por JORGE LUIZ SOUTO MAYOR*
La izquierda no puede dejar en un segundo plano el reto de formular claves útiles para entender la historia en curso, pues el golpe de 2016 sigue vigente y se ajusta para 2022
Tras el fatídico “7 de septiembre de 2021”, se han publicado numerosos análisis, en los más variados sentidos. En general, el punto central de la discusión se dirige al desafío de saber si el movimiento golpista del Presidente fue un fracaso o un éxito. Algunos destacaron que el Presidente se fue con el rabo entre las piernas y otros señalaron que el movimiento habría tenido la fuerza para desencadenar el golpe de Estado, que, por tanto, seguiría.
Al leer estos diferentes análisis divergentes y ver a tantas personas un poco sin rumbo, viéndose en la necesidad de unirse a tal o cual corriente, era imposible no recordar lo que sucedió en la historia reciente de Brasil, especialmente en 2013 y 2016, cuando el lecturas de coyuntura intentaron dominar los hechos y, así, atraerlos hacia el lado que favorecía los intereses de quienes se expresaban públicamente o de aquellos en cuyo nombre se expresaban, dejando en segundo plano el desafío de formular claves útiles para la comprensión de la historia en curso.
Es evidente que la tarea de formular entendimientos sobre hechos contemporáneos no es nada fácil. Sin embargo, no se puede descartar la evidencia de que la implicación emocional, a veces impulsada por la arrogancia de construir la “mejor versión” de los hechos, y, sobre todo, el vínculo político-partidista tienden a viciar los análisis. Con esto, la disputa narrativa se superpone a los hechos y el gran problema es que la incomprensión facilita las cosas a quienes, de alguna manera, tienen las mejores condiciones para mover las piezas del tablero en una determinada dirección, sin necesidad siquiera de revelar que el hacer
Cuando los debates se desarrollan únicamente en el plano abstracto y comprometido de las ideas preconcebidas, los hechos son más fácilmente manipulados por quienes tienen las posibilidades materiales concretas para promoverlos.
No es el propósito aquí detenerse en el pasado, sino hablar sobre el presente. Pero solo se puede formular alguna propuesta para comprender lo que sucedió el último “7 de septiembre de 2021” mirando hacia atrás.
De hecho, las últimas piezas que faltaban para completar el puzzle recién se presentaron en los días siguientes (8, 9, 10 y 11 de septiembre).
El caso es que después de algún tiempo sin poder ubicarme bien en esta maraña de situaciones aparentemente contradictorias, desviándome, por tanto, reiteradamente de las preguntas que me formulaban sobre proyecciones de futuro, en este momento me atrevo a decir que los hechos posteriores –sin que entren en escena nuevos actores– suelen ser una mera repetición de piezas ya encajadas o pegatinas ya pegadas al álbum.
En primer lugar, es necesario recordar que 2013 abrió las puertas a una disputa explícita en torno a un proyecto de sociedad y parte de la izquierda se negó a entrar en la cancha, considerando que con el mero paso del tiempo todo se calmaría y volvería a ser lo que era. . No se incorporó a la disputa por lo real –aunque fue ávida en la producción de relatos, siempre vaciando la potencialidad del proceso histórico en curso. La derecha, por el contrario, siguió articulándose y se alió, en la acción política, al poder económico, lo que permitió consagrar el golpe institucional de 2016, con un objetivo no revelado (pues solo se habló encubiertamente de limpiar la corrupción). y moral) de llevar adelante las propuestas en torno a la liberación jurídica para una mayor explotación del trabajo, que había sido obstaculizada, sobre todo, por la actuación de la jurisprudencia laboral.
No es casual, por tanto, que tras el golpe de Estado, el nuevo gobierno, todavía interino, se implicara con toda la intensidad posible en aprobar la “reforma” laboral (sobre la que no hace falta decir más). De hecho, llevar a cabo las impopulares reformas fue la contrapartida que el presidente interino e ilegítimo se comprometió a entregar a quienes lo elevaron al poder.
Pero Temer, aunque lo había prometido, no pudo hacer todo el trabajo, ya que las “reformas” administrativas y de seguridad social no estaban completas.
Poseyendo el control total de la situación, no estaba en el horizonte de la clase dominante tener que retomar los años de alianzas con el Partido de los Trabajadores, que si bien no era de izquierda (en el sentido más categórico de la expresión ), lograron mantener programas sociales, incluso nuevas alianzas con ciertos sectores del poder económico.
Es en este contexto, dicho sea de paso, que se explica el retiro legalmente articulado (realizado por Lava Jato) de Lula del escenario electoral –con la decisiva participación del Supremo Tribunal Federal, vale recordar.
El escenario, sin embargo, abrió las puertas para la elección de un candidato de extrema derecha. Así, para que fuera posible continuar con el proyecto económico iniciado en el golpe de 2016, era necesario formular nuevas alianzas, ya que, a diferencia de Temer, Bolsonaro había sido elegido regularmente (a menos que se crea –y se demuestre– que el voto virtual puede ser amañado, lo que podría, en cierto modo, incluso explicar por qué Bolsonaro insiste tanto en decir que las elecciones virtuales pueden ser manipuladas).
El hecho concreto es que, para mantener el proyecto golpista, la clase económica dominante, al no tener ya un Presidente, también por estar bajo la amenaza del anuncio público de que su nombre había sido mencionado 43 veces en las acusaciones de Odebrecht – (que, por cierto, quedó simplemente en el olvido tras la aprobación de la “reforma” laboral), que él podría llamar suya, ahora debía integrarse en una nueva ronda de negociaciones, con contenidos muy distintos.
En este nuevo momento, el Presidente electo ha hecho su parte: nombró al Ministro de Economía de los sueños del poder económico (que, en el ajuste, sigue intocable); abolió el Ministerio de Trabajo; atacó públicamente al Tribunal Laboral; anunció en repetidas ocasiones la Tarjeta Verde Amarilla (trabajo sin CLT), que solo no salió adelante por la pandemia anunciada a partir de marzo de 2020; promovió la “reforma” de la seguridad social; desmanteló los mecanismos de protección del medio ambiente; destinó gran parte del fondo público a ayudar a las grandes empresas y al sistema financiero durante la pandemia a través de las permisivas de mayor precariedad de las relaciones laborales contenidas en las MP 927 y 936; llevó a la reforma administrativa, etc.
Y, al parecer, lo que el Presidente quiere a cambio es la garantía de su reelección y también que ningún miembro de su familia y él mismo se vean afectados jurídica y políticamente, propósitos que, además, se entrelazan en una relación de causa y efecto.
Lo que se desprende de los hechos es que el Presidente tiene muy claro que esta negociación con el poder económico (al que se alía una parte considerable del poder político y también del poder judicial), basada en la concreción de la agenda ultraneoliberal, no es garantía absoluta para el logro de sus objetivos, especialmente en lo que se refiere a la reelección. Por eso no limita sus esfuerzos -y lo hace en las actuaciones diarias- para demostrar su capacidad de agradar a la extrema derecha e impulsar la reacción de los sectores reaccionarios para profundizar la ruptura democrática iniciada en 2016. Busca demostrar, a escala día a día, sus posibilidades de promover, como quien dice, el golpe dentro del golpe.
Sin un guiño concreto de la contraparte, el gobierno no entrega todas las reformas a la vez y al mismo tiempo, mediante un acto personal del Presidente, confronta el orden establecido, explicando que no está dispuesto a ser simplemente descartado después de su mandato, como resultado de lo cual ha atacado repetidamente la regularidad de las elecciones. Los temores del Presidente - que muchos quieren utilizar para ponerlo en una situación de sumisión total, a la que el Presidente no está de acuerdo de ninguna manera - se han incrementado mucho después de que el STF liberó a Lula - lo que también puede ser visto como una forma de presión sobre Bolsonaro, aunque parte de la izquierda ve el hecho como una redención de algunos ministros del Supremo en la dirección del respeto a los Derechos Humanos y al orden constitucional, llegando incluso a considerarlos “socios” de las mismas causas.
La disputa de poder entre el Presidente y la clase económica dominante se expresa con el Presidente, en su intento de obtener garantías políticas, electorales y jurídicas, esclavizando la institucionalidad y lanzando amenazas antidemocráticas, y el poder económico posicionándose en defensa de la democracia – y, en el caso específico de la pandemia, en defensa de la ciencia y contra el negacionismo que utiliza el Presidente para complacer a su porción golpista y autoritaria, y, en el fondo, lo que dice la clase dominante es que la actuación frenética del Presidente es bloqueando la agenda económica.
Todo aparece como un ataque y una defensa de la democracia, pero, de hecho, en esta disputa, el orden democrático, constitucionalmente delimitado, es lo que menos importa.
Lo enigmático es que aunque muchas veces la situación parece encaminarse hacia la pérdida total de control, el equilibrio de fuerzas se mantiene, como si no se hubiera producido ninguna tensión. No es posible decir si el Presidente tiene otros bienes, pero es algo efectivamente inexplicable que con tantas irregularidades administrativas, que incluso resultaron en una omisión genocida en la pandemia, que también se materializó en reiteradas afrentas al orden constitucional, no medidas concretas que se han tomado contra el Presidente llega a buen término. De hecho, lo que se ve es que todo se realinea muy rápido cuando el Presidente, luego de formular uno de sus ataques, se disculpa.
Este es el juego que se ha jugado entre la clase dominante económica y el presidente. Y la izquierda atónita ni toca las piezas y, con su habitual arrogancia, cree tener la situación bajo control. A su juicio, está dado que ganará las elecciones de 2022. No necesita hacer nada, a pesar de que miles de personas están muriendo, sufriendo una mayor explotación o pasando hambre. ¡Su proyecto es solo desgastar al gobierno con críticas y esperar!
Y si todo esto pudiera parecer algo desconectado, la aparición de la figura de Temer, escribiendo la carta de indulto de Bolsonaro, trajo el eslabón perdido. Los elementos de unidad y tensión se explican en la carta.
En primer lugar, cabe destacar el personaje que resurge, que es exactamente el mismo que dio impulso al golpe de 2016 e inició el proceso de “reformas”. En segundo lugar, hay elogios para Alexandre de Moraes, quien, además, fue designado para la Corte Suprema por Temer. En tercer lugar, vale la pena notar la reafirmación del presidente de su compromiso con la agenda económica cuando dice: “Pero en la vida pública, las personas que ejercen el poder no tienen derecho a 'tensar la cuerda' hasta el punto de dañar la vida de los brasileños. y su economía”. Y cuarto, está la posición firme del Presidente en el sentido de que la investigación de las “fake news” va demasiado lejos, dejando el mensaje de que está dispuesto a romper por completo el orden establecido si no se atiende, lo cual queda bastante explícito. al final de la carta cuando agradece “el extraordinario apoyo del pueblo brasileño, con quien alineo mis principios y valores, y conduzco los destinos de nuestro Brasil” y finaliza con una alusión al lema de Ação Integralista: “DIOS , PÁTRIA, FAMILIA”.
La carta, por tanto, no representa ningún tipo de retirada, al contrario. Y, al mismo tiempo, explicita las tensiones que envuelven los tenues límites de esta alianza que discurre al filo de la navaja, literalmente.
Es interesante notar que la carta fue respondida rápidamente a través de las noticias “periodísticas” (aquí entre comillas porque no es precisamente periodismo, sino el uso de un vehículo de comunicación masiva para la transmisión de mensajes que refuerzan lazos a través de amenazas).
Fue así como todo lo que dijo e hizo Bolsonaro el 7 de septiembre salió de escena y fue reemplazado por líneas que daban credibilidad a la “solicitud de indulto” de Bolsonaro, al tiempo que refuerza el mensaje en torno a la esencialidad de la agenda económica. Así, buscamos dejar en claro que sin cumplir con esta agenda, no se descarta el juicio político.
Por cierto, es muy interesante ver en el contenido de la última “noticia” mencionada todos los problemas y límites de una economía dictada por las ideas neoliberales quedan completamente fuera de discusión y las nefastas consecuencias -ya comprobadas, pero ni siquiera reconocidas- ya que se presentan sólo como una posibilidad futura- se trasladan a la responsabilidad exclusiva de los discursos del Presidente. La “noticia”, además, también sirve para, como se ha dicho, dejar claro que el mercado no está dispuesto a seguir el ritmo de esta incertidumbre. Vale recordar que el 1 de septiembre, quizás por la radicalización que propugnaba Bolsonaro para el 07 de septiembre, el Senado Federal revocó un asunto de gran interés de la agenda económica neoliberal que ya había obtenido el visto bueno de la Cámara de Diputados.
Por lo tanto, sigue siendo bastante irreal plantear el debate sobre si el golpe proyectado por Bolsonaro el 07 de septiembre fue derrotado o si fue solo el punto de partida de la ruptura democrática.
Lo que allí se expresó fue solo la parte bolsonarista de una tensión que involucra otro tema de mucho mayor alcance. Y lo que parece haber sucedido es que, en el choque de fuerzas, los intereses se ajustaron, desencadenando una alianza hacia la reelección en 2022, sobre todo porque lo que queda de 2021 puede no ser suficiente para implementar nuevos asaltos legislativos de carácter ultraneoliberal. El 2022, al ser un año electoral, no se presta a promover retrocesos sociales (que se ven en todos los años presidenciales desde la redemocratización).
De hecho, no hubo un nuevo golpe el 07 de septiembre. Sin embargo, el golpe de estado que comenzó en 2016 aún continúa.
Lo interesante es que la derecha liberal, quizás por estar más cerca de los interlocutores directos de la alianza en cuestión, entendió bien lo que pasaba y decidió salir en defensa explícita del juicio político al Presidente, y lo hizo principalmente porque no tiene un candidato que tenga condiciones para ganarle a Bolsonaro en las urnas. La iniciativa, sin embargo, parece tener pocas posibilidades de éxito, ya que lleva consigo la insalvable contradicción de impulsar un movimiento contra un sujeto, pero, al mismo tiempo, a favor del proyecto que lo sustenta. Sería oscuro ver a la izquierda apoyando este movimiento, bajo el argumento falaz (considerando la realidad brasileña esbozada arriba) de que toda unidad se perdona cuando el fascismo es el enemigo común.
La izquierda políticamente organizada -o la mayor parte- parece tener otra aspiración porque tiene un candidato fuerte. Lula, cuya elección ya no será posible, tiene condiciones totales para derrotar electoralmente a Bolsonaro. En base a esto, tanto el partido como el candidato no estuvieron involucrados concretamente en las iniciativas de juicio político del Presidente.
Resulta que esta apuesta es cada vez más arriesgada. Primero, porque Lula ya no puede ofrecer al poder económico -como siempre lo ha hecho- la ventaja sobre sus oponentes de satisfacer intereses económicos sin permitir reacciones populares de oposición. Aun así, Lula podría ganar las elecciones siempre que asuma compromisos sociales de forma más contundente (cosa que parece no estar dispuesto a hacer) y también si se mantienen las regularidades democráticas formales, que sólo estarían mínimamente garantizadas si la política económica, financiera, política y mediática no se cerraron a favor de la candidatura de Bolsonaro -que parece ya consolidarse-, al menos esa es la tendencia que se anuncia. Y no se puede olvidar que en periodo electoral suelen ocurrir hechos insólitos. Vea la exposición de los secuestradores del empresario Abílio Diniz con camisetas con el símbolo del PT, en 1989, un día antes de la segunda vuelta de las elecciones, en la que competían Collor y Lula. Y vea, también, el apuñalamiento de Bolsonaro, en el transcurso del proceso electoral de 2018.
En resumen, el cuadro con todas las piezas en su lugar es este: el golpe de 2016 está en plena vigencia y se ajusta a un nuevo ciclo en 2022. Mientras tanto, la izquierda políticamente organizada, sin formular y presentar un proyecto efectivo, objetivo y completo de nación, aliada a las fuerzas populares, quedando, por tanto, en el plano del subjetivismo y de las conjeturas ficcionales, ¡queda atónita y atónita!
¡Y en esta maraña de omisiones comprometedoras han pasado casi 600 vidas!
*Jorge Luis Souto Maior. es profesor de derecho laboral en la Facultad de Derecho de la USP. Autor, entre otros libros, de Daño moral en las relaciones laborales (Editores de estudio).