por LEONARDO BOFF*
Actualmente, con la devastación del modo de modernidad, el paradigma del cuidado es necesario si queremos garantizar las condiciones ecológicas de nuestra supervivencia.
La crisis de nuestra forma de vida en este único planeta afecta a todos, incluidas las naciones imperiales. ¿Quién sabía que había una grave erosión de los valores democráticos en Estados Unidos? El sueño americano original, repite, “implicaba un mundo nuevo en el que la gente viviera libre para realizar sus sueños, dentro de un entorno social que produjera ciudadanos ilustrados, responsables y comprometidos, con una preocupación apasionada por la dignidad y los derechos de los individuos y de los demás desde la perspectiva del bien común”.
Evidentemente, éste era el sueño de la población, no de los órganos gubernamentales y del aparato de seguridad militar que buscaban y siguen buscando, por todos los medios, incluida la guerra, el monopolio del poder mundial. Este fue y es un sueño diferente.
Lo que ha estado sucediendo desde los años 1960, nos cuenta Steven Rockefeller, de la familia de multimillonarios Rockefeller, uno de los creadores de Carta de la Tierra, de opción budista, una de las personas más dialogantes con las que interactué en los trabajos de redacción de la citada Carta, señala que la juventud actual ha olvidado los valores antes mencionados, vive centrada en sí misma, desprecia su propio país y ha perdido el sentido de solidaridad y concluye diciendo: “Estados Unidos es una nación que busca su propia alma”(La democracia espiritual y nuestras escuelas, P.15).
Lo que se dice de Estados Unidos se aplica prácticamente a todos o a los principales países, incluso al nuestro, ya que todos somos interdependientes y rehenes de la cultura del capital, acumuladores, materialistas, consumistas, excluyentes e insensibles al destino de las mayorías pobres. Como maestro y pedagogo, Steven Rockefeller escribió el citado libro “para renovar el espíritu americano a través de la educación desde la primera infancia”.
Gestiona tres categorías con las que me identifico y trabajo con ellas desde hace años, de cara a un nuevo paradigma y otro estilo de educación: espiritualidad, ética y cuidado de la Casa Común.
Steven ve la espiritualidad como una dimensión esencial del ser humano con el mismo derecho de ciudadanía que el cuerpo, la inteligencia, la voluntad y la psique. Por eso es natural. La espiritualidad no debe identificarse con la religión, aunque pueden existir interrelaciones entre ellas. La espiritualidad natural es innata. De él nacen las religiones como canales culturales de estos datos originales.
Como dice Steven Rockefeller, la filosofía, la psicología profunda y la neurociencia nos han demostrado, “la espiritualidad es una capacidad innata en el ser humano que, cuando se nutre y se desarrolla, genera una forma de estar compuesto de relaciones con uno mismo y con el mundo, promueve la personalidad la libertad, el bienestar y el florecimiento del bien colectivo” (p. 10). La espiritualidad natural plantea las preguntas ineludibles del ser humano: por qué estamos en este mundo, qué nos espera más allá de esta vida y la percepción de una realidad suprema. Se expresa a través del amor incondicional, la reverencia por el Universo, la solidaridad, el cuidado por todo lo que existe y vive y la compasión por quienes sufren.
Esta comprensión me recuerda el discurso de Mikhail Gorbachev al final de escribir el Carta de la Tierra en los espacios de la UNESCO en París en el año 2000: “Si queremos salvar la vida en el planeta necesitamos nuevos valores y otra espiritualidad”. Vale decir que ni nuestros bienes materiales ni la tecnociencia son suficientes. Todo ello debe estar imbuido de los valores del corazón, la sed de amor, el cariño, la empatía, la ética, el cuidado y la espiritualidad.
Sólo así podremos establecer un vínculo emocional y solidario con todos los seres y con la Tierra y así salvarlos. Cada ser tiene un valor en sí mismo, más allá del uso humano. La espiritualidad natural nos permite sentir todo esto, es una especie de órgano natural de nuestra vida que ninguna parte de nuestra naturaleza puede desempeñar adecuadamente.
La física cuántica Danah Zohar y su marido, el neurólogo I. Marshall, demostraron que tenemos dentro de nosotros lo que llamaron “el punto de Dios en el cerebro”. Cada vez que se abordan temas sagrados y espirituales de manera existencial, se produce una importante aceleración de las neuronas en una parte del cerebro. Es una especie de órgano interior a través del cual la espiritualidad natural e innata capta esa Energía poderosa y amorosa que todo lo sostiene y también actúa en nuestro interior. (Daná Zohar, El ser cuántico).
La espiritualidad natural nos lleva directamente a la ética, en el sentido griego clásico: la Casa (carácter distintivo) bien cuidada, ahora la Casa Común, la Tierra. Oh "carácter distintivo“Busca el buen vivir. “Ética”, las formas y modos de lograr el buen vivir, a través de las virtudes del amor, la justicia, la justa medida, la belleza y otras virtudes dependiendo de los sentimientos de las diversas culturas. Desde pequeños y en el proceso educativo se debe desenterrar la espiritualidad natural que siempre está sustentada en la ética del buen vivir.
Hoy es más urgente que nunca el cuidado, entendido como la esencia de todos los seres vivos, especialmente del ser humano, según el mito romano de Higinio, explorado por la filosofía y la antropología (cf. L. Boff. Saber cuidar: ética humana-compasión por la Tierra, Voces). Abandonado a sí mismo, ningún organismo vivo sobrevive sin cuidados.
Actualmente se enfrentan dos paradigmas: el del poder y el del cuidado. El poder actual como dominación caracteriza a la modernidad. Fue con este poder que los pueblos se sometieron, muchos fueron hechos esclavos, la naturaleza explotó sin piedad, la materia, la vida y la Tierra misma hoy con poca sostenibilidad. El paradigma del cuidado renuncia al poder como dominación y establece una relación amistosa con la naturaleza y respeta a la Tierra como la Gran Madre y Gaia. Actualmente con la devastación en el modo de la modernidad, el paradigma del cuidado es necesario si queremos garantizar las condiciones ecológicas para nuestra supervivencia.
La humanidad se encuentra en una encrucijada: o sigue el camino del poder que implica la explotación ilimitada de los recursos naturales hasta el punto de haber afectado el equilibrio de la Tierra, dado el cambio climático irreversible; este camino podría llevarnos a un armagedón ecológico. O seguir el camino del cuidado. La humanidad se detiene, reflexiona sobre los riesgos para su supervivencia y luego toma un rumbo más benévolo, marcado por el cuidado de la naturaleza, de los demás y de la Tierra. De lo contrario, dile Carta de la Tierra, “corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos y a la diversidad de la vida” (Preámbulo). El Papa Francisco no dijo nada más en Todos hermanos: “estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o no se salva nadie” (n. 24).
Si todavía estamos a tiempo para este cambio en nuestro destino común con la Tierra, sobreviviremos e inauguraremos otra forma de habitar el planeta, con sentimiento de pertenencia y con la conciencia de ser sus fieles guardianes.
La educación tiene esta misión mesiánica de desenterrar, desde el nacimiento, la espiritualidad natural, la ética de la Tierra y el cuidado de la creación, en este camino habrá salvación.
*Leonardo Boff Es teólogo, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Habitar la Tierra: cuál es el camino hacia la fraternidad universal (Voces) [https://amzn.to/3RNzNpQ]
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