallas civilizatorias contra las desigualdades: “la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos humanos (ser humano, en gramática correcta) son las únicas causas de los males públicos y la corrupción de los gobiernos”. Hay esperanza.
La crisis del paradigma neoliberal es la contraseña de la ofensiva en la principal lucha social en curso. Tanto las respuestas regresivas como las respuestas emancipatorias a la crisis rechazan el sentido común neoliberal, a escala planetaria. El desgobierno de Bolsonaro es una excepción permeada por contradicciones, incompetencias y casuísticas que permiten vislumbrar el apocalipsis y las plegarias de salvación como signos de tibieza, no de vitalidad.
Por no decir que no mencioné las flores.
Los bajos instintos saltaron por la cloaca ante la frustración de las expectativas de mejora, con la crisis económica que empujó a un gobierno progresista a la contención presupuestaria. De haber sido una gobernabilidad populista y no popular, habría restringido el republicanismo y el pluralismo, con veto policial y material para la circulación de opiniones y puntos de vista diferentes sobre el rumbo de la economía, la libertad, la igualdad y la justicia.
Pero no animó a sus seguidores a hacer gestos agresivos contra el status quo. Si bien la evocación del pueblo no significó una atestación populista, per se, evitó acusar a las actuales instituciones de ejecutar la “Voluntad del Pueblo”, aun ante la inminencia de la acusación, con la prohibición por parte del STF de la posesión de liderazgo carismático en la trinchera de la Casa Civil. Se siguieron las reglas del juego, a pesar de la discreción.
El aprendizaje del derecho a tener derechos fue suspendido por razones tributarias por parte del Estado, sin que la sociedad metabolizara las razones de la dialéctica en los ingresos y gastos del erario. En ausencia de una sociabilidad político-participativa para deconstruir los secretos del poder y concienciar sobre los comunes, afloró el resentimiento. Posteriormente, las élites económico-financieras, políticas, judiciales, militares y mediáticas brasileñas optaron por la habitus estafador 2016 fue vengativo y decorativo. 2018, premonitorio y trágico. Que en 2022 el país redescubra el camino de la dignidad. Sin miedo de ser feliz.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.